Capítulo 10

 

No era fácil verla desde donde se encontraba, oculto en las sombras del bar de los bocadillos, pero no podía salir de allí porque no quería que se fijaran en él. El hecho de que Adelaide Davies estuviera fuera de su casa, trotando por la pista de atletismo del instituto como si no le hubiera sucedido nada, le preocupaba. Había esperado causarle una mayor impresión.

¿Acaso no la había asustado lo suficiente?

Ni siquiera estaba seguro del daño que le había hecho. Aunque lo había intentado, no había sido capaz de verle bien la cara… no desde aquella noche. Había oído que estaba bien baqueteada. No había pretendido pegarla, pero cuando ella estuvo a punto de quitarse la venda, había entrado en pánico. Luego había empeorado las cosas al agarrarle el volante y hacerle chocar contra aquel muro. En ese momento tenía la camioneta en el taller de reparaciones. Había tenido que llevarla hasta Sacramento. Estaban respaldados, pero cuanto antes terminaran, mejor. El muro contra el que había chocado estaba muy cerca de la casa de Milly Davies. Si había dejado un rastro de pintura, y alguien decidía compararla con la de su vehículo, podría tener problemas. Pero ignoraba como podía quitar ese rastro de pintura, tratándose de una superficie porosa, y no se atrevía a intentarlo por miedo a que alguien le sorprendiera haciéndolo.

Con un suspiro, bebió un sorbo del café que había pedido antes de descubrir el vehículo de Adelaide en el cruce. Habían pasado quince años. ¿Por qué había tenido que volver?

Lo que había sucedido en aquella fiesta de graduación tal vez no había sido agradable, pero evidentemente se había recuperado. Era una mujer bonita, impresionante incluso, con moratones o sin ellos. Y ahí estaba, corriendo tan tranquila.

Estaba perfectamente.

Mientras que Cody…

–Hey, ¿qué tal? ¿Qué estás haciendo aquí?

Sobresaltado, se volvió para descubrir a Joyce Weatherby, una de las profesoras del instituto Eureka, que había sacado a su perro a pasear.

–Disfrutando simplemente del buen tiempo –dijo, y regresó a su coche antes de que pudiera encontrarse con alguien más.

 

 

–Y bien, ¿cómo está Addy, después de tanto tiempo?

La pregunta procedió de Ted Dixon, uno de los diez o más amigos con los que Noah quedaba los viernes por la mañana en la cafetería Black Gold. La mayoría se conocían desde la escuela primaria. Pero la dinámica estaba cambiando lentamente desde que la gente había empezado a casarse y a tener hijos. El grupo de aquel día era pequeño. Solo cinco, incluido él. Gail, Simon y sus dos hijos estaban en el norte de Alberta, donde Simon se hallaba trabajando en su última película. Callie y su flamante marido acababan de empezar su ligeramente retrasada luna de miel. Sophia DeBussi rara vez salía desde que Ted la había ofendido en el verano. Ni siquiera Cheyenne y Dylan, que se habían casado en febrero, habían acudido.

Con lo cual solo quedaban Riley, padre soltero; Eve, cuya familia era la dueña del hostal «encantado» Little Mary, donde Cheyenne y ella trabajaban; Kyle, el único miembro divorciado del grupo; y Baxter, el único miembro gay.

Si acaso era gay… Noah no pensaba preguntárselo. ¿Por qué habría de hacerlo? Eso le haría sentirse raro con todas las veces que se habían bañado juntos, dormido en su habitación tras una fiesta o duchado en el gimnasio.

–Se ha… rellenado –admitió con una sonrisa irónica.

Los otros rieron mientras Eve le daba un codazo.

–¡Increíble que te hayas fijado tú!

–¡Es obvio!

–¿Así que es guapa? –insistió Kyle.

Noah no estaba precisamente encantado con la pregunta. No quería estimular el interés de sus amigos solteros. Aunque no podía entender por qué, se sentía ya en inferioridad por lo que se refería a Addy.

–Quizá –añadió con un tono indiferente–. Es difícil de decir con tanto golpe y tanto moratón.

