Capítulo 20
Liz se sentó a solas en el salón de su casa, con las luces apagadas, dando gracias de que Mica y Christopher se hubieran dormido por fin. Porque ella no podía seguir fingiendo que estaba bien. No, desde que había comprobado el calendario. La última vez que había tenido el período había sido ¡hacía treinta y cinco días!
Necesitaba comprar un test de embarazo, sólo que no podía hacerlo en Dundee o todo el pueblo se enteraría. Además, la asustaba conocer la verdad.
¿Qué haría si estaba embarazada? Carter y ella apenas se conocían. Se imaginó dentro de ocho meses, preparándose para la llegada del bebé al tiempo que llevaba la tienda y cuidaba a sus otros dos hijos… y le entró un sudor frío. ¿Cómo iba a explicarles la noticia a Mica y a Christopher… y al resto de la gente?
Sería una paria en aquel pueblo. Y no podía mudarse a otro, acababa de abrir La Chocolatérie. Además, si se iba a otro lugar, ¿dónde le darían trabajo si finalmente estaba embarazada? ¿Y adonde iría, de vuelta a Los Ángeles para encontrarse con Dave?
No.
Hundió el rostro entre las manos intentando no pensar en lo peor de todo: anunciárselo a Carter. ¿Cómo reaccionaría él? Carter ni siquiera tenía pensado quedarse en Dundee y mucho menos convertirse en padre.
Sonó el teléfono. Liz lo miró con suspicacia y agarró el auricular. Estaba convencida de que serían Reenie e Isaac. Se habían creído que estaba alterada porque Gordon hubiera regresado.
—¿Diga?
—Por fin te encuentro.
Liz expulsó el aire lentamente. Era Carter.
—¿Cómo estás? —le preguntó ella, agarrando el auricular con más fuerza de la que debería.
—Bien, ¿y tú?
—Bien también.
—Suenas cansada.
—Ha sido un día muy largo —respondió ella poniéndose más nerviosa aún porque él fuera tan perceptivo.
Pero él no sospecharía lo que sucedía, ¿verdad?
—Te he llamado a casa unas cuantas veces, pero no he dado contigo. También lo he intentado en la tienda… y me he llevado una gran sorpresa cuando Gordon ha contestado al teléfono.
—Ha regresado —apuntó sencillamente Liz.
Hubo una pausa larga.
—¿Por eso estás tan apagada?
No, estaba apagada porque era posible que se hubiera metido en el mayor lío de su vida. Casi estaba segura de ello.
— Supongo —logró responder.
Debería preguntarle a Carter dónde estaba y cuándo iba a regresar, no había dejado de pensar en ello desde que él se había marchado. Pero si estaba embarazada, eso ya no tenía importancia. Cuando él conociera que iba a ser padre, se sentiría atrapado y terminaría la relación.
De pronto Liz recordó una de sus primeras conversaciones, cuando ella le había preguntado si tenía hijos y Carter le había respondido que él no tendría hijos fuera del matrimonio. Así que su relación no terminaría, él se casaría con ella, tanto si la quería como si no. O quizá le pediría que abortara, pero para Liz ésa no era una opción posible.
—Liz, ¿estás bien? —le preguntó él preocupado.
—Sí, no te preocupes —dijo Liz y oyó que la llamaban por la otra línea—. Tengo otra llamada.
—Esperaré. Tengo noticias sobre los actos vandálicos en tu tienda.
¿Carter tenía noticias sobre eso? ¿Cómo era posible? Él se había marchado justo después del destrozo inicial y la policía no podía haberle dicho nada.
—De acuerdo, espera un segundo —dijo Liz y cambió de línea—, ¿Diga?
—¿Liz?
Era Dave. ¿Por qué todo se complicaba al mismo tiempo?
—Ahora no es un buen momento, Dave.
—De acuerdo, si no quieres hablar por teléfono, iré allí.
—¡No!
—¿Qué otra cosa puedo hacer? Ni siquiera me das la oportunidad de hablar.
—No es eso… Llevo unos días horribles —dijo Liz.
Las lágrimas la quemaban en los ojos, pero se negó a sucumbir a ellas.
—¿Por qué? —inquirió Dave.
—Para empezar, alguien forzó la puerta de la tienda y la destrozó casi por completo.
—Es una broma.
—No —le aseguró Liz.
—¿Es la misma persona que arrancó el lavabo de la pared?
—Yo creo que sí, porque ha vuelto a hacerlo, además de muchas más cosas. Ha llenado las paredes de pintadas, ha vertido agua en todas mis existencias de chocolate, ha roto estanterías y vitrinas, ha desparramado el azúcar por el suelo… No he podido abrir desde entonces.
