Ya era media tarde cuando Ethel Whiting abrió la puerta a Mitch. La lluvia había oscurecido aún más el día.
—Me preguntaba cuándo volvería a verte —se hizo a un lado para dejarlo pasar.
—Sus huellas han sido encontradas en el pato de reclamo con que Nina Bromdale fue asesinada —le dijo mientras la seguía al salón.
—¿Bromdale? —inquirió, sentándose.
—La hija de Alma y Wade. Alma Bromdale, la niñera de Ángela.
La expresión de Ethel pareció desencajarse.
—¿Ella no era… Ángela?
—No —Ethel debía de haber pensado que Nina era hija de Daisy y de otro hombre aparte de Wade—. Creo que debería llamar a un abogado, Ethel.
—Te lo habría dicho ayer, pero supuse que Nina aún seguía viva cuando no encontraron su cuerpo en Dennison Ducks. Yo no tenía intención de matarla cuando fui a la planta el martes por la noche. No sabía quién era realmente, sólo sabía que representaba un peligro para Wade. Pensé que, si la asustaba, lo dejaría en paz —rió suavemente—. Pero nada podía asustar a esa joven. Y tampoco había dinero suficiente en el mundo para hacer que se largara. Discutimos. Ella soltó el pato que estaba pintando. Estaba tan furiosa que ni me acuerdo del momento en que lo recogí del suelo para golpearla.
—¿Estaba muerta?
Ethel alzó la mirada.
—En aquel momento pensé que sí. No le tomé el pulso. Simplemente dejé el pato al lado de su cuerpo. Supuse que en cuanto encontraras el cadáver y el arma homicida…
—¿Era consciente de haber dejado sus huellas?
—Por supuesto. Sabía, además, que las tendríais archivadas. Mis padres me las tomaron de niña. Les preocupaba que, debido a su bienestar económico, alguien pudiera secuestrarme. Qué ironía, ¿verdad?
—¿Usted no metió a Nina en el coche y lo tiró a un barranco, varios kilómetros al sur del pueblo?
—Yo no soy una mentirosa, Mitchell. No hice nada para encubrir el crimen. Tenía algunos asuntos que arreglar y preferí pasar aquí, en mi casa, los pocos días que me quedaban de libertad. Estaba esperando a que me arrestaras.
—¿A qué hora fue usted a la planta?
—Todavía no eran las nueve. Su coche estaba en el aparcamiento. Sabía que se quedaba trabajando hasta tarde. Fuera quien fuera esa mujer, resultaba obvio lo que le estaba haciendo a Wade. Tenía que detenerla.
Había hecho aquello por Wade. Mitch sacudió la cabeza, recordando que Wade declaró haber ido a la planta a las diez y que Nina ya no estaba allí.
—O no estaba muerta, o alguien se llevó el cadáver.
—¿Por qué habría de hacer alguien algo así?
—¿Es posible que Wade la viera abandonar la planta el martes por la noche? ¿Que encontrara el cadáver de Nina e intentara encubrirla a usted?
Ethel negó con la cabeza.
—Wade ha tomado decisiones muy desafortunadas en su vida, pero jamás encubriría un asesinato.
Aquella mujer parecía tener mucha más confianza en él que Mitch. Al fin y acabo, ¿no decían que el amor era ciego?
Cuando estaba a punto de llamar a la comisaría, recibió otra llamada. Era de la policía del estado. El cadáver del investigador privado Kyle L. Rogers había sido encontrado en un motel de Oakridge. Lo habían disparado a bocajarro con un arma de bajo calibre. Su camioneta negra no estaba por ninguna parte.
—Voy para allá.
Charity sacó su última edición aquella tarde. Iba a ser, con toda seguridad, el número más vendido. Blaine estaba fuera, repartiéndolo. El policía que le había asignado Mitch estaba sentado en una esquina, hojeando una revista.
Sin nada que hacer, estaba pensando precisamente en Mitch cuando lo vio entrar por la puerta. En seguida adivinó que algo andaba mal.
