Capítulo 8
Noah no podía esperar a cerrar el local. Una vez que Baxter se marchó, se había ido a la tienda, convenientemente localizada a unos diez metros de su casa, e intentó concentrarse en su trabajo. Crank It Up había recibido una gran remesa de bicicletas de montaña, y él había estado preparando a un nuevo mecánico para enseñarle a montarlas en la trastienda mientras Amy se ocupaba de la caja registradora. Le encantaba trastear con las bicis casi tanto como montar en ellas. Le gustaba también darle al pico con sus compañeros de afición, tanto clientes como empleados. Hablar de las carreras del verano y especular sobre lo que sucedería cuando se pusiera a competir la próxima primavera era, con mucho, lo mejor de la temporada baja.
Pero ese día no veía la hora de marcharse. Casi todo el mundo que entraba en la tienda quería saber más detalles sobre cómo había encontrado a la nieta de Milly y preguntarle por sus teorías sobre las posibles razones del secuestro, lo que estimulaba aún más su curiosidad. Había oído que el jefe Stacy había descubierto un cuchillo entre los matorrales del patio, al pie de la puerta de su dormitorio, y que estaba buscando a su propietario. Un arma que demostraba una intención muy seria. Seguro que a esas alturas Addy había dejado de proteger a quienquiera que la hubiera herido.
Noah deseaba hablar con Addy, asegurarse de ello. Pero después de cerrar la tienda, vaciló a la hora de dirigirse a casa de Milly. No confiaba nada en que Adelaide se alegrara de verlo. No se había comportado como si le gustara mucho… hasta que la llevó a la cama. Fue entonces cuando le soltó la soñolienta frase: «tengo que tener algo que tú quieras».
Aquello podría ser interpretado como un flirteo, ¿no?
Aunque no lo fuera, decidió interpretarlo como una prueba de que podía, con algún esfuerzo, conquistarla. Después de todo, ella le había encontrado atractivo en el instituto, y él no había cambiado mucho desde entonces.
Precisamente, el hecho de que no hubiera cambiado más le molestaba en cierta forma. Sabía que parte de ello se debía a su profesión. Montar en bici resultaba casi demasiado divertido como para tomárselo en serio. Pero no era solamente eso. Eran muchos los amigos suyos que parecían haber madurado antes que él. Durante los dos últimos años, Cheyenne, Gail y Callie se habían casado y establecido. Gail tenía un hijastro y un bebé, con un segundo en camino. A veces tenía la sensación de que sus amigos le estaban dejando atrás. Baxter no estaba casado, pero de alguna manera parecía mayor, como los otros.
Recordó sus palabras: «¿No es de eso de lo que siempre te apetece hablar? ¿De lo buena que estaba tu última conquista?».
Dios, ¿era realmente tan inmaduro?
No quería responder a esa pregunta, no con sinceridad. No había compartido lo que había compartido con Baxter solo para alardear. Había estado intentando eludir la insidiosa sospecha de que su mejor amigo tenía un flechazo con él. Aquello justificaba su comportamiento, ¿no? Porque con nadie más no hablaba de las mujeres con las que salía.
Solo en caso de que eso pudiera ser de alguna ayuda, condujo hasta Nature’s Way, la tienda de alimentación más cercana, y compró algunas revistas para Addy, junto con unas pocas golosinas, cuadernos de crucigramas y un par de películas de a cinco dólares. Probablemente tendría dulces de sobra. Al fin y al cabo vivía con Milly, que hacía todos aquellos postres decadentes para Just Like Mom’s. Pero si se presentaba con regalos tal vez podría convencer a Addy de que no había tenido intención alguna de decepcionarla quince años atrás, cuando apenas se fijó en ella.
Ciertamente la noche anterior se había fijado en ella, y en más de un aspecto. Quizá hubiera pasado desapercibida en el instituto, tímida y vergonzosa como había sido, pero podía asegurar, a pesar de sus heridas, que había mejorado mucho desde entonces.
Afortunadamente fue su abuela la que le abrió la puerta, con lo que supo que al menos podría entrar. Milly le adoraba.
–¡Noah! ¡Qué alegría que hayas venido!
Lanzó una disimulada mirada por encima de su cabeza gris, pero no vio a Adelaide.
–¿Cómo está ella?
–Soportándolo. Ha dormido durante la mayor parte del día. Pero su pobre ojo… –apartó su andador para abrir del todo la puerta–. La hinchazón está bajando, pero lo tiene todo negro y azul.
