Capítulo 13
Gordon pasó Salt Lake y continuó conduciendo hacia Las Vegas. No sabía adonde se dirigía, no se lo había planteado. Lo único que había querido había sido conducir, como si así pudiera escapar de la expresión acusatoria de Isaac. Había sido un estúpido, se reprendió. Soltar tan bruscamente lo que llevaba torturándolo durante los últimos dieciocho años había sido algo estúpido y egoísta. Había sido un intento de que Isaac lo apoyara y Liz lo comprendiera, pero a expensas de Chloe. Se sentía avergonzado de lo que había hecho.
Si al menos no viera a su mejor amigo cada vez que miraba a Liz… Si al menos no se sintiera tan traicionado…
El sol estaba poniéndose y Gordon vio las luces de Las Vegas desde lo lejos. Pensó detenerse, pero allí no había nada para él. Ya no sabía adonde pertenecía. No tenía empleo, ni casa ni familia… nada que lo anclara a ningún lado.
¿Cómo había permitido que su vida llegara a ese punto? Siempre se había comportado con la mayor integridad que había podido. Él era el damnificado, ¿no? Tal vez su relación con Liz no había vuelto a ser la misma y eso le dolía. Pero él le había dado un techo, comida y todo lo que necesitara. Y había guardado el secreto todos los años pasados.
¿Hubiera estado Liz mejor con su padre biológico? Él creía que no. Kristen, la mujer de su mejor amigo, Randy, no hubiera aceptado a Liz y tenía razones para ello. Tras la muerte de Chloe, Randy había decidido que por fin podía aliviar su carga diciendo la verdad. Como Chloe ya no era una amenaza, seguramente él creyó que Kristen podría manejar la nueva situación. Pero ella no encajó bien la noticia y, para vengarse, se lo contó a Gordon, para que Randy perdiera a su mejor amigo.
Gordon sacudió la cabeza. Lo que había sucedido hacía años seguía siendo doloroso y confuso.
Se detuvo en un semáforo a la entrada de Las Vegas. En algún momento debería pararse para repostar y comer algo, pero ya lo haría por el camino. Por fin sabía adonde se dirigía.
Salvo por el lavabo, La Chocolatérie estaba casi terminada. Liz no podía creérselo. Después de que Carter recogiera sus herramientas y se marchara, ella se quedó un poco más en la tienda admirando lo que habían logrado. Se sentía enormemente agradecida hacia él, y eso era peligroso si quería mantener las distancias.
Menos mal que, cuando la tienda empezara a funcionar, con suerte a la semana siguiente, le daría tanto trabajo que dejaría de pensar en su padre y en Carter.
De momento, tenía que recoger a Mica y a Christopher de casa de su abuela y preparar la cena, se dijo para centrarse.
Reenie asomó la cabeza por la puerta y abrió los ojos sorprendida.
—¡Está precioso!
—¿A que sí? —dijo Liz, encantada.
—¿Carter te ha ayudado a hacer todo esto, el estucado, los suelos…?
—Sí, en sólo tres días —respondió Liz.
—Es bueno.
Reenie no sabía cuánto.
—Él parecía bastante preocupado ayer, cuando no sabíamos dónde estabas. Salió a buscarte enseguida.
—Es una persona agradable —comentó Liz vagamente.
—No has vuelto a ser víctima de más vandalismo después de lo del lavabo, ¿verdad? —preguntó Reenie.
—No, ¿cómo sabías tú lo del lavabo?
—Keith me lo comentó. Estaba molesto porque tú creyeras que había sido él.
—No estoy segura de que no lo fuera —admitió Liz.
—Keith ha cometido errores, pero no es una persona destructiva —señaló Reenie y se dirigió al baño—. Pues ha quedado muy bien arreglado.
—¿Cómo dices?
Sorprendida, Liz se acercó al baño. Parecía como si el lavabo nunca hubiera sido arrancado.
—Esta mañana no estaba así —dijo Liz.
—Carter debe de haberlo arreglado. ¿Lo has dejado solo en algún momento?
—Sí, cuando he ido a recoger a los chicos del colegio. Los he ayudado con los deberes y nos hemos tomado un helado antes de llevarlos a casa de los padres de Keith.
La mayoría de los hombres se hubieran pavoneado de su acción. Pero Carter no.
—Carter es diferente —comentó Liz.
—Lo dices como si te gustara lo diferente… —le dijo Reenie, mirándola con los ojos entrecerrados.
—No necesariamente —señaló Liz.
Pero en el fondo sí que le gustaba, incluso demasiado. Tenía muchas cosas que resolver, pero no estaba segura de poder evitar el ir más veces a la cabaña de Carter en las próximas semanas y meses. El viernes había sido tan satisfactorio…
Recordó las palabras de Carter: «Hay otra forma de verlo: aprovechar algo al máximo mientras dura».