—Han encontrado muerto a Kyle Rogers en un motel de Oakridge. Asesinado —les informó a los dos—. Quiero que te vayas a casa, Charity. Ya he avisado a Florie. Se encontrará contigo allí.
—De acuerdo.
Evidentemente había esperado que se resistiera, porque se quedó sorprendido cuando ella no lo hizo. Y complacido. ¿Tan fácil era aquel hombre de complacer?
—Tengo que salir para Oakridge; luego me pasaré por tu casa. No tardaré mucho.
—No te preocupes por mí. Tengo el bate de Florie y a un policía que me protege, ¿qué más puede desear una chica? —por ejemplo, sentir los fuertes brazos de Mitch en torno suyo. Eso de ser independiente siempre se estaba quedando anticuado.
—Prométeme que mantendrás esa pistola y ese spray lejos de los chicos que se pasarán esta noche por tu casa.
Charity asintió con la cabeza.
—Tan pronto como llegue.
—¿Te quedarás con ella? —le preguntó Mitch al agente.
—Claro.
Mitch la acompañó al coche de policía. Había dejado de llover, pero los nubarrones se arremolinaban sobre el pueblo, proyectando una luz fantasma. La niebla estaba bajando del bosque.
De repente Charity se dio cuenta de que se había olvidado de comprar chucherías para los niños, lo tradicional en las noches de Halloween. Tendría que hacer una parada de camino a casa.
—Ten cuidado —le dijo Mitch.
Aquel era otro de aquellos momentos que habrían exigido un beso. El problema era que el policía estaba delante.
—Lo tendré —y lo vio marcharse en el coche patrulla. Luego, cuando subía al coche, le dijo al agente—: Tendremos que pasar por la tienda de camino a casa. Mi tía Florie traerá consigo cosas como galletas de algarroba o palomitas de tofu. No quiero que los crios me destrocen los cristales a pedradas.
El policía se hizo perfectamente cargo de la situación, echándose a reír.
Las ventanas de las casas estaban llenas de muñecos de cartón y calabazas luminosas. Halloween se celebraba a lo grande en Timber Falls. Todo el mundo participaba en el gran baile de disfraces que organizaba el Duck-In. Después de pasar por la tienda, vieron grupos de niños y adultos vestidos de vampiros y zombies, brujas y marcianos.
Charity no pudo evitar un estremecimiento. Había un asesino suelto en el pueblo. Quizá más cerca de lo que cualquiera de los dos, el policía y ella, podían imaginar.
Cuando el policía se detuvo frente a la casa, un grupo de niños se acercó cantando y riendo al porche. Segundos después Florie abría la puerta y empezaba a repartirles algo de un gran cuenco. «Nada bueno», pensó Charity.
Salió del coche con el enorme saco de caramelos que había comprado en la tienda. De repente se volvió al oír el motor de otro vehículo. Era una camioneta de reparto postal.
—Le traemos un paquete —le informó Chuck, el cartero.
El policía ya había bajado del coche.
—Tome —le dijo Charity, entregándole los caramelos—. Deje esto en el porche y salve mis ventanas.
El agente se apresuró a subir los escalones del porche. Chuck le dio el albarán a Charity para que lo firmara.
—Fírmame aquí, por favor.
Le entregó un gran sobre acolchado. Después de desearle un feliz Halloween, volvió a subir al camión y se marchó. Justo en aquel momento se puso a llover de nuevo.
Sólo entonces miró Charity lo que le habían entregado. A la débil luz de la calle, pudo leer el nombre del remitente: Nina Monroe. Le temblaban las manos cuando lo abrió y extrajo un pequeño sobre blanco con su nombre escrito en el anverso.
La lluvia caía ya con fuerza cuando abrió el bolso para meterlo dentro. Por desgracia lo llevaba lleno, con la pistola, el spray y las esposas, de manera que se lo guardó rápidamente en el bolsillo interior de la cazadora.
Acababa de recibir una carta de una mujer muerta. ¿La carta que su perseguidor había estado buscando? Ardía en deseos de abrirla, aunque sabía que debería esperar a Mitch.
