Capítulo 7

Charity se internó en la espesura, ladera abajo, sujetando bien su cámara contra el pecho, convencida de que había perdido el juicio.

Demasiado tarde se había dado cuenta de que, muy probablemente, el conductor de aquella camioneta negra le estaba tendiendo una trampa. Había dejado la rosa roja en su coche. ¿Se habría dejado ver también a propósito con la esperanza de que saliera tras él?

Todo indicaba que sí. Había tomado una carretera poco o nada transitada. La estaba atrayendo a una zona salvaje, desierta, a pesar de que habría podido escaparse fácilmente, ya que la camioneta era mucho más potente que su vehículo.

Al mismo tiempo, sin embargo, Charity ansiaba con verdadera desesperación descubrir quién era… y demostrarle a Mitch que el hombre de la camioneta negra existía.

Fue entonces cuando se le ocurrió aquella disparatada idea. Cuando la camioneta desapareció detrás de una curva, pisó el freno, sacó su cámara, salió del coche y se internó en el bosque. El plan era sencillo. Interceptaría la camioneta a pie. El vehículo no tardaría en dar otra curva y, siguiendo la pendiente, pasaría justamente debajo del lugar donde ella había dejado el coche.

Lo único que tenía que hacer era atravesar aquel tramo de espesura, procurando no caerse rodando, y llegar a la carretera antes que la camioneta. Una vez allí se escondería y sacaría una foto del vehículo, así como de su conductor.

Estaba decidida a conseguir esa fotografía para mostrársela a Mitch… o morir en el intento. Al principio la idea le había parecido buena, inspirada. Pero en aquel momento, mientras intentaba proteger la cámara y de paso salvar la vida, bajando a trompicones en medio de la vegetación empapada, estaba dispuesta a admitir que no era en absoluto un plan brillante.

—¡Ay! —gritó cuando, demasiado tarde, vio una inmensa telaraña y la atravesó. Intentó quitársela frenéticamente mientras continuaba descendiendo entre arbustos y heléchos, pendiente abajo, sin poder detenerse.

A lo lejos, creyó oír el motor de la camioneta. Muy pronto pasaría justamente debajo de ella. Aún no podía ver la carretera, pero sabía que estaba muy cerca.

Sólo esperaba que pudiera detenerse en el último momento, para que el vehículo no la arrollara. Por desgracia, todo indicaba que iba a llegar a la carretera al mismo tiempo que la camioneta.

¿Cómo había podido parecerle tan brillante su plan? Estaba a punto de descubrir las intenciones del conductor, pero de la peor manera posible. Eso si no se rompía el cuello antes de llegar, o si la camioneta no la atrepellaba…

Fue entonces cuando lo oyó. Algo abriéndose paso entre los árboles y el follaje justo debajo de ella, en la ladera. Algo grande. Vislumbró una especie de pelaje castaño. Contuvo el aliento mientras se agarraba a unas ramas, intentando frenar su descenso. ¡Estaba a punto de darse de bruces con un oso!

Por desgracia, llevaba demasiada velocidad para poder detenerse…

De pronto salió de la espesura, en medio de una lluvia de agujas de pino, ramas de helécho y hojas secas, y se vio en medio de la carretera. Estaba intentando levantarse penosamente cuando oyó el motor de la camioneta, acercándose cada vez más.

En aquel instante, algo grande y oscuro saltó a la carretera justo delante del vehículo. Inconscientemente, Charity alzó la cámara y disparó. Con el corazón acelerado, escuchó el ensordecedor chirrido de los neumáticos al frenar. Entre ella y el morro de la camioneta había algo grande, oscuro y peludo.

El vehículo negro se vio obligado a aparcar en la cuneta, en medio del barro, hasta detenerse muy cerca de donde se hallaba Charity.

Reaccionando en el último segundo, se lanzó nuevamente a la espesura, ladera abajo, perdiéndose entre el follaje. Cuando al fin se detuvo, se quedó muy quieta. Encima de ella oyó el portazo de la camioneta y el sonido de unos pasos chapoteando en el barro. Podía escuchar también el rumor de una respiración profunda, pesada. Una rama se rompió a un par de metros de ella, y comprendió que el conductor estaba muy cerca, contemplando fijamente el lugar donde permanecía escondida entre los heléchos.

