Capítulo 13

 

Era tarde, pero Addy no podía dormir. El jefe Stacy había pasado por su casa en cuanto volvieron del partido. Había querido informarle de lo ambiguo de la declaración de Shania respecto a la noche en la que ella había sido secuestrada. Actuaba como si estuviera decidido a confirmar la responsabilidad de Aaron, pero Addy continuó insistiendo en que no había sido él. Para cuando Stacy se marchó, Addy sabía ya que la falta de una coartada sólida para Aaron no era base suficiente para que el jefe de policía le arrestara. Pero el hombre no había renunciado. Estaba buscando pruebas, concentrado en el hermano de Dylan.

Su determinación la inquietaba.

Y, por si todo aquello fuera poco, continuaba pensando en la imagen de Noah en el estrado desnudando su alma ante todo el mundo. Al igual que Baxter, Addy había estado absolutamente pendiente de cada una de sus palabras y experimentado mucha más empatía de la que le habría gustado sentir cuando, al final, Noah había conseguido expresar lo mucho que quería y echaba de menos a su hermano.

Tras abandonar el escenario, Noah se había dirigido a la salida como deseoso de alejarse de allí. Su padre había intentado detenerle, pero él se había abierto paso entre sus progenitores y había continuado avanzando. Addy había comprendido entonces que estaba avergonzado, y quizá también un poco enfadado por el hecho de que le hubieran pedido que hablara de una pérdida que le afectaba de manera tan profunda.

Al final, cuando la angustia se había disipado, Addy había sentido compasión por él. Verlo tan vulnerable le había hecho bajar las defensas, le había hecho desear protegerlo. ¡Como si ella pudiera! Y, curiosamente, también le habían entrado ganas de consolarlo.

Pero el que estaba hablando allí era su antiguo enamoramiento. En realidad, necesitaba alejarse de Noah. Teniendo en cuenta la compleja naturaleza de su situación, era preferible que no mantuvieran ninguna clase de contacto.

Y, aun así, iba a venir a cenar a casa ese fin de semana.

A no ser que cancelara la cita.

Sí, a lo mejor la cancelaba.

Cansada de dar vueltas en la cama, se levantó y se acercó a la ventana. Su abuela mantenía la casa tan caliente que apenas se podía respirar. Pero no pensaba abrir la puerta. Pensó en abrir una rendija de la ventana como alternativa, pero tampoco se atrevió. Al final, se conformó con contemplar el jardín, sintiéndose prisionera, al borde de la claustrofobia y…

Advirtió un movimiento en los escalones que conducían a su puerta, y la oleada de adrenalina que se desató en su interior estuvo a punto de hacerla caer de rodillas. Aquella oscura sombra tenía que pertenecer a un ser humano.

Había alguien en el jardín. ¿Pero quién podía ser? ¿El hombre que la había secuestrado? ¿Habría decidido regresar con nuevas amenazas? ¿O pretendería acabar definitivamente con ella?

No había sido capaz de mantener el secuestro en secreto. Ella había hecho todo lo posible para restarle importancia, pero a pesar de todos los detalles que había ocultado, en todo el pueblo seguía hablándose de lo ocurrido.

Seguramente a su secuestrador no le hacía ninguna gracia.

Era un hombre. Lo sabía por su tamaño y por su forma de caminar, pero no era capaz de identificarle en medio de la oscuridad. Ni siquiera podía distinguir sus facciones.

El hombre subió al porche y Addy se tapó la boca para sofocar un grito al ver que intentaba mirar por la ventana. Parecía estar mirándola directamente a ella, algo que la dejó helada por dentro. Pero no, no podía ver nada. La habitación estaba más oscura incluso que el jardín.

Addy retrocedió y buscó el teléfono. No quería llamar a la policía. No quería seguir teniendo problemas. Lo único que quería era poner en orden todos los asuntos pendientes de su abuela para poder marcharse a Davis. No quería que volvieran a convertirla en víctima. No, si podía evitarlo.