Detrás de ella, en el porche, los niños charlaban y reían. Más grupos se acercaban por la calle. Cuando se volvió hacia la casa, captó un movimiento entre los árboles, muy cerca. El corazón se le subió a la garganta cuando vio a una gigantesca figura dirigirse corriendo hacia ella.
Era un tipo vestido con una gran capa con capucha y una grotesca máscara de goma. Lo primero que pensó fue que sería el padre de alguno de los niños, que también se había disfrazado y deseaba darle un susto. Pero se quedó sin habla cuando la agarró bruscamente e intentó abrirle la cazadora. Fue entonces cuando se dio cuenta de que lo que quería era la carta…
Soltó un grito, resistiéndose. Podía ver al policía intentando abrirse paso entre la multitud de niños, hacia ella. En el forcejeo, consiguió levantarle la máscara por un instante. ¡Bud Farnsworth! El capataz de Dennison Ducks.
Cuando iba a soltar otro grito, el hombre le puso una mano enguantada en la boca y, levantándola en vilo, corrió de nuevo hacia los árboles. La lluvia caía ya a cántaros.
Nada más internarse unos metros en el bosque, la casa desapareció de su vista. Sólo veía árboles. Oía al policía corriendo tras ellos. Pero, sin una linterna, el agente no podía verlos. Intentó gritar, pero el enmascarado no le había retirado la mano de la boca.
Hizo un nuevo esfuerzo por liberarse, pero Bud era mucho más fuerte que ella, y ahora que había visto su rostro, sabía que no la soltaría.
Salió de los árboles a una carretera secundaria y la llevó a una camioneta negra. La camioneta negra. Abrió la puerta del conductor, la metió dentro y él también subió al vehículo. El asa del bolso se le rompió, y varias cosas se le cayeron al suelo. Él agarró el bolso y lo lanzó al asiento de atrás, justo antes de activar el seguro automático de las puertas. Estaba atrapada.
—Maldita zorra… —le espetó, golpeándola en la cara. Arrancó la camioneta y partió a toda velocidad, con un chirrido de neumáticos.
Por el espejo retrovisor, Charity creyó ver al agente de policía saliendo a la calle. Pero Bud giró rápidamente y enfiló por la carretera que llevaba a Dennison Ducks.
—Dame la carta —le ordenó mientras se quitaba la máscara—. Ahora mismo.
Como no respondió, volvió a golpearla. Charity se había pegado todo lo posible al otro lado de la camioneta, apretando la carta contra su pecho.
—¡Dame la carta! —bramó—. ¡No me obligues a quitártela!
Una voz interior le advirtió que la mataría en cuanto se la entregara. Estaba segura. Quedaba poco para el desvío de Dennison Ducks. Sabía que si conseguía llevarla allí, a una zona tan aislada, perdería cualquier posibilidad de sobrevivir. Por el espejo retrovisor no vio ninguna luz. Nadie había salido en su busca.
Estaba sola. Abandonada a sus propios medios.
Se lanzó a agarrar el volante y tiró de él hacia la derecha. Lo oyó soltar un juramento y sintió el peligroso balanceo de la camioneta. Inmediatamente recibió otro golpe. Cuando volvió a encogerse contra la puerta, algo se le clavó en la cadera. El juego de esposas. Por desgracia, la pistola y el spray de autodefensa seguían en su bolso. Mientras que las esposas, lo más inútil, habían terminado cayendo al asiento…
Bud se esforzó por controlar la camioneta. Cuando lo consiguió, pisó a fondo el acelerador.
—Iba a esperar a alejarnos un poco más, pero… —desactivó el seguro de las puertas y se inclinó sobre ella para abrirle la puerta.
Fue entonces cuando Charity descubrió lo que planeaba hacer. ¡Echarla fuera! A esa velocidad, se mataría.
Instintivamente, se llevó una mano a la cadera para recoger las esposas. Bud la agarró por las solapas de la cazadora, intentando quitarle la carta. Una vez que lo consiguiera…
—¡Espera! ¡Te daré la carta! —gritó.
Bud volvió a poner las manos en el volante. Evidentemente, aunque pretendiera lo contrario, planeaba tirarla de la camioneta en cuanto se hiciera con la carta.
