Capítulo 6

 

Baxter permanecía en la puerta de la casa de Noah mirándole con aquella expresión extraña en la que ya se había fijado en otras ocasiones. Una expresión que le hacía sentirse incómodo. Tenía ganas de decir algo al respecto, llevaba tiempo queriendo tratar aquella cuestión porque, fuera lo que fuera que estuviera pasando, lejos de mejorar, parecía agravarse. Pero no sabía cómo abordar un tema tan tabú sin arriesgar una amistad que había durado casi desde su nacimiento. ¿Qué podía decirle? «¡Eh, tío! A veces me miras como si te estuvieras muriendo por acostarte conmigo».

Si Baxter no era gay, Noah sabía lo mucho que le ofendería ese comentario. Desde luego, él se sentiría ofendido si un tipo le acusara a él de demostrarle alguna clase de interés sexual. Esa clase de conversación estaba completamente descartada entre dos hombres. Pero la mirada de Baxter era tan condenadamente hambrienta.

–¿Por qué me miras así? –le espetó.

Baxter pareció sorprendido.

–¿Por qué te miro cómo?

Mierda. A lo mejor habían sido imaginaciones suyas. Aquella era otra de las cosas que Noah odiaba de aquella situación; que había comenzado a dudar de las intenciones y reacciones de su mejor amigo. Era como si siempre estuviera buscando alguna explicación oculta a todo lo que Baxter decía y hacía.

Las sospechas afectaban de esa forma a la gente; conseguían confundirla.

–Olvídalo.

Baxter pareció más que encantado de poder abandonar el tema.

–¿Sabes que son casi las doce?

Noah se rascó la cabeza mientras bostezaba.

–No he mirado el reloj, acabo de levantarme de la cama.

–¿Entonces ha abierto Amy la tienda?

–Se supone que tenía que abrirla ella. Está allí, ¿no? –por un momento, temió que su empleada no hubiera aparecido.

–Sí, está allí. Pero… yo pensaba que tenía que ir hoy al instituto.

Cuando Baxter volvió a clavar la mirada en el pecho desnudo de Noah, este agarró una camiseta de rugby que había dejado varios días atrás en el sofá y se la puso. Por supuesto, no se le había ocurrido abrir la puerta desnudo. Llevaba unos pantalones de baloncesto, pero, al parecer, el hecho de que no estuviera completamente vestido era un motivo de distracción para su amigo. Lo cual reafirmaba aquella espeluznante sensación de que no todo era como él creía con el vecino y amigo con el que prácticamente se había criado.

–Amy se graduó en junio, ¿no te acuerdas?

–Lo había olvidado. ¿Eso significa que tienes el día libre?

–No, pero en esta época del año, los días de diario las cosas pueden ir más despacio. No tengo ninguna prisa. Me acercaré a la tienda dando un paseo dentro de un rato para que ella pueda ir a almorzar.

–Si estás enfermo, puedo ir yo.

–No estoy enfermo, solo estoy cansado –volvió a bostezar–. Ayer me acosté tarde.

Baxter miró por encima de él hacia el interior de la casa.

–¿Tienes compañía?

–¿Te refieres a la compañía de una mujer? No.

–¿Entonces dónde estuviste anoche? Me pasé por tu casa un par de veces.

Noah ignoró el aparente subtexto de aquella frase, la posesividad inherente a aquel «¿dónde estabas?», porque ni siquiera estaba seguro de que existiera.

–Lo creas o no, estaba rescatando a alguien.

–Siempre has sido un superhéroe –bromeó Baxter.

–Ahora solo me falta la capa.

Relajándose ligeramente, Noah se hizo a un lado para dejarle entrar. ¿Qué demonios le pasaba? ¡Aquel era Bax! Habían tenido montones de dobles citas juntos. Noah sabía que Baxter se había acostado con un montón de mujeres, por lo menos cuando eran jóvenes.

Su amigo sonrió mientras entraba en casa.

–¿Y a quién has rescatado en esta ocasión? ¿Has liberado a otra polluela del confinamiento de su ropa?

En aquellas ocasiones, cuando Baxter hacía comentarios de ese tipo, como si fuera cualquier otro de sus amigos, Noah se preguntaba si no sería una señal de arrogancia… o de paranoia, el pensar que Baxter se sentía atraído por él.

