Capítulo 21
El antiguo monitor de tenis de Liz estaba despampanante con su pelo rubio, su amplia sonrisa y su rostro bronceado. Liz había olvidado lo guapo que era. Pero él no era Carter y no le provocaba las mismas sensaciones.
—Dave, ¿qué estás haciendo aquí? —logró preguntar ella una vez que se recuperó de la sorpresa.
—Anoche no me llamaste.
—Estaba agotada, me quedé dormida.
—Necesito hablar contigo.
—¿Por qué? Ya te he explicado que… se acabó — dijo Liz, que no sabía cómo decirlo para que no sonara muy brusco.
El vecino salió a regar su jardín como excusa para espiarlos.
—Entra, Dave —lo invitó Liz para evitar habladurías.
Él pasó a su lado dejando un rastro de colonia. Era un aroma familiar y atractivo, pero lo único que sentía Liz era pánico respecto a su situación y ganas de librarse de Dave lo antes posible. Conocer a Carter le había hecho ver que sus sentimientos hacia Dave no eran perdurables, lo cual era una locura: sólo unas semanas antes, ella había estado convencida de que estaba enamorándose de él.
—Este lugar es exactamente como me lo imaginaba —comentó él.
Su casa era de lo más normal. La Chocolatérie sí que era especial y Liz quería enseñársela, pero Carter iría a buscarla allí por la tarde y ella no quería que los dos hombres se encontraran. Y no porque creyera que podían pelearse: a Carter seguramente no le importaba ella tanto como para montar un número y Dave no era el tipo de hombre que hacía eso. Liz simplemente prefería evitar la embarazosa situación.
—Siéntate, por favor —dijo ella.
Dave se sentó y se apoyó con los codos en las rodillas. Sonrió.
—No estás enfadada porque haya venido, ¿verdad?
—Claro que no, me alegro de verte. Es sólo que… con todo lo que ha sucedido en la tienda, estoy bastante estresada.
—Lo comprendo y lo siento mucho.
—No es culpa tuya. Da igual, ésta es tu temporada de más trabajo, ¿cómo has conseguido vacaciones en el club?
—Les dije que me iba unos días… aunque no especifiqué cuántos. Lo aceptaron porque no quieren perderme —dijo él frotándose ligeramente las manos—. Además, yo tenía que venir. No podía permitir que las cosas entre nosotros se estropearan en el último momento.
—Dave, tú no… Quiero decir, nosotros no somos…
—No somos ¿qué? —la desafió él y Liz se dio cuenta de que él estaba nervioso.
Ella nunca lo había visto así de perdido y se sintió culpable por las últimas semanas. Seguro que Dave se llevaría una decepción al conocer que la relación entre Liz y Carter se había vuelto tan íntima. Y Liz no quería ni imaginarse cómo reaccionaría Dave si le decía que probablemente estaba embarazada de Carter.
—No somos compatibles —terminó ella.
—¿A qué te refieres? Nos llevamos muy bien, nunca hemos tenido una discusión.
Liz dudaba de que alguien hubiera discutido alguna vez con Dave. Él se llevaba bien con todo el mundo, era divertido y agradable. Y no era demasiado estricto ni consigo mismo ni con los demás en normas de comportamiento.
—Ya sabes lo que tenemos en contra.
—La diferencia de edad es algo insignificante; mi reputación, que tampoco importa porque he cambiado; y demasiada distancia, cosa que podríamos corregir.
Eso no era todo, también estaba Carter, pensó Liz, pero no lo dijo.
—Liz, he venido a pedirte que regreses a Los Ángeles. Yo me ofrecería a trasladarme allí, pero el único lugar donde podría dar clases es en el rancho Running Y ya he hablado con ellos y, por el momento, no necesitan a nadie nuevo.
—¿Has llamado al Running Y? —preguntó Liz perpleja.
— Sí, y no he conseguido nada. Lo que significa que, si me viniera a vivir aquí, tendría que trabajar en Boise, que tampoco es la capital del mundo de tenis que se diga —respondió él y le sonrió compungido—. O si no, siempre podría trabajar en la tienda de bricolaje igual que Keith.
Liz no pudo contener la risa. Le gustaba Dave. Estar de nuevo a su lado empezaba a despertarle los agradables sentimientos de antes. Pero no se lo imaginaba viviendo en Dundee y ella no iba a marcharse de allí.
