Charity. El estómago se le encogió de miedo cuando vio el montón de ropa húmeda en una esquina del cuarto, al lado de las botas que llevaba puestas cuando se dedicó a perseguir a la camioneta negra.
Había botes de carretes vacíos por el suelo, y la cámara estaba encima del mostrador, abierta. Pero no había negativos puestos a secar. Ni fotos positivadas pinchadas en el tablón de corcho. Se volvió luego hacia la pequeña oficina, barriéndola con la mirada. La zona de diseño, la mesa iluminada, las otras tres mesas, la fotocopiadora en la esquina…
Hasta que lo vio. La correspondencia volcada sobre una de las mesas. Algunas cartas habían caído al suelo, como si alguien las hubiera estado registrando precipitadamente. En realidad, los tres escritorios estaban hechos un desastre. Con los cajones abiertos, obviamente registrados. Como el apartamento de Nina. El intruso había estado buscando algo muy concreto.
¿Pero dónde estaba Charity? Tenía que haber estado en el cuarto oscuro, trabajando. No habría oído entrar a nadie por la puerta trasera… hasta que fue demasiado tarde.
Mitch sintió náuseas. ¿Era posible que el intruso la hubiera secuestrado? Era un pensamiento aterrador. Se quedó inmóvil, aguzando los oídos. Creía haber oído algo.
Lo oyó de nuevo. Un gemido ahogado. Parecía provenir del montón de libros que había apilados en una esquina. Era como si alguien hubiera estado vaciando la estantería para limpiarla, dejando interrumpida la tarea.
Al otro lado de los libros había una puerta. La del almacén.
Se acercó sigilosamente, consciente de que el intruso podía seguir allí, amenazando a Charity. Se detuvo ante la puerta, escuchando. Otro gemido ahogado. Probó a girar lentamente el picaporte. La puerta estaba cerrada.
Miró a su alrededor, buscando algo con que forzarla. En uno de los escritorios había un gran pisapapeles de piedra. Alzándolo con una mano, empuñando la pistola con la otra, lo descargó contra la cerradura.
El pomo cayó al suelo, destrozado. Y Mitch abrió de golpe la puerta, esgrimiendo su arma.
Estaba muy oscuro. Pudo distinguir varias cajas de papel amontonadas. El espacio era tan pequeño que no cabían ni dos personas. Al principio no la vio. Charity estaba encogida entre dos cajas, amordazada con cinta aislante.
Parpadeó, cegada por la luz. Mitch distinguió un brillo de alivio en sus ojos castaños… Un alivio que no fue nada comparado con el suyo. Se apresuró a quitarle la cinta de la boca.
Charity soltó un grito, más de temor e impotencia que de verdadero dolor.
—¿Estás bien? —le preguntó mientras apartaba las cajas para sacarla de allí. La puso de pie. También tenía las manos atadas a la espalda, con cinta, al igual que los tobillos. No parecía estar herida.
Cortó las ligaduras con su navaja de bolsillo. Charity movió enérgicamente las manos y los pies para acelerar la circulación de la sangre. Estaba temblando.
—¿Charity? —le preguntó, preocupado, dado que todavía no había abierto la boca. Había esperado que se pondría a hablar atropelladamente, sin parar. Por primera vez, le aterraba que no lo hiciera.
Alzándole la barbilla, la miró a los ojos. Estaban llenos de lágrimas. Seguía temblando de manera incontrolable y le castañeteaban los dientes. Jamás la había visto tan asustada. Ni siquiera antes, cuando se lanzó montaña abajo persiguiendo a la camioneta negra. La estrechó con fuerza en sus brazos.
—Tranquila —susurró contra su pelo—. Estás a salvo.
Charity asintió y aspiró profundamente varias veces antes de apartarse para mirarlo. Parecía como si estuviera a punto de decir algo. Un par de lágrimas resbalaron por sus mejillas.