Antes de que hubiera podido llegar a la mesita de noche en la que había dejado cargando el teléfono, oyó que llamaban suavemente a la puerta.

Vaciló un instante sin saber qué hacer. Dudaba de que alguien que quisiera hacerle daño llamara a la puerta. Pero, ¿no sería una estupidez abrir y descubrir que estaba equivocada?

–¿Adelaide?

La voz era apenas lo suficientemente alta como para que pudiera oírla. Evidentemente, quienquiera que estuviera llamando a la puerta no quería despertar a su abuela, algo bastante improbable teniendo en cuenta su deficiencia auditiva. Como estuviera profundamente dormida, ni siquiera un grito podría despertarla.

Addy agarró el teléfono y marcó el número de la policía, pero no presionó el botón de llamada. Quería estar preparada por si acaso. Después, se acercó sigilosamente a la puerta.

–¿Quién es?

–Si te lo digo, me temo que no abrirás, pero no pretendo hacerte ningún daño, te lo juro. Llevo mucho tiempo queriendo hablar contigo. ¿Podrías… podrías confiar en mí lo suficiente como para concederme un par de minutos?

–No, no voy a abrir la puerta.

–Por favor….

–Dime quién eres y lo que has venido a decirme. Te oigo perfectamente.

–Soy Tom, Addy. Te… te vi antes en el partido, pero no me atreví a acercarme a ti.

–Hiciste bien.

–Lo sé. Pero… durante todos estos años, he pasado mucho tiempo pensando en lo que pasó en aquella fiesta de graduación. No me puedo creer lo que hice. No dejo de preguntarme en lo que pasaría si alguien le hiciera algo parecido a alguna de mis hijas.

Parecía sinceramente consternado.

Addy clavó la mirada en el suelo.

–Si les pasara algo así a tus hijas, ¿qué te gustaría que les hicieran a sus agresores?

–Me gustaría que les castraran, que les metieran en prisión. Ni siquiera puedo imaginarme lo furioso que estaría. Y eso mismo es lo que nos merecíamos nosotros. En cambio, Cody fue el único que pagó por lo ocurrido, y a un precio muy alto. Siempre he atribuido su muerte a una especie de… de justicia divina. Pero los demás nos libramos de cualquier tipo de castigo. ¿Por qué no nos denunciaste a la policía?

¿Cómo podía explicarlo? Lo que había sentido después de aquella noche era tan complejo que ni siquiera estaba segura de comprenderlo ella misma. Una parte de ella se negaba a actuar porque se avergonzaba de lo ocurrido y otra parte se sentía responsable de su propio destino. Su abuela le había ordenado que no acudiera a esa fiesta, pero aun así, ella se había escapado de casa. Si le hubiera hecho caso, si no hubiera estado en aquella fiesta, no se habría rendido a los intentos de seducción de Cody. Le había parecido que Cody se había sentido atraído hacia ella. No fue hasta que él intentó meterle la lengua en la boca que ella le puso freno. Addy admiraba su físico, pero no había tardado en darse cuenta de que el hecho de que fuera físicamente idéntico a Noah no significaba que fuera como él.

Si hubiera sido capaz de guardar las distancias con Cody, si se hubiera alejado de él tras darse cuenta de que estaba drogado, aquella noche ¿habría terminado de una manera diferente?

Probablemente. Aquello era algo que le costaba asumir. Ni siquiera podía describir la repugnancia y el sentimiento de culpabilidad que todo aquello le inspiraba. Quizá no fuera algo muy racional. En ningún momento había dado su consentimiento a lo que le habían hecho Cody y sus amigos. Pero aquello no aliviaba en nada la carga de su culpa.

Y el sentimiento de culpa solo era una parte del problema. ¿Y si nadie la creía? ¿Y si los padres de todos aquellos chicos formaban un frente unido y el pueblo entero se volvía en su contra? Podían fácilmente argüir que tenía problemas emocionales, o que había sido rechazada por alguno de los chicos a los que estaba acusando. Addy no había querido que la diseccionaran públicamente. Como tampoco había querido avergonzar a su abuela, o ponerla en una situación en la que ella se hubiera visto obligada a defender a su nieta. Enfrentarse a unas familias tan importantes habría perjudicado también a su negocio.

