Capítulo 13

Viernes, 30 de octubre

Ya había amanecido cuando la policía del estado pudo meter el cuerpo de Nina en el vehículo del forense y acordonar la zona. El equipo de la policía científica había llegado con las primeras luces del alba, para examinar las huellas del coche.

Según los papeles del vehículo, la víctima se llamaba Nina Bromdale. El mismo apellido de la mujer que había trabajado de niñera de Ángela Dennison veintisiete años atrás.

Mitch estaba empezando a encajar las piezas en su lugar. Según Charity, Alma Bromdale había fallecido a mediados de septiembre. Un par de días después Nina había aparecido en Timber Falls para solicitar empleo en Dennison Ducks.

Miró a Charity mientras abandonaban la zona en el coche patrulla. Estaba pálida y cansada, pero también estaba increíblemente hermosa. Aunque se había ofrecido a llevarla a casa, ella había querido quedarse con él.

—Te invito a desayunar en Oakridge —propuso Mitch.

—No. Tenemos que ir a Coos Bay a hablar con la hermana de Alma Bromdale.

Mitch sabía que su cerebro no había dejado de funcionar desde que se enteró de que Nina se apellidaba Bromdale.

Cuando se acercaban a la autopista, vio un coche detenido ante el coche patrulla que bloqueaba la carretera. Wade Dennison bajó precipitadamente y se encaró con el policía de guardia.

—Quédate aquí, ¿de acuerdo? —le dijo Mitch a Charity antes de bajar.

—Descuida —repuso, estremecida.

—¿Qué diablos está pasando aquí? —gritó Wade cuando vio acercarse a Mitch—. Este maldito policía no quiere decirme nada.

—Hablaremos en su coche —le propuso Mitch mientras se dirigía al Lincoln de Wade. El motor estaba en marcha. El interior era amplio, lujoso.

Wade se sentó al volante. Tenía la respiración acelerada de rabia. Y quizá también de miedo.

—Hemos encontrado el coche de Nina.

Wade se volvió para mirarlo. Evidentemente, eso era lo que más había temido.

—Nina estaba dentro. Está muerta, Wade.

No estaba muy seguro de la reacción que había esperado. Pero aquella lo sorprendió.

—No —soltó un sollozo. Con la cabeza entre las manos, se desplomó sobre el volante y estalló en llanto.

Mitch esperó a que se recuperara antes de añadir:

—Nina no era solamente su empleada.

Wade se enjugó las lágrimas.

—No puedo hablar de esto ahora —tenía la voz ronca, desgarrada.

—Wade…

—Sal de mi coche. Por favor, Mitch. Ahora no puedo, ¿es que no lo entiendes?

Era la primera vez que lo tuteaba. Siempre lo había llamado «Tanner», o «sheriff». Y tampoco nunca lo había oído pronunciar la expresión «por favor».

Se dijo que, en aquellas circunstancias, no podría sacar nada en claro de Wade. Bajó del coche. Vio que arrancaba y se marchaba a toda velocidad hacia Timber Falls.

—¿Cómo ha reaccionado? —le preguntó Charity. Ya no parecía pálida y cansada. La infatigable periodista había reaparecido.

—De una manera extraña.

—¿Te confesó la relación que mantenía con Nina?

Mitch negó con la cabeza. No quería admitir lo mucho que lo asustaba que la muerte de Nina pudiera suscitar una reacción en cadena de acontecimientos que cambiaran Timber Falls para siempre. Miró a Charity, estudiándola como si nunca antes la hubiera visto con tanta claridad. La lluvia había cesado. Le brillaban los ojos con un fulgor dorado. Su pelo era una llama de color.

No solamente era hermosa. Había tanta vida en ella… Estaba llena de energía, de entusiasmo, de ilusión.

—¿Qué pasa?

Sacudió la cabeza, sonriendo.

—Sólo me estaba preguntando si vamos a poder desayunar en Oakridge.

 

 

Harriet Bromdale vivía en una antigua granja de las afueras de Coos Bay. La casa había sido tan blanca como la valla que la rodeaba, pero el aire del mar la había vuelto gris con los años. Las petunias que flanqueaban el sendero de entrada aún conservaban sus flores.