–No consigo recordarla –dijo Ted–. ¿Cómo es?

–Alta y delgada –respondió Noah–. Rubia, cabello ondulado. Hasta media espalda.

También tenía un trasero bonito, pero eso no iba a decirlo. Aunque no había pensado mucho en su trasero desnudo mientras le extraía las astillas, estaba empezando a sentir otra cosa.

–Debería haberse hecho modelo –dijo Eve–. ¿Cuánto mide? ¿Uno ochenta? ¿Uno ochenta y tres?

–Al menos uno ochenta y tres –repuso Noah–. Y es chef de cocina.

El barista llamó a Baxter por su nombre y él fue a buscar su té chai.

–¿Cuánto tiempo piensa quedarse? –preguntó Riley.

Noah se encogió de hombros.

–Ella me dijo que había venido a ayudar a su abuela. Supongo que se quedará hasta que sienta que ha hecho… lo suficiente.

Baxter regresó con su té y se reintegró en la conversación como si nunca se hubiera marchado.

–¿Se hará cargo del restaurante?

–No parece que vaya a despedir a Darlene, si es eso lo que quieres decir –no se atrevía a decir más en caso de que Addy no le hubiera dejado claro todavía su deseo a Milly.

Ted sorbió su capuchino, arruinando el corazón perfecto que el barista había dibujado en la espuma.

–¿No está casada?

Noah no estaba seguro de que Addy quisiera que todo el mundo supiera lo de su divorcio. De cualquier forma, optó por un sencillo «no».

Eve introdujo una pajita en su zumo de naranja.

–Hay hombres que se dejan intimidar por las mujeres altas. Ni se atreven a pedirles que salgan con ellos.

Noah no se sentía nada intimidado. Le encantaban las mujeres altas, sobre todo si se mostraban confiadas en su propia estatura. Pero él siempre había sido alto, así que quizá fuera ese el motivo.

–¿Te acuerdas de ella? –le preguntó a Eve.

–Hicimos Cálculo juntas –dio un mordisco a su magdalena de salvado–. Es inteligente, eso te lo aseguro. A menudo ayudaba a los alumnos que no iban bien. La profesora me la recomendó, y resultó que la habían autorizado a saltarse dos cursos cuando estaba en octavo.

–¡Entonces debería haberse graduado con nosotros! –exclamó Riley.

–¿Por qué no lo hizo? –quiso saber Ted.

Eve hizo un montoncito con las migas de su magdalena.

–Le estaban pasando muchas cosas en aquella época.

–¿Como cuáles? –Noah se sentía más curioso de lo que le habría gustado.

–Su madre era una mujer… mimada y caprichosa. Addy se avergonzaba de su comportamiento. Y detestaba también sentirse menos importante que todas aquellas otras cosas de las que se ocupaba su madre. Simplemente quería llevar una vida convencional y pasar por el instituto como la mayoría de la gente.

Riley apoyó los codos sobre la mesa.

–¿De qué clase de «cosas» se ocupaba su madre?

–Hombres, en su mayor parte –Eve bajó la voz para que los otros clientes no pudieran escucharla–. Dejaba a Adelaide con Milly durante periodos de tiempo cada vez más largos. La situación llegó a un punto en que la madre solo volvía al pueblo después de una ruptura o cuando estaba deprimida.

–¡Hola!

Alzaron la mirada para ver a Olivia y a Brandon acercándose a la mesa, y en seguida les hicieron hueco. Olivia y Brandon no habían formado parte del grupo original, pero últimamente habían empezado a acudir los viernes. Noah dudaba que su presencia fuera del particular agrado de Kyle. Aunque había sido él quien había estropeado su relación con Olivia y se merecía haberla perdido, había estado enamorado de ella desde que Noah tenía memoria, y en ese momento ella estaba con su hermanastro.

A pesar de ello, Kyle no parecía odiar a Brandon tanto como le había odiado cuando eran pequeños. Noah estaba seguro de que había sido Kyle quien había invitado a la pareja a aquel ritual semanal.

