—Perdone, señor, ¿qué película ha dicho?

Richard miró al empleado, joven, peinado hacia atrás con gomina y que le miraba con aire de superioridad.

—No he dicho ninguna. Dame para cualquiera.

Segundos después cruzó la entrada del AMC Empire 25 theater, el carismático cine de Time’s Square donde había visto varios estrenos de películas basadas en sus novelas. Sus pies apenas hicieron ruido sobre la moqueta. Pasó frente a las barras donde la gente se apiñaba para conseguir refrescos y palomitas de mil sabores. Todo aquello parecía pertenecer a un mundo muy diferente al suyo. Un mundo que ya no sabía si era real o no.

¿Y si te dijera que no lo es? ¿Cuál sería la diferencia?

Ninguna, pensó mientras subía las amplias escaleras. Entró en una de las salas sin mirar el título de la película. Casi le pareció natural ver que lo que se estaba proyectando era precisamente la escena que había soñado tan solo unas horas antes. Unas horas que le habían parecido días y en las que todo se había ido a la mierda.

—¡Si aprietas ese botón eres hombre muerto! —oyó por los altavoces.

—Si aprieto este botón habrás fracasado, Bailey, dará igual que me mates o no...

Llevabas razón, luce fantástica en la pantalla.

Aún no había escrito esa escena y por supuesto no se había rodado esa película. Todo eso ya no iba a suceder. Emmet y Banks estaban muertos, al igual que Winston Banks, Penny y los dos médicos. Como si fuera un sueño, vio que de las paredes de la sala comenzaron desprenderse pequeños fragmentos, que se alejaban volando para dejar entrar una cegadora luz blanca a través de los agujeros que dejaban. Era como, si literalmente, su mundo se estuviera desmoronando a pedazos.

Miró la pantalla. Nadie más tenía esa escena, pensó, estaba almacenada en el pendrive que aún llevaba en el bolsillo de su chaqueta. Rodarían la película, pero el final no se parecería en nada a lo que él tenía planeado. Alguien terminaría la historia y la editorial diría que la novela ya estaba escrita antes de que él...

Así es como funciona el mundo, ¿no?

Tuvo que admitirse que eso era cierto. Se rió en voz alta y varias personas se giraron para chistarle. Se rió aún más alto, pensando en lo absurdo de la situación. ¡Su propio mundo, su alucinación le estaba regañando por hacer ruido! Más cabezas se giraron hacia él y le miraron de forma severa mientras los fragmentos de pared seguían desprendiéndose y alejándose. Esa gente, esa película y esa escena no existían, todo aquello solo existía dentro de su cerebro. Varias de las cabezas asintieron y se giraron de nuevo hacia la pantalla. Sí, así estaba mejor. Ya que era una alucinación, qué menos que poner un poco de orden en ella. Rió de nuevo en voz alta. Esa vez nadie se giró.

—Solo una pregunta —la voz del actor que interpretaba a Bailey le hizo fijarse de nuevo en la pantalla—. Nos ha costado años conseguir una foto suya, lo hicimos a través de uno de sus hombres...

Se acercaba el final. Realmente hubiera quedado espectacular, se dijo. Los espectadores imaginarios estaban concentrados en ese momento de tensión. Todos sabían lo que iba a suceder, todos sabían que Bailey iba a morir, pero nadie sabía cuándo ni cómo. En apenas unos segundos se produciría ese clímax de millones de dólares en derechos en el que un tipo astuto y poderoso, Lordtz, derrotaba por fin al agente. Tenía pensado un final cruel para Lordtz, por supuesto, una trampa que el propio Bailey le habría tendido y que haría justicia al difunto agente. Pero el momento cumbre de la película y de toda la saga era aquel. Suspirando, sacó la Glock del bolsillo de la chaqueta. Vio las gotas de sudor cayendo sobre la frente de su protagonista.

No te dolerá mucho.

—No, señor Bailey, nadie me traiciona.

La cámara enfocó al agente, cuyos labios se contrajeron. La escena mostró cómo este intentaba hacer un último y sorpresivo movimiento, como en tantas otras escenas de tensión. Sin embargo un estampido acompañó a la imagen de una bala que que se vio cómo atravesaba con todo detalle la piel, grasa, hueso y meninges, destrozando finalmente la masa encefálica de Bailey. La cámara mostró cómo su cerebro estallaba dentro del cráneo y se alejó para mostrar sus pupilas, dilatándose por última vez.

En el preciso momento en el que se oyó el estampido del disparo por los altavoces surround de la sala, Richard apretó el gatillo. Sintió una enorme bola que parecía de plomo caliente golpeándole bruscamente el cráneo, solo que por dentro, y por un instante tuvo la sensación de que todo se aplastaba ahí dentro. La voz le había engañado. Sí que le dolió. Y mucho.