En resumidas cuentas, su abuela no se merecía el dolor y los problemas que toda aquella historia le habría causado. Ya había sufrido suficiente con su hija. Y siempre cabía la posibilidad de que si contaba lo ocurrido, Kevin y los demás tomaran represalias y le hicieran todavía más daño del que le habían hecho ya.

Lo único que había querido era marcharse. Que era lo mismo que quería en aquel momento. Odiaba particularmente la idea de que alguien averiguara que ella era la razón por la que Cody no había regresado a casa aquella noche. ¿Qué pensaría Noah de ella entonces?

–Me sentía tan dolida y humillada que no sabía qué hacer –le dijo.

–Lo siento. Me gustaría que lo supieras. Y que, incluso en el caso de que decidas denunciar, continuaré lamentando lo ocurrido. No querría que le sucediera a nadie lo que te ocurrió a ti. Me cuesta incluso creer que yo fuera capaz de participar en algo así. Supongo que me dejé llevar por el calor del momento. En realidad, yo no soy así.

Adelaide apoyó la cabeza en la puerta.

–¿Eso es cierto?

–Absolutamente cierto.

–¿Entonces por qué no lo dijiste entonces?

Tom se rio con amargura.

–¿No es obvio? Soy un cobarde. Durante todos estos años, he vivido aterrado por la posibilidad de que alguien pudiera enterarse, de que mi esposa… –se le quebró la voz–. ¡Dios mío! ¿Qué diría mi mujer si se enterara? Me dice constantemente que soy un buen hombre, lo que hace que me sienta como un impostor. Quiero decir, no quiero que los demás sepan lo que ocurrió, pero aun así, a veces me odio de tal manera a mí mismo que me muero de ganas de decirlo. ¿Tú crees que tiene sentido?

Addy no contestó, pero Tom continuó de todas formas:

–A veces me pregunto si no será más difícil vivir cargando con esa mentira que ser castigado por la verdad. A veces pienso en la posibilidad de calmar mi conciencia y me digo que eso es lo que tengo que hacer. Que esa es la única manera de superar el pasado –sacudió la cabeza–. Pero entonces pienso en la gente a la que haré sufrir. Gente como Noah. Le destrozaría enterarse de lo que hizo su hermano aquella noche. Destrozaría a toda su familia. Hay actos que tienen demasiadas repercusiones.

Addy abrió una rendija de la puerta. Al otro lado vio a un hombre de su misma altura y unos ochenta kilos que había comenzado a perder el cabello. Llevaba gafas. Addy no le habría reconocido si se hubiera cruzado con él en la calle. Tenía la cabeza gacha y parecía deprimido y avergonzado.

–¿Noah… no sabe nada de lo que pasó? –le preguntó Addy.

–No. Y, por lo que yo sé, nadie lo sabe. Sería una gran sorpresa. La comunidad entera quedaría impactada.

–¿Crees que sería un duro golpe para Noah?

–No lo creo, lo sé.

Ella también. Y no quería que él sufriera.

–¿Por qué no se ha casado?

–¡Casado! Nunca ha tenido una novia estable. Tiene un problema con los compromisos, o algo parecido. Salta de una chica a la siguiente. Nosotros nos burlamos de él por eso todo el tiempo. No le gusta que le digan que es un donjuán, pero… la verdad es la verdad.

Un problema con los compromisos. Ella también lo había percibido.

–Después de violarme, ¿cuánto tiempo tardaste en conocer a tu esposa?

–Después de violarte –repitió en un susurro, como si escuchar aquellas palabras le hubiera cortado la respiración.

Ella no suavizó su efecto.

–Cinco años.

–¿Y eres feliz?

–¿Realmente quieres saberlo? –removiéndose incómodo, se rascó la cabeza–. Todavía no me creo lo maravilloso que es… saber que tengo una gran esposa, aunque no me la merezca.