–¿Cómo está Adelaide, Noah? –Olivia tomó asiento mientras Brandon fue a pedir sus consumiciones–. He llamado dos veces a Milly, pero estaba comunicando en las dos ocasiones.

–Yo les estaba hablando de su madre –le informó Eve.

Olivia esbozó una mueca.

–La señora Simpson… creo que ese era su nombre antes de sus dos o tres matrimonios… no era como para que alguien se sintiera orgulloso de tenerla como madre. Addy siempre prefirió a Milly.

Brandon volvió y se sentó en el borde de su silla, dado que tendría que volver a levantarse cuando su orden estuviera lista.

–¿Estamos hablando de Adelaide?

–¿Acaso no está hablando todo el mundo de ella, después de lo que le sucedió? –inquirió Eve.

–¿Qué pasa con ella? –preguntó él.

–Eso es lo que estamos intentando averiguar –repuso Riley.

–Si quería tanto a Milly, ¿cómo es que estuvo fuera tanto tiempo? –inquirió Baxter–. No creo que volviera ni siquiera una vez en todos estos años desde que se marchó.

–Si lo hizo, yo no la vi –dijo Eve.

Noah estiró las piernas.

–¿Vosotras no mantuvisteis el contacto?

–¿Nosotras? La verdad es que no. No nos conocíamos tanto –le arrojó el envoltorio de papel de su pajita–. Yo pasaba la mayor parte del tiempo con vosotros, chicos.

Olivia usó una servilleta para limpiar unas cuantas gotas de leche de la mesa.

–Probablemente Addy y yo éramos mejores amigas, dado que estábamos en la misma clase. En un momento determinado estuvimos muy unidas, pero luego ella… cambió.

Recogiendo las piernas, Noah se irguió en su asiento.

–¿En qué sentido?

–Se volvió callada, reflexiva, difícil de acceder. No sé, ella simplemente… se cerró en banda. Las dos nos graduamos y nos marchamos a la universidad, y apenas volví a saber de ella desde entonces.

–¿Sabes dónde estuvo trabajando antes de venir aquí?

Olivia parpadeó asombrada.

–¿Lo sabes tú?

–No. Me gustaría averiguarlo.

–No tengo la menor idea –dijo ella–. ¿Por qué te importa tanto?

Noah quería descubrir por qué la habían atacado, y por qué ella estaba tan decidida a minimizar aquel ataque. Y dado que era nueva en el pueblo, pensó que esas respuestas podrían derivarse de lo que había estado haciendo antes.

–Simple curiosidad.

–Supongo que tendrás que preguntárselo a ella –dijo Eve–. No parece que mantuviera el contacto con nadie.

Noah asintió como si esa fuera una posibilidad, y la conversación pasó a girar sobre Riley. Riley había recibido otra carta de la madre de su hijo Jacob. Phoenix había estado en prisión durante la vida entera de su hijo. Incluso había renunciado a él, momento en que Riley y su familia habían asumido la custodia.

–Ojalá me dejara en paz –comentó con una mueca.

Ted arqueó una ceja.

–¿Le has pedido que lo haga?

–Sí. Ella dice que si se mantiene en contacto conmigo es únicamente por Jacob. Jura que ha cambiado, que será una buena madre, que simplemente quiere saber de su hijo.

Noah se alegraba de que Dylan no estuviera allí hoy. Él se quedaba callado cada vez que se hablaba de Phoenix, porque podía identificarse demasiado bien con los temores que sentía Riley. El padre de Dylan llevaba en prisión todavía más años que Phoenix y, si le concedían la libertad condicional, estaría fuera para el próximo verano.

–¿Y tú no te fías? –preguntó Baxter.

Riley tardó un segundo en responder.

–Hasta cierto punto, sí. Quiero decir… Yo me sentiría igual si estuviera en su lugar.

–No puedes juzgar la situación según cómo te sentirías tú –le aconsejó Ted–. Ella podría estar utilizando a Jacob como excusa para volver a acercarse a ti.