Después de cenar, mientras Mica y Christopher jugaban juntos un rato, Liz se sentó frente al ordenador y se conectó a Internet. Mary Thornton le había dicho que le mandaría la información sobre el anuncio conjunto en el periódico y Dave también había comentado que le había enviado un par de mensajes.
Abrió uno de los mensajes de Dave, donde decía que la echaba de menos y le proponía que fuera a Los Ángeles en unas semanas. Liz se lo había planteado, pero seguramente estaría tan ocupada con la tienda que no tendría oportunidad de abandonarla.
En cierta forma la sorprendió que eso fuera un alivio en lugar de una decepción.
Liz no sabía cómo darle la noticia, así que decidió posponer la respuesta y abrió el siguiente mensaje de Dave. Era un cuestionario personal, con preguntas tipo: «¿qué es lo que más admiras en el sexo opuesto?» o «¿con quién te gustaría estar en este preciso momento?».
Todas sus respuestas apuntaban hacia Carter, pero no podía contestarle eso a Dave.
—¿Qué te pasa, mamá? Tienes el ceño fruncido.
Liz apartó la vista de la pantalla y vio que sus dos hijos la estudiaban llenos de curiosidad.
—¿Estás triste porque el abuelo se ha marchado tan pronto?
Ellos no sabían lo que había sucedido con Gordon. Liz había preferido no contárselo, al menos hasta que fueran mayores. De todas formas, era casi un extraño para ellos.
—No, estaba concentrada. Pero no es nada importante —dijo ella y cerró la ventana del mensaje—. Vamos, es hora de acostarse.
Después de leer un rato con ellos y darles las buenas noches, Liz regresó al ordenador para responder a Dave y se dio cuenta de que había otro mensaje sin abrir con el asunto: La dama de Shalott. Lo leyó perpleja: ¿Preferirías continuar a salvo en tu torre mientras la vida pasa a tu lado y tú la observas a través de un espejo?
No tenía firma, pero supo de quién era cuando vio la dirección, CHudsonl973. ¿Cómo había conseguido Carter su correo electrónico?
—Qué extraño —murmuró mientras consideraba la pregunta de él.
Era evidente que él había leído el poema y había interpretado correctamente por qué ella lo había citado. La dama de Shalott arriesgaba todo por amor y perdía. Liz temía ese riesgo, ¿pero quedarse a salvo merecía la pena?
Se imaginó observando a la gente pasar desde La Chocolatérie. ¿Estaba ella preparada para una vida en solitario, una vida dedicada exclusivamente a sus hijos y su trabajo? No. La dama de Shalott no le recordaba tanto a sí misma como a Carter. Él era quien mantenía a todo el mundo a distancia, quien observaba la vida pasar junto a él. A ella le habían partido el corazón, pero seguía deseando arriesgarlo en otra aventura. Escribió su respuesta: ¿Estás seguro de que soy yo quien está en la torre?
Carter recibió el aviso de que tenía un mensaje nuevo. Por fin Liz le había contestado. Abrió el mensaje y lo leyó varias veces para comprender su significado. Ella no sabía lo que decía… Él había vivido con tanta intensidad que había sido incapaz de separar su trabajo de su vida privada. Se había jugado la vida, había conocido lo peor de la naturaleza humana y había destapado verdades que desilusionarían a la persona más idealista. Había seguido a un psicópata día y noche y había logrado meterlo en la cárcel. Y se había enamorado de la única víctima que había sobrevivido.
¿Para qué vivir la vida con tanta pasión, sacrificarse tanto, amar tan profundamente…? Enfadado, Carter cerró el mensaje. Pero segundos más tarde volvió a leer el poema de Tennyson y le llamó la atención una frase: Estoy harta de sombras, dijo la dama de Shalott.
Quizá Liz estaba en una posición en la que podía evitar las sombras, pero para él las sombras eran lo que hacían tolerable la vida.
Miró el sobre que le había llegado por mensajero… y de nuevo se negó a abrirlo.
Kristen y Randy Bellini seguían viviendo junto a la casa de Long Beach que Gordon había comprado con Chloe. Gordon lo sabía porque hacía unos meses se había encontrado con el hijo mayor de la pareja, que lo había puesto al día de la situación familiar.
Los Bellini parecían la pareja ideal… como si el pasado no los afectara. Incluso su casa seguía igual que siempre, aunque ya sus hijos habían crecido y se habían independizado.
Gordon detuvo el coche frente a la casa y la observó unos momentos. Llevaba dos días sin ducharse y había dormido apenas unas horas en un motel. Sabía que debía de tener un aspecto horrible, pero no le importaba. Después de que su relación con su esposa se tambaleara un poco, Randy había continuado su vida como si no hubiera hecho nada malo. Excepto que no había sido capaz de volver a mirar a Gordon a los ojos.