Addy no estaba segura de lo que aquello le hacía sentir a ella. La antigua furia surgía de vez en cuando, pero la mayoría de las veces no le hacía caso. No podía seguir adelante con su vida, no podía curarse si seguía quemándose en el resentimiento.

–¿Quién me arrastró hasta la mina la otra noche?

Irguiéndose, la miró.

–¿No fue Aaron?

–Por supuesto que no. Tuvo que ser uno de vosotros.

–Admito que llegué a preguntármelo. Pero no tengo ninguna pista. Kevin, Derek, Stephen y yo nos vemos de cuando en cuando. Pero no hablamos de lo de aquella noche. Nunca.

–¿Pudo haber sido Kevin?

Tom pareció genuinamente inseguro.

–Kevin tiene familia, también. Y le encanta su trabajo. Como yo, probablemente se arrepiente de lo sucedido aquella noche e intenta olvidarlo.

–¿Y los otros dos?

Alzó las manos como para indicar que no tenía ni idea.

–Quizá fuera Stephen.

–¿Por qué él?

–Está divorciado, amargado. La vida no le ha salido como esperaba. Jugaba en las ligas menores… no sé si lo sabías.

–No me ocupé de seguir su trayectoria.

–Ya, bueno, le llamaron para las ligas mayores al cabo de un par de años. Tenía un brillante futuro por delante. Pero luego se rompió el manguito rotador y ya nada fue lo mismo. Sus aspiraciones en el béisbol profesional terminaron antes de que llegara a jugar un solo partido –se frotó el cuello–. No creo que haya superado siquiera esa decepción. Siempre está hablando de eso.

Addy no sentía lástima alguna por Stephen. Había sido el peor de los cinco. La violación originalmente había sido su idea. Pero nada habría sucedido si no hubiera intervenido Cody. Stephen no había tenido su tirón entre sus compañeros de equipo.

–¿Cómo se gana la vida? –preguntó ella.

–Trabaja para Kyle Houseman, haciendo paneles solares.

–¿Tiene hijos?

–Dos, pero viven con su exesposa en alguna otra parte.

Addy mantenía un dedo sobre el botón de llamada de su móvil, pese a que dudaba ya que estuviera en peligro.

–¿Y Derek?

–Y Derek no es nada del otro mundo, pero… no creo que se atreva a hacerte daño.

–Ya lo hizo –declaró, rotunda.

Él esbozó una mueca.

–Quiero decir… de adulto. Ahora. En estos días.

–¿Sabes algo de una web con la dirección www.SkintightEntertainment?

–No. ¿Por qué?

–Pensé que Derek podía estar relacionado con ella.

–Es posible. Trabaja en casa, haciendo páginas web, optimizándolas, ese tipo de cosas, pero… le cuesta salir adelante.

–Noelle Arnold dice que está haciendo un calendario.

Tom estiró los músculos del cuello.

–Lo he oído. Debe de estar intentando ganar algo convirtiéndose en fotógrafo.

–¿Dónde vive? –si conseguía su dirección, podría pasar por delante de su casa y ver si tenía una camioneta que había sufrido algún daño… si acaso reunía el coraje para hacerlo.

–Dios, estoy hecho un lío –se alisó el pelo que le quedaba–. Odio lo que hice, ojalá no hubiera estado allí aquella noche. Pero… me siento un traidor estando aquí, respondiendo todas estas preguntas. Sé que ellos pensarían que estoy… no sé… intentando cargarles a ellos toda la culpa.

–¿Te preocupa lo que ellos puedan pensar?

–Está bien –dijo él con un suspiro–. ¿Has visto esa casa de cuatro apartamentos que hay detrás de los árboles cuando sales del pueblo hacia el sur?

–¿Dónde vivía la familia Powers? –esa familia había sido una de las más pobres de Whiskey Creek. Habían tenido algo así como once hijos.

Él asintió.

–Derek vive en uno de ellos.