–No –Riley sacudió la cabeza–. Lo que tuvimos ocurrió hace mucho, cuando estábamos en el instituto, e incluso entonces fue algo breve. Estoy seguro de que ella lo ha superado, sobre todo después de tanto tiempo. ¿Cuánto tiempo estuvimos juntos? ¿Unas pocas semanas?

Ted arrojó a un lado un sobre vacío de azúcar.

–El suficiente para que se obsesionara contigo y atropellara a la siguiente chica con la que saliste.

Riley se pasó una mano por el pelo.

–Estaba muy confusa. Estaba embarazada, y no me lo había dicho ni a mí ni a nadie.

–Eso no es excusa –señaló Ted–. Ella ya era diferente en aquel entonces, y puede que continúe siéndolo. Tienes que recordar que la prisión no es ninguna cura para alguien que no está bien de la cabeza.

–Cierto –dijo Brandon–. La mayoría de la gente se vuelve peor cuando entra allí.

–Me doy cuenta de ello –concedió Riley–. Pero… ella se arrepiente de lo que hizo. Se ha disculpado un millón de veces. En cada carta.

En ese momento llamaron a Brandon, que se dirigió al mostrador a recoger su orden.

–¿Y cambia eso algo? –le preguntó Ted a Riley.

Riley hundió su cuchara de plástico en el yogur.

–No estoy seguro de que cambie nada. Ese es el problema. Yo no quiero ser injusto ni cruel, pero… ojalá se vaya a cualquier otra parte cuando salga. No me creo que pueda ser bueno para Jacob que de repente aparezca en su vida alguien con su historial, incluso aunque sea su madre. Sobre todo si es su madre.

Olivia parecía la más compasiva de todos, pero ella no había sido tan amiga de Riley como los demás cuando sucedió todo aquello.

–¿Jacob quiere conocerla? ¿Le ha estado escribiendo?

–Lo haría quizá si yo le entregara las cartas. Pero… tengo miedo de hacerlo –se meció hacia atrás en su silla, balanceándose hacia la pared que tenía detrás–. Quiero decir que… Ted tiene razón. ¿Y si sigue tan desequilibrada como lo estaba hace quince años?

–¿Y si está peor? –dijo Kyle.

Kyle sabía algo de mujeres desequilibradas. Había estado casado con Noelle, al fin y al cabo. Pero nadie iba a mencionárselo delante de la hermana de Noelle. Olivia no se llevaba bien con su hermana, pero seguían siendo familia.

Brandon ofreció un beigol a su mujer, y ella le lanzó una deslumbrante sonrisa, una que venía a decirle que seguía queriéndolo tanto como el día en que se casaron.

Kyle acusó el efecto. Desvió la mirada, carraspeó y le preguntó a Riley por lo que sus padres pensaban de la situación.

–No quieren saber nada de ella –Riley volvió a posar su silla sobre sus cuatro patas–. Y yo siento que tienen derecho a opinar, dado que fueron ellos los que estuvieron cuidando a Jacob durante su primer año. Yo entonces era demasiado joven, no sabía qué hacer con un bebé. No habría salido adelante sin su ayuda.

Olivia tomó a su marido del brazo.

–¿Y Phoenix saldrá en libertad este verano?

–Eso si no se mete en otra pelea y tiene que cumplir más tiempo.

Brandon acababa de dar un mordisco al beigol de su mujer.

–¿Se pelea?

–Dice que la última vez la provocaron, pero… ¿quién sabe? –gruñó Riley.

–Supongo que la moraleja de todo esto es: ten cuidado con quién te acuestas –dijo Ted, irónico.

A Riley no le gustó el comentario.

–Gracias por tu consejo, quince años después del suceso, Ted. Pero tenía diecisiete años cuando cometí aquel error. Eso solo son tres más de los que tiene Jacob ahora. En cualquier caso, sinceramente no puedo arrepentirme de haberle dado la vida.

Eve le sonrió.

–Por supuesto que no. Todos adoramos a Jacob.

–Jacob fue casi lo único bueno que salió de aquel año –comentó Baxter.

