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Capítulo 4

—Has tenido que ser tú —acusó Liz a Keith. Ella había ido a la tienda de bricolaje y había llevado aparte a su ex marido para que su jefe, Ollie Weston, no los oyese.

Keith estaba indignado. No parecía culpable, pero había sido el último en salir de la chocolatería la noche anterior. ¿Quién iba a querer y poder causar el daño si no?

—¿Y por qué iba a hacerlo? —preguntó él elevando la voz—. ¡Ayer estuve tres horas allí intentando ayudarte!

Ollie los miró desde la caja registradora y Liz se ruborizó. Cuando llegó por primera vez a Dundee, causó un gran escándalo por el mero hecho de ser «la otra». Como Reenie era del pueblo, la gente la había protegido y habían juzgado a Liz sin conocerla, como si ella hubiera destruido, a sabiendas, el matrimonio de Reenie. Y como Liz ya empezaba a sentirse a gusto en aquel pueblo, no quería volver a llamar la atención.

—No grites, ¿de acuerdo?

—Estás acusándome de algo que no he hecho —le espetó Keith.

—¿Quién si no podría haberlo hecho?

— ¡Cualquiera! —exclamó él—. Christopher se puso a jugar con la llave que me diste del local y la perdió. Anoche no pude cerrar.

—¿Cómo? ¿Y por qué no me llamaste?

—Porque no quería despertarte. No me pareció tan importante, el lugar ni siquiera está acondicionado todavía.

—Pagué una pequeña fortuna por el material de construcción que hay allí guardado —le dijo ella.

—¿Y qué? Esto es Dundee, ¿quién iba a querer robarlo?

Liz se recogió un mechón de pelo tras la oreja. Si Keith no había causado el destrozo, ¿se trataba de algún acto de venganza? ¿Tal vez de alguien que la culpara de haber destrozado el primer matrimonio de Reenie?

Liz no podía imaginar que nadie le tuviera rencor por eso. Y menos cuando ella no lo había hecho a propósito y además Reenie estaba tan enamorada de Isaac.

—Tu familia no haría algo así, ¿verdad? —preguntó Liz entrecerrando los ojos—. Nunca les he gustado. Incluso ahora que me ayudan con los niños, apenas me hablan.

—Todavía están luchando por aceptar lo que sucedió. No puedes culparlos por eso.

Cierto, no podía hacerlo. Lo que había sucedido era culpa solamente de Keith, por eso ella nunca podría reconciliarse con él.

—Quizá ha sido Mary Thornton —señaló él.

Liz se mordió el labio inferior. Mary y ella habían hablado alguna vez, pero no se conocían.

—Ella no llegaría tan lejos.

—¿Por qué no? Sabes que le molesta que vayas a abrir una tienda de chocolates junto a su tienda de dulces.

—¡Cuando alquilé el local ella no vendía dulces, sólo regalos!

—Por eso lo digo, está verde de envidia. Además, salió un artículo sobre tu futura tienda en el periódico local y ella no ha conseguido ni que la citen. Y, por lo que parece, no le va tan bien el negocio como quiere aparentar. Ella también se lo ha jugado todo. Dejó su empleo en el bufete de abogados, es madre soltera, su ex marido es muy raro…

—¿Estás de broma? Ella todavía vive con sus padres, que la ayudan con su hijo y se aseguran de cubrir sus necesidades. Es el dinero de ellos el que Mary invirtió en la tienda, no el suyo propio. ¿Por qué ella no se va a su casa e intenta salir adelante por sí misma, como hemos hecho nosotros?

A causa de su madrastra, Liz se había escapado de casa con diecisiete años y no había regresado nunca. Había terminado el instituto mientras vivía en casa de una amiga y los fines de semana visitaba a Isaac en la universidad.

—No lo sé —dijo Keith—. Sólo digo que, si tienes problemas en la tienda, Mary podría estar detrás. Pero no te preocupes, yo pagaré al fontanero para que lo arregle, ¿de acuerdo? Quizá así te creas que yo no he sido quien ha arrancado el lavabo.