De los cinco que la habían violado, Tom había sido el único en mostrar alguna resistencia. Recordaba cómo los otros habían tenido que persuadirlo. Recordaba también que se había disculpado e intentado cubrirla con su chaqueta cuando acabaron.

–¿Qué vehículo tienes, Tom?

Pareció sorprendido por la pregunta, pero la respondió.

–Un Kia rojo.

–¿Todoterreno?

–Turismo.

–¿Posees una camioneta?

–No. Mi esposa tiene un antiguo Volkswagen escarabajo, pero no puede ir muy lejos con él. No es de fiar.

Addy se mordió el labio inferior.

–Y trabajas en la oficina postal.

Pudo leer el miedo en sus ojos cuando respondió.

–Sí. No somos ricos, pero llevamos una vida cómoda y tranquila… que me horrorizaría perder.

–¿Es por eso por lo que has venido aquí?

–Vine porque quería disculparme, decirte… decirte cuánto lo siento, lo mucho que me arrepiento de lo que hice.

Pasándose una mano por la cara, ella dejó el teléfono sobre el aparador.

–¿Por qué lo hiciste?

–Ojalá lo supiera. ¿Mentalidad gregaria? ¿Presión de los compañeros? Cody podía llegar a ser muy persuasivo. Si me hubiera dicho que me arrojara de una montaña, o al río, probablemente lo habría hecho también –hinchó el pecho mientras inspiraba profundamente–. ¿Tú… quieres que vaya a buscar al jefe Stacy y se lo confiese todo? ¿Para eso has vuelto… para sacarlo a la luz? ¿Para buscar venganza?

¿Venganza? No después de tanto tiempo.

–No. Déjalo estar –le dijo, y cerró la puerta.

 

 

Gail les había prestado la cabaña. Y Lisa había llevado una amiga, según lo prometido. Yvonne no-sé-qué, Noah no podía recordarlo, era todavía más guapa que Lisa. Y parecía que Baxter le gustaba, razón por la cual Noah no podía entender que su amigo permaneciera tan impasible. Apenas había hablado durante la cena, había bebido más que comido y en ese momento tenía una expresión remota mientras quemaban nubecitas en una fogata, sentados en la amplia terraza.

–La vista es impresionante –Yvonne sonrió a Baxter: llevaba toda la noche intentando conquistarlo, cosa que no le había servido de nada–. ¿Qué río es ese?

Cuando ella señaló el río que corría al pie de la garganta, Noah se sintió obligado a responder, dado que Baxter no lo hizo.

–Es el North Fork, del condado de Stanislaus. Termina desaguando en el New Melones, allá por Angels Camp.

–Me encanta esta zona –ella se inclinó para revisar la nubecita al final del tenedor de asar, regalándole a él y a Baxter una generosa vista de su escote. Noah sintió que su cuerpo reaccionaba, pero Baxter esbozó una mueca como si le molestaran sus intentos por interesarlo.

«¿Qué diablos te pasa, Bax?», pensó Noah cuando Baxter no hizo intento alguno por seguir la conversación. Se habían subido a aquellas chicas con la idea de pasar un buen rato. Pero Baxter no parecía estar disfrutando nada, y aquello estaba arruinando la diversión de los otros tres.

–Es bonita –dijo Noah.

–¿De verdad que es esta la cabaña de Simon O’Neal? –Lisa se levantó para contemplar la gigantesca casa de campo, encajada en la ladera de la montaña. Ya se había quitado los zapatos y había estado rozándose contra Noah a la menor oportunidad. En ese momento se acercó a él y se sentó sobre su regazo.

–Hey, te estaba preparando una nubecita –se quejó, ya que no podía ver lo que estaba haciendo.

Lisa reclamó el tenedor de asar, ya que aparentemente la gente rica no usaba simples ganchos, y se encargó de ello.

–Preferiría comerte a ti antes que una nubecita.

–Íbamos a necesitar chocolate –se burló.

Ella se giró y empezó a besarle.

–Esto es mejor que el chocolate, ¿no te parece?