 

 

Mitch bajó del coche patrulla pistola en mano y corrió hacia el Volkswagen de Charity. Sin ninguna duda, estaba vacío. Y las llaves seguían en el encendido.

Al parecer, Charity no había tenido tiempo de agarrar su bolso. Estaba en el asiento contiguo. El corazón se le subió a la garganta cuando vio la rosa roja.

—Oh, Dios mío… ¿Charity? —se le quebró la voz—. ¡Charity!

Un cuervo le respondió desde la copa de un árbol. La lluvia se filtraba por aquel dosel de verdor, empapando el suelo. Por encima del repiqueteo de las gotas, alcanzó a oír algo parecido al portazo de un coche, seguido del rumor de un motor, montaña abajo. Maldijo entre dientes.

—¡Charity!

Subió a toda prisa al Volkswagen, encendió el motor y lo apartó de la carretera. Luego volvió al coche patrulla y aceleró a fondo. Nada más doblar la siguiente curva, la vio. Una pequeña figura empapada, con un impermeable lleno de barro, avanzaba trabajosamente hacia él. Caminaba encogida, como si se estuviera agarrando el pecho.

Frenó bruscamente, bajó del coche y echó a correr hacia ella. Mientras se acercaba, vio que tenía el pelo lleno de hojas y ramitas, el impermeable rasgado y el rostro lleno de arañazos. Se moría de ganas de estrecharla en sus brazos.

—¿Estás bien? —apenas había terminado de pronunciar las palabras cuando vio lo que estaba apretando contra el pecho. Su cámara fotográfica.

Alzando la cámara, Charity consiguió esbozar una sonrisa.

—Tengo una foto de la camioneta negra.

Se detuvo a poca distancia de ella, para no alzarla en volandas y abrazarla de puro terror.

—¿Que tú qué?

—Tengo una foto de la camioneta que me ha estado siguiendo. Tuve que bajar por la ladera, pero la conseguí —pronunció, triunfante.

—¿Es que has perdido completamente el juicio?

—¿Qué esperabas que hiciera?

—Contigo, Charity, uno nunca sabe qué esperar —meneó la cabeza. La podían haber matado. Bajar por aquella montaña ya era de por sí suficientemente peligroso, por no hablar de exponerse a fotografiar al tipo que la había estado siguiendo.

—Cuando gritaste mi nombre, lo ahuyentaste —le confesó ella—. Justo a tiempo —se estremeció, desviando la mirada—. Gracias.

Mitch aspiró profundamente varias veces y contó hasta diez. Intentó decirse que estaba bien, a salvo, y que eso era lo único importante.

—Podías haberte matado —estalló al fin, entre furioso y asustado—. Ha sido una maniobra estúpida.

—Pero tengo la foto —echó a andar y pasó de largo frente a él, con la cabeza bien alta.

En sus ojos había un brillo sospechoso, que no era solamente de desafío. Ella también estaba asustada. Era una lástima que no hubiera aprendido de aquel tipo de experiencias.

—Charity… —le dijo, caminando detrás. ¿Por qué tenía que ser tan… tan ella misma? Pero, cuando pensaba sobre ello, no se la podía imaginar de ninguna otra manera. Ese pensamiento lo sorprendió, dada su opinión sobre el matrimonio y sobre la simple posibilidad de llegar a mezclar sus genes—. Charity, perdona por…

—¿Por no haberme creído? —le espetó.

—Cuando hace un momento estuve buscando el coche de Nina, también estuve pendiente de la camioneta negra. Si al menos me hubieses dado una oportunidad…

—Sigues sin creer que esa camioneta me ha estado siguiendo, ¿verdad? —pronunció, deteniéndose en seco—. Pues me ha dejado otro regalo. Una rosa. La encontré clavada en el asiento de mi coche cuando me marché de la cafetería.

—Lo sé. La he visto —alguien la había dejado en su coche mientras ellos comían tranquilamente en el café de Betty. Le aterraba que el tipo se hubiera atrevido a tanto.

—No crees que era el hombre de la camioneta negra, ¿verdad? —sacudió la cabeza, disgustada—. Bueno, pues tan pronto como revele este carrete de fotos, lo verás por ti mismo.