Habían perdido a Cody poco después de que Phoenix atropellara y matara a Lori Mansfield con el coche de su madre. Noah sabía que Baxter se estaba refiriendo a la muerte de su hermano, pero no le gustó el recordatorio. Como tampoco le gustó la manera en que todo el mundo se volvió hacia él, mirándolo con expresión compasiva. Sintió la tentación de fingir que no había oído a Baxter, pero todos estaban esperando que hiciera algún comentario.

–Cuesta creer que hayan pasado quince años –murmuró–. Parece como si hubiera ocurrido ayer.

–Lo sé. Jacob ha crecido tan rápido… –dijo Riley–. O quizá yo tenga esa sensación porque sigo sin estar casado –añadió con una risa débil.

Eve se retorció un rizo de su sedoso cabello oscuro.

–Yo también he estado escuchando el tictac de mi reloj biológico. Como grupo, llegamos demasiado tarde al sacramento del matrimonio.

–Quizá yo me alegre de no haber formado siempre parte del grupo –se burló Olivia.

Noah habría podido replicarle que ella solamente llevaba casada muy poco tiempo, pero Eve le distrajo agarrándolo del brazo.

–Es ella, ¿verdad?

Se giró para ver quién acababa de entrar en la cafetería y descubrió a Adelaide. Llevaba unas gafas de sol, probablemente para esconder su ojo morado porque fuera no hacía tanto sol, y un conjunto de jogging. Tanto su ropa como su pelo estaban húmedos, lo que sugería que había estado ejercitándose, pero llevaba un ordenador portátil en la mano.

–Es ella –confirmó Olivia–. No había esperado verla fuera tan pronto.

Riley silbó por lo bajo.

–A mí me parece que se ha recuperado muy bien.

Noah no respondió. Addy se quedó sorprendida cuando lo vio. Por un segundo, llegó a pensar que daría media vuelta para volver a salir por la puerta. No se había mostrado muy contenta cuando él la acorraló para que le invitara a cenar la semana siguiente. Se había sentido mal por ello, pero no lo suficiente para cancelar la cita.

En lugar de marcharse, como parecía tentada de hacer, desvió la mirada y se aproximó al mostrador.

Ted se inclinó hacia un lado, esperando obviamente verla mejor.

–Es verdad que es guapa.

Noah le miró ceñudo, y también a Riley.

–Que no se os ocurra.

–¿Estás interesado tú? –le preguntó Ted.

–Por supuesto que está interesado –gruñó Baxter–. Todavía no se ha acostado con ella.

Noah le fulminó también con la mirada, pero por una razón completamente distinta. Aquel comentario había sonado muy… celoso.

–Vamos, Noah –Riley le guiñó un ojo–. Yo podría impedir que le rompieras el corazón al liarse contigo.

–¡Yo no voy a romperle el corazón! –dijo. Pero tenía el horrible presentimiento de que ella podía ser la chica que le rompiera el suyo.

 

 

¡Ay! ¿Cómo podía haberse olvidado?

A Addy le entraron ganas de darse de bofetadas. Noah le había mencionado que se reunía con sus amigos los viernes en la cafetería. Ella no había sabido a qué hora, por supuesto, o cuánto tiempo solían quedarse, pero si hubiera pensado que existía una mínima posibilidad de encontrarse allí con él, nunca se habría detenido en la cafetería Black Gold.

Quizá se habría acordado si él hubiera sido la única cosa que tenía en mente. No necesitaba decirlo, pero no era así. Había ido a correr a la pista del instituto, allí donde había mucha gente. Había pensado que quizá eso le haría sentirse a salvo, pero había estado mirando por encima del hombro durante todo el tiempo, temiendo que el hombre que la había secuestrado pudiera acercarse nuevamente a ella. En principio no habría salido de la casa, ya que parte de su ser quería hacer un agujero en la tierra y esconderse allí, al menos durante el día, cuando se sentía tan expuesta… pero se negaba a que los hombres que la habían violado limitaran su vida hasta ese punto. Necesitaba establecer una rutina normal, sobre todo si iba a estar allí por un tiempo. Cuanto más lo retrasara, más reticente se volvería a moverse en público.