–¿Está en la cama? –la perspectiva de no poder verla le decepcionaba, pero Milly sacudió la cabeza.
–No, está en mi despacho, hablando por teléfono con Ed.
–¿Ed? –repitió.
–Hamilton. El del periódico.
–Ya.
–Va a publicar su historia. Quizá eso anime a alguien que vio algo a dar un paso adelante.
–Eso espero.
–Yo también –retrocedió otro paso–. Entra. En seguida estará libre.
–No quiero molestarla si está demasiado cansada…
Milly frunció el ceño.
–No seas tonto. Tú eres su caballero andante. Estoy segura de que le encantará saludarte.
Lo dudaba, pero ya que había llegado tan lejos…
–¿Te apetece una taza de café?
–No, no hace falta.
–¿Por qué no? En seguida hago una cafetera nueva.
–Bueno, si no es molestia…
–Por supuesto que no –oyó alejarse el golpeteo del andador mientras Milly le dejaba sentado en el salón para dirigirse a la cocina.
Una vez que se hubo marchado, si escuchaba atentamente, podía oír la voz de Adelaide procedente de la habitación del fondo del pasillo. Le dijo a Ed que no tenía la menor idea de quien podía ser su agresor, que había llevado pasamontañas y guantes e insistió de nuevo en que no había sido violada. Incluso quitó importancia a las amenazas que había recibido y a los golpes. Pero no se le ocurrió razón alguna para que un hombre entrara en su habitación solo para propinarle unos cuantos golpes y arrojarla a la mina Jepson. Admitió que no le había robado nada. Lo cual llevó a Noah a pensar que el culpable tenía que ser alguien que la odiaba y que pretendía castigarla por algo.
Sus pensamientos retornaron, una vez más, a su ex. Ella le había dicho que no había sido él, pero en los escenarios de los crímenes de verdad, siempre era el marido.
Noah decidió averiguar el nombre del restaurante donde había trabajado. Davis estaba a una hora y media de allí, pero merecería la pena el viaje si podía localizar a su ex. Quizá el tipo tuviera los nudillos magullados o presentara alguna otra evidencia de haber estado en una pelea. Eso no sería concluyente, pero le daría a Noah algún indicio de si el jefe Stacy y sus agentes estaban perdiendo el tiempo buscando al responsable en Whiskey Creek. Y resolvería el misterio del comportamiento de Addy, que le había dejado perplejo.
–Está bien, abuela. Ya he hablado con Ed –gritó Addy después de colgar.
–Bien –respondió Milly desde la cocina–. ¿Mencionaste lo del cuchillo?
–No tuve que hacerlo. Él ya se había enterado.
–¿Por quién?
–¿Quién sabe? Supongo que estará en boca de todo el pueblo.
–Probablemente se lo habrá dicho el jefe Stacy. Está entusiasmado con el descubrimiento. Dice que no debería ser tan difícil averiguar a quién pertenece una navaja tan especial.
Addy no respondió, pero el suelo de tablas del pasillo crujió, señal de que se dirigía al salón. Noah deseó que Milly se apresurara a volver para anunciar su presencia.
Lo hizo… pero unos dos segundos después de que Addy le hubiera visto.
–¡Oh! Er… ¡hola! –mirándolo con los ojos muy abiertos, incluso el que tenía hinchado, se detuvo bruscamente–. No sabía que teníamos compañía.
Noah vio lo mucho que se le notaban en aquel momento los moratones, sobre todo los de la cara.
–¿Qué tal estás?
–Mejor. Bien –se alisó la camiseta que llevaba, con los vaqueros cortos–. Realmente no hay necesidad de que te preocupes tanto. No deberías haberte molestado en venir. Todo el mundo anda montando demasiado escándalo con lo que pasó.
¿Demasiado escándalo? ¡Si podían haberla matado!
–Por lo que he oído, el tipo que te agredió tenía un cuchillo.
–Se encontró un cuchillo en el jardín, pero… otra cosa es que lo hubiera usado. Ni siquiera estamos seguros de que fuera suyo.
–Arrojarte a la mina ya fue bastante malo, Addy. Ya sabes que mi hermano murió allí.
El color abandonó su rostro creando un crudo contraste con sus moratones.
–Yo… lo sé. Lo siento. De verdad. Ojalá…
Esperó a que terminara.
–Ojalá eso nunca hubiera ocurrido –dijo con tono suave.