Dave maldijo en voz baja.
—Supongo que Dundee no es tan diferente de Los Ángeles, ¿eh?
—Lo peor de todo es que no sé quién puede ser.
— Seguro que ha sido Keith.
—Tal vez —respondió ella pero en el fondo no lo creía así.
—Lo siento, pequeña —le dijo Dave—. Sé cómo te sientes. Cuando averigües quién lo ha hecho, me presentaré allí y le patearé el trasero.
—Si es que logro averiguarlo —contestó ella sombría.
—¿Quieres que vaya a ayudarte a limpiarlo todo?
—No, ya lo tengo casi todo recogido. Además, ahora tengo que colgar. Reenie está en la otra línea —mintió Liz.
—¿Me llamas luego? —preguntó Dave. ¿Para anunciarle que probablemente estaba embarazada de otro hombre?, pensó Liz.
—Por favor, Liz. Si te importo algo, llámame.
Liz disimuló un suspiro y le prometió que llamaría. Luego volvió a la línea en la que esperaba Carter. Él no le preguntó quién había llamado, pero Liz no supo si era por respetar su intimidad o porque no le importaba quién hubiera llamado.
—¿Tienes alguna conexión con un tal Rocky Bradley? —le preguntó Carter.
—¿Quién?
—Rocky Bradley. Es un ex convicto que vive en Boise, en libertad condicional por robo. También ha cumplido condenas por drogas, asalto… y una amplia variedad de cargos.
—Nunca había oído ese nombre. Las únicas personas a las que conozco que viven en Boise son los Howell. Se mudaron de aquí allí el pasado otoño.
—¿Tienen alguna razón para querer perjudicarte?
—Que yo sepa, no. Apenas los conocía. ¿Por qué?
—Rocky Bradley es el extraño que Mary vio acechando tu tienda.
—¿Cómo lo sabes?
—Ella me dijo que lo vio bebiendo cerveza y yo encontré la botella. Está llena de huellas de ese hombre. Además, su madre me ha confirmado que conduce una camioneta roja Toyota de 1985 a la que le falta el parachoques trasero. Y él coincide con la descripción de Mary de un hombre alto y desgarbado vestido con ropas holgadas.
—Así que Keith no ha sido el de los destrozos — comentó Liz.
—No lo creo.
—Y Mary estaba diciendo la verdad —añadió.
—Acerca del extraño que vio merodeando, sí. Pero como no hay ninguna conexión aparente entre tú y Bradley, supongo que ella o quien sea lo contrató para que hiciera lo que hizo.
Liz se recostó en el sofá y miró al techo.
—¿Has hablado con él? —le preguntó Liz.
—No estaba en su casa cuando he telefoneado. Vive con su madre. He pensado pasarme por su casa mañana, ya que el avión me deja en Boise.
—¿Regresas mañana?
—Sí, mañana temprano.
—¿Dónde estás ahora?
—En casa de mi hermana.
Liz se colocó una manta sobre las piernas, que estaban quedándosele heladas.
—¿Has ido a Nueva York a visitar a tu familia?
—No, tenía unos negocios que terminar aquí.
Liz quiso preguntarle si esos «negocios» incluían a la mujer que aparecía junto a él en la foto del teléfono, pero no quería parecer una amante celosa. Y menos aún si estaba embarazaba. Su relación ya iba a enfrentarse a dificultades muy pronto.
¿Cómo iba a decírselo?, se preguntó Liz.
No lo haría, decidió de pronto. Al menos, no por el momento. Primero esperaría rezando que le bajara el período.
—Que tengas buen viaje —le deseó a Carter.
—Liz… —dijo él con una gran ternura.
A ella le dio un vuelco el corazón. Le resultaba mucho más difícil mantener una distancia emocional con él cuando él abandonaba su tono profesional.
—¿Sí, Carter?
—¿Crees que estarás bien con tu padre por allí de nuevo?
A Liz la conmovió que él se preocupara por ella. Pero en aquel momento a ella sólo le importaba si estaba embarazada o no.
—Él es la menor de mis preocupaciones en este momento.
—¿Estás preocupada por La Chocolatérie?
—Sí —mintió Liz.
—Lograremos que la abras el próximo fin de semana — le prometió él.
—De acuerdo.
—¿Qué más noticias hay por ahí?
—Reenie está embarazada —dijo ella para ver la reacción de él.
—Seguro que tu hermano está contento con la noticia.
—Está eufórico. Pero yo soy la única persona que lo sabe, así que no le digas nada al senador.
—No lo haré. ¿Dónde estarás mañana por la tarde?
—No lo sé seguro, pero probablemente en la tienda.