Pero siempre estaba aquella sensación indefinible, aquella sensación que le había impulsado a ponerse la camiseta.

Se tratara de lo que se tratara, resultaba condenadamente contradictorio y confuso.

–¿Esa es la clase de misión de rescate que te gustaría a ti?

–De vez en cuando. Acostarse con cualquiera entraña demasiados riesgos y complicaciones como para hacerlo muy a menudo.

–Sí. Bueno, en cualquier caso, anoche no me desnudé con nadie.

Había visto, y tocado, el trasero desnudo de Adelaide. Que, por cierto, era memorable. Pero por deferencia a lo que Adelaide había pasado, no iba a mencionarlo. Quizá el resto de las circunstancias que habían rodeado la dura prueba por la que había pasado terminaran haciéndose públicas. El incidente era demasiado escandaloso como para que no se extendiera el rumor. Pero nadie tenía por qué enterarse de que había pasado una hora en casa de Milly, quitándole astillas del cuerpo.

–¿Te acuerdas de Adelaide Davies?

La mirada de Baxter parecía estar fijándose en cuanto objeto había desordenado en la casa. Había estado obsesionado por el orden desde que era niño.

–¿Adelaide qué?

–Fue al instituto con nosotros. Estaba en segundo cuando nosotros estábamos en el último año.

–No recuerdo a nadie que se llamara así.

–No me sorprende. Cuando ella se graduó, nosotros ya estábamos en San Diego, y se fue del pueblo poco después.

Noah se sentó en el sofá, dejando una pierna colgando del brazo.

Baxter se sentó frente a él, pero lo hizo con su habitual decoro. Aquel día no llevaba uno de sus trajes hechos a medida. Trabajaba como agente de bolsa en San Francisco de lunes a jueves, pero tenía un horario flexible. A lo mejor aquella semana se había tomado dos días libres en vez de uno. En cualquier caso, incluso sus vaqueros y sus camisetas eran de marcas caras. Era un hombre con mucho estilo, siempre iba muy bien arreglado, con el pelo perfectamente cortado y oliendo como los dependientes de la sección de caballeros de Macy.

Pero Noah intentó no incluir esos datos en ninguno de los dos listados «gay o no gay» que había comenzado a elaborar en el fondo de su mente. Se negaba a definir a Baxter, una persona a la que se suponía que conocía mejor que a nadie tomando como referencia aquellos estereotipos. Además, todavía tenía la esperanza de estar equivocado en sus sospechas.

En realidad, le importaba muy poco que a su mejor amigo le gustaran los hombres. Y se enfrentaría a cualquiera que se creyera con derecho a decir algo al respecto. Sencillamente, no quería que las preferencias de Baxter le incluyeran a él. Cualquier admisión al respecto le resultaría demasiado absurda.

–¿Y ahora ha vuelto?

–Sí, acaba de volver.

–¿Y no te has acostado con ella? Estás perdiendo facultades, amigo.

Noah frunció el ceño. Nunca había sido tan mujeriego. Al vivir en un pueblo pequeño, era imposible acostarse con todo el mundo y mantener al mismo tiempo un mínimo de respetabilidad. Desde luego, él no salía a la calle buscando alguien con quien acostarse. Por lo menos, no muy a menudo. En realidad, eran las mujeres las que le buscaban siempre a él.

–¿Por qué todo lo tienes que llevar al sexo?

–¿No es de eso de lo que siempre te apetece hablar? ¿De lo buena que estaba tu última conquista?

A lo mejor era cierto que hablaba demasiado de las mujeres que formaban parte de su vida. Pero era porque estaba intentando convencerse de que la sensación de soledad que últimamente había comenzado a asediarle no iba a teñir toda su existencia. Necesitaba convencerse de que la vida que llevaba le llenaba, y de que continuaría llenándolo aunque no cambiara nada.

Además, no se le ocurría otra forma mejor de hacerle notar a Baxter que no estaba dispuesto a intimar con ningún hombre.

–¡Acababan de darle una paliza! Claro que no me acosté con ella. Si me escuchas con atención, te contaré lo que pasó.

