Miércoles, 28 de octubre
Temprano a la mañana siguiente, un tornado azotó Timber Falls. Empezó como una ligera brisa en el extremo norte de Main Street, bajando hacia el motel Ho Hum. Pero cuando llegó al Café de Betty había ganado velocidad, arrastrando hojas secas y ramas de matorral.
Convertido ya en un auténtico tornado, recorrió la oficina de correos y la del semanario de pueblo, el Timber Falls Courier, levantando una nube de polvo. Cuando pasó por delante del bar Duck-In, el cielo estaba oscuro como el lodo.
El sheriff Mitch Tanner se levantó de su escritorio para cerrar las ventanas antes de que los cristales comenzaran a temblar. El verde muro del bosque que rodeaba el pueblo reverberaba a la luz de la mañana.
El viento dejó de soplar con la misma rapidez con que se había levantado, dejando su triste rastro de basura y de hojas. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a repiquetear contra la ventana. La estación de las lluvias acababa de llegar a Timber Falls.
Mitch soltó un gruñido. Los problemas siempre solían venir acompañados de la lluvia. Y, tal como temía, aquel año ambos se habían adelantado. Para empeorar las cosas, sólo faltaban algunos días para Halloween y había oído que el bar Duck-In estaba preparando una fiesta de disfraces. Podía imaginarse perfectamente una larga noche de peleas y puñetazos…
A su espalda, Wade Dennison se aclaró la garganta.
—Como le estaba diciendo, sheriff…
Mitch apartó la mirada de la ventana, intentando sacudirse la inquietud que lo acechaba, para concentrarse en el hombre que seguía sentado frente a su escritorio. A sus sesenta años, corpulento, con el cabello oscuro salpicado de gris, conservaba una presencia imponente. Tenía una expresión altiva, como si le estuviera haciendo un favor por hablar con él.
—Es muy raro que Nina no haya venido a trabajar —Wade Dennison era un hombre poderoso en el pueblo. No en vano era el dueño de Dennison Ducks, la empresa que daba fama a Timber Falls y que constituía su principal fuente de ingresos.
Mitch asintió, preguntándose por qué estaría tan inquieto. Nina Monroe no podía ser la primera empleada que había faltado un día a su trabajo…
—La llamé. La patrona de su pensión me dijo que no volvió a casa anoche —le estaba diciendo Wade.
—¿No tiene móvil?
Wade negó con la cabeza, preocupado. ¿Estaría, quizá, más preocupado de lo que debía… por una empleada joven y atractiva?
—Tal vez se quedó en casa de una amiga. O de su novio —sugirió Mitch—. O es posible que esté con su familia.
—No, ella no tiene familia. Ni novio. Ni amigas tampoco —al ver que el sheriff alzaba una ceja, añadió—: Al menos que yo sepa. Sólo lleva un mes en el pueblo.
Un mes era tiempo suficiente para hacer amigas. Y para encontrar novio, pensó Mitch, pero no dijo nada. Wade se removió en su silla, inquieto.
—Nina es… muy tímida. Se lo guarda todo para ella. Es una chica muy seria, ¿sabe?
Mitch no sabía nada. Pero el hecho de que Wade supiera tantas cosas sobre ella excitaba su curiosidad. Mitch sólo había visto a Nina Monroe un par de veces en el pueblo. Era una joven guapa, de ojos castaños y melena larga, de color oscuro.
—¿Seria en qué sentido?
—Es una buena trabajadora, muy puntual. De hecho, siempre se queda a trabajar hasta tarde, es muy responsable y concienzuda con su trabajo —volvió a aclararse la garganta—. Por eso me preocupa tanto que haya podido sucederle algo.
—¿Algo como qué? —le preguntó Mitch, expectante.
Wade negó con la cabeza.
—Sólo le estoy diciendo que, si hoy no hubiera podido ir a trabajar, habría llamado.
Alguien apareció en ese momento en el umbral de la oficina. Era Sissy Walker, la secretaria municipal. Con las manos en sus amplias caderas, lo miraba con expresión irritada. Una expresión que Mitch conocía demasiado bien.
—La señorita Jenkins por la línea dos. Es la quinta vez que ha llamado esta mañana. Dice que si no hablas con ella, te seguirá el rastro como un perro.
Mitch gruñó para sus adentros, consciente de que era capaz de cumplir su amenaza.