Una anciana abrió la puerta. Parecía demasiado mayor incluso para ser la hermana de Alma.

—Soy el sheriff Tanner, de Timber Falls —se presentó Mitch, mostrándole su placa.

—¿Timber Falls? —Harriet sacudió la cabeza—. ¿Qué es lo que ha hecho ahora?

—¿Perdón?

—Nina —los miró extrañada—. Es por ella por lo que han venido, ¿no?

—Entonces conoce a Nina.

—¿Que si la conozco? —la mujer soltó una amarga carcajada—. Yo la crié.

—Así que usted es…

—Su tía. ¿No es de eso de lo que querían hablarme?

—Sí. También queríamos preguntarle por su hermana Alma.

Harriet frunció los labios.

—De tal palo, tal astilla…

—¿Nina era la hija de Alma? —inquirió Charity sin poder contenerse.

La anciana la miró detenidamente.

—¿No es eso lo que acabo de decir?

Mitch se dijo que aquella mujer parecía hablar con acertijos.

—¿Le importaría que pasáramos dentro?

Harriet vaciló, entrecerrando los ojos.

—Tengo trabajo que hacer.

—No le quitaremos más tiempo del estrictamente necesario —y entraron.

La casa era muy oscura y estaba impregnada de un olor rancio a cerrado y a tabaco. Harriet los llevó al salón, señalándoles un desvencijado sofá cubierto con una funda de plástico que debía de tener al menos cincuenta años. Harriet se sentó en una silla, frente a ellos, y sacó un cigarrillo del paquete que llevaba en el delantal. Lo encendió, soltando una bocanada de humo.

—¿Y bien? ¿Qué es lo que ha hecho ahora Nina?

Mitch se había quitado el sombrero y le estaba dando vueltas entre los dedos.

—Lamento tener que comunicarle que ha muerto. Aparentemente se trata de un homicidio.

—No me sorprende —resopló la anciana—. ¿La mató el novio?

—¿A quién se refiere?

—Un don nadie —se encogió de hombros—. Como todos los tipos con los que sé relacionaba. Nunca le duraban lo suficiente como para que pudiera retener sus nombres.

—¿Cuándo fue la última vez que vio a Nina?

—Hace un mes. Le dije que no fuera a Timber Falls. Fíjese, por ejemplo, en lo que le sucedió allí a su madre.

Charity imaginó que se estaría refiriendo al secuestro de Ángela y al subsiguiente despido de Alma, pero Harriet añadió:

—Terminó embarazada.

—¿Alma estaba embarazada cuando volvió de Timber Falls?

—Me dejó un bebé para que yo lo cuidase, antes de dedicarse a sus asuntos…

—¿Está segura de que el bebé era suyo? —le preguntó Charity sin poder evitarlo, pensando en Ángela. Podía sentir la mirada de Mitch clavada en ella. Demasiado tarde recordó la promesa que le había hecho de permanecer callada y dejarlo a él que hablara.

La anciana frunció el ceño.

—Por supuesto que era suyo.

—Antes dijo que usted crió a Nina. ¿Conserva su partida de nacimiento? —inquirió Mitch.

—Tengo una copia. Se están preguntando quién fue el padre, ¿verdad? Bueno, eso no figura en la partida, y Alma ya no puede decírselo. Era un hombre casado, claro está. ¿Por qué le habría dado todo ese dinero si no era para mantenerle callada la boca?

Charity lanzó una elocuente mirada a Mitch, como recordándole sus teorías.

—Alma se marchó después de dejarme a mí el bebé. Se desentendió de su propia hija —les estaba diciendo Harriet—. ¿Creen ustedes que Nina valoró los sacrificios que hice? ¡Ja! Siempre pensó que se merecía algo mejor.

—¿Podría ver esa copia del certificado de nacimiento? —le preguntó Mitch.