–Muy bien –Baxter extendió las manos–. Adelante, entonces.

–Olvídalo.

Molesto por el tono de diversión de su amigo, Noah se levantó y se dirigió a la cocina.

Baxter le siguió riendo.

–¿Ahora no me lo vas a contar?

–En realidad, no quieres oírlo.

–Eso no es cierto. Me muero por escuchar hasta el último sórdido o no sórdido detalle. ¿Decidiste enfrentarte al tipo que la estaba molestando o algo parecido?

Noah se volvió hacia él.

–La encontré en la mina.

Al oírle, Baxter se puso serio.

–¿Qué quieres decir con que la encontraste en la mina? ¿En qué mina?

–En la mina en la que solíamos hacer fiestas cuando estábamos en el último año de instituto.

–¿En la mina Jepson? Es imposible. Clausuraron esa mina después de… –suavizó la voz–, después de lo de Cody.

Noah no quería pensar en su hermano. Ignorando aquella referencia, ahuyentó una vez más los recuerdos de aquella mañana de junio en la que se enteró de que habían encontrado muerto a su hermano.

–Sí, eso es lo que yo creía también.

–Pero…

Noah sacó un cartón de zumo de naranja de la nevera y lo agitó antes de ofrecérselo.

–No, gracias –Baxter curvó los labios con un gesto de desdén–. No bebería de uno de tus vasos ni aunque me fuera la vida en ello.

–Porque eres un obseso de la limpieza.

–No, porque apenas enjuagas los vasos antes de volver a usarlos.

Para picar a su amigo, Noah bebió directamente del cartón.

–En cualquier caso, no había suficiente para los dos –replicó y lanzó el envase vacío al cubo de la basura, que estaba en el otro extremo de la cocina.

–Buen tiro –Baxter colocó una pila de platos sucios en el fregadero antes de apoyarse contra el mostrador–. Volviendo a Adelaide Davis, ¿cómo es posible que terminara en la mina? ¿Y cómo la encontraste tú?

–Estaba montando en bicicleta cerca de la entrada cuando oí a una mujer pidiendo ayuda.

–Te darías un susto de muerte.

–Sí, estaba anocheciendo y comenzaba a hacer frío, así que desde luego no esperaba encontrarme con nadie allí. Y menos aún tener que emprender una misión de rescate.

–¿La entrada ya no está sellada?

–Sí, sigue sellada. Pero había una entrada auxiliar. Alguien apartó las tablas y después de darle una paliza, lanzó a Adelaide a la mina.

Baxter parpadeó varias veces.

–Estás de broma.

Noah comprendía perfectamente su sorpresa. En Whiskey Creek nunca había pasado nada parecido. Se rumoreaba que el marido de Sophia DeBussi, Skip, un hombre rico que viajaba por todo el mundo, pegaba de vez en cuando a su mujer, pero ese era el único episodio de violencia que había tenido lugar en el pueblo desde hacía años.

–No. Y, prepárate, la secuestraron cuando estaba en la cama.

–¿La secuestraron? ¿Eso fue lo que te dijo ella?

–No tuvo que decírmelo, era evidente. Tenía las quemaduras que le habían dejado las cuerdas. E iba en ropa interior.

Baxter soltó un silbido.

–¿Lo dices en serio? ¿Y la dejaron muy mal?

–Tenía un ojo hinchado y arañazos y moratones por todo el cuerpo.

–¿Y quién lo hizo?

Noah se encogió de hombros.

–¿Quién sabe?

Baxter se apartó del mostrador.

–¡Espera un momento! Cuando ayer por la noche me detuve en la gasolinera, el jefe Stacy estaba haciendo preguntas sobre una mujer que había desaparecido. ¿Estás hablando de la nieta de Milly Davies, verdad?

–Exacto.

–¿Y la encontraste tú?

–Sí, yo la encontré.

–Supongo que habrá sido un enorme alivio para Milly, pero… –vaciló un instante–, ¿la violaron?

–Ella dice que no y yo me siento inclinado a creerla.

–¿Por qué?

–Llevaba la ropa interior… bueno, puesta e intacta.

Baxter parecía desconcertado.

–¿Entonces qué sentido tenía secuestrarla?

