Cientos de recuerdos de esa jornada se agolparon en su mente mientras la bufanda imaginaria que parecía tener al cuello no dejaba de apretarle cada vez más. ¿Por qué habían muerto esas personas? ¿Por qué parecía él estar implicado en esas muertes? ¿Por qué se encontraba tan ansioso y, sobre todo, tan cansado?
Porque eres tú, Michael Bailey eres tú y los has matado a todos. Y lo has hecho porque los odiabas.
¡No es verdad!
¿No? Odiabas abiertamente a Emmet porque era feliz, optimista, y porque representaba a Bioniris, la empresa que apareció de la nada para demostrarte que estabas acabado.
Richard meditó en silencio. Eso era cierto, Emmet no era precisamente alguien a quien admirara.
¿Y Winston? Él era mi agente, ¡dependía de él!
Sí, pero te despreció porque te creía un autor mediocre. Y luego te presionó con las entregas. Entregas que jamás te hubiera pedido si no fuera porque triunfaste a pesar de él.
Tuvo que admitir que Banks le había conseguido contratos millonarios y por eso había tenido que soportarlo, pero en el fondo el desprecio era mutuo y se debía a la inicial desconfianza del agente en sus posibilidades. Ni siquiera se habían molestado en maquillar su relación profesional con una capa de cordialidad que ninguno sentía. Banks le exigía cumplir los plazos y él se esforzaba en apurarlos con tal de sacar al gigante de sus casillas.
¡Pero Kevin era mi amigo!
¿LeChuck? Le odiabas también, querido Richard, él representaba todo aquello que tú nunca has podido ser: era un hombre libre que disfrutaba su pasión, los videojuegos, con su pareja. A ti nunca te ha gustado escribir, Richard, y por supuesto nunca has encontrado una mujer con la que compartir nada. Porque no hay nada que ames.
—¡No! —dijo en voz alta.
¡Sí! —replicó la voz dentro de su cabeza—. También odiabas a Kevin, por eso le has matado como has matado a los demás. Claro que para ello has preferido escudarte en Michael Bailey. Porque él es más mucho más valiente que tú.
—¡Eso es imposible! —exclamó en voz alta, a pesar de que notaba cómo el aire apenas entraba en sus pulmones. Vio la expresión de extrañeza que pusieron los dos médicos, y miró al neurofisiólogo— Yo, ¡dígame que yo no he hecho eso, doctor Campbell! —se giró hacia Katzenbach, que había dado un paso atrás— ¡Eduard, por favor! —las lágrimas le quemaron el rostro— ¡Es un sueño, solo eso! ¡Nada más! ¡Todos soñamos cosas absurdas, irreales! ¡Eso es solo un sueño!
—Richard —dijo el psiquiatra, alzando ambas manos con las palmas hacia él en señal de tranquilidad—, debes calmarte. Tenemos que analizar detalladamente esa información... Yo... —no le pasó desapercibido el titubeo— necesitaremos hacerte más pruebas y, desde luego, mantenerte en un entorno controlado antes de emitir un...
Miró al neurofisiólogo y vio que este se ruborizaba, adquiriendo su cara un color que le resultó llamativo dado lo pálida que era su piel y el color anaranjado de su pelo y de sus cejas. Las gafas de pasta destacaron de forma exagerada y sus ojos parecieron esconderse aún más tras ellas.
—¡Necesito saberlo! —dijo él, agarrando al pelirrojo de la camisa— ¡Necesito saber si eso de ahí es real o solo un maldito sueño!
Vio que Campbell también parecía estar sudando cuando miró a Katzenbach. Parecía estar pidiéndole permiso con la mirada, algo que confirmó el psiquiatra cuando asintió con la cabeza.
—Señor... Anderson —dijo lentamente, como si le costara mover la lengua—. Si se fija en este gráfico, las ondas que el software ha interpretado y que hemos visto en ese vídeo no se corresponden con las que dibuja la mente cuando sueña.
Por enésima vez ese día, Richard sintió cómo los huesos de sus piernas parecían licuarse.
Esto no puede estar pasándome, todo esto tiene que ser un mal sueño...
—Esas ondas no son de un sueño —insistió el neurofisiólogo—. Se corresponden... —Richard vio el sudor caerle por la frente— con un recuerdo.