Jueves, 29 de octubre
Charity se despertó a la mañana siguiente después de una noche sin haber pegado apenas ojo. Mitch había vuelto y había insistido en quedarse a dormir en el sofá del salón. El simple hecho de saber que estaba abajo, en su propia casa, a sólo unos metros, había bastado para quitarle el sueño.
Peor aún: Mitch había vuelto de un humor pésimo. Ni siquiera había pronunciado dos palabras. Había encontrado una ventana trasera que había sido forzada, pero ningún indicio de la presencia del intruso, aparte de unos papeles revueltos en su escritorio.
Quizá por eso estaba de tan mal humor. Evidentemente, estaba muy preocupado por ella, y ella misma estaba empezando a preocuparse. ¿Qué habría estado buscando aquel intruso? ¿Una carta? Era la única posibilidad que tenía algún sentido.
Charity se dio cuenta de que debió de haberse dormido en algún momento, porque la despertó el ruido de unos cacharros en la cocina. Tomó una ducha rápida y bajó a desayunar.
—¿Dónde está Mitch? —le preguntó a su tía.
—Ya se había marchado cuando me levanté —le dijo Florie—. Anoche estaba de un humor de perros. Y esta mañana no me gustó ni un poquito el aspecto de su aura.
Justo en aquel instante sonó el timbre. Charity sonrió, dejando vagar su imaginación. Se imaginaba a Mitch en el porche, con expresión tímida y contrita, ofreciéndole un ramo de flores… No, flores no. Mejor un pastel de crema de plátano del café de Betty.
Pero cuando abrió la puerta, no era Mitch quien estaba en el porche. Y no había pastel por ningún lado.
—¿Jesse? —era como la versión malvada de su hermano menor. Tenía los mismos hoyuelos en las mejillas.
Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, soltó el casco y la alzó en volandas.
—Maldita sea… ¡Cuánto me alegro de verte!
Tenía la cazadora de cuero mojada por la lluvia. Detrás de él podía ver su moto aparcada.
—Me he sentido tan solo sin ti…
Charity ignoró ese comentario.
—¿Sabe Mitch que has vuelto?
—Nos encontramos anoche, cerca de aquí —sonrió—. No pareces muy contenta de verme.
—¿Cerca de aquí? —repitió—. ¡Fuiste tú! —le golpeó un par de veces en el pecho—. ¡Tú fuiste quien estuvo en mi dormitorio anoche!
Jesse se apresuró a soltarla.
—Espera un momento. Si yo hubiera estado en tu dormitorio anoche, te acordarías perfectamente. Y probablemente esta mañana aún seguiría allí —su sonrisa se amplió—. Y tú también.
—¿Quieres decir que no me has estado siguiendo?
Sacudió la cabeza, poniéndose serio.
—Mitch me dijo que alguien con una camioneta negra te había estado siguiendo.
—Sí. Y dejándome regalos también.
—¿De veras? —sonrió de nuevo.
—¡Fuiste tú!
—Pero te gustaron, ¿no, corazón?
—No, y no me llames así. ¿Qué haces aquí?
—He venido a buscarte.
—No, en serio —lo fulminó con la mirada.
Aquellos deliciosos hoyuelos volvieron a dibujarse en sus mejillas, recordándole lo mucho que se parecía a Mitch.
—Huye conmigo.
—¿Has tomado algo o qué te pasa?
Jesse soltó una carcajada.
—He recorrido tres mil kilómetros para verte. Lo menos que puedes hacer es invitarme a entrar.
—No estoy muy segura de que no hayas entrado ya. Y sin invitación —lo miró con expresión desconfiada, pero se hizo a un lado para dejarlo pasar.
—Te he echado de menos con locura, Charity —le confesó—. Incluso he echado de menos a Timber Falls y a Mitch. ¿Te lo puedes creer?
—No —respondió ella, cerrando la puerta.
—¿Jesse Tanner? —gritó Florie desde la cocina.