Noah suspiró.

–No tengo la menor idea. A lo mejor pretendía violarla, pero ella se resistió con fuerza y al final renunció.

–¡Vaya! Después de una bienvenida como esa, seguro que estará deseando marcharse del pueblo otra vez.

–No puede.

–¿Por qué no? Ya se fue una vez del pueblo, ¿no?

Baxter se puso a limpiar la cocina, algo que probablemente había estado deseando hacer desde el instante en que entró.

–Milly ya es demasiado mayor como para dirigir un restaurante. Por eso ha regresado su nieta.

–Fue una suerte que pasaras tú por allí y la oyeras. La mina Jepson no es nada estable. Ella pudo haber…

No terminó la frase, pero Noah sabía lo que había estado a punto de decir. Y en vez de continuar hablando de Cody, decidió concentrarse en algo más mundano. Evitar aquel tema siempre había sido más fácil que enfrentarse al dolor de la pérdida. Por lo que a él concernía, aquel era un asunto completamente privado.

–¡Deja de lavar los platos!

–¿Por qué?

–Porque haces que me sienta como un cerdo.

–Eres un cerdo –bromeó Baxter, pero no había verdadera energía en aquella declaración.

Noah sabía que también Baxter estaba pensando en Cody. Los tres habían sido inseparables de niños. Baxter no era un gran deportista, pero había formado parte de los mismos equipos que Noah y Cody, aunque apenas consiguiera jugar.

–Lo soy comparado contigo, que planchas hasta las sábanas y la ropa interior.

–No sabes lo bien que me hace sentirme eso. Deberías probarlo alguna vez.

Noah elevó los ojos al cielo.

–No, gracias, tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo.

Enjuagó un plato, pero Baxter se lo quitó de las manos y lo metió en el lavavajillas, como si Noah no fuera capaz de colocarlo en la rejilla adecuada.

–¿Crees que Stacy agarrará al tipo que secuestró a la nieta de Milly? –preguntó Baxter, retomando la conversación.

–No si ella no le facilita alguna clase de descripción.

–A lo mejor la siguió alguien desde el lugar donde estuvo viviendo antes.

Noah recordó lo reticente que se había mostrado Adelaide a aportar ninguna clase de información cuando la sacó de la mina. Cualquier otra mujer habría llorado y suplicado que la llevara a la policía. Pero ella había preferido hacer como si nada de todo aquello hubiera sucedido.

–Tiene que haber sido alguien que la conoce.

No podía dejar de pensar en aquella posibilidad. Adelaide había dicho que no era su ex, pero era posible que estuviera mintiendo.

–¿Por qué? –preguntó Baxter por encima del sonido del agua.

–Porque se comportó de manera extraña. No quería darme ningún detalle. Ni siquiera me dejó llevarla al hospital o a la policía.

–Podría tener otras razones.

–¿Como cuáles?

–A lo mejor se dio un golpe en la cabeza y no estaba en su sano juicio. O… es posible que la violaran y se sintiera demasiado avergonzada o humillada como para hablar de ello.

Noah no creía que le hubiera dejado quitarle las astillas si la hubieran violado.

–Estoy seguro de que no fue eso lo que pasó. Creo que ella está intentando hacernos creer que fue cosa de un desconocido, pero…

–¿Qué?

Noah enjuagó otro plato.

–Tengo la impresión de que no fue así.

Baxter dejó de cargar el lavavajillas.

–No creo que eso tenga sentido. Si le conoce, ¿por qué no le acusa?

–¿Sabes lo que pienso? Que tiene miedo.

En realidad, no era una suposición. Ella misma se lo había dicho.

–¿Miedo de que pueda volver a hacerle algo antes de que la policía le detenga?

–Exacto.

–Si no la violó, ¿qué es lo que quería el secuestrador? ¿Robarle?

–No.

Noah tenía la sensación de que si hubiera sido ese el caso, ella se lo habría dicho.

Su teléfono móvil comenzó a sonar, pero cuando vio de quién era la llamada, prefirió ignorarlo. Era de una mujer, una turista que había conocido cuando había parado a tomar una copa en el Sexy Sadie aquel verano. La mujer había llegado al pueblo con su hermana, habían pasado la noche juntos y desde entonces no había dejado de llamarle.