—¿Tienes una foto del conductor?

Distinguió un brillo de incertidumbre en sus ojos.

—Ya lo verás —replicó, y continuó caminando por la carretera.

Mitch se quitó el sombrero, pasándose una mano por el pelo.

—Sube —le gritó a su espalda—. Yo te llevo.

Se volvió el tiempo suficiente para lanzarle una mirada asesina. Mitch la sabía capaz de calarse hasta los huesos mientras llegaba hasta su coche, sólo para demostrarle que no lo necesitaba.

—Charity, vamos. Déjame que te lleve.

Para su sorpresa, se detuvo en seco a la altura del coche patrulla y subió al asiento del pasajero, aunque a regañadientes.

Mitch se sentó al volante, dio media vuelta y condujo de regreso a donde había dejado aparcado su Volkswagen, pensando todo el tiempo en algo que decir. Aún seguía furioso con ella. Y ella con él.

Nada más aminorar la velocidad, Charity abrió la puerta y se bajó.

—Avísame cuando tengas reveladas las fotos —le dijo Mitch desde el coche patrulla.

Charity no contestó. Ni siquiera se volvió.

Mitch esperó a que arrancara y luego la siguió hasta la oficina del periódico. Las persianas estaban alzadas y la luz encendida, de modo que se podía ver a su ayudante, el estudiante de secundaria Blaine Bridges, trabajando dentro.

Charity aparcó en la entrada y entró en el local con su cámara al cuello. En ningún momento se dignó mirar a Mitch.

Sólo entonces regresó Mitch a la oficina. No pensaba decírselo a Charity, pero una foto de aquella camioneta no demostraría que el conductor la había estado siguiendo. Ni que le había dejado los regalos. La fotografía por la que había arriesgado la vida no valía nada.

Pero sí que podría aportarle a Mitch algún dato fundamental: una cara, un número de matrícula, un nombre. Y quizá también un móvil de acción, si realmente aquella camioneta la había estado siguiendo. Bajó del coche patrulla y se encaminó al Ayuntamiento, donde la oficina del sheriff ocupaba la mitad del edificio.

De repente un pensamiento lo sobresaltó. ¿Por qué había estado tan segura Charity de que aquella camioneta la había estado siguiendo? ¿Lo pensaría por alguna razón de la que no le había hablado? ¿Se habría enredado en algún peligro del que no era consciente? Era bastante probable…

Lo que le preocupaba era la posibilidad de que todo aquello tuviera que ver con la desaparición de Nina y con las preguntas que había estado haciendo Charity sobre ella. Y luego estaba aquella maldita cucharilla que había encontrado en el bungalow de Nina. Si Nina había planeado hacer público su caso en el pueblo, utilizar a Charity y a su periódico habría sido la mejor forma de hacerlo.

—¿Y bien? —inquirió Sissy cuando lo vio entrar. «¿Qué es lo que ha hecho Charity ahora?», era la pregunta que podía leerse en su cara.

—¿Conoces a alguien que conduzca una camioneta negra con los cristales tintados?

—En Timber Falls, no.

Mitch asintió con la cabeza y pasó a su despacho.

—Ha llamado Wade Dennison. Quiere hablar contigo —Sissy se levantó para seguirlo—. Le dije que lo llamarías tan pronto como…

Se quedó con la palabra en la boca, porque en ese momento Mitch cerró la puerta de su despacho. Maldijo a Charity una vez más. No quería admitir lo mucho que le preocupaba, o le aterraba, su seguridad. Colgó su impermeable y se sentó ante la mesa, todavía estremecido.

Apoyó los codos en el escritorio y se pasó las manos por la cara. Quizá, después de todo, no se hubiera tomado a Charity lo suficientemente en serio. Excepto su decisión de llevarlo ante el altar. De eso no había dudado nunca.

De repente sonó el timbre del intercomunicador. Pulsó el botón, pensando que Charity no había podido tener tiempo para revelar el carrete de fotos.

—Wade Dennison por la línea uno. Le dije que estabas volviendo hacia aquí cuando llamó. Me debes una…

«Hay demasiadas mujeres en mi vida», reflexionó Mitch mientras aceptaba la llamada.