Gordon se cubrió la cara con las manos. Había combatido en Vietnam junto a Randy, ¿cómo podía su mejor amigo haberlo traicionado con la persona a la que él más había amado en su vida? Llevaba casi veinte años preguntándoselo. Después de que Kristen le contara la verdad, Gordon se había enfrentado a Randy, pero él se había negado a decir nada, tan sólo había clavado la mirada en el suelo. Tal vez pasado el tiempo pudiera explicarle por qué había hecho lo que había hecho. Gordon ya no podía preguntárselo a Chloe.
Gordon se bajó del coche y se dirigió a la casa. Era casi medianoche, pero eso no iba a detenerlo. Despertaría a todo el barrio si era necesario.
Llamó a la puerta y esperó. Como nadie respondía, llamó más fuerte.
—¡Abrid! —gritó.
Después de unos minutos, Randy abrió la puerta con la cadenilla de seguridad puesta.
—¡Gordon! —dijo entrecerrando los ojos al verlo.
Gordon sonrió con amargura. Los años también se notaban en su amigo, pero seguía siendo guapo.
—Menudo saludo después de tanto tiempo, Randy.
—Es tarde. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Sí que es tarde —dijo Gordon—. Dieciocho años tarde. Debería haberte pegado una paliza entonces, pero no lo hice. Acepté el cuchillo que me clavaste en la espalda y me alejé.
—Dejaste que la herida se infectara —replicó Randy.
—¿Y tú te hubieras tomado mejor la noticia?
Randy inclinó la cabeza, avergonzado.
—Da igual, ya le he dicho a Liz que yo no soy su padre. Pensé que te gustaría saberlo.
Randy lo miró a los ojos.
—¿Se lo has dicho? —preguntó y sacudió la cabeza, entre incrédulo y furioso—. Eres un estúpido bastardo.
—Sí que soy un estúpido —le espetó Gordon—. Confíe en ti, creí que eras mi amigo.
—Te quería como a un hermano —le aseguró Randy.
Gordon soltó una carcajada amarga.
—Pues lo demostraste de una forma bastante curiosa. Ojalá nunca te hubiera conocido —le dijo—. ¿Vas a dejarme aquí fuera toda la noche?
Randy dio un respingo como si Gordon lo hubiera abofeteado.
—Estás fuera de ti, Gordon. No quiero que entres en mi casa. Kristen está dormida y no es justo para ella que…
—¿Que no es justo para ella? ¿Y yo, viejo amigo? Creo que deberías recordar tus modales, o le diré a todo el vecindario que… —dijo girándose hacia fuera y elevando la voz—, ¡engañaste a tu esposa y te acostaste con la mía, tú fuiste el padre de mi única hija! ¿Pueden creerlo?
Randy quitó la cadenilla de seguridad y abrió la puerta.
—Entra —le espetó.
Gordon soltó una risita mientras entraba en el vestíbulo, pero lo que sentía realmente era dolor e ira. Odiaba que Liz se pareciera tanto a aquel hombre.
—Randy, ¿qué ocurre? —preguntó Kristen asustada al final del pasillo y, cuando reconoció a Gordon, palideció.
—Ya me ocupo yo, cariño —le dijo Randy suavemente.
— Sólo soy yo —dijo Gordon—. Me recuerdas, ¿verdad?
Ella lo miró durante unos instantes y desapareció.
—¿Se vuelve a dormir? —preguntó Gordon sorprendido—. Esa mujer tiene unos nervios de acero.
—Todo lo contrario —replicó Randy en voz baja—. Ella fue quien te lo dijo, ¿no? Y lo hizo sabiendo que arruinaría nuestra amistad. No ha vuelto a confiar en mí ni a amarme como antes.
—Qué pena me das —contestó Gordon.
—¿A qué has venido? —le preguntó Randy—. ¿A que me humille y te diga lo mal que me siento por lo que hice, que te ruegue que me perdones? ¿A decirme que acabas de destrozar a Liz?
—No, a decirte…
Gordon se detuvo, no podía continuar hablando. Intentó contener las lágrimas que le quemaban los ojos, tragó saliva y volvió a hablar.
—A decirte que, si ella te encuentra, la trates bien, ¿de acuerdo? Será mejor que tú le des lo que yo no he podido. Me lo debes, hijo de…
—¿Le has dicho que yo soy su padre? —lo interrumpió Randy.
—Aún no. Pero ella preguntará y lo averiguará algún día.
—Después de tanto tiempo y con todo lo que la quieres, ¿por qué le has fallado ahora? —le preguntó su amigo con lágrimas en los ojos.
—¿Y tú por qué te acostaste con mi mujer? —murmuró Gordon.
Las barreras que lo habían protegido hasta entonces estaban resquebrajándose, revelando su vulnerabilidad y su dolor. No le gustaba la sensación, pero no podía evitarla. Tenía que marcharse de allí antes de desmoronarse completamente. Se dio media vuelta y salió.