—¡Florie! —en dos zancadas, la alzó en brazos y empezó a dar vueltas, haciéndola gritar.
Cuando volvió a bajarla, estaba ruborizada y le brillaban los ojos.
—¡Bienvenido a casa!
—Qué bien que por lo menos alguien se alegre de tenerme de vuelta —repuso Jesse, mirando de reojo a Charity.
—Precisamente estaba preparando el desayuno —le dijo Florie—. Nos acompañaras, ¿verdad?
—Me encantaría.
—Yo no puedo —Charity ya estaba recogiendo el bolso y las llaves—. Me gustaría quedarme, pero tengo que ir a trabajar —ignorando las protestas de su tía, salió por la puerta trasera.
Se dirigía en su coche a la oficina del periódico cuando vio el coche patrulla de Mitch aparcado delante del Café de Betty. No iba a perderse el desayuno, después de todo.
Mitch se hallaba en su lugar habitual de la barra cuando entró Charity. Se sentó a su lado. Demasiado ocupada para charlar, Betty le sirvió un refresco y un pedazo de pastel y corrió a atender a otros clientes.
—¿Por qué no me dijiste que Jesse había vuelto al pueblo? —le preguntó, bajando la voz.
Mitch se volvió hacia ella, fingiendo una expresión de sorpresa.
—Oh, buenos días a ti también, Charity. ¿Cómo has sabido lo de Jesse?
—Ahora mismo está desayunando en mi casa.
Maldijo entre dientes.
—Sabía que no tardarías en enterarte, ya que ha venido precisamente por ti.
—¿Y tú te lo crees?
—¿Tú no?
Charity esbozó una mueca.
—Es a ti a quien pagan por investigar, ¿no? —tomó un sorbo de refresco—. Me ha estado dejando regalos.
—¿Lo ha admitido?
—Sí. Y creo que también estuvo anoche en mi habitación, aunque eso lo niega. Sentí una presencia a los pies de mi cama, mirándome en la oscuridad…
Mitch la miraba fijamente.
—Pero no puedes estar segura.
—No.
—Una de las ventanas de la parte trasera de tu casa fue forzada —dijo Mitch. Evidentemente estaba pensando lo mismo que ella.
—¿Por qué habría de querer Jesse entrar en mi casa?
—¿Por qué habría de hacer mi hermano la mitad de las cosas que hace?
—¿Sabes cuánto tiempo lleva en el pueblo?
—Tres días —contestó Mitch.
—¿Y qué ha estado haciendo? ¿Escondiéndose? ¿O recorriendo el pueblo en una camioneta negra de cristales tintados?
—Se ha quedado en la casa del viejo.
Charity arqueó una ceja.
—¿Y hasta anoche no lo ha visto nadie?
Mitch le dio la razón en silencio. En una población del tamaño de Timber Falls, la noticia del regreso de Jesse habría corrido como el rayo. Aun así, aparte de su padre, él había sido el primero en verlo, la noche anterior. O quizá Charity, si realmente se había colado en su habitación a escondidas. Aunque eso le parecía muy impropio de su hermano…
—Bueno, definitivamente no fue Jesse quien entró en mi oficina —añadió ella—. No tenía ningún motivo para robar los negativos. Pero la coincidencia de fechas no puede menos que hacerme sospechar.
Lo mismo le ocurría a Mitch. Después de pasar cinco años fuera, Jesse había regresado al pueblo la víspera del día en que desapareció Nina y que Charity descubriera aquella camioneta siguiéndola.
Observó a Charity mientras mordía un pedazo de pastel y cerraba los ojos con deleite. Una sonrisa asomó a sus irresistibles labios. Habitualmente uno de sus máximos placeres consistía en verla comer. O, más bien, ese era el único placer que podía permitirse con ella. Cuando sus miradas se encontraron, se perdió literalmente en aquellos ojos de color miel. Como si su cuerpo tuviera voluntad propia, fue inclinándose lentamente hacia ella. Ya casi podía saborear por adelantado sus labios…
El teléfono de la cafetería sonó en aquel preciso instante.