Noah habría podido dejarse llevar perfectamente. No albergaba ningún sentimiento intenso por Lisa. Hasta aquel mismo instante, ella no le había excitado de manera particular. Pero pensaba que podía llegar a excitarse. Dios sabía que no quería pensar en las cosas que habían estado bullendo en su cabeza desde que aquella tarde se subió a aquel estrado, llorando delante del pueblo entero. No veía por qué no podía funcionar la cosa aquella noche. No había vuelto a estar con una mujer desde que terminó su última carrera.

–Estás ardiendo –dijo Baxter.

–Así es –admitió ella, y besó a Noah aún más profundamente.

Baxter carraspeó.

–No, quiero decir que estás ardiendo de verdad.

Soltando una maldición, Lisa interrumpió el beso para que Noah pudiera apagar su nubecita en llamas.

–Así de caliente soy yo –le dijo a Bax con una risita.

Noah esperó que Bax hiciera algún tipo de comentario ingenioso. Aquello se le daba muy bien. Pero esa vez respondió de manera gruñona, que no divertida.

–Es una cuestión de opiniones.

Antes de que la situación empeorara, Noah decidió llevárselo a un aparte.

–Er… ¿nos disculpáis? –entregó el tenedor de asar a Lisa–. Hazme una a mí, ¿de acuerdo? Me gustan calentitas y pegajosas –hizo un guiño para atenuar la reacción de Baxter–. Ahora vuelvo.

–Baxter, ¿te apetece una a ti también? –gritó Yvonne detrás de ellos.

–Diablos, no –farfulló antes de que Noah consiguiera llevárselo a la cocina.

–¿Qué es lo que te pasa? –susurró Noah tan pronto como cerró la puerta ventana. Lisa e Yvonne podían verlos a través del cristal, pero no oírlos.

Baxter señaló a las mujeres que estaban sentadas en la terraza.

–¿Es esto lo que quieres? ¿Un… pedazo barato de trasero?

–Hace siglos que no tengo sexo. ¿Qué tiene de malo practicar un poco esta noche? Todo el mundo entiende las reglas. Simplemente nos estamos divirtiendo.

–Quizá tú te estés divirtiendo, pero yo no.

–¿Por qué? Esa es la pregunta. Yvonne es preciosa. ¿Qué es lo que no te gusta de ella? ¿O es que no te gustan las mujeres en general?

Noah supo que había bebido demasiado cuando esa pregunta salió a la luz.

Baxter pareció sobresaltado, pero se recuperó rápidamente.

–Ya era hora de que tuvieras las narices de preguntármelo. Quizá debería contarte por fin la verdad.

–Para –estaban yendo demasiado lejos. Noah quería rebobinar aquella pregunta antes de que Baxter pudiera responderla, antes de que fuera demasiado tarde para retractarse–. Si no te estás divirtiendo, nos marcharemos. No es tan importante.

–No. Estoy cansado de esconderme, Noah. ¿Es que no lo ves? No puedo hacerlo más. Me está matando quedarme sentado observándote, fingiendo que no me duele cada vez que tocas a una mujer.

Una extraña desesperación se apoderó de Noah. Apretó el brazo de Baxter.

–Piensa en lo que estás diciendo…

–¡Ya he pensado en ello! ¡Cada maldito día! Cada vez que cierro los ojos, tú estás ahí. Y cada vez que abro los ojos, también.

–Bax, somos los mejores amigos del mundo. Crecimos juntos. Yo siempre estaré a tu lado para ayudarte, y lo mismo tú conmigo. No hagas esto tan… incómodo.

–Ya es incómodo para mí, y lo sabes. Al menos mírame como lo que soy y no como lo que tú quieres que sea. ¡La mitad del tiempo que paso contigo me siento condenadamente invisible!

No solamente estaba maldiciendo, sino que estaba gritando. Algo acababa…de dispararse en su interior.

