—Tengo el software, tío. Y he podido descodificar los datos de tu pendrive.
Cuando Richard por fin reconoció la voz de LeChuck necesitó un instante más para entender de qué le estaba hablando. Acababa de bajarse del autobús y caminaba sin un rumbo fijo, pensando nervioso qué debía hacer. Aquella pesadilla estaba empeorando por momentos. Tres personas importantes en su vida habían muerto y era cuestión de tiempo que le asociaran con esas muertes, así que tenía temas muy importantes de los que ocuparse. Y su amigo el hacker era uno de los pocos que podía ayudarle a conseguir respuestas a esas cada vez más numerosas preguntas que se agolpaban en su mente.
Por ejemplo, ¿cuándo vas a pedir que te ingresen en un psiquiátrico?
—Kevin —exclamó, aparcando la interesante pregunta que la voz su cabeza acababa de hacerle—, tengo problemas mucho más graves de lo que puedas imaginar —por ejemplo, que todo aquel al que me acerco hoy termina muerto, pensó— y tu ayuda puede ser esencial para saber qué narices es lo que me está ocurriendo. ¿Estás seguro de que has conseguido ver esas malditas imágenes?
—¡Y tan seguro! Por cierto, son geniales, Richard, ¡no me digas que he tenido el privilegio de ser una de las primeras personas en ver cómo va a morir Michael Bailey!
No creo que a él le gustara escuchar eso.
—Kevin —masculló entre dientes, intentando no llamar la atención del resto de viandantes—, voy a ir verte. Escúchame, ha muerto gente y creo que el motivo pueda esconderse en ese vídeo. Haz el favor de hacer una copia y ponerla a buen recaudo, ¿de acuerdo?
—Vale, tio, pero espero que al menos me cites en los agradecimientos del libro.
Richard apretó el teléfono con fuerza y exhaló el aire. De repente, una duda le asaltó.
—Por cierto, me dijiste que necesitarías días e incluso semanas para poder aplicar esa ingeniería inversa que me comentaste. ¿Cómo es que has podido hacerlo tan rápidamente?
—¡Casi se me olvida! —oyó— Esa es la parte más curiosa. Realmente lo has hecho tú.
Richard cerró los ojos con fuerza y se masajeó los párpados con la mano que tenía libre.
—Eso es absurdo —dijo, respirando hondo— Yo no he estado contigo.
—No, no me refería a eso —le interrumpió el hacker—. Ya sabes que cuando hago algo intento documentarme bien. Así que, digamos que por pura inquietud profesional, he entrado en tu correo para ver si tenías información relacionada con algo de esto.
—¡¿Qué?! ¿Cómo has hecho eso? ¡Yo no te he dado permiso para...!
—Eh, amigo, lo he hecho por tu bien —le interrumpió LeChuck—. Entrar ha sido muy sencillo, el algoritmo de seguridad de Hotmail deja mucho que desear. Y mira, ha sido providencial. Tenías un correo sin leer de alguien que, precisamente, te ha enviado el software que descodifica esos datos.
Todo pareció empezar a girar alrededor suyo. Cada vez entendía menos de todo aquello.
—¿Quién me ha enviado eso?
En realidad ya lo sabes.
¡No, no lo sé!, se contestó a sí mismo. Sin embargo, no hubo tiempo para seguir con su conversación interior, ya que la respuesta de Kevin llegó como un mazazo.
—Es un correo un tanto extraño, lo remite un técnico de Bioniris, según pone en su firma. Espera, que te confirmo el nombre...
Se hizo una breve pausa en la que sintió cómo el sudor resbalaba por su frente. Era imposible, se dijo, completamente imposible que el remitente fuera la persona en la que estaba pensando.
Te dije que lo sabías.
—¡Aquí lo tengo! —exclamó la voz de Kevin, y el sudor pareció helarse en su frente—. Es de un tal Emmet Wollowitz. Y ha llegado hace tan solo unos minutos.