Parecía tan sincera que le costaba irritarse con ella, aunque no entendía su obstinada negativa a enfrentarse con el hombre que la había atacado. Inclinó la cabeza para mirarla a los ojos, ya que ella se negaba a hacerlo, y le enseñó lo que le había comprado.
–Pensé que esto podría venirte bien mientras te recuperas.
Sus cejas se alzaron de golpe.
–¿Qué es?
Se encogió de hombros.
–Solo unas cuantas cosas para pasar el tiempo.
Ella parecía reticente a aceptar su ofrecimiento, pero al final tomó la bolsa y miró dentro.
–Esto es… muy amable de tu parte, de verdad, pero… completamente innecesario.
Él la esquivó cuando ella intentó devolvérselo.
–Considéralo una disculpa.
–¿Por?
–Por haber estado demasiado pendiente de mí mismo en el instituto, supongo –sonrió–. Es por eso por lo que me guardas rencor, ¿verdad? Porque no me hice amigo tuyo… o porque no te recuerdo o algo así, ¿no?
–¡No! No te guardo ningún rencor. Lo lamento si te he dado esa impresión.
Él dio una palmada.
–Estupendo. ¿Entonces somos amigos?
Ella jugueteó con la gargantilla que llevaba al cuello, con la palabra «coraje».
–Er… claro. Por supuesto. Pero yo me quedaré muy poco en Whiskey Creek, así que… Yo no soy alguien en quien querrías invertir tu tiempo.
Aquello le sorprendió.
–¿Milly ha aceptado vender?
Ella miró por encima del hombro para asegurarse de que su abuela seguía en la cocina y bajó la voz.
–Todavía no, pero… no creo que se niegue.
Él se rascó la cabeza.
–¿Así que todavía no se lo has preguntado?
–Lo haré. Pronto.
–¡Pero aunque te diga que sí, podría llevarte meses tramitar la venta! –exclamó con una risa incrédula.
Ella se removió incómoda.
–Noah, yo… supongo que lo que estoy intentando decirte es que agradezco todo lo que has hecho por mí, y no quiero ser grosera, pero… yo no soy alguien que a ti… te gustaría.
¿Qué? Ni siquiera había decidido que estaba interesado en ella, no en ese sentido.
–¿No estás suponiendo demasiado?
Ella se ruborizó.
–Quizá. Solo lo estoy diciendo… por si acaso.
–En caso de que pensara pedirte que salieras conmigo.
–Eso es. Yo quería… dejártelo saber de primeras.
–Guau. Ni siquiera quieres que te lo pida. Eso es darme con la puerta en las narices.
–No seríamos compatibles.
–¿Cómo lo sabes? Llevo el pelo más corto de lo que lo llevaba en el instituto… ¿o es que he perdido mi cara de niño bueno?
–No tiene que ver con el físico.
–¿Es la personalidad, entonces? ¿He cateado ya el test de personalidad?
–No te preocupes. Hay muchas otras mujeres en Whiskey Creek que estarían encantadas de… –se alisó la camiseta– de conseguir tu atención.
Otras mujeres. Esa era otra sorpresa. Nunca había conocido a una mujer que le recomendara a otras.
–Pero no tú.
Ella se puso pálida cuando él lo expresó de manera tan rotunda, pero no le corrigió.
–No puedes sentirte decepcionado. Hasta ayer ni siquiera sabías quién era yo.
No debería, pero de alguna manera se sentía decepcionado. Le había regalado una bolsa de chucherías. Aquello no podía ser entrar demasiado fuerte. Solamente había querido tener un detalle con ella.
–¿Podrías al menos decirme qué es lo que he hecho mal?
–Nada –sus labios se curvaron en una sonrisa compasiva, que solo consiguió empeorar las cosas–. Simplemente… no eres mi tipo.
–¿En serio? Porque ni siquiera yo sé de qué tipo soy –sospechando algo de repente, hundió las manos en los bolsillos de sus vaqueros–. Espera un momento…
–¿Qué?
–¿Es esto una venganza? ¿Estás intentando devolverme… lo que yo te hice en el instituto? Porque no he conocido a muchos alumnos de último año que alternen con una de segundo, por muy lista o guapa que sea.
Lo miró boquiabierta.
–¡Yo no busco venganza!
–Una vez estuviste interesada en mí.
Ella vaciló como si no se decidiera a admitirlo.