—Con la información que me ha facilitado, Wade, tengo bastante por el momento. Ya me pondré en contacto con usted.
Wade Dennison se levantó lentamente.
—Avíseme tan pronto como se entere de algo.
—Lo haré, desde luego —una vez que su visitante abandonó la oficina, Mitch levantó el teléfono y pulsó la línea dos—. ¿Charity?
Nunca eran buenas noticias cuando llamaba Charity.
—Hola, Mitch —lo saludó con un leve tono de humor en su voz.
—Ya sabes que amenazar a un sheriff va contra la ley —pronunció, siempre sorprendido por el efecto que le producía escuchar su voz.
Ella se echó a reír. Tenía una risa preciosa.
—¿Pretendes encerrarme?
Mitch intentó imaginarse a Charity en una de sus celdas y sacudió la cabeza, sonriendo.
—¿Cómo has conseguido hacer enfadar tanto a Sissy?
—Oh, Sissy siempre está enfadada. He llamado por lo de las últimas noticias.
Mitch no estaba muy seguro de qué noticias eran esas. Conociendo a Charity, probablemente ya habría aireado la supuesta desaparición de Nina Monroe. Aquella mujer era un verdadero sabueso.
Charity era la propietaria del semanario local, el Timber Falls Courier. Lo había fundado nada más salir de la universidad, recién licenciada. Mitch sospechaba secretamente que lo del periódico solamente era una excusa para husmear en los asuntos de todo el mundo… sobre todo en los suyos. Estaba seguro de que no podía hacer mucho dinero en una población como Timber Falls. Pero, como muy bien sabía, a Charity le encantaban los desafíos…
—¿Qué noticias son esas? —detestaba tener que preguntárselo.
—¡No me digas que no te has enterado! Han visto a un Bigfoot en las afueras del pueblo. Frank, el repartidor de Granny, lo vio anoche tan claramente como si hubiera sido a la luz del día. Lo enfocó con los faros. Se puso tan nervioso que estuvo a punto de salirse de la carretera.
Mitch maldijo entre dientes. Un Bigfoot, el yeti americano. Estupendo. No podría haber sido peor si hubiera aterrizado una nave extraterrestre para abducir a Nina Monroe. Ese tipo de cosas sólo conseguía atraer a más chiflados a la zona… ¡Como si Timber Falls anduviera falta de ellos! ¡Y durante la estación de las lluvias!
—Ahora mismo estoy desayunando en el Café de Betty ocupándome de ello —añadió Charity.
Eso no era nada nuevo. Podía imaginársela sentada en su habitual mesa de la cafetería. La visión resultaba singularmente atractiva. Llevaría seguramente unos vaqueros y un suéter que resaltaría sus curvas. Y el cabello castaño rojizo recogido en una cola de caballo, o quizá suelto sobre los hombros, enmarcándole el rostro, con aquellos ojos que…
—Todo el mundo está hablando de ello. Es posible que la noticia salte a los principales diarios.
Mitch soltó un gruñido al pensar en la cantidad de gente que acudiría al pueblo con la esperanza de ver, aunque fuera de lejos, a la mítica criatura. Al igual que la última vez.
—Hoy Betty ha hecho pastel de crema de plátano —le informó, consciente de que a Mitch se le estaba haciendo la boca agua—. ¿Has desayunado?
—Por muy tentadora que sea tu oferta, no puedo aceptarla. Lo siento.
Sabía que Charity sería capaz de hacer cualquier cosa para conseguir un reportaje, incluido tentarlo con un pastel de crema de plátano. Pero no quería arriesgarse a hablar más de la cuenta, para luego terminar viéndolo impreso en el semanario. Además, tenía que ocuparse de Nina Monroe. Y lo último que necesitaba era empezar la estación de las lluvias en compañía de Charity Jenkins. ¿Acaso no había aprendido ya la lección?
—Dime, Mitch… ¿Está sucediendo algo de lo que debería enterarme? —inquirió, siempre alerta.
—No —se apresuró a responder, quizá con demasiada rapidez—. Simplemente no quiero tener nada que ver con ese artículo. Ya sabes lo que pienso de esos avistamientos de Bigfoots. Los locos ven cosas absurdas y luego empiezan a darle a la lengua.
—¿Puedo citar esa frase en mi reportaje?