Un arriesgado plan empezó a cobrar forma en la mente de Charity. Más que arriesgado, era suicida. Se llevó una mano al interior de la cazadora y fingió perder el equilibrio cuando dieron una curva. Cayó encima de él.
Bud mantuvo firmemente agarrado el volante con las dos manos, imaginándose que intentaría dar un nuevo volantazo. Charity aprovechó el momento para colocarle una esposa en la muñeca derecha, con la idea de asegurar la otra al volante. De esa manera, si finalmente lograba escapar, Bud no podría salir tras ella.
Intentó golpearla, pero Charity se aferró al volante, esforzándose por cerrar la esposa. La camioneta empezó a bascular peligrosamente.
Con un fuerte manotazo, la lanzó nuevamente contra el otro lado, concentrándose en mantener el vehículo en la carretera.
Cuando Charity hizo un nuevo intento, la agarró del pelo y la obligó a bajar la cabeza mientras procuraba controlar la dirección. En aquella postura, ya no podía acceder al volante. Fue entonces cuando su plan tomó un giro inesperado, aún más peligroso. Pero no tenía más opciones.
Se aseguró la otra esposa a su muñeca izquierda justo antes de que la camioneta se saliera de la carretera y acabara detenida en la cuneta. Se golpeó en la cabeza con la palanca de marchas y perdió el sentido.
Charity se despertó y fue consciente de que la estaban llevando en brazos. El suelo era irregular, accidentado. Abrió los ojos. La lluvia le caía en la cara. Al principio no vio ninguna luz. Luego distinguió la pequeña luz de emergencia de la entrada de Dennison Ducks. La estaba llevando a la planta.
Una vez en la puerta, se detuvo para bajarla al suelo. Se enjugó el sudor que le corría por la frente, del esfuerzo.
—Debería matarte ahora mismo —le espetó, apuntándola con una pistola—. Con Nina no tuve tantos problemas. Pero claro, Ethel ya la había golpeado previamente.
Sabía que quería dispararle en aquel momento, pero entonces estaría obligado a arrastrarla consigo, unidos como estaban por las esposas.
Sacó su llave, abrió la puerta y la empujó dentro. Como consecuencia del tirón, Charity sintió una punzada de dolor en la muñeca. Miró en torno suyo, buscando un arma. Su bolso se había quedado en la camioneta. Él la arrastró por entre los estantes llenos de patos, sin darle tiempo suficiente para agarrar alguno para defenderse. Todo estaba cada vez más oscuro conforme se alejaban de la luz de la entrada.
En la parte trasera del edificio, Bud encendió una pequeña lámpara en un banco de trabajo y agarró una sierra de mano. Con su mano libre, despejó la mesa de trastos. Cuando se volvió para mirarla, tenía el rostro desencajado por la ira.
—No puedo creer que hayas hecho algo tan estúpido —le espetó mientras tiraba de ella hacia el banco. Soltando la sierra, la agarró de las solapas con las dos manos y le rasgó la cazadora. La carta cayó al suelo.
La apartó para recoger la carta del suelo. Charity lo observó mientras la abría, muriéndose de ganas de leerla. ¿Qué podría haber en aquella misiva que justificara no uno, sino dos asesinatos? Seguro que no se trataba de la paternidad de Nina. ¿A quién podía importarle eso después de veintisiete años? Tenía que ser algo relacionado con el secuestro de Ángela.
—¡Tú secuestraste a Ángela!
—Demuéstralo —replicó Bud con una mueca burlona. Acto seguido sacó un mechero y lo acercó al papel, sin molestarse en mirarlo.
—¡No! —gritó Charity, intentando arrebatarle la carta. Pero era demasiado tarde. Bud ya la había destruido. Y ahora iba a deshacerse también de ella. Nadie sospecharía de él, después de todo. El agente de policía sólo había visto a un hombre enmascarado secuestrándola para marcharse luego con ella en una camioneta negra. Y con Kyle Rogers muerto, nadie imaginaría que el conductor era Bud Farnsworth. Iba a salir impune no sólo del secuestro de Ángela, sino de dos asesinatos.