En aquel preciso instante, besarla le pareció lo más natural del mundo, tanto como respirar. Le acunó el rostro entre las manos. Podía sentir el pulso acelerado de Charity bajo sus yemas. Inclinó la cabeza y la besó en los labios, deseoso de borrar el miedo y el dolor que había sentido. Ansiando asegurarse, desesperadamente, de que se encontraba bien.
Su boca era puro néctar. Charity entreabrió los labios, ofreciéndose como una flor. Atrayéndola aún más hacia sí, profundizó el beso. El pulso le tronaba en los oídos.
Al principio la sintió pequeña y frágil en sus brazos, pero no tardó en ser agudamente consciente de sus maravillosas y deliciosas curvas… Y volvió a experimentar la química de costumbre, extraña y familiar a la vez, siempre sorprendente.
Charity le echó los brazos al cuello. Aquel beso fue como un poderoso elixir, tan adictivo como una droga. ¡Cuánto había echado de menos besarla, abrazarla de aquella manera! Era como si jamás pudiera cansarse, saciarse de ella. Jamás.
Estaba aturdido y mareado, y de repente se sintió caer. Como un peso muerto cayendo por un precipicio sin fondo, completamente fuera de control. Se apartó, interrumpiendo el beso. Siempre le ocurría lo mismo. Cada vez que se acercaba a ella, lo asaltaba aquella sensación de vértigo. Incluso cuando soñaba por las noches con ella se incorporaba sobresaltado, con el corazón latiendo a toda velocidad…
Lo mismo le estaba ocurriendo en aquel instante, cuando la apartó suavemente de sí, aclarándose la garganta. Pudo leer la decepción en su mirada seguida de cierta diversión, como si pensara que estaba loco por luchar contra la química que siempre surgía entre ellos, segura de que jamás lograría resistirse. Una seguridad que lo aterraba más que cualquier otra cosa.
—Perdona. Sólo quería asegurarme de que estabas bien.
—Ya, claro —Charity se humedeció los labios con la lengua, como saboreando todavía el beso, y sonrió. Evidentemente, no se había creído su disculpa—. ¿Y estoy bien?
—Sí —Mitch dio un paso atrás.
Charity se preguntó si realmente creería que un solo paso de distancia iba a significar alguna diferencia. No había habido error posible con aquel beso. Había sido un beso tremendamente elocuente. Seguía temblando. Pero aquel temblor no tenía nada que ver con el susto que se había llevado.
Por la expresión de Mitch podía ver, sin embargo, que tenía miedo de que se llevara una idea equivocada con aquel beso. No quería que pensara que la deseaba tan desesperadamente como ella a él. O que, simplemente, era cuestión de tiempo que ambos terminaran ante el altar.
—No ha sido más que un beso —comentó con una expresión maliciosa que sugería precisamente todo lo contrario.
—Cierto.
—Ese canalla me ha robado los negativos —pronunció. La cabeza se le estaba empezando a aclarar, por fin. Se dirigió hacia el cuarto oscuro, pasando de largo delante de él.
Mientras la seguía, la oyó maldecir entre dientes.
—¿Lo viste?
—No. Llevaba una media de nailon en la cabeza. Pero conseguí darle una patada. Por el grito que soltó, obviamente era un hombre.
Mitch hizo una mueca. ¿Quién dijo que no tenía imaginación? Se lo imaginaba perfectamente, tanto que casi hasta le dolía a él.
—¿Pudiste ver algo en los negativos antes de que se los llevara?
—No. Pero estaba allí. La camioneta y quizá también el conductor.
—Debí haber vuelto aquí contigo, para revelar juntos la película…
—No puedes protegerme las veinticuatro horas del día. Yo no me podía imaginar que el tipo se atrevería a entrar aquí. Menos mal que Blaine estaba fuera…
—¿Dónde está Blaine?
Charity miró su reloj.
—A estas horas ya debería haber vuelto. Oh, Mitch, no pensarás que…
—¿Adónde fue?
—Al Café de Betty, a buscar algo de comer.