—¡No! Y hablando de locos, asegúrate de no citar esta vez a mi padre en relación con ese Bigfoot.
—¿Sabes? Realmente no eres nada divertido —resopló, disgustada.
—Ya, tú sigue diciéndome eso —siempre le había dicho que no tenía imaginación porque no creía ni en los platillos volantes, ni en los fantasmas ni en el matrimonio. Ni en los Bigfoots, claro.
—Bueno, como quieras. Por cierto… —añadió Charity con su característico tono seductor—, … gracias por el regalo.
—¿El regalo?
—El que me dejaste en la puerta de casa… —no parecía muy segura.
—Charity, yo no te he dejado ningún regalo.
—Oh, yo creía…
Detectó un matiz de decepción en su voz. Detestaba hacerle daño. Esa era una de las razones por las que nunca le habría hecho un regalo. No quería que se hiciera ilusiones.
—Lo siento, pero no he sido yo.
Charity soltó un suspiro, como recordándose que debería haberlo previsto. Al igual que debería habérselo pensado dos veces antes de elegirlo como futuro esposo. Pero eso era algo que no había podido evitar.
A pesar de los sentimientos que albergaba por ella, Mitch no podía casarse con Charity. No podía casarse con nadie, pero menos aún con ella. La simple posibilidad de llegar a mezclar sus genes le producía un sudor frío.
—Entonces, me pregunto quién lo habrá hecho —reflexionó en voz alta, como si estuviera hablando sola.
Mitch se estaba preguntando lo mismo. ¿Acaso no había sabido siempre que sólo era cuestión de tiempo que Charity terminara yéndose con otro hombre? Pero saberlo era una cosa, y otra muy distinta ser testigo de ello. El hecho de imaginarse a Charity con otro hombre lo ponía especialmente nervioso. Para su propia sorpresa.
—Ah, ya casi me olvidaba… Acabo de ver a Wade Dennison salir de tu oficina hace unos minutos. ¿No estará ocurriendo algo en Dennison Ducks de lo que deba estar informada?
—No todo en la vida es materia de reportaje. Ni asunto tuyo, por cierto.
Charity se echó a reír.
—Eso ya lo veremos.
Nada más colgar el teléfono, Mitch vio a Sissy de nuevo en el umbral, lanzándole una de sus típicas miradas recriminatorias.
—Déjame preguntarte algo… —le dijo Mitch antes de que empezara a husmear en su vida privada, como tenía por costumbre—. ¿Crees que Wade Dennison es guapo?
—No es mi tipo.
—No, quiero decir que… ¿Las mujeres pueden encontrarlo atractivo?
—Tiene dinero, así que… Sí, las mujeres pueden encontrarlo atractivo.
Mitch sacudió la cabeza, preguntándose por qué siempre tenía que resultar tan difícil arrancarle una respuesta directa y concisa a una mujer.
—¿Es posible que Wade y una mujer de veintipocos años puedan…?
—Ya veo a dónde quieres llegar —lo interrumpió, impaciente—. Que si podría estar interesado en una mujer lo suficientemente joven como para ser su hija. Wade Dennison es un hombre, ¿no?
Mitch fijó la vista en la información que Wade le había facilitado. Pero volvió a pensar en Charity y en el regalo de su admirador secreto. Le preocupaba que el tipo no hubiera tenido arrestos para hacer públicas sus intenciones. Se preguntó quién sería. Y cuáles serían realmente esas intenciones.
Maldiciendo entre dientes, volvió a concentrarse en lo que Wade le había dado, fijándose en la dirección de Nina. Soltó otro gruñido cuando descubrió quién era la patrona de la pensión: Florie, la tía de Charity. Definitivamente, aquella población era demasiado pequeña. Y lo sería aún más cuando llegaran las lluvias.
Charity Jenkins probó el pastel de crema de plátano, cerró los ojos e inmediatamente la imagen de Mitch Tanner asaltó su mente. Había algo mágico en aquella combinación de azúcar, crema y mantequilla…
Por supuesto, llevaba pensando en Mitch desde que tenía cuatro años. De modo que, a los veintidós, ya había adquirido una considerable práctica.