Harriet miró su reloj, puso cara de desagrado y abandonó la sala. Pudieron oírla rebuscando algo en la habitación contigua. Volvió minutos después y le entregó a Mitch el documento, expedido en Oregón a nombre de Nina Ann Bromdale. Charity se inclinó sobre su hombro para leerlo. Nina había nacido en marzo, sólo un par de meses después de que Ángela Dennison, tres meses mayor, hubiera sido secuestrada en Timber Falls.

—¿Qué tiempo tenía el bebé cuando Alma se lo dejó a usted? —quiso saber Charity.

Harriet se encogió de hombros.

—Seis, ocho meses… —era obvio que no le importaba demasiado.

—¿Podría prestármela? —Mitch señaló la partida de nacimiento.

—Quédesela. Yo no la quiero. Imagino que querrán que la entierre. Al igual que tuve que enterrar a su madre en septiembre. Cáncer —asintió enérgicamente con la cabeza, como si su hermana hubiera sido culpable de tener esa enfermedad.

—¿Alma le dijo algo sobre el padre de Nina antes de morir?

Harriet bajó la mirada al cigarrillo que sostenía entre los dedos.

—Ni siquiera me enteré de que había muerto hasta que Nina volvió de México y me lo contó. Al parecer, en su lecho de muerte había hecho que alguien la mandara a buscar, sólo para decirle unas cuantas cosas que le interesaba saber…

—¿Como cuáles? —inquirió Charity.

—Quizá algo acerca del padre de la niña. Con el cadáver aún caliente de su madre, Nina salió para Timber Falls, proclamando a los cuatro vientos que finalmente iba a tener lo que se merecía. Y vaya si lo tuvo.

—No creo que nadie se merezca que lo asesinen —replicó Mitch.

Harriet soltó una carcajada.

—Usted no conocía a Nina.

—¿Así que se fue a Timber Falls a ver a su padre?

—¿A verlo? —soltó otra risotada sarcástica—. Lo odiaba. Le echaba la culpa de todo. Fue allí a chantajearlo y sacarle hasta el último céntimo. Para vengarse.

—¿Le habló Alma alguna vez del bebé que fue secuestrado mientras ella trabajaba de niñera en Timber Falls? —le preguntó Mitch.

—¿El bebé de esa familia rica? A mi hermana la despidieron precisamente por eso.

—¿Cuál era su versión de la historia?

—Alma decía que ella no sabía nada —Harriet alzó los ojos al cielo—. Aunque no me sorprendería que hubiera tenido algo que ver con la desaparición de aquel bebé.

—¿Por qué dice eso?

—Por todo el dinero que supuestamente recibió del padre de su bija. ¿Qué hombre habría hecho algo así?

Charity intercambió una mirada con Mitch.

—Jamás sospechó que el bebé que le trajo su hermana podía ser la niña desaparecida de los Dennison?

—No soy ninguna estúpida —masculló, furiosa—. Pero también sé mantener la boca bien cerrada. Todo eso no tenía nada que ver conmigo.

Mitch se pasó una mano por el pelo, frustrado.

—¿Reconoce esto? —sacó de un bolsillo la cucharilla de Ángela.

Harriet hizo amago de tomarla, pero retiró la mano.

—Eso era del bebé, ¿verdad?

Mitch asintió con la cabeza.

—¿Se lo mostró Alma alguna vez?

Harriet negó enérgicamente con la cabeza.

—Nina la tenía en su poder. La encontramos en su apartamento de Timber Falls —dijo Mitch.

—Tengo trabajo que hacer —Harriet se levantó de la silla, tambaleándose levemente.

Mitch y Charity se levantaron también.

—Si se le ocurre algo más… —Mitch le tendió su tarjeta.

La anciana la tomó, reacia, como si fuera a mancharse con ella.

—Es ese pueblo. Está maldito.

 

 

Mitch sabía que Charity se moría de ganas de decirle algo.

—Nina Anna Bromdale tal vez era Ángela —le espetó en el instante en que subieron al coche patrulla—. Incluso aunque la partida de nacimiento fuera verdadera, Harriet no tenía una idea exacta de la edad de Nina cuando su hermana se la entregó.

—Así es. Pero nada es definitivo sin una prueba de ADN, y no creo que Wade acepte hacérsela.