—Es para usted, sheriff —le dijo Betty.
Parpadeó varias veces, volviendo a la realidad. Charity lo había vuelto a hacer otra vez: le había lanzado aquella mirada suya tan característica, de efecto absolutamente letal. Se levantó para atender el teléfono, temiendo quién pudiera haberlo llamado allí. Tenía una idea bastante exacta, aunque quizá fueran buenas noticias. Como que Nina Monroe se había presentado aquel día a trabajar, tranquilamente, como si no hubiera pasado nada.
—¿Qué tal está el pastel? —inquirió Betty, apoyándose en la barra. Por su expresión, resultaba obvio que tenía ganas de cotillear.
—Impresionante —respondió Charity viendo a Mitch atravesar el local, hacia el teléfono—. Creo que este de caramelo me gusta aún más que el de plátano.
Cuando mordió el primer pedazo, lo vio claro como el agua. Mitch vestido de frac, a su lado, ante el altar.
—¿Qué es eso que he oído de que alguien destrozó la oficina del periódico y te ató de pies y manos?
—¿Qué es lo que has oído exactamente?
—Twila me contó que alguien le había contado que Shirley a su vez le dijo que Florie…
Charity soltó un gruñido.
—Florie… Tenía que ser ella.
Su tía había hablado más la cuenta. Aunque, en realidad, la culpa era suya. La noche anterior, había dejado que Mitch viera lo asustada que estaba. Craso error. Por eso se había empeñado en que Florie le hiciera compañía.
De hecho, seguía asustada. Por eso llevaba en aquel momento en el bolso su pistola y el spray de autodefensa. Además del juego de esposas.
—Vamos, cuéntamelo todo —la animó Betty, deseosa de escuchar toda la historia.
Charity mordió otro pedazo de pastel y cerró los ojos. Esa vez lo único que vio fue oscuridad. La maldita habitación donde aquel tipo la había dejado atada y amordazada, a oscuras. Aquello la había asustado bastante más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Abrió los ojos. Betty seguía esperando y Mitch la observaba desde el otro extremo del local, mientras hablaba por teléfono.
—Pues has oído bien —le confirmó Charity. Tras añadir algunos detalles sobre el suceso que sabía eran de su gusto, le preguntó—: Por cierto, ¿sabes si ya han encontrado a Nina Monroe?
Si alguien podía saberlo, esa era Betty. Y probablemente antes que Mitch.
—No. Nadie la ha visto por ninguna parte. Es extraño. Su desaparición coincidió con el avistamiento del Bigfoot.
Charity soltó otro gruñido.
—Estás sugiriendo que los dos hechos están relacionados, ¿verdad? —ridículo. Pero haría un excelente titular: Bigfoot secuestra a pintora local de patos de reclamo.
Betty se inclinó hacia ella, con expresión conspiratoria.
—¿Te acuerdas de aquel niño pequeño que desapareció en las Cascadas, al sur de Portland? Estuvo días perdido en las montañas. Ya nadie confiaba en que siguiera vivo, con aquellas temperaturas tan bajas, y sin agua —se irguió, asintiendo teatralmente con la cabeza—. ¿Y qué sucedió?
Charity conocía la historia.
—Encontraron al chico vivo y en perfectas condiciones.
—Así es. Y cuando le preguntaron cómo se las había arreglado para sobrevivir, dijo que un monstruo bueno había cuidado de él. Aunque tal vez a Nina no le haya ido tan bien —con una taza de café en cada mano, se fue a atender a otro cliente.
La cafetería estaba a rebosar de clientes y de curiosos que habían acudido en busca del Bigfoot. El fin de semana de Halloween no podía presentarse peor. Sobre todo si se producía otro avistamiento del animal. Charity pensó en la borrosa mancha peluda que había capturado con su cámara. ¿Habría sido realmente un oso gris, o tal vez…?