Intentó decirse que Mitch acudiría en su auxilio. El policía lo había llamado por radio. Mitch encontraría la camioneta en la pista de Dennison Ducks. Sí, al final la encontraría…
Bud recogió la sierra y pareció darse cuenta de que no podía sujetarla al mismo tiempo que la pistola. Así que colocó el arma fuera del alcance de Charity, agarró la sierra con la mano izquierda y empezó a serrar torpemente la cadena, maldiciendo entre dientes.
El cerebro de Charity trabajaba a toda velocidad. Sabía que cuando lograra cortar las esposas, la mataría. Tampoco podía esperar que Mitch llegara a tiempo…
Escuchó el siniestro chirrido de la sierra cortando el metal, horrorizada. Las esposas no debían de ser de muy buena calidad.
—Eres consciente de que no lograrás escaparte, ¿verdad? —se atrevió a decirle.
Bud la miró como diciéndole que ese tipo de frase sólo funcionaba en las películas. Por supuesto que iba a escaparse. Y sin ningún problema.
De repente, por encima del ruido de la sierra, Charity oyó un sonido leve, el rumor de una puerta al abrirse. ¿Mitch? No. Si alguien había abierto la puerta, tenía que haberlo hecho con una llave.
Algo se movió en la ventana, a su lado. Una sombra. Miró por el rabillo del ojo, pero solamente distinguió una rama de árbol arañando el cristal. Habían sido imaginaciones suyas. Al igual que el sonido de aquella puerta al abrirse…
Bud seguía serrando la cadena. No tardaría más de unos cuantos segundos en cortarla. Charity se dijo que tendría que salir disparada en aquel preciso instante…
Fue entonces cuando sintió la corriente de aire frío. Alguien había entrado en la planta por la puerta de los empleados, pero Bud no parecía haberse dado cuenta.
La sierra terminó de cortar la cadena. Inmediatamente Charity se estiró para agarrar uno de los patos de reclamo del estante que tenía a su izquierda. Tomando impulso, le asestó un fuerte golpe en la cabeza antes de que Bud pudiera recoger su pistola.
El arma cayó al suelo, rebotando en el cemento y yendo a parar debajo de uno de los estantes. Bud se tambaleó y Charity empezó a correr, pero se detuvo en seco cuando vio el cañón de otra pistola, apuntándola. Aquella era la última persona que había esperado ver.
—¿Daisy?
De repente recordó su teoría de que Daisy había contratado a alguien para deshacerse de Ángela.
—No te muevas. Y tú tampoco —le ordenó, apuntando a Bud. Miró las cenizas de la carta, a sus pies—. Así que conseguiste la carta y acabas de destruirla —pronunció con expresión fría, pétrea.
Charity esperaba con el aliento contenido, temiendo que Daisy disparara contra ella al menor movimiento. Si Daisy había contratado a Bud para deshacerse de Ángela, ¿entonces por qué lo estaba apuntando? A no ser que planeara matarlo para que no abriera la boca. Con Nina muerta y la carta destruida…
—Nina me dijo que sabía quién había secuestrado a Ángela —estaba diciendo Daisy—. Al principio pensé que se trababa de un farol. Me dijo también que tenía que sentirme agradecida de que le gustara aún más la venganza que el dinero, y que había escrito una carta para el periódico. Charity la recibiría en Halloween y todo el mundo quedaría desenmascarado. Tú, por ejemplo, Bud.
El hombretón se humedeció los labios, nervioso.
—¿Dónde está el investigador privado que contraté? —le preguntó Daisy—. He visto su camioneta fuera.
—Está muerto —le informó Charity—. Bud se apoderó de ella. Y estaba a punto de matarme a mí también cuando usted entró.
Pero Daisy no parecía escucharla.
—¿Dónde está mi hija? —le preguntó a Bud—. Oh, Dios, debí haberlo adivinado. Fuiste tú quien la secuestró. Harías lo que fuera por dinero. ¿Dónde está Ángela?