Noah se volvió para ver si las chicas habían oído algo. Los estaban mirando como si no supieran qué hacer. Pero Noah no podía preocuparse menos por ellas. Sabía que todo su mundo estaba a punto de bascular fuera de su eje. Necesitaba asegurarse de que aquello no sucediera, necesitaba ponerle la tapa a aquello.

–Bax, mira… –se interrumpió, intentando tranquilizarse–. Has bebido demasiado. Los dos hemos bebido demasiado. Eso es todo. No me hagas esto…

Él se apartó de golpe.

–¿Hacerte esto a ti? ¿Sabes lo que es ver cómo te acuestas con una chica tras otra? ¿Ver cómo las miras de la misma manera que quiero que me mires a mí?

«Oh, Dios». ¿Realmente había dicho eso? Noah sabía que era demasiado tarde, pero no podía evitar intentar un control de daños.

–Bax, tú me conoces. Sabes que yo no soy gay. No me pongas en esta tesitura. Si tú… si a ti te gustan los hombres, eso es cosa tuya, supongo. Yo lo aceptaré. Por supuesto que sí. Yo nunca querría vivir sin ti. Pero no puedo… quiero decir, yo no siento…

Baxter completó la frase mientras él se esforzaba por encontrar las palabras adecuadas:

–¿Lo que yo sí que siento? No, estoy seguro de que no. No tienes idea de lo que significa ser como yo.

–¿Qué puedo hacer?

–No quiero que hagas nada. Me marcho.

–Estás borracho. No puedes conducir –Noah empezó a seguirlo. Pero se detuvo cuando Baxter se giró de golpe.

–Pensándolo bien, sí que podrías darme lo que tan fácilmente le has dado a ella. Al menos me quedará algo para recordarte.

–¿De qué estás hablando?

Las chicas, que contemplaban la escena con estupefacta sorpresa, distrajeron a Noah lo suficiente para dejarlo desprevenido ante lo que sucedió a continuación. Estaba demasiado ocupado intentando pensar en alguna manera de detener la destrucción que estaba teniendo lugar, alguna manera de salvar su amistad. Baxter significaba para él mucho más que una cita o que aquellas chicas. Pero no sentía nada sexual por Baxter. Ni siquiera lograba entender cómo podía sentirse atraído por los hombres.

Abrió la boca para decirle que lamentaba haberlo arrastrado hasta allí, que llevaba tiempo sospechándolo y que debió haber sido más sincero consigo mismo. Pero lo siguiente que supo fue que Baxter le estaba empujando contra la pared y besándole con tanta pasión como lo había hecho antes Lisa.

El primer impulso de Noah fue apartarlo de sí a toda costa. La rabia circulaba por sus venas como si fuera ácido. No quería aquella clase de contacto, encontraba repulsivo su aspecto sexual. Pero empujar a Baxter sería herirlo y humillarlo. Y quería lo suficiente a su mejor amigo como para esconderle lo profundo de su repugnancia. Se tensó, pero ni acogió con entusiasmo ni rechazó el beso.

Cuando Baxter se apartó, pareció sorprendido.

–Bueno, no me has partido la mandíbula como esperaba. Eso ha sido muy decente por tu parte –le dijo y, con la cabeza baja y los hombros hundidos, se marchó.

Noah se dejó resbalar contra la pared hasta quedar sentado en el suelo. ¿Qué era lo que acababa de suceder? ¿Realmente acababa de besarle un hombre? ¿Su mejor amigo?

–Mierda –susurró, pero conforme su sorpresa desaparecía, aumentaba su arrepentimiento. Aquello era culpa suya. No debió haber llevado a Baxter a la cabaña. Le había empujado a declarársele intentando obligarle a comportarse como un tipo normal, y todo ello en un esfuerzo por perpetuar la ilusión a la que se había estado aferrando durante tanto tiempo. Pero sabía, lo había sabido desde hacía un tiempo, que la orientación sexual de Baxter no era la misma que la suya. Por mucho que se hubiera esforzado por ignorar las señales, siempre habían estado allí.

La puerta de la terraza se abrió y volvió a cerrarse cuando las chicas entraron.

