Capítulo 17
Gordon miró la tarjeta de Chloe, que había guardado en el parasol del coche. En los últimos días había revisado los diarios y pertenencias de ella, pero nada lo había impactado tanto como el mensaje escrito en esa tarjeta.
A su alrededor cambió el paisaje, pero él no se dio cuenta, estaba demasiado ocupado preguntándose si ella le habría desvelado alguna vez la verdad. Conociéndola, a Chloe debía de haberle costado mucho mantener el secreto. Pero lo había hecho por el bien de su hija. Seguramente temía que él se comportara precisamente como lo había hecho.
A Gordon se le encogió el corazón al recordar la expresión de dolor de Liz en la pista de tenis. Sus rasgos eran iguales a los de Randy, pero él la quería de todas formas. Eso era lo que había aprendido después de todo aquello: la quería y deseaba que fuera su hija de nuevo, aunque cada vez que la viera le recordara su dolor.
Se concentró en la carretera. Dentro de una hora y media estaría en Dundee.
Agarró la tarjeta de Chloe. No me rendiré, había escrito ella. «Yo tampoco me rendiré», prometió él guardando de nuevo la tarjeta en el parasol. «Arreglaré las cosas con Liz aunque me lleve el resto de mi vida, Chloe. Te lo prometo».
Carter acababa de reservar por teléfono su billete para Nueva York cuando le sonó el teléfono. Seguramente sería su madre que, aunque no lo decía directamente, creía que él debía hablar con Johnson. Carter también lo creía. Por eso iba a viajar a Nueva York.
Pero no era su madre, sino la hija del senador Holbrook, Reenie.
—Carter, me alegro de encontrarte —dijo ella con voz temblorosa.
—¿Ha ocurrido algo? —preguntó él preocupado.
—Es Liz. Alguien entró anoche en La Chocolatérie cuando ella se marchó a casa y destrozó el lugar.
—¿Cómo? ¿Alguien vio quién ha sido esta vez?
Carter recordó a Keith saliendo furioso de la tienda.
—No, que nosotros sepamos. Las estanterías están arrancadas, el lavabo también, el suelo y las paredes están pintados con spray. Por no hablar de la comida, que está toda echada a perder.
Carter se frotó las sienes mientras intentaba asumir que aquello había sucedido realmente, y en un pueblo tan tranquilo como Dundee.
—¿Liz está bien?
—Ha sido un duro golpe para ella.
Carter se pasó una mano por el pelo y respiró hondo. Los daños materiales no eran importantes, se podían reparar, pero los otros daños… Detuvo sus pensamientos antes de que fueran demasiado lejos.
—¿Habéis avisado a la policía?
—Lo he intentado. El agente Orton debería estar de servicio, pero ni siquiera estaba despierto cuando lo he llamado. Vendrá en cuanto esté presentable.
—¿Quién ha descubierto el destrozo?
—Mi padre iba a desayunar a la cafetería de Jerry cuando ha visto la puerta de La Chocolatérie abierta y se ha acercado a comprobar qué ocurría. Cuando ha visto lo que había pasado, ha avisado a Liz. También nos ha llamado a Isaac y a mí, cosa de la que me alegro.
—¿Y cómo esta Liz ahora?
—Está de pie en mitad de todo, observándolo como si todos sus sueños y sus esperanzas estuvieran esparcidas por el sueño. Este lugar significa mucho para ella.
Carter maldijo en voz baja. Quien hubiera hecho eso tendría su merecido. Quizá Hooper había reído el último con Laurel. Quizá la violencia y la maldad habían ganado antes. Pero sólo porque Laurel había dejado de pelear.
Tal vez el vandalismo en la tienda era algo insignificante respecto a la batalla que él había librado por Laurel, pero esa vez necesitaba ganar.
—Ahora mismo voy.
Liz no lograba asumir que ese día no iba a poder abrir la tienda. Sus ojos se pasearon de nuevo por la pintada de la pared: Vete a casa, zorra. Lo leía y no podía creérselo. ¿Quién haría algo tan mezquino? ¿Quién la odiaba tanto que le haría daño tan cruelmente?
Menos mal que había dejado a Mica y a Christopher en casa de su abuela antes de ir a la tienda para que ella los llevara al colegio. Liz no hubiera podido manejar sus preguntas ni su decepción. No podía manejar ni la suya propia. Se sentía como cuando su padre le había dicho que no era su padre: medio atontada, como si todo aquello no fuera real y en cualquier momento alguien fuera a decir de pronto que era broma.
Pero nadie lo decía.
