Curiosamente lo que menos le preocupaba era esa voz interior, que llevaba con él desde lo de su «accidente» con la heroína. Cuando se lo confesó a su psiquiatra, preocupado, este sonrió y le explicó que eso simplemente era como pensar en voz alta. Si esa voz a veces era ácida y cruel, le aclaró, era porque su dueño también lo era y esas conversaciones «interiores» eran una mera forma de pensar viendo los problemas desde otro punto de vista. De hecho, le aconsejó aprovechar la voz interior para dejar divagar a la mente, observando sus pensamientos como si los viviera en tercera persona, y así tener otra perspectiva. A él todo aquello le había parecido de locos.
Al fin y al cabo eso es lo que eres, ¿no? Un loco. O un enfermo mental, si lo prefieres así.
Meditando sobre la poca «perspectiva» que le estaba proporcionando la voz últimamente, llegó al apartamento de Kevin. Su respiración, ya agitada de por sí, se aceleró al ver que la cerradura estaba arrancada y la puerta completamente abierta.
Oh, no, otra vez no...
¡Sorpresa!, dijo la voz.