—Quédate aquí —le ordenó Mitch—. Cierra bien cuando me vaya y atranca la puerta trasera con una silla. Ahora vuelvo.
Charity asintió con la cabeza, terriblemente preocupada por Blaine.
Mitch fue fiel a su palabra. Minutos después estaba de regreso en la oficina.
—Está bien. Alguien saltó sobre él cuando se estaba acercando a la cafetería. Lo dejó amordazado con cinta, como a ti, en la calle. Lo envié a casa, con su madre.
—¿Seguro que se encuentra bien?
—Sí. Su ego ha salido un tanto lastimado, pero no ha sufrido ningún daño —Mitch alzó una mano—. Le dije que no te había pasado nada. El pobre no se explica lo sucedido.
Charity soltó un suspiro de alivio. No quería que el pobre Blaine se preocupara. Y tampoco que el pueblo entero se enterara de lo que acababa de pasar. Con lo aficionada a los chismes que era Sarah, la madre de Blaine…
—Vi algo en los negativos. La matrícula terminaba en 4AKS. Perdona, pero no conseguí leer ningún número más…
—Creo que eso, junto con la descripción de la camioneta, estrechará mucho las posibilidades —comentó Mitch—. ¿Crees que el intruso era el mismo tipo de la camioneta?
—¿Quién si no podría ser?
Ni siquiera estaba segura de que el conductor la hubiera visto tomar la foto. Seguro que había estado demasiado ocupado frenando y desviando la camioneta para no chocar contra la bestia peluda que había saltado a la carretera, probablemente un oso gris. Y ella había estado justo detrás del animal cuando sacó la foto.
El conductor la había visto, sin embargo. Se había detenido en la cuneta para buscarla en la espesura, hasta que oyó a Mitch gritando su nombre. Eso lo hizo huir.
—¿Estás segura de que cerraste la puerta trasera con llave? —le preguntó Mitch en aquel instante.
Charity asintió con la cabeza.
—¿Sabes? No me parece el trabajo de un profesional.
¿Se suponía que eso tenía que hacer que se sintiera mejor? Había capturado la imagen de la camioneta, probablemente también incluso la de su conductor. Una vez revelada y ampliada la foto, habría sido capaz de identificarlo. Y quizá, sólo quizá, habría tenido asimismo una instantánea del Bigfoot, o del oso gris, o lo que fuera. Más que miedo, lo que sentía en aquel momento era ira.
—¿Qué más había en aquel carrete?
—Las fotos que había tomado para el número de esta semana —le entraron ganas de llorar de rabia y de frustración. Tendría que repetir las fotos. Lo que significaría que el semanario saldría con retraso.
—Lo siento —pronunció Mitch, a su espalda.
Se volvió para mirarlo. Parecía sentirlo de verdad. Y resultaba obvio que no sabía qué decir. ¡Hombres! Aquel habría sido un momento inmejorable para besarla de nuevo en los labios y decirle que la amaba. Aunque se habría conformado con una simple confesión de que le gustaba…
—Puedo tomar las huellas…
—Llevaba guantes.
Mitch asintió, incómodo. Cualquier esperanza de que se le declarara se estaba desvaneciendo por segundos. Junto con cualquier posibilidad de que volviera a besarla. Parecía un hombre desesperado por marcharse. Lo cual, por otra parte, no era nada nuevo.
—¿Cuánto tiempo te llevará hacer un inventario de lo robado?
Charity contempló el desorden de la oficina.
—Mi último carrete de fotos, para empezar —sospechaba que era eso lo que había estado buscando. ¿Pero por qué se había dedicado a registrar la oficina de esa forma? ¿Acaso habría estado buscando algo más? ¿O simplemente había querido hacerle pensar justamente eso?
Mitch la estaba mirando, preocupado.
—No quiero que pases esta noche sola en casa.
Aquello era como música para sus oídos. Sonrió.
—¿Qué es lo que sugieres?
Mitch empezó a marcar un número en su móvil.