Liz no podía permitirle a Keith que lo hiciera. Se sentía fatal por haberlo acusado sin tener pruebas. Lo que sucedía era que estaba asustada, en esa tienda estaba invirtiendo todo lo que tenía: su dinero, sus esperanzas y sus sueños.

—Gracias de todas formas, pero yo me ocuparé de ello —dijo y se giró para marcharse.

Keith la sujetó del brazo y le hizo mirarlo.

—Todo irá bien —le prometió él.

Hubo un tiempo en que las palabras de Keith la hubieran consolado y animado. Pero después de haber descubierto su engaño, se había destruido también su confianza en él.

—Hay otra cosa más —añadió él sin soltarle el brazo—. Creía que venías por eso, pero como no has dicho nada, supongo que no lo sabes.

—¿El qué? —preguntó ella preocupada por el tono serio de Keith.

—Tu padre está en el pueblo.

—¡No! —exclamó Liz llamando la atención de Ollie, que los miró enfadado.

Keith ignoró a su jefe.

—Sí. Me lo he encontrado en la gasolinera cuando venía a trabajar. Él tenía la ropa bastante arrugada, como si hubiera conducido toda la noche, pero sin duda era el hombre que vi en tus fotos de pequeña. He hablado un poco con él y te he llamado a casa, pero no has contestado.

—He ido a casa de tus padres para dejar a los niños allí. Y luego me he venido a la tienda —explicó ella como atontada.

—Me he imaginado que estarías de camino. Y como no tienes teléfono móvil… ¿Estás bien?

Liz respiró hondo intentando aliviar la conmoción.

—¿Y qué quiere?

—¿No has hablado con él en los últimos tiempos?

Liz negó con la cabeza. Las dos últimas navidades ella le había mandado una felicitación con unas cuantas fotos de los niños. En más de diez años, era todo el contacto que habían tenido.

—Eso explica cómo es que él no sabía que estábamos divorciados —dijo Keith y apretó la mandíbula—. Ha sido una situación de lo más embarazosa. Tú no lo sabes, pero antes de que nos casáramos, lo llamé para que viniera a vernos a Las Vegas. Él me dio una pobre excusa, lo que me hizo enfurecer y decirle que no se molestara en venir, que tú no lo necesitabas y que ya cuidaría yo de ti.

Liz lo vio removerse inquieto y supo que, cuando él le había dicho eso a su padre, ya estaba casado con Reenie: solo había sido cuestión de tiempo que les partiera el corazón a las dos.

¿Tal vez por cómo había respondido su padre, Keith se había afianzado en su deseo de casarse con ella, aparte de que ella ya estuviera embarazada de Mica?

—Nunca me dijiste que ibas a llamarlo.

—Y después de hablar con él, me alegré de no habértelo dicho —le aseguró Keith.

—¿Y qué es lo que quiere? —preguntó Liz, sorprendida porque aún le dolían las acciones de su padre.

—Luanna y él han roto.

A Liz le dio un vuelco el corazón. Había deseado tantas veces que su padre se separara de la mujer que le había hecho a ella la vida tan miserable… Y también muchas veces había soñado con reclamar el amor y la aprobación de su progenitor.

—¿Ha venido a ver a Isaac, o a mí?

—Supongo que a los dos. ¿A quién más tiene, ahora que Luanna ya no forma parte de su vida?

Estaba el hijo de Luanna, Marty, de la edad de Liz y viviendo por su cuenta. Liz no se imaginaba a su padre encariñado con él, Marty estaba tan malcriado que era difícil de tratar.

—Liz, te has quedado deshecha.

—Estoy bien.

Después de todo, había tenido año y medio para recuperarse del otro golpe del destino.

—No lo estás —insistió él.

La abrazó suavemente y la besó en la cabeza. Liz se hubiera resistido, como siempre, pero no pensaba con claridad. La noticia que acababa de conocer la había descolocado completamente.