—Eso es absurdo. Si Nina era realmente Ángela… ¡Wade no pudo haber matado a su propia hija!

Mitch sacudió la cabeza, recordando la reacción de Wade.

—Creo que se nos escapa algo. Y sigo sin estar convencido de que Nina fuera Ángela.

Charity permaneció callada durante unos minutos, reflexionando.

—Es mentira que el pueblo esté maldito.

—Es la lluvia —comentó Mitch—. La lluvia y el aislamiento, los días grises, con la gente encerrada en sus casas. Eso es lo que trastorna tanto a la gente de Timber Falls.

Charity se volvió para mirarlo.

—Si piensas eso… ¿entonces por qué sigues aquí?

La pregunta lo tomó por sorpresa. Frunció el ceño, incapaz de contestar.

Charity sonrió satisfecha, imaginándose la razón. Mitch solamente se había ausentado del pueblo el tiempo justo para graduarse en la universidad. Y ella había hecho lo mismo con su licenciatura en periodismo. ¿Se habría quedado por ella, porque ella seguía allí?

—Quiero hablar con el joyero de Eugene que hizo la cucharilla de plata —le dijo Mitch, cambiando de tema—. Aunque supongo que a estas horas ya tendrás otra vez hambre, ¿verdad?

Comieron en una pequeña cafetería cerca del puerto. Charity pidió ostras fritas, ensalada y patatas fritas, y de postre pastel de crema de coco. Mitch apenas probó su plato de marisco. No podía dejar de pensar en Nina, Wade, Ángela, en aquellas huellas de moto que había visto en la pista de barro… y en lo que Harriet le había dicho acerca de que Nina volvió de México para ver a su madre. México.

—Este pastel no está tan bueno como los que hace Betty —comentó Charity, sonriente.

¿Por qué se había quedado en Timber Falls? Era una buena pregunta. Tenía el presentimiento de que la culpa la tenía la mujer que tenía sentada delante. Y sospechaba que ella también lo sabía.

 

 

En la joyería Hart, una mujer de pelo gris, pulcramente vestida, se apresuró a atenderlos.

—Buenas tardes. Déjenme adivinar… Están buscando un anillo de compromiso. Eso siempre se nota.

Mitch vio que Charity se ruborizaba y él sintió un nudo en el estómago.

—Estamos aquí por motivos de trabajo —le dijo, mostrándole su placa.

—Perdone, yo sólo… ¿En qué puedo ayudarlo, sheriff? Soy Lois Hart, la propietaria.

Charity se alejó para contemplar el muestrario, deteniéndose a admirar una pulsera de plata. Mitch sacó la cucharilla de plata de un bolsillo y la dejó sobre el mostrador de cristal.

La mujer la examinó. Parecía reconocerla.

—Al parecer esta cucharilla fue hecha aquí, diseñada especialmente para Wade Dennison, de Dennison Ducks —le informó Mitch, atento a su reacción.

—Sí, la hizo mi marido… —se le quebró la voz—. Falleció hace cuatro años.

—Lo siento. ¿Cuántos cubiertos de estos hizo?

—Dos juegos. Uno para la hija mayor, con su nombre grabado, y el segundo para la pequeña. El señor Dennison fue muy explícito en su encargo. Le hizo prometer a mi marido que jamás haría un juego igual. Por supuesto, mi marido cumplió la promesa.

—¿Está segura de que se trata de un trabajo de su marido?

—Oh, sí —respondió, sonriendo.

—¿Nadie le encargó otro juego?

—No. Nos quedamos consternados cuando nos enteramos del secuestro del bebé. ¿Lo encontraron alguna vez?

Mitch negó con la cabeza. La mujer le devolvió la cucharilla.

—¿Qué tipo de monstruo habría sido capaz de hacer algo así?

—Bueno, gracias por su colaboración —vio que Charity seguía admirando la pulsera—. Si se le ocurre algo más…

Le tendió su tarjeta y se despidió. Salieron juntos de la tienda. Cuando se dirigían hacia el coche patrulla, Mitch se sintió obligado a disculparse.

—Lamento el malentendido de hace unos minutos.