—¿Qué estás haciendo? —volvió a preguntar Charity. Aunque ya lo sospechaba.
—Llamar a tu tía Florie.
—¡Ni se te ocurra! —intentó quitarle el móvil, pero él fue más rápido.
—Charity, me sentiría muchísimo mejor si esta noche la pasaras con tu tía…
—Quizá tú sí, pero yo no.
—Vamos, no será más que una noche. ¿Qué daño puede hacerte?
Charity soltó un gruñido. Ya se lo estaba imaginando.
—Tú vives al lado de mi casa. ¿Dónde podría estar más segura?
Mitch negó con la cabeza mientras seguía marcando un número.
—También puedo llamar a tu madre —añadió él.
Aquello sí que era una amenaza.
—¡Lo que faltaba!
—O puedo encerrarte en una celda para protegerte. Sissy viene muy temprano. Su cara será lo primero que verás por la mañana. Y su voz, la primera que oirás nada más despertarte…
—No te atreverías —la única cara que quería ver por la mañana era la de Mitch. Pero esa posibilidad parecía bastante descabellada.
Quiso decirle que estaría perfectamente a salvo en su propia casa. El ladrón ya había conseguido lo que quería, así que, ¿para qué insistir? Pero después de lo que había hecho en su oficina, no las tenía todas consigo. ¿Sería la misma persona que la había derribado en la puerta de la oficina de correos, la había seguido y le había dejado dos regalos en un mismo día?
Pudo ver la expresión de férrea decisión que se dibujaba en los maravillosos ojos azules de Mitch. Estaba claro que no vacilaría en cumplir cualquiera de sus amenazas.
—¿Y qué pasa con mi gato? Tengo que volver a casa para darle de comer.
—¿Tienes un gato? —inquirió Mitch, sorprendido. Frunció el ceño—. ¿Por qué me resulta tan difícil imaginarte con un gato? ¿Cómo se llama?
—Winky.
—¿Winky?
—Winky detesta quedarse solo por las noches, y tu estarás al lado si por cualquier motivo te necesito. Estoy dispuesta incluso a gritar —recogió su bolso del suelo, volviendo a guardar su contenido. A primera vista, no echó en falta nada. Ni siquiera los doce dólares que llevaba en efectivo.
Mirándola con el ceño fruncido, Mitch terminó de hacer la llamada por el móvil.
—Florie —pronunció—. Charity necesita que te quedes con ella esta noche.
Charity cruzó los dedos, rezando para que Florie estuviera demasiado ocupada leyéndole el horóscopo a alguien.
—¡Estupendo! —exclamó Mitch con tono entusiasta.
Charity maldijo para sus adentros.
—Dile que no se traiga las cartas de tarot —le dijo. Pero era demasiado tarde. Mitch ya había colgado.
—Nos encontraremos con ella en tu casa dentro de cinco minutos. Añade esta a la lista de cosas que no me perdonarás jamás. Vete a casa. Yo te sigo.
—¿No confías en mí?
—Ni por un momento —replicó Mitch, señalándole la puerta—. Apagaré las luces y cerraré la puerta con llave. Te sugiero que instales mañana una buena cerradura y una luz de seguridad en la puerta trasera.
Aquel hombre era imposible. Y su falta dé confianza la dejaba consternada. Pero le gustaba su compañía, no podía evitarlo.
La tía Florie llegó corriendo a su casa minutos después, con su túnica flotando al viento, cargada con una maleta y una gran cazuela.
—No tenías que haberte molestado… —le dijo Charity. Aquello iba a ser peor de lo que pensaba.
—No ha sido ninguna molestia. Yo siempre voy a donde me necesitan —entró en la cocina y dejó su carga sobre la mesa—. Vamos, cuéntamelo todo.
Mitch le informó de todo, a regañadientes.
—¡Oh, has debido de pasar mucho miedo! —exclamó—. Pero no te preocupes, ya estoy aquí. Ahora estarás a salvo conmigo.