—No lo sé. Te lo juro por Dios, Daisy —tuvo que apoyarse en el banco, como si las piernas no lo sostuvieran—. La vendí a un abogado. Jamás me dio su nombre…
Bud miró entonces hacia un punto detrás de Daisy, como si hubiera descubierto algo en la oscuridad. Su rostro se desencajó de terror.
Charity vio lo que planeaba hacer. Quiso gritar, pero todo fue demasiado rápido. Bud se lanzó en plancha a por su arma, que había caído debajo de un estante. Se hizo con la pistola, rodó por el suelo y disparó contra Daisy.
Daisy se tambaleó, desplomándose con un hombro teñido de sangre. Charity oyó gritar a Bud cuando resonó otro tiro. En aquel preciso instante, la ventana más cercana reventó en mil pedazos y Mitch apareció frente a ella.
—Tranquila, cariño —susurró, abrazándola con fuerza—. Tranquila…
Wade también había entrado, apresurándose a atender a Daisy. Desde donde estaba, Charity era la única que podía ver la expresión de Bud. Estaba mirando a Wade como si quisiera decirle algo. Pero ninguna palabra salió de su boca mientras se llevaba las manos al pecho, expirando.
Durante los días que siguieron, las conversaciones en el Café de Betty no giraron más que en torno a los asesinatos y al antiguo secuestro de Ángela Dennison. El segundo avistamiento del Bigfoot en las afueras del pueblo casi pasó desapercibido.
Mitch puso al tanto a Charity de lo sucedido. Nina había planeado encontrarse con Wade en la planta de reclamos la noche del martes, pero quien apareció poco antes de las nueve fue Ethel Whiting. Forcejearon y Ethel acabó golpeándola en la cabeza, dejándola inconsciente.
Bud había estado fuera, al acecho, decidido a asesinar a Nina. La encontró, la mató, la metió en su coche y lo tiró por el barranco. El problema era que no pudo haber hecho todo eso sin ayuda. Quizá su esposa había conducido el segundo coche. La mujer no había abierto la boca. De hecho, estaba haciendo las maletas, dispuesta a abandonar Timber Falls. O quizá había sido otra persona del pueblo. Charity se preguntó si algún día llegarían a descubrir la verdad.
Bud había asesinado a Nina para evitar que revelara su participación en el secuestro de Ángela. Al menos, esa era la teoría oficial, porque Charity tenía una propia. Si Bud había secuestrado a Ángela por dinero, entonces podía haber matado a Nina en nombre de la persona que había estado detrás de aquel secuestro…
O quizá no había existido ninguna conspiración, como se encargó de recordarle Mitch. Tal vez Nina había planeado chantajear a Bud, como había hecho con Wade. Sólo que Bud no había tenido ninguna intención de pagar.
Daisy se estaba recuperando de la herida de bala en el hombro en un hospital de Eugene. Cuando Charity entró a visitarla, encontró la habitación llena de flores que le habían enviado los residentes de Timber Falls. Al parecer, su enfrentamiento con Bud Farnsworth le había vuelto a granjear las simpatías del pueblo. La gente estaba deseosa de darle otra oportunidad.
—¿Pudiste leer la carta antes de que la quemara?
—No —respondió Charity—. Pero creo que Nina no sabía nada de Ángela.
Tampoco estaba muy segura de ello. En realidad, si se lo dijo fue para consolarla. Daisy había contratado a Kyle Rogers para que consiguiera aquella carta… si Nina había escrito realmente una carta para vengarse de ella, como le había revelado que pensaba hacer. Pero Rogers fue asesinado. De modo que la única persona que había llegado a conocer su contenido era Bud Farnsworth, que también estaba muerto.
Las pruebas de ADN habían confirmado que Wade era el padre de Nina. Al parecer, Desiree no se lo había tomado nada bien.
En cuanto a Daisy… Charity la veía demasiado tranquila, como si estuviera a punto de estallar.
Cuando Wade entró en la habitación del hospital, Charity se marchó. No podía dejar de recordar la expresión de miedo que vio en los ojos de Bud antes de que se lanzara a recuperar su arma. O su intento de decirle algo a Wade cuando estaba agonizando. Todavía tenía pesadillas con eso.