Keith olía bien, era un olor familiar, cómodo. No hacía tanto, él había significado todo para ella. Y seguro que unos segundos en sus brazos no le harían daño. Liz apoyó la cabeza en el hombro de él mientras intentaba decidir qué hacer con su padre.

—Sé que tienes mucha presión ahora mismo y no necesitas esto —le dijo Keith acariciándole la espalda y transmitiéndole seguridad—. ¿Quieres que le diga que se marche del pueblo?

—No. Isaac se encargará de eso —respondió Liz.

Keith ya no tenía derecho a algo así. Sin embargo, Isaac estaba más enfadado con su padre que ella, aunque Luanna a él lo había tratado mucho mejor, ya que no se había sentido tan amenazada por su presencia en la casa como con Liz.

—Me pregunto qué le habrá pasado a su matrimonio —comentó Liz.

—Él ha dicho que se había cansado de las manías de Luanna… Pero me da la impresión de que ha sido ella quien lo ha dejado.

Ese detalle sorprendió a Liz, que esperaba que su padre en algún momento recuperara el juicio. Pero ¿qué importaba eso ya? Era demasiado tarde, la niña que tanto lo había necesitado ya era una adulta.

Liz se irguió y se separó de Keith.

—Así que está aquí porque no tiene otro lugar adonde ir.

—Lo siento, pequeña —le dijo Keith. Realmente, a veces él no era tan malo como ella quería creer. Liz sonrió triste.

—Gracias, pero no me llames «pequeña», ¿de acuerdo? —le dijo y se obligó a salir de allí.

 

Nada más salir de la tienda de bricolaje, Liz se dio de bruces con Carter. Él tenía las manos y el pelo salpicados de pintura, así como la camiseta que resaltaba su musculatura.

—¿Ya has empezado?

—¿Se suponía que debía esperar? —preguntó él.

—No, pero yo iba a ayudarte —dijo ella intentando recomponerse—. ¿Sabes cómo aplicar el estuco?

—Sí, no es difícil. He venido a por una brocha más resistente y unos tornillos para…

—Muy bien —lo interrumpió ella sin ganas—. Dile a Ollie que lo cargue todo en mi cuenta.

Carter se la quedó mirando unos instantes.

—¿Estás bien?

Ella fijó la vista en la lejanía.

—Sí, ¿por qué?

—Pareces hecha polvo.

Una vieja camioneta se acercaba. Liz contuvo el aliento mientras intentaba identificar al conductor… Era uno de los granjeros del pueblo, pero su camioneta no era la de siempre, por eso ella no la había reconocido. Liz soltó el aire poco a poco.

—No sucede nada.

—¿Estás segura?

—Sí —afirmó Liz y se dispuso a marcharse, ansiosa por ir a buscar a su hermano al instituto donde daba clase.

—¿Qué has averiguado del lavabo? —la detuvo Carter.

—No ha sido Keith.

—¿Cómo puedes estar segura?

Liz se refugió tras sus gafas de sol.

—Porque él lo ha dicho.

Carter frunció el ceño sin dar crédito.

—¿Y vas a creerlo? Estamos hablando del mismo hombre que te mintió durante todo vuestro matrimonio.

En aquel momento, a Liz la preocupaba tanto el acto de vandalismo como el que su padre estuviera en el pueblo. ¿Cuánto tiempo iba a quedarse? ¿De qué iban a hablar? ¿Y cómo iba él a tratar a sus nietos? No conocía ni a Mica ni a Christopher.

—Oye, te agradezco mucho que me ayudes en la tienda y haré todo lo posible para compensarte, pero ahora no necesito tu cinismo —le dijo ella y se marchó.

Sabía que él la miraba, que lo había vuelto a sorprender. Pero no le importó.