Liz observó al senador Holbrook, a Isaac y a Reenie recogiendo el lugar. Había sido una locura quedarse en Dundee. Debería haber regresado a Los Ángeles y reconstruir ahí su vida. Pero había empezado a sentirse a salvo en Dundee, parte de su comunidad.
Hasta ese momento.
—Como haya sido Keith, voy a darle una paliza que se va a enterar —oyó que Isaac le decía a Reenie en voz baja.
—Y yo te ayudaré —le contestó Reenie.
Liz hizo como que no los oía. Ella se había ido a vivir a Dundee para que Keith pudiera estar cerca de sus hijos. Sabía que él se había marchado enfadado la noche anterior pero ¿sería capaz de hacerle aquello?
La puerta trasera se abrió bruscamente. Sobresaltada, Liz se giró y vio a Carter entrando con grandes zancadas. Tenía la mandíbula apretada y los ojos le echaban chispas. Echó un vistazo a los daños, deteniéndose unos instantes en las palabras de la pared. Liz se dio cuenta de que él estaba así de furioso por lo que le había sucedido a ella y comenzó a llorar sin poder detenerse.
Carter la vio y su expresión se suavizó. Se acercó a ella y la abrazó. Isaac y Reenie los miraron, pero a Liz no le importó lo que pensaran. Sus hijos no estaban por allí, así que podía permitirse mostrarse cariñosa con Carter. En aquel momento, él le era tan necesario como el aire que respiraba.
—No te preocupes —le dijo él apartándole el cabello del rostro y haciendo que lo mirara—. Lo arreglaré todo, ¿de acuerdo? Tengo que irme a Nueva York unos días, pero arreglaré esto en cuanto regrese, te lo prometo.
Carter se apoyó contra la pared trasera de la tienda de Mary Thornton. En menos de una hora tenía que subirse al avión, Johnson lo esperaba en Nueva York. Pero eran casi las nueve de la mañana, Mary tenía que abrir su tienda en cualquier momento y quería hablar con ella.
No creía que ella lo hubiera hecho, a Mary la preocupaba demasiado su reputación como para arriesgarse a mancharla con algo así. Pero él podía estar equivocado. Ya se había equivocado en otra ocasión y eso había supuesto que Laurel pasara un día más en aquel hotel con Hooper. Tal vez ese día extra había sido el que le había dejado las cicatrices más profundas. Por eso quería hablar con Mary, por si él estaba cegándose con Keith. Aunque después de la forma en la que Keith se había marchado de la tienda la noche anterior, era difícil no culparlo.
Reenie había encontrado sustituta para ese día en el colegio e iba a quedarse a ayudar a Liz a recoger aquello y Carter se alegraba de que Liz tuviera apoyo ya que él tenía que irse fuera.
Mary llegó por fin. Aparcó su coche en el aparcamiento y se acercó a su local.
—La tienda de Liz es aquélla, por si no se ha dado cuenta —le dijo a Carter señalando la chocolatería—. ¿O acaso ha decidido ser amigable con algunos de los demás?
—No vengo con espíritu amigable —dijo él—. Quiero hacerle varias preguntas. ¿Dónde estuvo anoche?
Mary frunció el ceño levemente.
—¿Por qué quiere saberlo? —preguntó y metió la llave en la cerradura del local.
—Alguien entró en la tienda de Liz anoche y ha destrozado el lugar.
Mary se detuvo unos instantes, pero luego abrió la puerta, entró y encendió las luces.
—De acuerdo, estuve con Lou Masters —confesó.
—¿Qué estuvieron haciendo?
—¿Cuántos detalles desea? —preguntó ella con una sonrisa insinuante.
—Me vale que me diga si él la apoyaría en esa declaración.
— ¿Declaración? ¿Ahora trabaja para la policía o algo parecido?
—No, pero si no quiere hablar conmigo, puede hacerlo con ellos. Llegarán enseguida.
Mary lo miró con arrogancia.
—No intente fastidiarme. Podría decirle que se fuera al diablo, estoy en mi derecho.
—¿Y lo va a hacer? —preguntó él.
—Se lo merece… por ignorarme —dijo ella haciendo un mohín—. Podríamos hablar de esto esta noche, cenando.
—Me voy fuera del pueblo.
—¿Alguien acaba de destrozar la tienda de Liz y usted se marcha?
—¿Sabe quién puede estar detrás de este acto vandálico? —preguntó él.
Mary se dirigió a la caja registradora y empezó a llenar el cajón.