Pero el ruido llamó la atención de Baxter.

–¿No vas a contestar? ¿Por qué no? No me digas que Shania ha vuelto a llamarte.

Noah retorció la bayeta para poder limpiar los mostradores.

–No, creo que por fin ha asumido que no voy a reemplazar a Cody en su vida. Es Lisa, otra vez.

–Yo creía que te gustaba.

–Como amiga.

–¿Y ella busca algo más?

–No me ha pedido ninguna clase de compromiso, pero es evidente que tiene muchas ganas de verme.

–Fue ella la que te desnudó en el coche.

Noah recordaba perfectamente aquella noche. Pocas mujeres le habían entrado con tanta fuerza como Lisa. Y eso que cuando habían estado hablando en el bar, le había parecido casi una mojigata.

–Sí, fue ella. Y no ha dejado de perseguirme desde entonces.

Baxter esbozó una sonrisa ladeada.

–Supongo que eres muy bueno en la cama.

¿Había algo oculto tras aquella frase? Noah tenía la sensación de que así era, pero no podía averiguar por qué. ¿Qué era lo que estaba sintiendo Baxter hacia él exactamente? ¿Celos? ¿Envidia? ¿O encerraban alguna crítica aquellas palabras?

–Muy gracioso.

El timbre del teléfono se interrumpió, pero solo para recomenzar un segundo después.

–Tienes razón –dijo Baxter–. Es muy insistente. A lo mejor deberías contestar y decirle que no tienes ningún interés en ella.

–No quiero herir sus sentimientos. No me importa verla de vez en cuando.

Siempre y cuando fuera en compañía de otros. Estaba empezando a cansarse de aquellos encuentros sexuales que no significaban nada para él. Había comenzado a pensar que se estaba perdiendo una dimensión entera de la vida. En realidad, después de ver lo muy felices y enamoradas que estaban Gail, Cheyenne y Callie, tenía la certeza de que se estaba perdiendo algo importante.

–Por supuesto que no. Tú siempre estás dispuesto a pasártelo bien.

Noah estudió atentamente el rostro de su amigo, buscando cualquier cosa que le ayudara a interpretar correctamente aquella frase. Pero la expresión bondadosa de Baxter sugería que aquel comentario no encerraba ninguna acusación y Noah tuvo la sensación de que, por el bien de su amigo, era preferible dejarlo pasar.

–A ti también te gusta pasártelo bien, ¿verdad?

–Claro –le dijo.

Noah le quitó un cuenco de las manos.

–En ese caso, le diré que venga este fin de semana y traiga a una amiga.

Baxter le miró a los ojos. Estaban a solo unos centímetros de distancia y Noah volvió a experimentar aquella sensación extraña, pero se negó a ceder. No tenía por qué sentir nada raro. Se trataba de su mejor amigo.

–¿Por qué quieres que traiga a alguien? ¿Ahora te gustan los tríos?

–No, la amiga es para ti.

Noah le dio una palmada en la espalda y sonrió, esperando que Baxter rechazara el ofrecimiento. Era lo que hacía habitualmente desde hacía algún tiempo. Se excusaba diciendo que tenía que trabajar, que se había embarcado en un proyecto en casa o que tenía que salir del pueblo. Noah había comenzado a frecuentar más a Riley y a Ted, sobre todo si iba a haber alguna otra mujer presente.

Pero Baxter no le contestó en aquella ocasión con la típica excusa. Aunque no parecía tan contento como Noah pensaba que debería estarlo, aceptó.

–¿Por qué no?

–Entonces, ¿si ella puede, quedamos? –preguntó Noah sorprendido.

–Siempre y cuando no sea mañana por la noche. Mañana es el gran partido, ¿recuerdas?