 

Carter había dejado su empleo en el FBI poco después del entierro de Laurel. Sabía que nunca volvería atrás, pero seguía siendo policía en su interior y eso le impedía dejar sin resolver el misterio del lavabo arrancado. Alguien había entrado en la chocolatería de Liz O'Connell y había provocado el destrozo. Él no tenía dudas de quién podía haberlo hecho. Por la forma en que Liz había exclamado el nombre de Keith y luego había salido en su busca, era evidente que ella tenía razones para creer que había sido su ex esposo. Seguramente Keith tenía motivos y eso lo convertía en sospechoso: además, era un mentiroso redomado.

Carter se acercó a un hombre junto a la caja registradora.

—¿Dónde puedo encontrar éstos, por favor? —le preguntó al hombre mostrándole un tornillo.

—Pasillo nueve.

—Gracias —dijo Carter y se dirigió allí.

Esperaba encontrarse con el ex de Liz mientras hacía esas compras. Lo divisó en el vivero. Supuso que era él porque llevaba el uniforme de la tienda y era aproximadamente de su edad.

Carter entró en el vivero y fingió que examinaba una pila para pájaros.

—¿Puedo ayudarlo? —preguntó Keith.

Carter lo miró. Keith era alto, estaba en forma y debía de resultar atractivo a las mujeres. La ropa le estaba un poco grande, señal de que debía de haber perdido bastante peso recientemente. ¿Sería por depresión, por no tener dinero para comer en condiciones, por tomar drogas? Eran los pequeños detalles los que marcaban la diferencia en una investigación, y Carter lo llevaba en la sangre.

—¿Es usted Keith O'Connell?

Keith enarcó las cejas, sorprendido. No llevaba ningún identificador con su nombre porque en un pueblo tan pequeño no era necesario.

—¿Nos conocemos? —le preguntó a Carter.

—Soy nuevo en Dundee. Trabajo para el senador Holbrook.

—Ah, sí. He oído que salió anoche con mi ex mujer —dijo Keith observándolo minuciosamente.

—Salí con una de ellas —lo corrigió Carter.

Keith frunció la boca.

—Sí, bueno… Pues por lo que sé, ella no se divirtió mucho.

A Carter lo sorprendió que lo molestara ese comentario. Hacía tiempo que a él no le importaba mucho nada. Pero con Liz ciertamente no había hecho ningún esfuerzo por gustarle, no le interesaba una mujer con tanta carga emocional de su pasado. Él ya tenía suficiente con el suyo propio.

—Supongo que no se me dan muy bien las conversaciones superficiales —dijo.

—Ya lo veo, casi diría que ha venido a sacarme de mis casillas —comentó Keith.

Carter le enseñó la brocha.

—Lo cierto es que también he venido a comprar material para poder hacer las reformas en la chocolatería.

Keith abrió la boca atónito.

—¿Cómo dice?

—Ya me ha oído.

Carter temía estar siendo demasiado combativo. Él no conocía a Keith, pero desde la muerte de Laurel, muchas veces lo dominaban sus emociones más oscuras, especialmente cuando encontraba a un espécimen como Keith, que había engañado hasta tal extremo.

—¿Acaso Liz le ha pedido que lo ayude? —preguntó Keith.

—El senador lo sugirió.

Keith se acercó a él y Carter tuvo la impresión de que no era un hombre que se achantara ante una posible pelea.

—Pues olvídese de ello. Ella no lo necesita, ya me tiene a mí.

Carter vio que él apretaba los puños, pero no hizo nada más.

—Es evidente que no está ayudándola suficientemente deprisa. Así que no se preocupe. El lugar estará pintado antes de que salga usted hoy de trabajar.

—¿Para eso ha venido? ¿Para decirme que está ayudando a Liz y que puede hacerlo más rápido que yo? —preguntó Keith.

—No sólo, hay algo más —dijo Carter y lo miró fijamente—. Si ha sido usted quien ha arrancado el lavabo de la pared, será mejor que no vuelva a intentar nada de ese tipo.

Carter se dio media vuelta y se marchó a grandes zancadas.

—¿Quién demonios se cree que es, arrogante bastardo? —le gritó Keith a la espalda.

Carter no respondió. Ya había dicho todo lo que iba a decir. Además, él no era arrogante, sino que estaba enfadado.