—Tranquilo —le sonrió—. Ya me he hecho a la idea de que terminaré convertida en una vieja solterona.

—Pues yo no te imagino así para nada —se echó a reír.

—¿Adónde vamos ahora?

—Vaya, me he olvidado de preguntarle algo a la señora Hart… —le entregó las llaves del coche—. Espérame un momento aquí, ¿quieres?

Corrió a la tienda. Lois Hart alzó la mirada, sorprendida.

—¿Le importaría envolverme esta pulsera de plata? —señaló la que había estado admirando Charity—. Me la llevo.

La mujer sonrió.

—Así que no me equivocaba con ustedes dos…

Mitch no se molestó en corregirla. Mientras volvía al coche patrulla, se palpó la pequeña caja que llevaba en el bolsillo de la camisa, preguntándose qué diablos le habría sucedido.

No podía entregarle aquel regalo. Se llevaría una impresión equivocada, y eso complicaría aún más las cosas entre ellos. Maldijo aquel momento de debilidad. No había pensado en nada, simplemente había querido que Charity tuviera aquella pulsera.

—¿Le hiciste la pregunta? —quiso saber ella mientras Mitch se sentaba al volante.

—Sí —encendió el motor. La diminuta caja con la pulsera le pesaba tanto en el bolsillo como la cucharilla de plata.

De regreso a Timber Falls, Charity renunció a seguir intentando darle conversación. Finalmente, se hizo un ovillo y se quedó dormida.

Mitch recibió la llamada por radio justo cuando entraban en el pueblo.

—Nina Bromdale tenía antecedentes —le informó un agente de la policía del estado. Y le relató una larga lista de arrestos por robos, delitos menores y conducción bajo la influencia del alcohol—. Su última detención tuvo lugar en San Diego. Su novio y ella fueron arrestados cuando viajaban en un coche, a gran velocidad. Conducía él. A ella le cayeron treinta días por alteración del orden público y resistencia a la autoridad.

—¿Y su novio? ¿Qué se sabe de él?

—Déjame revisar el nombre… Sí. Jesse Tanner. ¿Te suena?

—Eso me temo.

Jesse no solamente conocía a Nina, sino que había compartido el asiento trasero de un coche de policía con ella. Y no había regresado a Timber Falls porque sintiera nostalgia del hogar, ni para marcharse con Charity. Había vuelto por Nina. Pero lo que más le preocupaba eran las huellas de motocicleta en la pista de barro que llevaba al barranco. Donde había sido encontrado el coche de Nina… y su cadáver.

Charity se había quedado profundamente dormida, acurrucada contra la puerta.

Mitch aparcó el coche frente a su propia casa. Cuando abrió la puerta del copiloto, Charity se desplomó prácticamente sobre él y le echó los brazos al cuello.

Mientras la metía en casa, alzándola en vilo, la oyó suspirar y murmurar algo parecido a… ¿pastel de crema de plátano?

Cuando la acostó en la cama de la habitación de invitados, estaba roncando suavemente. Sonriendo, Mitch le quitó las botas y la arropó con cuidado. Luego se quedó de pie durante un rato, contemplándola.

¿Cómo iba a protegerla de sí misma?

Fue entonces cuando se acordó del gato. Llamó por teléfono a casa de Charity. Al parecer, Florie se había marchado. Sacó una lata de atún del armario de la cocina y se acercó a la casa, abriendo con la llave que había tomado del bolso de Charity.

—¿Winky? ¿Winky? —abrió la lata. El gato seguía sin aparecer. ¿Acaso los gatos no aparecían corriendo cuando oían que alguien abría una lata?

Miró a su alrededor. Allí no había ningún gato. Lo había engañado, una vez más. Salió y cerró con llave.

Charity seguía profundamente dormida. Mitch sacudió la cabeza, sonriendo. Luego, sin desvestirse, se tumbó en el sofá de la habitación contigua. Estaba a salvo, al menos por aquella noche. Cerró los ojos, escuchando el rumor de su respiración al otro lado de la pared.

Ya no tenía sentido seguir engañándose. Si se había quedado en Timber Falls había sido por Charity.