Cuando comía algo rico y sabroso, Mitch siempre aparecía en su pensamiento vestido con unos vaqueros bien ajustados y una camiseta que delineaba perfectamente los músculos de sus hombros y de su pecho. Y siempre aparecía sonriente, con la luz del sol en su rostro bronceado y unos ojos azules como el mar…
Otras comidas, sin embargo, le provocaban un efecto diferente. Cuando comía verduras o comida baja en calorías, Mitch siempre se presentaba en sus fantasías diurnas vestido con su uniforme de sheriff y mirándola ceñudo, desaprobador. Por razones obvias, evitaba ese tipo de comidas.
Probó otro bocado, cerró los ojos y se sobresaltó cuando Mitch apareció vestido con un frac negro, delante del altar. Abrió los ojos rápidamente, con el corazón acelerado. ¿Su boda? ¿La misma boda que había imaginado y planeado desde que tenía cuatro años?
Mitch de frac negro, y ella con un vestido de satén blanco. O quizá seda. O encaje. La boda imaginada cambiaba a cada momento, dependiendo de su humor y estado de ánimo. Pero el novio siempre era el mismo.
—¿Está rico el pastel? —le preguntó Betty, al otro lado de la barra.
—Delicioso… —contestó Charity, cerrando los ojos de nuevo y esperando volver a ver a Mitch vestido de novio. No hubo suerte. Volvió a abrirlos mientras Betty le servía un refresco dietético.
Betty Garrett era una rubia rellenita de unos cincuenta y pocos años que aparentaba veinte menos, dotada de un singular talento para atraer a los hombres menos recomendables, como las blusas blancas a las manchas de mermelada de mora. Se había casado y cambiado de apellido tantas veces que la gente del pueblo había perdido la cuenta. En aquel momento no tenía ningún compromiso, pero Charity sabía que aquella fase no duraría mucho tiempo. Nunca duraba.
—Acabo de meter en el horno un par de pasteles de merengue de limón, en caso de que estés interesada…
¿Interesada? El pastel de merengue de limón era uno de sus favoritos.
—Supongo que el avistamiento de ese Bigfoot atraerá a mucha gente —comentó Betty—. Al igual que la última vez.
Tenía razón. Esos sucesos llenaban el pueblo. Los curiosos subían hasta Timber Falls con la esperanza de ver lo que algunos llamaban el Fantasma de la Montaña, o el Sasquatch.
—Tengo entendido que el Ho Hum ya está completo, y que media docena de caravanas se han instalado en la antigua estación de tren —le estaba diciendo Betty. Todo el mundo quería ver al Bigfoot y demostrar la existencia de aquella legendaria criatura.
Aunque nadie tanto como Charity Jenkins. Todo periodista soñaba con hacer un gran reportaje y ganar el premio Pulitzer. Charity anhelaba escribir sobre algo que no fueran las cenas dominicales en la iglesia o los patos de reclamo para caza. Lo cierto era que necesitaba desesperadamente una buena historia. Sólo así lograría hacer comprender a la gente de ese pueblo que ella no era como el resto de su familia, que era una mujer equilibrada y una periodista seria, profesional.
De acuerdo, el resto del pueblo no le importaba. Simplemente quería demostrárselo a Mitch.
Dio un último bocado al pastel de crema de plátano, saboreándolo con los ojos cerrados. Esa vez no apreció Mitch, ni en frac ni en vaqueros. Volvió a abrirlos, decepcionada.
—¿Dónde te guardas todo eso? —le preguntó Betty mientras retiraba su plato vacío. Se refería a la cantidad de calorías que consumía, dada su afición a los pasteles.
En ese sentido, era como si Charity tuviera un don. Probablemente se debía a su carácter nervioso. Era incapaz de quedarse quieta ni de dejar de pensar. Como en aquel momento. Tan pronto estaba pensando en el reportaje del Bigfoot como en las posibilidades de realización que pudiera tener su última fantasía con Mitch.
En aquel momento se encontraban en una especie de tregua en su relación. Él fingía que era un soltero recalcitrante y ella, que iba a conformarse con eso.
Se había puesto tan contenta cuando aquella mañana descubrió el regalo en la puerta de casa… Había estado absolutamente convencida de que había sido Mitch. ¿Quién sino? Pero él le había jurado y perjurado que no… ¿Por qué fingir que no le había regalado nada cuando evidentemente lo había hecho? ¿Qué sentido tenía disimular que no estaba loco por ella cuando resultaba obvio que lo estaba? Por más que se esforzaba, nunca lograba comprender a ese hombre…
—¿Has visto eso? —le preguntó en aquel instante Betty, sacudiendo la cabeza. La cafetería estaba llena. El Bigfoot era el principal tema de conversación—. No puedo creer que, después de tantos años, la gente todavía siga hablando del Bigfoot…
Charity miró a su alrededor. El café de Betty era el único lugar del pueblo que servía comidas. Y donde se podían saborear unos excelentes postres caseros. Eso lo convertía en el principal centro de vida social.