—No puedo irme, Dave. Están los niños y la tienda…
—¿Incluso aunque te pidiera que te casaras conmigo?
Liz lo miró atónita.
—No hablas en serio —dijo.
—Ya lo creo —afirmó él muy serio—. Sé que sería difícil apartar a Mica y a Christopher de su padre, pero yo sería el mejor padrastro que pudiera y les permitiría volver aquí tanto como fuera posible.
Instintivamente, Liz se llevó una mano al vientre, horrorizada por el hecho de que se sentía tentada por la salida que él acababa de ofrecerle. Si se casaba con Dave y se trasladaba a California, nadie tendría por qué enterarse de que el bebé era de Carter. Ni siquiera Carter.
Liz no se veía capaz de marcharse de Dundee sin contarle la verdad a Carter. Pero tampoco se veía capaz de darle la noticia. Con Dave sí que tendría que ser sincera, no podía casarse con él sin antes contárselo, por mucho pánico que le diera.
Sacudió la cabeza intentando aclarar sus pensamientos. Antes de tomar cualquier decisión, necesitaba conocer la verdad ella.
—Perdería mucho dinero que he invertido en la tienda —replicó Liz.
—Podríamos vender el negocio.
La mera idea de desprenderse de La Chocolatérie casi le partió el corazón a Liz. Pero sería mejor venderla que cerrar el negocio para siempre.
—¿Puedo pensármelo?
Dave parpadeó y se irguió en su asiento como si lo sorprendiera haber llegado tan lejos.
—Claro, piénsatelo. Mientras tanto, me buscaré una habitación en el Running Y, y te ayudaré a volver a poner la tienda en funcionamiento, por si decides venderla.
Gordon había dicho que la tienda estaba casi como nueva, así que quedaba poco por hacer.
—De acuerdo —aceptó Liz.
Acompañó a Dave a la puerta y luego llamó a Reenie al instituto y le dejó un mensaje.
Cuando su avión aterrizó en Boise, Carter miró la foto de Laurel que llevaba en el teléfono móvil. Él quería visitar su tumba, presentarle sus respetos y contarle lo de Hooper, pero estaba demasiado preocupado por Liz para retrasar su regreso. Liz no parecía ella por teléfono. Y además estaba el tema de Rocky Bradley.
¿Qué conexión tenía ese hombre con Liz? Carter se había devanado los sesos intentando llegar a alguna conclusión, pero sin éxito. Y evidentemente había una razón por la cual ese hombre se había desplazado hasta aquel pueblo perdido para provocar daños en la chocolatería dos veces. Más aún, cuando era un ex convicto que vivía en libertad condicional. ¿Por qué se arriesgaría a volver a prisión por un crimen tan nimio?
Carter se guardó el teléfono en el bolsillo. Antes o después lo averiguaría. Quizá fuera ese mismo día, ya que se dirigía a casa de Bradley.
Recogió su coche del aparcamiento de estacionamiento prolongado y media hora más tarde estaba en la puerta de la casa de la madre de Bradley.
—¿Quién es usted? —preguntó la señora Bradley cuando lo vio.
—Carter Hudson. Hablamos ayer por teléfono.
La mujer se protegía detrás de la puerta de rejilla cerrada con cerrojo.
—Lo recuerdo. Me hizo preguntas sobre Rocky.
—Eso es. ¿Está él?
La mujer dudó.
—Le dije que usted creía que él había destrozado una tienda de dulces en un pueblo cercano, pero dijo que estaba usted loco. Él no puede abandonar Boise sin avisar a su agente de la condicional.
—Se supone que no puede abandonar Boise sin avisar a su agente de la condicional —puntualizó Carter y observó la camioneta Toyota roja aparcada junto a la casa.
Le faltaba el parachoques trasero.
—Rocky no lo ha hecho —dijo la señora Bradley.
—Me gustaría que eso me lo dijera él.
—¿Para quién me había dicho que trabaja usted? —preguntó la mujer apartando a un enorme perro que intentaba tumbarse a sus pies.
—Para el FBI —respondió Carter.
Lo había dejado hacía dos años, pero ya que Johnson había requerido su ayuda de nuevo, se creyó en su derecho de aprovecharse de ello.