Ethel, que había sido puesta en libertad condicional, pendiente de juicio, no había vuelto a trabajar en Dennison Ducks. Ni siquiera después de que Wade le presentara disculpas. Nadie pensaba que fueran a encarcelarla. Wade había solicitado una nueva secretaria. Charity había multiplicado la tirada del semanario, que estaba rindiendo buenos beneficios.
De regreso al pueblo después de visitar a Daisy en el hospital, llegó a tiempo de hacer un desayuno tardío en el Café de Betty.
Cuando ocupó su mesa habitual, Betty se apresuró a servirle un pedazo de pastel de crema de plátano y un refresco dietético.
—¿Has visto a ese tipo de ahí?
Charity se volvió para ver a un hombre de unos treinta y tantos años, moreno, que estaba sentado en una mesa alejada revisando unos papeles. Era muy atractivo. Pero no era Mitch Tanner.
—Me da la impresión de que te aburrirías con él —comentó Charity—. Yo creía que te estabas ocupando del nuevo camarero del Duck-in…
—¿Bruno? —se ruborizó—. ¿Quién te dijo eso?
Charity se echó a reír.
—¡No me digas que ese tipo es el famoso Bruno!
—No, no… éste es el científico que escribió ese horrible artículo sobre Liam Sawyer. Dijo que las fotos que Liam sacó hace años formaban parte de una elaborada farsa.
Ford Lancaster. Charity se volvió para mirarlo de nuevo.
—¿Qué está haciendo en el pueblo?
—De eso se trata precisamente… Nadie lo sabe. Supongo que tendrá algo que ver con el último avistamiento del Bigfoot. Pero me pregunto si no estará también relacionado con el regreso de Liam al pueblo.
Charity esperaba que no fuera así. No quería que su gran amiga Roz siguiera sufriendo por culpa de aquel antiguo asunto en el que estuvo implicado su padre.
—Bueno, cuéntame cosas de ese dolor de cabeza tuyo, el chico del Duck-In. ¿Cómo es?
La campanilla de la puerta sonó en aquel momento.
—Hablando de dolores de cabeza… —murmuró entre dientes—. ¡Buenos días, sheriff! Le he reservado pastel de crema de plátano.
—Hoy no tomaré pastel, gracias.
Mitch se sentó frente a Charity. Después de servirle una taza de café solo, Betty desapareció discretamente detrás de la barra.
—Buenos días, Charity.
Sólo con verla, el corazón le dio un vuelco en el pecho. Fuera estaba nublado, y amenazaba lluvia otra vez. Pero era como si el sol brillara como un halo alrededor de Charity. Aquella mañana su melena parecía puro fuego, y tenía una expresión encendida, luminosa…
Se dijo que debía de tratarse de un efecto del pastel de plátano. No de él.
—Buenos días, sheriff —mordió un pedazo de pastel, cerró los ojos y sonrió.
Hacía días que Mitch no veía aquella sonrisa. Contemplándola, sintió una verdadera punzada de placer.
Charity abrió los ojos.
—¿Te apetece un poco?
Se sentía tentado, pero no precisamente por el pastel. Desde que se lanzó por la ventana de la planta de Dennison Ducks para salvar a Charity, había pensado mucho sobre los dos. Y ya no sabía qué pensar, aparte de que no podía estar lejos de ella. Ni quería hacerlo.
Además, esa perspectiva ya no lo asustaba como antes. La noche anterior había estado cenando con su padre y con Jesse. No había sido una experiencia tan mala. Estaba intentando ver al padre que Jesse siempre había conocido, y que él jamás había visto en realidad.
Llevaría tiempo.
Pero ya no tenía miedo de sí mismo. Siempre le había preocupado que se pareciera demasiado a su padre. Ahora ya no estaba tan seguro de que eso fuera tan malo…
En cuanto a Charity…
—Me estaba preguntando… —de repente se le quedó la boca seca. Tuvo que beber un sorbo de café—. ¿Tienes algún plan para este fin de semana?
Ella arqueó una ceja, sorprendida.