—Me pasaré por ahí cuando llegue. Tengo ganas de verte.
—De acuerdo. Y ahora, buenas noches —se despidió ella y colgó.
Luego se hizo un ovillo en el sofá. Se suponía que tenía que llamar a Dave, y también a Reenie e Isaac. Pero no se encontraba con fuerzas.
Desenchufó el teléfono de la toma para que no sonara y se fue a su dormitorio y se tumbó en la cama. Ni siquiera se molestó en desvestirse.
—Mamá… mamá… despierta.
Una manita dio unos golpecitos a Liz en el hombro.
—¿Qué ocurre? —murmuró ella.
—Creo que llegamos tarde al colegio.
Liz abrió los ojos de par en par y vio a su hijo. Luego miró su despertador: eran casi las nueve. ¡Se había quedado dormida y los niños iban a llegar tarde al colegio!
Liz se contuvo de maldecir por el bien de Christopher. Se puso en pie de un salto y se pasó una mano por el pelo mientras intentaba reunir sus facultades.
—¿Dónde está Mica?
—Desayunando.
Liz se reprendió por no estar atendiéndolos todo lo bien que le gustaría.
—¿Y tú? ¿Te preparo algo?
—Yo ya he desayunado —le dijo él siguiendo sus pasos.
—¿Por qué no me habéis despertado antes?
—El abuelo Russell ha dicho que no lo hiciéramos.
—¡El abuelo Russell! —exclamó Liz y sintió que le retumbaba la cabeza.
—Es quien ha llamado al timbre esta mañana —explicó Mica, cuando Liz entró en la cocina.
Liz ni siquiera había oído el timbre. Miró alrededor.
—¿Está aquí todavía? —preguntó.
—No. Ha venido sólo para decirte que ha cambiado la cerradura de la puerta trasera y para traer las nuevas llaves —dijo Mica y señaló la encimera—. Están ahí.
¿Se refería al mismo Gordon que ella conocía?
—Ha sido muy amable de su parte —murmuró Liz.
—Estaba de muy buen humor —apuntó Mica—. Ha ido a su casa a darse una ducha y afeitarse, pero va a venir a llevarnos al colegio. Por eso ha dicho que te dejáramos dormir.
Liz no podía creérselo.
—Puedo llevaros yo perfectamente.
—No, mamá. Él nos ha prometido que pararíamos a por algún bollo si estábamos listos a la hora —dijo Mica y le hizo una mueca a su hermano—. Supongo que yo voy a ser la única que pueda comerse un bollo, ya que este bocazas te ha despertado.
—¡No soy un bocazas! —protestó Christopher.
Liz le pasó el brazo por los hombros a su hijo.
—Dejadlo ya los dos. Ha sido una buena idea que él me despertara, Mica. Tengo muchas cosas que hacer.
Pero entonces recordó que quizá estaba embarazada y estuvo a punto de gemir de desesperación.
Mica observó la ropa arrugada de su madre.
—¿Ayer no llevabas la misma ropa?
—Me quedé dormida antes de poder ponerme el pijama —le explicó Liz.
—Nunca te había pasado —señaló Mica con suspicacia.
Justo entonces Gordon llamó a la puerta y Mica y Christopher fueron corriendo a por sus mochilas.
Liz se acercó a la puerta y la abrió.
—No tienes por qué llevar a los chicos a la escuela — dijo ella.
—No te preocupes, no me importa —le aseguró su padre—. Anoche parecías desbordada y he pensado que te iría bien descansar un poco. ¿Por qué no te das un baño caliente y te relajas?
¿Tan mal aspecto tenía?, se preguntó Liz.
—¿Sabes dónde está el colegio?
—Yo se lo enseñaré —intervino Mica con su hermano de la mano, listos para marcharse.
Liz se hizo a un lado para dejarles paso.
—Gracias por tu ayuda —le dijo a Gordon.
Él dio un par de pasos y se giró hacia ella.
—Por cierto, ya casi he terminado con la tienda. Podrás abrirla mañana, te lo digo por si quieres preparar algunos dulces esta tarde.
—¿Casi has terminado? —repitió Liz.
Gordon se encogió de hombros.
—Una vez que empecé no podía detenerme.
—Has debido de pasar toda la noche despierto.
—Tenía un buen objetivo en mente —dijo él y se despidió agitando la mano.
Los niños y él se subieron a su coche y se marcharon.
Liz cerró la puerta de su casa. Necesitaba acercarse a alguno de los pueblos vecinos a por un test de embarazo. Así al menos sabría a lo que se enfrentaba.
Pero justo cuando estaba a punto de salir, llamaron a su puerta. Y esa vez no era su padre.
Era Dave.