No era fácil seguir adelante como si nada hubiera pasado. Tenía que soportar preguntas, expresiones de sorpresa y alarma de casi todos aquellos con los que se topaba. Y ver a Noah no había hecho más que empeorar aquella tensa mañana. Tenía tan buen aspecto sentado allí… Estaba muy guapo, demasiado… al menos para ella. No quería admirarlo. ¿Qué importaba que fuera guapo? ¿O bondadoso? Él no podía formar parte de su vida. Si lo aceptaba, aunque fuera como amigo, sería un constante recordatorio de todo aquello que se estaba esforzando por olvidar.

Para no hablar de lo traicionado que se sentiría él si llegaba a descubrir alguna vez cómo había muerto realmente su hermano.

Teniendo buen cuidado de evitar su mirada, ignoró a Noah y a todos los que le acompañaban, acariciando su portátil mientras esperaba su café con leche. Se había llevado su ordenador, esperando echar un vistazo a la web www.SkintightEntertainment. Pero en ese momento ni siquiera iba a sentarse, y mucho menos a conectarse a Internet. Solo quería recoger su café con leche y marcharse, salir de allí antes de que tuviera que ponerse a hablar con Noah o con cualquier otro.

«Vamos, vamos…», rezaba para sus adentros, pero el barista no terminaba nunca de preparar su orden. Hasta que de repente descubrió a Olivia Lucero y a Eve Harmon junto a ella.

–Addy, qué alegría verte de nuevo –dijo Olivia.

Fingiendo alegrarse de verlas, Addy se volvió y tuvo que soportar dos abrazos… muy incómodos ya que seguía agarrando su portátil y su bolso.

–Gracias. Es… es bueno volver a casa –mintió.

Eve le lanzó una sonrisa compasiva.

–Lamento lo que te pasó.

Addy miró a ver si el barista había terminado de preparar su bebida. Aún no. ¿Cuánto tiempo podía llevar hacer un simple café con leche?

–Un poco loco todo, ¿verdad?

–¡Mucho más que eso! –exclamó Eve–. Sobre todo aquí. Ese tipo de cosas no pasan en Whiskey Creek.

Ella deseó que ese fuera realmente el caso.

–Al menos… al menos no resulté seriamente herida –ya había dicho los mismos tópicos varias veces antes. Era la única manera de satisfacer a todo el mundo y, según esperaba, volver a la normalidad.

–Seguro que te alegras de que Noah estuviera allí para ayudarte –comentó Eve.

Addy se ordenó no mirarlo, pero su mirada voló en la dirección de Noah a pesar de sí misma. No se había levantado. Simplemente la estaba mirando desde el otro lado de la sala, pero eso bastaba para provocarle la antigua inquietud en el estómago. Había estado tan segura de que lo había superado, de que la sensación de derretimiento que siempre había experimentado cuando él estaba cerca no podía sobrevivir a lo que Cody le había hecho…

Aquello no era en absoluto cierto.

–Sí, fue… muy amable.

Olivia suavizó su tono de voz.

–Espero que atrapen al tipo que… que te hizo daño. Se merece que le encierren. Es horrible pensar que hay un violador suelto por el pueblo.

–¡Él no me violó!

Se dio cuenta de que había puesto demasiado énfasis en la frase cuando Olivia se apresuró a tranquilizarla.

–Lo sé. Pero era esa su intención, ¿no?

–Resulta difícil saber lo que quería –deseando poder marcharse, Addy recogió su bolso y accidentalmente se le cayó la cartera que había sacado.

Eve se la recogió y se la devolvió.

–La navaja que encontró el jefe Stacy debería ayudar… si es que pueden descubrir a quién pertenece.

Addy cerró la cartera y se la guardó en el bolso.

–Ya saben a quién pertenece.

Olivia abrió mucho los ojos.

–¿De veras?

–No han tardado mucho –dijo Eve–. ¿De quién es?

Addy decidió que bien podía compartir la noticia. Terminaría circulando por el pueblo tanto si lo decía como si no.