Era la reunión de antiguos alumnos del instituto, pero eso no significaba ya lo que solía significar en otra época. Ya no iban nunca a los partidos de los viernes por la noche. Eran demasiado viejos como para frecuentar a la gente del instituto. Pero tenía que ir a aquel partido en especial. Él, junto con Cody y otros muchos amigos, incluyendo a Baxter, habían formado parte del equipo de rugby que había ganado la liga del Estado durante el último año de instituto. A los que todavía vivían en la zona, el director les había pedido que regresaran y participaran en el acto de entrega de una placa de recuerdo a Nobis, el entrenador, que estaba a punto de jubilarse y se mudaría a Arizona al cabo de unos meses. También iban a retirar el número de Cody del equipo. El padre de Noah acudiría al acto y diría algunas palabras sobre Cody, como alcalde y como padre, y se suponía que Noah tendría también que decir algo. Pero no tenía ninguna gana de hacerlo. Cody continuaba siendo un tema demasiado sensible para él. Odiaba hablar de la muerte de su hermano, sobre todo en público.

–Sí, ya lo sé. Te aseguro que no lo he olvidado.

Evidentemente consciente de su sarcasmo, Baxter le miró con atención.

–Le estás dando demasiadas vueltas. No tiene por qué ser tan terrible.

–No me apetece hablar de ello.

–Nunca hablas de ello.

–¿Por qué voy a tener que hacerlo? ¿Por qué todo el mundo quiere oír hablar de Cody?

–Ya han pasado quince años, Noah. ¿Cuánto tiempo piensas seguir retrasando el momento de enfrentarte a ello?

–¿De enfrentarme a ello? ¿Estás de broma? ¡Tengo que enfrentarme a ello cada día de mi vida! Lo que no quiero es regodearme en ello.

–Así que prefieres hablar de gente que no significa nada para ti. Como Lisa, por ejemplo.

–Claro, ¿por qué no?

Lisa era un tema mucho menos complicado. Había sido honesto con ella y no le debía nada. Pero Cody… Cody era una cuestión diferente. Con Cody tenía que preguntarse demasiadas cosas, con Cody había demasiados «¿y si…?». ¿Y si él hubiera ido a aquella fiesta? ¿Habría conseguido mantener a Cody a salvo? ¿Y si les hubiera contado a sus padres que Cody había estado consumiendo drogas? ¿Hubieran podido cambiar ellos la situación antes de que fuera demasiado tarde? ¿Habrían restringido sus salidas? ¿Le habrían obligado a quedarse en casa aquella noche? ¿Y qué habría pasado si nunca le hubiera enseñado a Cody la mina Jepson?

–¿Crees que deberíamos pedirle a Gail la cabaña para el sábado por la noche? –le preguntó.

Baxter vaciló un instante, pero permitió que Noah retomara el tema anterior sin quejarse.

–¿Te refieres a la mansión?

Una de sus mejores amigas, Gail DeMarco, se había casado con Simon O’Neal, uno de los actores más famosos del momento, que se había construido recientemente una cabaña en las montañas. La cabaña había costado ocho millones de dólares, pero para el matrimonio eso apenas era calderilla y los O’Neal se la prestaban a la familia y a los amigos.

–Podemos hacer carne a la parrilla y ver una película en la terraza –sugirió Noah.

–¿Llevamos algunas botellas de vino?

–Si quieres –contestó Noah, pero aquella sugerencia le sorprendió.

Por lo que él sabía, Baxter había dejado de beber. O, por lo menos, nunca bebía delante de Noah. Había comenzado a tomarse la vida más en serio, se había dedicado a ganar dinero para él y para sus clientes y había reformado su casa. Y después estaba el doloroso suceso de aquel verano, cuando estuvieron a punto de perder a Callie, otra de sus amigas, por culpa de una enfermedad hepática. Baxter se había entregado por completo a su amiga durante la mayor parte de aquel verano, incluso después de que un trasplante le salvara la vida. Probablemente iría a su granja aquel fin de semana, para ayudar con las reformas que estaban haciendo allí, siempre y cuando Callie no estuviera de luna de miel.

–Pero tú ya no bebes…

–No lo he dejado del todo –respondió Baxter–. Es posible que me divierta. No tengo nada que perder.

Aquel comentario le pareció a Noah tan extraño como todos los demás. Había en él un elemento de enfado, de dolor incluso.

–¿Qué se supone que significa eso?

Baxter sonrió.

–Significa que lo estoy deseando.

Si eso era verdad, ¿por qué Noah tenía la impresión de que pretendía decir todo lo contrario?