—¿Dónde está tu gato? —le preguntó Mitch.
—Debe de estar escondido…
—¿Tienes un gato? —le preguntó Florie—. No sé por qué, pero no consigo imaginarte con un gato.
Era la segunda vez que Charity oía aquella frase. Mitch subió a la habitación de invitados la enorme maleta de Florie. Charity lo sorprendió buscando al gato, pero salió disparado en cuanto Florie lo amenazó con darle a probar uno de sus guisos de tofu.
—Ese tipo que entró en la oficina del periódico… —le dijo su tía cuando se quedaron a solas, mientras metía la cazuela en el microondas—. No me gustan las vibraciones que estoy percibiendo. Tendremos que consultar el tarot.
Charity maldijo para sus adentros. ¡Se había traído las condenadas cartas de tarot! Cuando era jovencita, le habían encantado las predicciones. Incluso su mejor amiga, Roz, solía pedirle que le echara las cartas. Las dos habían pasado muchas noches en vela riendo y haciendo cabalas sobre su futuro.
Pero ahora, cuando se acercaba peligrosamente a la treintena, habría preferido tener una tía mucho más convencional.
—Voy a tener que echarte las cartas pronto —le advirtió, estudiándola con los ojos entrecerrados—. Percibo problemas acumulándose en tu horizonte.
Charity se dijo que, para soltar una afirmación semejante, no se necesitaba ser adivina. Subió a darse una ducha caliente mientras su tía calentaba la comida y deshacía su maleta. La casa de dos pisos era pequeña, con un salón decorado con muebles antiguos que había vuelto a tapizar ella misma. También se había encargado de pintarla y de empapelar la cocina y el diminuto comedor. En el piso bajo había un pequeño aseo con un cuarto de lavado. La pequeña habitación contigua al salón la había convertido en un despacho. Los dormitorios estaban en el primer piso.
—¿Sabes? Tu aura está mejorando mucho —le comentó Florie cuando la vio salir del cuarto de baño, un rato después. Tenía la maleta abierta sobre la cama. Un camisón de franela, un bate de madera, velas y demás parafernalia esotérica, incluido un viejo mazo de cartas de tarot. Alzó el bate, sonriendo—. Ya te decía yo que ahora ibas a estar a salvo conmigo, cariño…
Lo que Florie carecía en estatura, lo compensaba sobradamente con su actitud.
—¿Lista para cenar? Debes de estar hambrienta.
Charity soltó un gruñido. Le habría encantado poder cenar con Mitch en el Café de Betty. Habría matado por una hamburguesa con patatas fritas y un pedazo de pastel.
—No pongas esa cara —le dijo Florie mientras empezaba a bajar las escaleras—. Las cartas nos dirán qué es lo que está pasando realmente en tu vida.
Esa era precisamente la razón por la que Charity odiaba tanto las cartas y las predicciones. No podía soportar pensar que su futuro estaba escrito de antemano en alguna parte, sobre todo cuando no podía leerlo de la manera que a ella le habría gustado.
—¿Dónde guardas la comida para gatos? —le gritó desde la cocina—. Voy a darle de comer.
—No tengo ningún gato.
—Pero Mitch dijo que…
—¿Qué sabrá Mitch? —maldiciendo entre dientes, Charity se puso un suéter y unos vaqueros—. Estoy perfectamente a salvo —rezongó en voz baja para que no la escuchara Florie—. O al menos lo habría estado sin mi tía. Si se me ocurre ir al baño en algún momento de esta noche, no me extrañaría que me golpeara con ese bate…
Intentó convencerse a sí misma de que el ladrón había conseguido lo que quería: los negativos. Pero seguía inquietándole el detalle de que se hubiera tomado su tiempo para registrar la oficina. ¿Qué era lo que había estado buscando? ¿Algo de valor para empeñar?
No, estaba segura de que no era eso. Había estado rebuscando en su correspondencia. Al igual que aquella misma mañana, cuando la derribó en la puerta de la oficina de correos.