—Hola, Wade.

—¿Qué es lo que ha averiguado?

«Lo suficiente para ganarme un buen dolor de cabeza», respondió para sus adentros.

—He estado buscando a Nina, preguntando a todo el mundo, rastreando su coche. Y hasta el momento —detestaba tener que admitirlo—, no he descubierto gran cosa.

—¡No puede haberse desvanecido en el aire! —exclamó Wade, soltando un suspiro de irritación.

—Este tipo de investigaciones lleva tiempo.

—Cada hora que pasa es una hora perdida.

—Lo sé, pero en las grandes ciudades, la policía ni siquiera comienza una búsqueda hasta pasadas cuarenta y ocho horas de la supuesta desaparición.

—Esto no es una gran ciudad —replicó Wade.

—No, claro, y por eso ya he empezado a buscarla y aún sigo haciéndolo. Wade, tengo una llamada por la otra línea. Ya lo llamaré yo.

Mitch cortó la comunicación, sacudiendo la cabeza. Wade parecía aún mucho más preocupado que antes. ¿Qué tipo de relación habría estado manteniendo con la mujer que se había hecho llamar Nina Monroe?

Tracy Shank, la trabajadora de Dennison, sospechaba que Nina había estado presionando a Wade, o influyendo sobre él. ¿Chantaje? Pero la gente que sufría chantaje rara vez se preocupaba tanto cuando su chantajista desaparecía del mapa. ¿Era posible que jefe y empleada hubieran estado manteniendo una aventura?

Esa posibilidad seguía sin convencerlo. Tal vez Wade hubiera descubierto las mentiras de Nina… Pero entonces no habría acudido a Mitch fingiendo no saber nada sobre ella.

Volvió a pensar en la maldita cucharilla. Si Nina Monroe era realmente Ángela Dennison, eso podría explicar muchas cosas. Como el propio comportamiento de Wade, por ejemplo. Pero no entendía por qué Wade habría querido guardar el secreto. Lo razonable habría sido desvelarlo… A no ser que tuviera alguna razón para no desear que se supiera que Ángela había sido encontrada.

Le dolía la cabeza de tanto pensar. Acababa de tomarse una aspirina cuando Sissy abrió la puerta del despacho.

—Me voy —anunció—. Son más de las cinco.

Mitch miró su reloj, sorprendido de lo rápido que había pasado el día. Había confiado en encontrar a Nina antes de que terminara la jornada. Todavía disponía hasta las doce, pero la caída de la noche no haría sino entorpecer la búsqueda.

—Hasta mañana —le dijo a Sissy.

La mujer se quedó en el umbral, observándolo.

—¿Te encuentras bien?

—¿Por qué?

—¿Ni siquiera se te ocurre algo ingenioso que decirme antes de que me marche? —parecía decepcionada.

—He gastado todas mis frases con Charity.

Sissy se echó a reír.

—Buenas noches, jefe.

 

 

Charity no podía esperar para ver las fotos. Así que se dirigió directamente al cuarto oscuro.

—¿Quieres algo de Betty? —le había preguntado Blaine—. Voy a por algo de cenar.

—No, gracias. He comido tarde —ni siquiera la comida podía distraerla—. Tómate tu tiempo. No te necesitaré de momento.

—Cuando vuelva, colocaré los libros en los estantes.

Había un enorme montón de libros en el suelo, al lado de la habitación que usaban como almacén. Blaine había insistido en clasificarlos por orden alfabético de autor. Era un maniático del orden, no podía evitarlo.

Cuando Blaine se marchó, Charity pasó al cuarto oscuro, corrió la cortina y sacó su cámara. Estaba calada hasta los huesos y le castañeteaban los dientes. Las manos le temblaban tanto que fue incapaz de sacar el carrete. En la oficina guardaba una vieja sudadera y unos vaqueros para el trabajo sucio. Se desnudó y se cambió de ropa, calzándose unas zapatillas rojas, sus favoritas. Sólo entonces, una vez que entró en calor, pudo retirar el carrete y empezar a revelarlo.

La mayor parte de los periódicos se habían pasado a la fotografía digital, pero a ella le gustaba el proceso clásico de revelado. Lo encontraba singularmente satisfactorio. Aunque en aquel momento le habría encantado poder ver directamente las fotos en el ordenador.