–¿Tu… amigo acaba de meterte la lengua en la boca? –le preguntó Lisa, obviamente horrorizada–. Quiero decir… Lo ha hecho, ¿verdad? Yo lo vi. Lo vi con mis propios ojos.

Noah se cubrió la cara mientras se esforzaba por no devolver la cena. No sabía qué era lo que le hacía pensar a Lisa que su lengua era mejor que cualquier otra, y sin embargo, si era sincero consigo mismo, él estaba tan asqueado como ella. Se enorgullecía de ser un hombre de mente abierta. Respetaba el derecho de cada persona a vivir como quisiera. Pero… diablos, ¡se sentía como si acabara de sufrir una agresión sexual!

–Por favor, vete –le dijo–. Y no… no vuelvas a llamarme más.

–No lo haré ahora que sé que eres gay –le espetó ella–. ¿Por qué no me dijiste que tenías novio?

Él se pasó las manos por el pelo.

–Yo no tengo novio –había tenido un gran amigo, el mejor, al que había conocido desde que empezó a hablar, pero estaba seguro al noventa y nueve por ciento de que ya no lo tenía.

–Como si pudiéramos creerte –Yvonne puso los ojos en blanco–. ¿Qué les pasa a los hombres de ahora? –masculló, exasperada–. Todos los que están buenos son gays.

No tuvo oportunidad de defender su virilidad. Pero ni siquiera se molestó en intentarlo. Lisa e Yvonne no tenían idea de lo mucho que la amistad con Baxter había significado para él durante todos esos años y de lo mucho que significaría en el futuro. Por lo que a Noah se refería, Baxter se había convertido en un hermano para él. En algunos aspectos, había reemplazado a Cody.

¿Por qué no podía Bax sentir lo mismo? ¿Por qué tenían que ser tan diferentes?

Desde aquella despedida…

Baxter nunca le habría besado, ciertamente no como un amante, si hubiera planeado mantener su amistad. Que hubiera llegado tan lejos, que hubiera dejado que sus sentimientos le tentaran a traspasar aquella línea, desesperaba a Noah más que cualquier otra cosa.

Lisa estaba sacando las llaves del bolso. Cuando levantó la cabeza, dijo:

–Necesito dinero para gasolina.

Noah parpadeó sorprendido.

–¿Qué?

–Fuiste tú quien nos hizo venir hasta aquí. Creo que me debes unos cuantos billetes.

La había invitado a una espléndida cena. Aquello no era «nada».

–No puedes hablar en serio.

¿Estaría más borracho de lo que había pensado? Porque aquella noche estaba resultando ser cada vez más loca.

Logró sacar un billete de veinte del bolsillo, que arrojó al aire. Luego se levantó y recogió las llaves del coche del mostrador. Tenía que buscar a Baxter, sacarlo de la carretera antes de que pudiera hacerse daño o hacérselo a otro. Más adelante podrían arreglar todo lo demás. Una vez que tuviera oportunidad de… tranquilizarse y despejarse.

Pero luego se dio cuenta de que si él tenía las llaves, Baxter no. Así que debía de haberse marchado a pie. Tenía una larga caminata por delante si decidía bajar hasta al pueblo, pero llevaba un móvil. Podía llamar a alguien. Al menos no iba a correr el riesgo de conducir borracho.

–Gracias a Dios –musitó, y volvió a dejarse caer en el suelo.

–Agarra la botella de vino también –Lisa señaló el mostrador, dirigiéndose a Yvonne–. La vamos a necesitar después de haber visto esto.

Su amiga pareció vacilar.

–No está abierta. No podemos…

–Llevárosla –espetó Noah.

Yvonne apretó la botella contra su pecho mientras pasaba de largo a su lado, pero ni siquiera el vino caro y el dinero para gasolina bastaron para que Lisa se marchara sin hacer un comentario. Torció el labio con un gesto de asco mientras se volvía para lanzarle una salva de despedida.

–¡Maricón! –le soltó, y se fue dando un portazo.