—No tengo ni idea, a menos que sea el tipo que vi. Estaba en el aparcamiento, observando la chocolatería. Lo vi cuando cerraba mi tienda. Se lo comenté a Liz el día de la inauguración.
¿Por qué Liz no le había dicho nada?, se preguntó Carter.
—¿Quién era?
—No lo vi bien, estaba oscuro, pero si hubiera sido de por aquí creo que lo hubiera reconocido. Pero no me era familiar.
Lo que significaba que aquel hombre debía de ser un turista o alguien de algún pueblo vecino. ¿Por qué iba alguien que no era de Dundee querer hacer daño a Liz? Después de dos actos vandálicos a su tienda, era evidente que no era un hecho casual.
—¿Puede describírmelo? —le pidió Carter.
—Era alto y llevaba una ropa muy holgada y una sudadera con la capucha puesta. No sabría darle más datos sobre él. Estaba apoyado en su camioneta y bebía algo que me pareció cerveza.
—¿Qué camioneta era?
—Ya se lo dije a Liz, una Toyota roja. No era muy nueva y le faltaba el parachoques trasero.
—¿Pudo ver la matrícula?
—Caray, ¿ha sido usted policía o algo así? —protestó ella.
—Algo así. ¿Consiguió ver la matrícula? —insistió Carter.
—No, era matrícula de Idaho, de las antiguas, pero no vi el número.
—¿Qué más recuerda? ¿Fumaba, mascaba tabaco, escuchaba música?
—No, pero como decía creo que tenía una botella de cerveza en la mano. Cuando salí de mi tienda, él tiró la botella en el contenedor de escombros, se subió a su camioneta y se marchó.
Así que al extraño no le gustaba que lo vieran… ¿Qué conexión existía entre él y Liz?
—¿Se le ocurre alguien que podría querer hacerle esto a Liz? ¿Ha oído algún rumor últimamente?
—He oído que se acuesta con usted —señaló ella mirándolo de reojo—. ¿Es cierto?
Carter no iba a permitir que ella lo hiciera ponerse a la defensiva.
—Estamos hablando del destrozo de La Chocolatérie, no de mi vida privada.
Ella lo miró furiosa y comenzó a limpiar el mostrador.
—¿Quiere una lista de sus enemigos? Yo hubiera apostado a que era Keith hasta que vi a ese extraño en el aparcamiento.
—¿Y qué me dice de usted? —preguntó Carter suavemente—. Usted no está muy feliz de tener La Chocolatérie al lado de su negocio.
Ella lo miró fijamente hasta que captó que él la estaba acusando.
—Ya se lo he dicho, anoche estuve con Lou Masters.
—Podrían haberlo hecho juntos.
—Un momento. Liz vende muchas cosas parecidas a las que vendo yo y me preocupa que eso me cueste el negocio. Pero nunca destrozaría su tienda.
—¿De veras?
—De veras —dijo ella cruzándose de brazos y elevando la barbilla con gesto desafiante.
Carter sabía que la historia del extraño podía ser una mentira para despistarlo, no era la primera vez que un sospechoso intentaba engañarlo así. Pero Mary estaba más interesada en añadirlo a su lista de conquistas que en librarse de él. Si realmente fuera culpable, querría perderlo de vista cuanto antes.
—Me alegro de oír eso —dijo Carter entregándole una tarjeta de visita—. Por favor, avíseme si vuelve a ver a ese extraño.
—¿Por qué iba a hacerlo? —preguntó ella haciéndose la ofendida—. ¿Qué ha hecho usted por mí?
—La creo, ¿no le parece suficiente? —respondió él con una sonrisa.
Ella dudó pero agarró la tarjeta.
—Es usted demasiado guapo, ¿lo sabía?
Carter rió y salió de allí. Si no se daba prisa perdería el avión.
Se dirigió a su coche que estaba en el aparcamiento y de camino pasó por el contenedor que le había comentado Mary. Sólo había dos botellas, una rota de vinagre y otra de cerveza. Con mucho cuidado para no borrar las huellas dactilares que todavía pudieran estar en el vidrio, se llevó la botella de cerveza al coche y la guardó en la guantera.
Él iba a hacerle un favor al FBI, seguro que Johnson podía comprobar unas cuantas huellas dactilares para él. Dudaba de que fuera a servir de mucho, porque salvo que el culpable tuviera antecedentes policiales o hubiera estado en el ejército, sus huellas dactilares no estarían registradas. Pero ya que Carter iba a ver a Johnson de todas formas, lo intentaría.
Sobre todo, porque después de lo que le había sucedido a Laurel no soportaba la posibilidad de que un extraño merodeara por el pueblo.