—No queremos más problemas —comentó la mujer.
—Entonces le sugiero que vaya a buscar a su hijo.
Ella suspiró resignada y apartó al perro de sus pies de nuevo.
—Voy a ver si está despierto.
Carter esperó varios minutos. Empezaba a preguntarse si Bradley y su madre habrían huido por la puerta trasera, cuando el hombre de la foto que había visto en Nueva York se le presentó delante. Iba vestido solamente con unos vaqueros anchos que dejaban ver su ropa interior. Varios tatuajes cubrían sus brazos y su pecho.
—¿Desde cuando el vandalismo es un crimen federal? —preguntó Bradley, quitando el cerrojo a la puerta de rejilla y manteniéndola abierta con un pie, haciéndose el duro.
El perro salió y olfateó a Carter, pero no parecía peligroso. Movió la cola y le lamió los dedos.
—Puedo avisar a la policía local, si lo prefiere —dijo Carter.
Bradley sacó un cigarrillo y lo encendió.
—Me da igual —respondió encogiéndose de hombros—. Se ha equivocado de hombre.
—¿Alguna vez ha estado en Dundee?
—No.
—¿Nunca?
—Nunca. Ni siquiera sé dónde está.
—Qué interesante, porque he encontrado sus huellas dactilares en una botella que se dejó allí —comentó Carter—. También tengo un testigo que lo vio en un callejón cerca de la calle principal y ha descrito a la perfección su camioneta.
Rocky palideció.
—Me di una vuelta por allí, ¿y qué? Eso no de muestra que hiciera nada malo.
—Demuestra que violó su condicional.
—Sólo me di una vuelta con el coche. Esa no es razón para hacerme regresar a prisión.
—Dígame por qué estaba usted allí y por qué escogió esa tienda en particular y quizá me olvide de que su nombre ha salido en este asunto.
Bradley expulsó el humo en el rostro de Carter, pero no era más que teatro. Aquel tipo estaba asustado.
Carter le quitó el cigarrillo de la mano, lo tiró al suelo y lo pisó. El perro se puso a ladrar, pero Bradley no se movió.
—¿De verdad quiere cumplir condena por haber pintado con spray unas paredes? —le preguntó Carter.
Rocky clavó la mirada en el cigarrillo aplastado y su madre acudió a calmar al perro.
—Dime que no has hecho nada malo —le dijo la mujer a su hijo—. Dime que no has vuelto a meterte en problemas.
—¿Y si alguien me pagó para que lo hiciera? —preguntó Bradley, frotándose las manos con nerviosismo.
—¿Quién? —preguntó Carter.
—Si se lo digo, ¿iría a por él y se olvidaría de mí?
—Eso depende.
Rocky miró a su madre por el rabillo del ojo, como si no le gustara que ella oyera aquello. Pero era evidente que la mujer no iba a moverse de allí.
—Un tipo llamado Keith me pagó cien dólares para que lo hiciera —confesó—. Es todo lo que sé. No quería que nadie resultara herido, sólo quería destrozar el lugar.
A Carter le costaba trabajo creerlo. Casi apostaría a que no había sido Keith, él se había indignado mucho al ser acusado. Pero ¿cómo si no conocía Bradley el nombre del ex marido de Liz?
—¿Dónde conoció a Keith?
—En un bar aquí en Boise.
—¿En un bar?
— Sí, él y yo jugamos una partida de billar —respondió Bradley y la siguiente pregunta la hizo con algo de pánico—. ¿Va a entregarme?
La madre de Bradley ahogó un grito y se llevó la mano al corazón.
—No podré soportarlo de nuevo —murmuró.
Carter sintió pena por ella. Su hijo no era una buena pieza y seguramente volvería a meterse en problemas. Pero Carter decidió darle otra oportunidad.
—Si usted paga los daños, lo dejaremos como está.
—Los pagará —aseguró su madre—. Ayuda a su padre en su negocio de cortar el césped. Le descontaremos el dinero de su sueldo.
Carter asintió y entregó su tarjeta de visita a la mujer.
—De acuerdo. Les mandaré la factura —dijo y miró fijamente a Bradley—. Manténgase alejado de Dundee, o la próxima vez no seré tan comprensivo.