Sacó los negativos y los puso a secar. Tenía una foto muy clara del morro de la camioneta negra. A un lado se distinguía una sombra borrosa, la del animal que se había interpuesto entre el vehículo y ella… Al parecer se trataba de un oso. No del Bigfoot.

La camioneta, sin embargo, se distinguía perfectamente. De hecho, hasta se podían leer los cuatro últimos números de la matrícula: 4AKS. Estaba ansiosa por que los negativos se secaran para poder ampliar la imagen.

Tras un primer vistazo, vio que en aquel carrete estaban todas las imágenes que necesitaba para el número de aquella semana. La foto de Frank, el repartidor del pan, posando en la carretera donde había visto al Bigfoot, parecía la más adecuada para la portada.

Estaba pensando en ello cuando oyó un ruido al otro lado de la puerta. Se volvió, frunciendo el ceño.

—¿Te has olvidado de algo? —preguntó, suponiendo que se trataba de Blaine. Al salir se había asegurado de cerrar bien, y él era el único que tenía llave.

No hubo respuesta. Debía de haberse marchado de nuevo.

Pero de repente escuchó otro ruido, como si alguien hubiera chocado contra una de las mesas. ¿Qué estaría haciendo?

Otro golpe, esa vez más cerca del cuarto oscuro. Se quedó helada cuando vio moverse el pomo de la puerta.

La puerta se abrió. Y Charity supo, antes incluso de ver aquel rostro distorsionado por la media de nailon, que no se trataba de Blaine.

 

 

Mitch miró su reloj, sorprendido de que Charity no lo hubiese llamado todavía. Por fuerza tenía que haber revelado ya el carrete de fotos. Pensó que tal vez no había conseguido una buena imagen de la camioneta, después de todo. No podía imaginar otra razón para que aún no se hubiese puesto en contacto con él.

Se levantó de su escritorio. Tenía hambre, lo que significaba que Charity debía de estar al borde de la inanición. Quizá podría disculparse con ella invitándola a cenar algo en la cafetería de Betty. Descolgó su impermeable y salió de la oficina. La lluvia había cesado. De momento. La niebla se extendía por el pueblo, densa como un mal augurio.

Mientras se dirigía hacia el periódico, no consiguió sacudirse una extraña inquietud. Charity trabajaba hasta muy tarde, lo habitual en un negocio como el suyo, pero no le gustaba nada que pasara tanto tiempo sola… ¿Por qué no se buscaba un trabajo normal, como todo el mundo? Pero, por mucho que lo intentaba, no se la imaginaba haciendo otra cosa.

Las persianas estaban echadas, y a través de las rendijas se distinguía una luz débil, como de emergencia. Aparte de la que proyectaba la bombilla roja del cuarto oscuro del revelado. No podía ver ni a Charity ni a Blaine. ¿Estaría aún Charity en el cuarto oscuro, o se habría ido quizá a cenar? Esa última posibilidad le extrañaba y preocupaba a la vez. Charity había tenido tantas ganas de revelar las fotos… No podía haberse marchado. Eso significaba que en aquel momento debía de estar tratándolas, sacando ampliaciones… Jugando a los detectives, en suma. Algo muy propio de ella.

Probó a abrir la puerta principal. Estaba cerrada. Llamó una vez, esperó y luego volvió a llamar. Nadie respondió. Inquieto, decidió rodear la casa.

Cuando se acercaba a la puerta trasera, vio que estaba entreabierta, y por ella se filtraba algo de luz. Tal vez Charity la había dejado así por alguna razón. Pero se llevó una sorpresa al descubrir que la cerradura había sido forzada.

Con el corazón en la garganta, sacó su arma y terminó de abrir la puerta con el pie. La única luz procedía del cuarto de baño. Estaba vacío, al igual que el resto de la oficina. Se dirigió al cuarto de revelado. Nada más abrir la puerta, vislumbró algo rojo en el suelo.

La sangre se le agolpaba en las sienes, resonando en sus oídos. La habitación se hallaba desierta. Una de las zapatillas rojas de Charity estaba en el suelo, con los cordones blancos todavía atados.