–De Aaron Amos.

–¿Aaron Amos? –Eve se tapó la boca.

–¿Lo sabe Dylan? –Olivia se volvió para mirar a sus amigos antes de darle un codazo a Eve–. Quizá sea por eso por lo que Cheyenne y él no han venido esta mañana.

–Sé que Aaron ha tenido… problemas y que Dylan ha estado preocupado por él –dijo Eve–. Pero seguro que él no…

–No –les aseguró Addy–. No fue Aaron. Quiero decir… la navaja era suya. Él lo ha admitido. Pero no fue él quien me atacó.

–¿Estás segura?

Abrazaba su portátil con tanta fuerza que se estaba lastimando los bíceps.

–Totalmente. La guardaba en su camioneta. Alguien debió de habérsela robado.

Olivia parecía todavía más estupefacta.

–Guau, yo imaginaba que sería una… una agresión espontánea, una cosa del momento. De alguna manera eso es menos aterrador que pensar que alguien, alguien que probablemente conozcamos, lo planeó todo.

–Robar un cuchillo para cometer un crimen, echándole la culpa a otro… eso requiere mucho cálculo –convino Eve.

–Echarle la culpa a Aaron no sería tan difícil. Su reputación le convierte en un objetivo fácil –dijo Addy.

–Sobre todo si era fácil apropiarse de su navaja –dijo Olivia–. ¿Cómo sabes que no fue él?

–Estaba con Shania Carpenter.

Eve retrocedió un paso.

–¿Shania? ¿Por fin ha renunciado a Noah?

–¿Ella estaba detrás de Noah? –inquirió Addy.

–Sí, ya que no estaba Cody –le dijo Eve.

Olivia se mostró perpleja.

–¿Así que Aaron y Shania están juntos ahora?

Addy negó con la cabeza.

–Yo no tengo esa impresión.

–Me alegro de que tenga una coartada –dijo Eve–. Y estoy segura de que Dylan y Cheyenne estarán también contentos. Pero… si no fue Aaron quien te agredió… ¿quién fue?

–La policía continúa investigándolo.

Por fin, el barista se volvió para dejar su café con leche sobre el mostrador.

–Aquí tiene –le dijo con una sonrisa.

–Gracias –lo recogió y se dispuso a marcharse, pero Olivia le bloqueó el paso.

–Hey, ¿por que no te reúnes con nosotros? Nos encantaría hablar contigo. Noah nos estaba diciendo que le gustaría saber dónde trabajaste antes de venir aquí. Quizá puedas contarnos qué es lo que has estado haciendo durante todos estos años.

Sus ojos volaron de nuevo al grupo de la mesa.

–¿Que Noah quería saber qué?

Olivia pareció darse cuenta de que había dicho algo que no debería.

–Todos sentimos curiosidad por saber cómo te ha ido y lo que has estado haciendo. Te hemos echado de menos.

Addy carraspeó.

–Sois muy amables. Y… y me encantaría reunirme con vosotras, pero… ¿quizá en otra ocasión? –señaló el único brazo que podía mover para señalar su ropa–. Miradme. He estado corriendo y… necesito ducharme.

–Oh, de acuerdo –Olivia asintió y aparentemente escogió no mencionarle que llevaba el portátil, lo que indicaba que había planeado quedarse en la cafetería, al menos lo suficiente para revisar su correo electrónico–. No hay problema.

–¿Qué tal la semana que viene? –presionó Eve–. Venimos aquí cada viernes.

Addy sujetó la taza contra su cuerpo con su mano libre y empezó a retroceder hacia a puerta.

–Claro, solo que… para entonces ya estaré ayudando en el restaurante. Es a eso a lo que he venido. Pero… vendré si puedo.

Empujando la puerta con la espalda, alzó el mismo brazo en lo que habría sido un saludo si hubiera tenido la mano libre y se giró hacia el coche. Pero en su apresuramiento por salir, estuvo a punto de tropezar con alguien que entraba.

Y cuando levantó los ojos hacia el rostro del hombre, le reconoció.