Liz miró a Reenie, que acababa de llegar a su casa con una bolsa de papel marrón. Liz sabía lo que contenía, le había pedido a su amiga y cuñada que se lo comprara.
El momento de la verdad había llegado.
—No puedo creerlo —murmuró Reenie preocupada.
—Yo tampoco.
Liz sacó el test de embarazo de la bolsa y lo miró atentamente. La ansiedad le encogía tanto el estómago que le dolía. Le había pedido a Reenie que no se lo contara a Isaac. Necesitaba que fuera su mejor amiga en lugar de la esposa de su hermano. Pero sabía que no era un secreto fácil de guardar.
—¿Estás segura de que este tipo de test es fiable? Seguramente sólo estoy de una o dos semanas…
—¿Una o dos semanas? —gritó Reenie—. ¡Comenzaste a salir con Carter hace dos semanas!
Liz se encogió ante ese recordatorio que la avergonzaba. No tenía excusa. La vida y la soledad se habían llevado lo mejor de ella. Y en aquel momento estaba flotando corriente abajo en el río, como La dama de Shalott, condenada a la destrucción.
—No sé qué me ha sucedido. Salí meses con Keith antes de acostarme con él. Y con mi novio del instituto estuve un año antes de hacer nada. Pero con Carter ha sido diferente.
No mencionó a Dave, pero a él también lo conocía de tiempo antes de acostarse con él.
Reenie le dio un suave apretón en el brazo.
—¿Qué harás si estás embarazada?
—No lo sé.
—Decidas lo que decidas, te ayudaré.
Liz se dejó abrazar por Reenie. Lo que acababa de decirle era justo lo que necesitaba oír, que no estaría completamente sola.
—Saldré adelante de alguna forma —afirmó Liz, aunque no sonó muy convencida.
—Por supuesto que sí —la animó Reenie y la acompañó al cuarto de baño—. Hazte el test. Tal vez estemos preocupándonos por nada.
Liz quería creer que podía ser eso. Pero sabía que estaba embarazada antes de someterse al test. Nunca había tardado tanto en tener el período.
Y el test lo confirmó.
Esa tarde, Liz preparó la receta de su madre de salsa de chocolate, manzanas caramelizadas y otros dulces, pero no estaba segura de que tuviera algún sentido. A menos que todos aquellos dulces ayudaran a vender la tienda.
Había decidido que se casaría con Dave y se trasladaría a California. Siempre y cuando él la aceptara después de conocer lo del bebé, claro. Seguramente él no querría casarse cuando lo descubriera, pero Liz esperaba que él accediera a darle a ella su apellido por unos meses. Eso ayudaría. Le haría aparentar ser alguien respetable, por el bien de su hijo, y sería la excusa para marcharse de Dundee. También garantizaría que nadie sospecharía nunca la verdad. Sobre todo Carter.
La culpa le hizo un nudo el estómago. Liz odiaba tener que guardar ese secreto, pero seguramente era lo mejor por el momento. Tenía nueve meses para decidir cómo y cuándo decírselo a Carter. Y sería más fácil si no vivían en el mismo lugar.
Liz contempló la tienda que tanto amaba. Su padre y Dave llevaban todo el día allí, pintando encima del spray de las paredes que no habían podido quitar, y la sala parecía como nueva.
Su futuro podría haber sido muy diferente si hubiera tenido más cuidado, se reprochó Liz. Pero ella no había planeado tener un romance con nadie, o habría tomado la píldora.
—Estás muy callada —dijo Gordon, saliendo de limpiar los pinceles en el baño.
—Está pensando —comentó Dave levantando la vista de lo que estaba haciendo y le guiñó un ojo a Liz.
Ella sonrió, aunque se sentía enferma a morir, y se preguntó si podría volver a trabajar como azafata de vuelo para poder mantener a su creciente familia.
La puerta trasera se abrió y Carter entró en la tienda. Liz lo esperaba, deseaba que regresara, pero sólo de verlo se quedó sin aliento. Cómo le gustaba aquel hombre.
Él sonrió al verla y se acercó como para besarla, pero ella interpuso rápidamente una mesa entre los dos.
—Has regresado —dijo forzando una sonrisa—. Me alegro de verte.
El no pudo dejar de advertir su extraña reacción y entonces vio a Dave, que se había puesto en pie y estaba limpiándose las manos para saludarlo.