De repente, cuando se llevaba su refresco a los labios, tuvo la estremecedora sensación de que alguien la estaba observando. Y no era la primera vez. Se volvió rápidamente y alcanzó a vislumbrar una mancha negra en la calle. Contuvo el aliento al ver una camioneta de ese color pasando lentamente al lado de la cafetería. Era la misma que había visto pasar por delante de su casa la noche anterior, y también aquella misma mañana, cuando se dirigía al Café de Betty. En ambas ocasiones había tenido la sensación de que el conductor la estaba observando…
Se quedó mirando la camioneta, estremecida, hasta que desapareció Main Street arriba. Pese a que solamente distinguía una borrosa sombra tras los cristales tintados, podía sentir la mirada de su conductor clavada en ella, a través de la lluvia. Se le hizo un nudo en el estómago al recordar el regalo que había encontrado aquella mañana a la puerta de su casa. ¿Podría estar relacionada una cosa con la otra?
La lluvia repiqueteaba en el techo del coche patrulla. Una bruma fantasmal se alzaba del asfalto empapado mientras Mitch se dirigía a la dirección de Nina Monroe que le había facilitado Wade. Un ominoso cielo gris se cernía sobre los bosques de pinos envolviendo a la diminuta población.
Mitch temía otra estación de las lluvias en Timber Falls. Sobre todo aquella, que había empezado un mes antes y tenía trazas de prolongarse por lo menos hasta abril. No era solamente la lluvia interminable y los días tristes y oscuros. Aquella estación siempre parecía sacar lo peor de la gente del pueblo. Sus fantasmas particulares.
Un año Bud Harper se ahorcó de una viga de su garaje justo un par de días antes de que el sol volviera a brillar. Otro año un tipo del pueblo se puso a disparar en el bar Duck-ln cuando sorprendió a su mujer con otro hombre. Y veintisiete años atrás, durante la peor estación lluviosa de todas, Ángela, el bebé de Wade y Daisy Dennison, desapareció de su cuna. Jamás volvieron a encontrarla.
Siempre era en la estación de las lluvias cuando sucedían todas esas cosas tan extrañas y horribles. Era como si aquellos días grises y sombríos influyeran sobre la gente de la localidad. En días así, lo mejor era quedarse en casa. Y por si la lluvia no fuera suficiente, estaban aquellos bosques que circundaban Timber Falls y que avanzaban cada vez más, como si hubieran declarado la guerra a la pequeña población. Cuando salió del término urbano, el bosque formó un dosel de verdor sobre la carretera, un oscuro túnel de frondosa vegetación.
Se detuvo delante de una gran casa de estilo rústico, detrás de la que se alzaba una fila de pequeños bungalows. Años atrás, aquel lugar había sido un motel. Pero no mucho después de que Wade Dennison fundara su factoría de reclamos, Florence Jenkins ya había cerrado el motel para dedicarse a alquilar los bungalows como apartamentos.
Fue más o menos por aquel entonces cuando Florence descubrió sus poderes secretos. «La Casa de Madame Florie», rezaba el letrero de la entrada. Debajo se podía leer su página web. Nina Monroe había alquilado un apartamento a Florie, tía de Charity y autoproclamada adivinadora de Timber Falls.
Mitch bajó del coche y corrió hacia la entrada, protegiéndose de la lluvia. Cuando Florie le abrió la puerta, se quitó respetuosamente el sombrero. Temía aquel encuentro más de lo que había imaginado.
—Sheriff. Lo estaba esperando —lo miró con sus ojos vivaces, chispeantes—. Esta mañana leí que vendría en los posos del café.
Mitch asintió con la cabeza. Si era capaz de leer el futuro en los posos del café, mejor para ella. Pero él no quería saber nada de su propio futuro. Prefería que lo sorprendieran.