Perder aquellas fotos era lo que más le dolía. Más que el hecho de que la hubieran atado y encerrado en el almacén. Tenía que volver a hacerlas de nuevo.
Pero la desaparición de Nina se había convertido en una historia aún mejor que la del Bigfoot, a no ser que la llamada que en aquel instante estaba atendiendo Mitch fuera para informarle que finalmente había aparecido. Y si la camioneta negra que la había estado siguiendo pertenecía realmente a un investigador privado…
¿Pero por qué alguien habría querido robarle el carrete de fotos? Un escalofrío le recorrió la espalda. Tenía que haber algo singularmente comprometedor en aquella película. Algo aún más comprometedor que la simple imagen de una camioneta negra.
Fue entonces cuando se dio cuenta. Nina Monroe. Había sacado una fotografía de Nina. Y eso no era lo peor, sino que ahora recordaba… quién pudo haberla visto hacerla.
Después de atender la denuncia de un residente que se quejaba del perro de un vecino, Mitch colgó el teléfono para seguir tomando su café, su pastel y para seguir hablando con Charity. O lo que fuera que estuviera haciendo con ella.
No podía creer que hubiera estado a punto de besarla. Otra vez. Y en el Café de Betty. Y eso que la estación de las lluvias apenas había comenzado. Diablos, si seguía así, cuando llegara la primavera ya estaría casado…
—¡Mitch! —exclamó Charity, excitada—. ¡Salgamos de aquí! Tengo que decirte algo.
—¿Florie ha leído algo malo en los posos del café esta mañana?
Charity apartó el resto de su pastel y se levantó.
—¿Estás enferma? —Mitch miró su pastel a medio comer, incrédulo.
Estaba lloviendo. La lluvia repiqueteaba en el tejado del porche. Mitch se arrebujó en su abrigo, estremecido, más que por el frío, por la expresión que veía en su rostro. Charity aspiró profundamente varias veces antes de hablar.
—El tipo de la camioneta negra tal vez no fue el mismo que se llevó los negativos. En aquel carrete había fotos de otra persona. Nina.
—¿Nina? ¿Le hiciste una fotografía a Nina y te acuerdas ahora? —dado que Charity había tenido en sus manos la única fotografía de Nina Monroe, después de haber preguntado en mil sitios, le resultaba inconcebible que no se lo hubiera dicho hasta ese momento—. Sube al coche patrulla —le ordenó.
Charity no se lo podía creer.
—¿Vas a arrestarme?
Su mirada le decía que sería más prudente que subiera al coche sin protestar, y se abstuviera de montar una escena delante del Café de Betty.
Bien pensado. Entró en el vehículo, que estaba aparcado en Main Street, mientras Mitch se sentaba al volante.
Sin pronunciar una palabra encendió el motor, pero no se puso en marcha. Conectó la calefacción. El vaho de las ventanillas comenzó a aclararse.
Se estaba bien allí, resguardada del frío. El sonido de la lluvia producía un efecto tranquilizador. Podía oler el aroma de la loción de Mitch…
Cerró los ojos. Por un instante, se vio a sí misma vestida de blanco y…
—Charity.
Abrió los ojos.
—Me había olvidado de que le había sacado una foto a Nina cuando estuve en Dennison Ducks. Tras hablar con ella para la entrevista, me quedé al acecho en el aparcamiento, ya que había oído que Wade se marchaba a menudo inmediatamente después que ella, a la hora de comer.
—¿Y?
—Ella salió, pero no fue a su coche. Se dirigió a pie hacia la parte trasera del edificio, se detuvo y se puso a discutir con alguien.
—¿Viste quién era?
—No. Y tampoco pude oír las palabras. Estaba de espaldas a mí. Pero estaba muy enfadada. Se dirigió corriendo a su coche, subió y se marchó. Yo conseguí hacerle una foto en el último momento.
—¿Eso fue todo?
—Pues no. Volví a esconderme entre los árboles, guardé mi cámara y ya me disponía a volver donde había dejado aparcado el coche, carretera abajo, cuando me encontré con Wade.