—El sábado por la noche —continuó Mitch—. Estaba pensando… que quizá te gustaría ir al baile del centro comunal. Podríamos cenar primero.
Charity se había quedado sin habla.
—¿Me estás pidiendo una… cita?
—Creo que sí.
—Vaya, pues estás de suerte —sonrió—. Da la casualidad de que este sábado estoy libre.
Mitch se llevó una mano al bolsillo. Sacó una pequeña caja y la dejó sobre la mesa.
—Pensé que tal vez querrías llevar esto.
Charity puso unos ojos como platos cuando reconoció la pulsera que tanto le había gustado en la joyería de Eugene.
—Oh, Mitch —se mordió el labio, con los ojos brillantes. Y lo besó.
Mitch experimentó la familiar sensación de vértigo, como si estuviera cayendo por un abismo, fuera de control… sólo que esa vez no le pareció tan aterradora. Pero entonces se vio a sí mismo, tan claro como el día, vestido con un frac negro, ante el altar, y a su lado…
—Es sólo un baile —se apresuró a aclararle cuando terminó el beso.
Charity esbozó una de sus enigmáticas sonrisas:
—Claro, lo que tú digas, Mitch…
* * *
B.J. Daniels
Nació en Houston, Texas, pero a los cinco años se trasladó a Montana, donde están ambientados muchos de sus libros. Desde que tenía 8 años escribía historias, aunque sólo escribía inicios en aquel entonces. Aunque fue a la escuela superior para ser profesora de Inglés, lo abandonó y trabajo un poco de todo, desde secretaria administrativa a operador telefónico.No fue hasta superar la treintena, cuando dejó su trabajo diario y comenzó a escribir para el periódico local, cuando decidió seguir el sueño de toda su vida. Comenzó escribiendo historias cortas en su tiempo libre que vendió a publicaciones femeninas. En total fueron 35 entre 1987-1994.
Entonces comprendió que estaba preparada para escribir un libro largo. Había oído sobre la línea de intriga de Harlequin, y le gustó: Romance y misterio. Escribió un libro ambientado en Hebgen Lake, donde había crecido, acerca de un amor perdido y el regreso a casa a causa de una muerte (que, por supuesto, fue un asesinato). Un año después estaba terminado y publicado. Ese libro, Odd man out, recibio cuatro estrellas y media en la revista Romantic Times y fue nominada a Mejor intriga ese año (1995).
Desde entonces ha ganado numerosos premios incluidos el premio a la mejor carrera por sus novelas de suspense romántico. Su libro, Premeditated marriage (Cuatro estrellas y media), gano el premio Romantic Times al mejor libro de intriga en el 2002 y su libro Mountain Sheriff (Cuatro estrellas y media) fue nominado al mismo premio en el 2004. Otros premios incluyen el segundo puesto en el premio nacional de los lectores con la novela The agent´s secret child (Cuatro estrellas y media) y el tercer puesto en la categoría PASIC en el concurso El libro de tu corazón (Book of your heart).
Daniels ha vendido veintiocho libros y una historia corta, The lovebirds para Crimes of passion, una antología de misterio.
Vive en Montana con su marido, Parker, y tres Springer Spaniels y un gato. Tiene una hija, dos hijastras y dos nietas.Cuando no escribe, hace snowboard, acampa, o juega al tenis. Es miembro del Mystery Writers of America y el Romance Writers of America.
Cuando llegaron las lluvias
La lluvia volvía locos a los hombres de la zona
El sheriff Mitch Tanner, el soltero más atractivo del condado, sabía que no iba a faltarle el trabajo... pero no estaba preparado para enfrentarse a un caso de asesinato. Con un criminal suelto en su jurisdicción, iba a tener que estar muy atento a la investigación y a los numerosos sospechosos.
Por desgracia para él, la persona que le estaba causando más problemas era precisamente la mujer blanco de todos los chismorreos del pueblo y a quien él haría cualquier cosa para evitar, Charity Jenkins.
Esa mujer había echado por tierra su idea de permanecer soltero y le había hecho imaginar algo mucho más permanente. Lo que no sabía era que el asesino tenía otros planes para Charity...