Lo hizo pasar con un gesto majestuoso. Tendría unos sesenta años. Llevaba el largo cabello teñido de rojo y recogido en torno a la cabeza a la manera de un turbante. Lucía una extravagante túnica, grandes aretes dorados y varias decenas de tintineantes pulseras.
Florie y su hermana menor Fredicka, la madre de Charity, se habían criado en una comuna hippy en las afueras del pueblo. Freddie todavía vivía en la propiedad de la antigua comuna, con varias personas más, pero rara vez visitaba el pueblo. Mientras Freddie practicaba la agricultura ecológica, Florie adivinaba el futuro a los turistas en verano y a la gente del pueblo durante la estación invernal. Una razón de más para temer la llegada de las lluvias.
La antigua recepción del motel estaba pintada de negro, con una luz mortecina iluminando su único mobiliario: una mesa redonda con unas faldas de terciopelo de ese mismo color y una bola de cristal en el centro. Florie había mandado traer la bola de una tienda de Portland. Tenía un brillo sombrío, como si reflejara la oscuridad de aquel día tan gris.
—Supongo que sus posos de café también le dirían por qué he venido —comentó al entrar en la sala—. ¿O quizá se lo mencionó Wade cuando la llamó preguntando por qué no había ido Nina Monroe a trabajar?
Florie le lanzó una mirada cargada de disgusto mientras le señalaba el letrero que había en la entrada: «Deja fuera tus pensamientos negativos».
—Me quedé muy preocupada por lo que vi en mi taza esta mañana —le informó con tono enigmático y se quedó callada, como esperando a que preguntara al respecto.
Mitch no lo hizo. Había ido allí por otra cosa.
—Tenía que ver con mi sobrina Charity… —añadió Florie.
No era una mujer que renunciara fácilmente: un rasgo que compartía con su sobrina.
—Tengo entendido que Nina Monroe tiene alquilado un apartamento, y que anoche no regresó a casa —la interrumpió Mitch, yendo directamente al grano.
Florie asintió, obviamente decepcionada por su falta de curiosidad.
—¿Cómo sabe que no regresó anoche y volvió a marcharse antes de que usted se levantara?
—Porque me quedé levantada hasta el amanecer —ante su sorprendida mirada, agregó—: Mis negocios de Internet: horóscopos, cartas de tarot… todo eso lo hago por e-mail. Creo que debería hacer que le echaran las cartas. Me preocupa su aura.
Mitch pensó que, en aquel momento, tenía peores cosas de las que preocuparse que su aura.
—Necesito ver el bungalow de Nina.
Florie se deslizó detrás de una cortina de terciopelo y volvió a salir con una llave atada a un pequeño cartón redondo. Cuando Mitch extendió la mano, ella se la tomó y le volvió la palma.
—Ah, una larga línea de la vida con un único matrimonio —comentó con expresión radiante antes de entregarle la llave.
Mitch sacudió la cabeza. Su palma mentía. El matrimonio de sus padres lo había dejado más que convencido de que en su futuro no había boda ninguna.
—¿Aries? —inquirió, leyendo el texto del cartón.
—Intento asignar los bungalows a mis huéspedes según sus signos zodiacales. Da un mejor karma.
—¿Así que Nina es Aries?
—No. El bungalow Aries era el único que tenía desocupado cuando vino a verme.
Mitch tuvo que recordarse que Charity compartía parte de sus genes con Florie. Mayor razón para guardar las distancias.
—¿Nina alquiló el bungalow en septiembre?
—Apareció el diecinueve de ese mes buscando una habitación. Vino conduciendo un pequeño coche rojo. Me acuerdo bien de la fecha. Todavía ni siquiera tenía trabajo. Pero esa misma tarde consiguió uno en Dennison Ducks.
—No hay necesidad de que me acompañe. Se va a mojar.
Pero Florie ya estaba sacando su impermeable del armario.
—Ni en sueños lo dejaría solo. Esa chica enseguida me dio malas vibraciones —pasando de largo por delante de él, salió de la casa.
Mitch la siguió bajo la lluvia hasta el primero de los doce bungalows, el que tenía el símbolo de Aries en la puerta.
Una vez en el porche, experimentó un súbito estremecimiento. Un mal presagio. Florie llamó antes de abrir.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó la mujer nada más asomarse al interior. Estaba absolutamente destrozado.
—Quédese aquí —le ordenó Mitch. Y entró para buscar el cuerpo de Nina Monroe en medio de aquel desastre.