–Quizá tuve un pequeño flechazo…
–¿Tan pequeño que acudías a todos mis partidos y parecía como si fueras a desmayarte en la única ocasión en que te atreviste a acercarte a mí?
–¿Te acuerdas de…? No importa –alzó una mano–. No respondas. Aquello ya fue suficientemente vergonzoso. Bueno, tuve un gran flechazo contigo. Ya está. Lo admito. Pero eso es irrelevante. Es historia pasada, una estúpida fantasía de colegiala.
–Puede que ahora te parezca estúpido, pero eso me dice que solías considerarme atractivo.
Pareció que ella empezaba a aturullarse.
–Todo el mundo te encuentra atractivo, Noah. ¡Tendrían que estar ciegos para no hacerlo! Pero yo no te conocía, así que no es como si… como si… fuera real.
–Sigues sin conocerme. Es a eso a lo que voy. ¿Es que estás avergonzada?
Su frente se arrugó en un gesto de confusión.
–¿Porque me atacaron?
–¡Porque te he visto el trasero!
–¿Perdón?
–Pensé que era un bonito trasero, si es eso lo que te preocupa.
Ella estuvo a punto de sonreír, a pesar de sí misma.
–Deja de intentar encandilarme.
Aparentemente ajena a su discusión, Milly gritó desde la cocina:
–El café está listo. Pero ahorradme el trabajo de llevároslo y venid aquí a por él, ¿queréis?
–Lo siento –susurró Addy–. Sé que estás acostumbrado a conseguir lo que quieres, pero… te agradecería que me dejaras en paz de ahora en adelante.
Fue consciente de que se la había quedado mirando boquiabierto. ¡Pero si él solo se había pasado por allí para ver si estaba bien!
–Ni siquiera quieres que seamos amigos.
–Me temo que no.
–Nadie rechaza una amistad –dijo él–. Eso proyecta una mala imagen sobre ti.
–Bueno, pues acabo de hacerlo, así que lo soportaré pese a lo que a ti te pueda parecer.
Ella cuadró los hombros.
–Addy, Noah, ¿vais a venir?
A Noah le entraron ganas de disculparse y salir disparado de allí. Pero por su culpa, Milly se había tomado el trabajo de preparar el café y se sentía obligado a tomárselo.
–De acuerdo. Si es así como vas a actuar, yo tampoco quiero ser amigo tuyo –se dio cuenta de lo pueril que sonaba eso, pero hacía tiempo que no se sentía tan pequeño, tan vulnerable. Rodeando a Addy, se dirigió a la cocina–. Huele delicioso.
Si su tono fue demasiado seco, Milly no pareció notarlo. Afortunadamente, la anciana era dura de oído. Esbozando una sonrisa radiante, le tendió una taza al tiempo que decía casi gritando:
–No es tan bueno como el de esas marcas caras, pero…
–Gracias.
–¿Addy? –la llamó–. ¿Vienes?
Adelaide apareció en el umbral, con expresión triste.
–Estoy aquí… pero yo no quiero, abuela.
Milly hizo un gesto de indiferencia.
–Vosotros dos tenéis que sentaros y relajaros. La noche es joven. Disfrutémosla. Antes de que se marche Noah, quiero que saque su teléfono y revise su agenda… ¿es lo que hacéis los jóvenes ahora, no? Para que podamos fijar una cita e invitarlo a cenar.
Noah alzó la mirada para calibrar la reacción de Addy, y la vio tensarse.
–Noah me estaba diciendo precisamente que… que está muy ocupado, abuela –dijo ella–. No querríamos que se sintiera obligado a sacar tiempo de su apretada agenda.
–¡Bah! Un hombre tiene que comer, ¿no? –Milly le entregó a Noah la leche y el azúcar–. Podrás sacar tiempo para nosotras, ¿verdad, Noah?
Obviamente esperando que le hiciera caso, Addy ladeó la cabeza.
Cualquier hombre cuerdo habría declinado la invitación de Milly, aunque solo fuera para proteger su ego. Él ya había sido rechazado de plano, y por adelantado. Incluso le habían arrojado a la cara su oferta de amistad.
Pero la reacción de Addy hacia él no tenía ningún sentido, sobre todo teniendo en cuenta lo que había sentido antaño. Ella ni siquiera podía explicarle por qué no quería volver a verlo.
–Sacaré tiempo –dijo. Y añadió, saludando a Adelaide con su taza–: ¿Cuándo te gustaría que quedáramos?