Mitch soltó un silbido de asombro.
—¿Te vio tomar la foto de Nina?
—Quizá. Pero no pudo haber sido la misma persona con quien estuvo discutiendo. Venía justamente de la dirección opuesta, entre los árboles —allí había un viejo sendero de ladrillo, detrás de la fábrica, que llevaba al pueblo y a la mansión Dennison.
—¿Su coche no estaba en el aparcamiento?
Charity negó con la cabeza.
—Creo que Wade estaba espiando a Nina.
—Eso tiene más sentido que una supuesta aventura entre ellos.
—Vas a pensar que estoy loca, pero tengo una teoría. Verás. La edad coincide. Y a juzgar por la manera en que la trataba Wade… —le sostuvo la mirada—. Creo que Nina es Ángela…
Mitch intentó fingir una expresión de asombro, pero no consiguió engañarla.
—¡Entonces es ella! ¡Nina es realmente Ángela!
—Oye, yo no he dicho una palabra —protestó él.
—Tú, la persona más cínica y escéptica sobre la tierra, jamás pensarías que Nina es la niña desaparecida de los Dennison a no ser que… ¡A no ser que tuvieras alguna prueba! ¿Has encontrado alguna?
—Para. Eres imposible —se frotó la frente, como aquejado por un súbito dolor de cabeza.
—¡Oh, disfruto tanto cuando tengo razón…! Dímelo, tienes que decírmelo. Por eso estabas tan preocupado por mí. Tú sabes algo. ¿Pero qué tiene eso que ver conmigo?
—Charity, yo no sé lo que puede tener que ver contigo. Por eso tengo que decírtelo. Pero se trata de una información absolutamente confidencial. Podría constituir una prueba en un caso de homicidio.
Charity detestaba el concepto confidencial, pero se moría de ganas de saber lo que había averiguado.
—Muy bien.
Mitch le habló entonces de la cucharilla de plata que había encontrado en el bungalow de Nina.
—¿Era de Ángela Dennison?
—Parece que sí. Pero antes tengo que llevársela al joyero de Eugene, para asegurarme.
Aquello era mucho mejor de lo que había esperado. Por su cerebro desfilaban infinitas posibilidades…
—El secuestrador pudo haberla robado, Nina la encontró y se dedicó a chantajearlo…
—¿Para qué robar una simple cucharilla?
Charity se encogió de hombros.
—Pudo haberla visto al lado de la cama, pensó que era de plata y se la llevó. O tal vez porque simbolizaba la riqueza de los Dennison.
Mitch asintió con la cabeza.
—¿Estás pensando en alguien celoso de un bebé que había nacido… con una cucharilla de plata en la boca, como suele decirse?
—Exactamente —sonrió—. Dado que no fue exigido rescate alguno, el secuestrador debió de haber vendido al bebé. O tal vez alguien le había pagado precisamente para secuestrarlo —pudo ver que Mitch ya había pensado en esa posibilidad—. Con esa cucharilla en su poder, Nina podía hacerse pasar por Ángela. O quizá fuera realmente ella.
—Si te he contado lo de la cucharilla es para que entiendas lo peligroso que puede ser todo esto. Sobre todo para una periodista curiosa que sacó una foto de Nina la víspera del día en que desapareció.
—Ojalá conservara esa foto…
—Hablo en serio —se acercó a ella, tomándole la mano—. Me preocupa que puedas estar en peligro. No quiero que escribas esta historia, al menos por ahora.
Charity estaba demasiado ocupada deleitándose con su contacto para objetar algo. Al menos por el momento…
Unos repentinos golpes en la ventanilla le hicieron dar un respingo. Medio borrado por la lluvia, el rostro de Wade Dennison se dibujó en el cristal. La estaba mirando directamente a ella.
—¡Charity Jenkins! Maldita mujer metomentodo… —bramó—. ¡Voy a matarte!