—Soy Dave Shapiro —dijo extendiendo la mano.
Carter no dijo nada ni estrechó su mano.
Liz carraspeó.
—Dave, éste es Carter Hudson.
Carter frunció la boca, pero finalmente estrechó su mano.
—¿Dave de California? —le preguntó a Liz.
Ella tenía tal nudo en la garganta que sólo asintió.
—¿Y qué está usted haciendo aquí en Dundee? —inquirió Carter en tono bastante amigable para ser él.
Pero Liz captó la pregunta bajo su tono calmado: «¿Qué demonios sucede aquí?».
Dave también debió de notarlo. Dudó unos segundos antes de contestar. Pero luego sonrió y recuperó la confianza en sí mismo.
—He venido a pedirle a Liz que se case conmigo.
Gordon, que estaba recogiendo sus herramientas, se detuvo y los miró.
—¿Y qué respuesta le ha dado ella? —preguntó Carter con expresión impenetrable.
Dave sonrió cálidamente a Liz.
—Aún no me la ha dado.
Liz vio que Carter se ruborizaba, pero no sabía por qué. Era imposible sentir más dolor que el que sentía en aquel momento.
—Ya veo. Pues presumiendo que ella dirá que sí, espero que sean felices juntos —dijo Carter y se marchó a grandes zancadas.
Por la noche, Carter estaba contemplando el paisaje desde su ventana, el mismo paisaje que había compartido con Liz. Llevaba así más de media hora.
Sabía que Keith era el responsable de los destrozos en la tienda, pero aún no se lo había dicho a nadie. Ya daba igual, si Liz iba a casarse con Dave y regresar a California.
Si finalmente se casaba con él… ¿Cómo podía ella pensar en estar con Dave después de lo que habían compartido Liz y él juntos?, se preguntó Carter. ¿Le había contado ella que se habían acostado? ¡Si todavía sus sábanas olían a ella!
Quería telefonearla, pero temía no poder contenerse y soltarle alguna crueldad. Evidentemente, él había tenido unas expectativas diferentes de su relación, aunque no sabía muy bien cuáles eran. Liz y él habían comenzado una aventura, pero él había considerado que eran una pareja. Aunque no lo hubieran hablado, a él le había parecido bastante obvio después de tener sexo tantas veces en un par de semanas.
Llamó a Información y pidió un número de teléfono. Estaba confuso y enfadado por no tener respuestas por sí mismo. Pero tal vez Reenie pudiera ayudarlo.
—¿Diga? —preguntó ella medio dormida.
Era tarde y Carter estuvo a punto de colgar, pero entonces ella bajó la voz.
—Liz, ¿eres tú? Estoy aquí si necesitas hablar, cariño. Todo irá bien. Tienes que confiar en eso. Es la única forma de poder con esto.
—¿De poder con qué? —preguntó Carter.
Hubo un silencio mortal.
—¿Reenie?
—Carter, ¿eres tú? —preguntó ella agitada.
—Sí, ¿te acuerdas de mí? Soy el tipo que trabaja para tu padre, el que salía con tu cuñada hace tres días…
—Es tarde, Carter.
—Lo sé.
Otro silencio embarazoso.
—¿Por qué me llamas?
El pánico de la voz de ella confundió tanto a Carter como la reacción de Liz en la tienda esa tarde. Reenie no era fácil de intimidar, pero había algo que la intranquilizaba, él estaba seguro.
—Cuando me marché éramos amigos, ¿ya no lo somos? —le preguntó él.
—Claro que sí —respondió Reenie lentamente.
—Me alegro, porque todo lo demás ha cambiado. ¿Ella ama a ese hombre? ¿Quiere casarse con él?
Otra larga pausa.
—No sé qué decir —respondió Reenie—. Eso… le corresponde a Liz.
—Sólo dime si está enamorada de él o no —le rogó Carter.
Silencio.
—No, no está enamorada de él.
—O sea, que va a decirle que no —dijo él y sintió cómo su cuerpo se relajaba.
Hasta que oyó la respuesta de Reenie.
— De hecho, estoy casi segura de que va a decirle que sí.
—¿Cómo? —exclamó él hundiéndose en el sofá—. ¿Por qué?
—Ya te he contado demasiado. No puedo decirte nada más —dijo ella y colgó.