Capítulo 12

Cuando Mitch se alejaba de la mansión Dennison, Sissy lo llamó por radio.

—Creo que uno de tus fanáticos del Bigfoot ha encontrado algo que estabas buscando.

—Pásate al canal de seguridad.

—¿Sigues ahí? —le preguntó un par de segundos después.

—Adelante —respondió él.

—Acabo de recibir una llamada anónima de un tipo que dice que ha visto un pequeño coche rojo en el fondo de un barranco. Está demasiado empinado para bajar hasta allí. El tipo gritó unos cuantas veces, pero no recibió respuesta, así que decidió avisar. No quería complicaciones, por eso no quiso darme el nombre. Llamó desde la cabina de teléfonos que hay en la puerta del Duck-In.

Mitch masculló un juramento. ¿No era esa precisamente la noticia que llevaba temiendo toda la mañana?

—¿Dónde vio el coche?

—Nada más pasar las cascadas de Lost Creek, a unos doce kilómetros del pueblo.

—Voy para allá —llegó a Main Street y enfiló hacia el sur. No puso las luces ni la sirena. Vigiló la velocidad. No quería añadir más rumores a los que ya corrían por Timber Falls.

De repente una figura vestida con un impermeable rojo corrió hacia él, agitando los brazos. Lo único que vio fue una mancha roja antes de pisar el freno. El coche patrulla derrapó en el asfalto, a sólo unos centímetros de la catástrofe.

Charity le sonrió bajo la capucha y se apresuró a abrir la puerta.

—¿Has perdido la cabeza? He estado a punto de atropellarte —gritó. Pensó que Wade tenía razón: aquella mujer era una amenaza.

—Tú jamás me atropellarías —replicó mientras se abrochaba tranquilamente el cinturón de seguridad—. Tal vez te gustaría hacerlo, pero no podrías —dijo sonriendo.

—¿Qué crees que estás haciendo?

—Pensé que tal vez te apetecería comer algo. Betty ha hecho pastel de coco y he descubierto algunas cosas que seguro te interesarán, como que Wade y Daisy tuvieron una fuerte discusión la noche en que desapareció Ángela.

Mitch esperaba que aquella discusión no tuviera nada que ver con su madre. Hasta ese momento había creído que nadie se había enterado nunca de la aventura entre su padre y Daisy Dennison. ¿Se habría estado engañando a sí mismo?

Charity miró por el espejo retrovisor.

—¿Te das cuenta de que estás bloqueando el tráfico?

Estuvo a punto de decirle que no tenía tiempo para escucharla, pero si el coche de Nina se encontraba en aquel momento en el fondo de un barranco, entonces dejar a Charity en el pueblo era demasiado peligroso. Sobre todo después de lo que había ocurrido últimamente.

Arrancó de nuevo el coche y se puso en marcha.

—La cafetería de Betty está en la otra dirección —le recordó Charity cuando pasaron por delante de la casa de Florie, rebasando los límites del pueblo.

—Estás bajo custodia temporal.

—¿Custodia temporal? —le gustaba la expresión—. Creo que no la necesito —abriendo el bolso, le enseñó su pequeña pistola, el spray de autodefensa y el juego de esposas que llevaba.

Mitch soltó un gruñido.

—¿Qué diablos piensas hacer con las esposas?

—Hasta que tú me rescataras, quizá me vería obligada a detener a alguien —sonrió—. A no ser que a ti se te ocurra otro uso…

—No me hagas arrepentirme de no haberte encerrado en una celda.

—¿Adónde vamos?

—A comprobar una llamada anónima sobre un coche rojo que ha ido a parar al fondo de un barranco.

—¿Nina? —exclamó sorprendida.

—Quizá.

Charity se estremeció visiblemente.

—Seguimos sin saber quién era en realidad, ¿verdad?

—Así es.

A ambos lados de la carretera, la niebla se espesaba entre los árboles como un manto de algodón. Estaban entrando en una zona singularmente aislada. La ciudad más cercana, Oakridge, distaba más de cuarenta kilómetros. Desgraciadamente, sólo faltaban unas pocas horas para la caída del sol. Entre eso y la lluvia, el día ya se presentaba lo suficientemente oscuro y siniestro como para encima encontrarse con un cadáver.

—Háblame de esa presunta discusión entre Wade y Daisy.

—Bueno, la verdad es que siempre estaban discutiendo, pero aquella vez fue peor.

—¿Según quién?

—Ya sabes que no puedo revelar mis fuentes.

—Por supuesto.

—La niñera, Alma Bromdale, le dijo de manera estrictamente confidencial a mi informante que, después de acostar a Ángela, bajó a buscar el frasco de pastillas que había dejado en la cocina.

Las mismas pastillas que la habían dejado drogada. Y el motivo por el que no había oído al intruso entrar en la casa y llevarse al bebé, pensó Mitch recordando la declaración de la propia Alma.

—Daisy estaba en el despacho del fondo del pasillo, al otro lado de la cocina, con Wade. Alma oyó a Wade decirle a Daisy que si realmente Ángela no era hija suya, las echaría a las dos de la casa sin darles ni un maldito céntimo. Que la devolvería a la calle, de donde la había recogido, y que jamás volvería a ver a Desiree.

—¿Qué?

—Es cierto. Mi informante descubrió que la familia de Daisy es de origen humilde. Lo de sus orígenes millonarios era todo mentira. Sólo se casó con Wade por dinero.

Mitch se dijo que no debería sorprenderse tanto. Pero si Daisy era pobre y Ángela era hija de otro hombre… En aquel momento sólo podía pensar en una cosa, en lo que Daisy le había dicho antes: que había amado realmente a su padre.

—Si Wade no era el padre… ¿entonces quién pudo ser? —inquirió Mitch con el estómago encogido. ¿Era posible que Ángela hubiera sido su hermanastra?

Charity sacudió la cabeza.

—Eso sí que no lo he podido averiguar.

Conociéndola, Mitch sabía que no tardaría mucho tiempo en hacerlo.

—Si todo lo que tu informante te ha dicho es cierto, ¿cómo pudo permanecer en secreto durante tanto tiempo?

—Supuestamente, Daisy despidió a Alma. Sin embargo, poco después de eso, Alma recibió una buena cantidad de dinero y desapareció. Mi informante permaneció en contacto con ella a través de una amiga común. La única razón por la que ha hablado ahora es porque Alma está muerta. Falleció de cáncer a mediados de septiembre, en Washington.

Mitch maldijo para sus adentros. Había esperado preguntarle a Alma acerca de la cucharilla de Ángela.

—¿De modo que no hay forma alguna de probar nada de eso?

Charity sonrió.

—Alma tenía una hermana, Harriet Bromdale, que aún vive en Coos Bay.

¿La única Bromdale que figuraba en la guía telefónica de Coos Bay era la hermana de Alma?

—Creo que Daisy pagó a Alma para que se mantuviera callada —le comentó Charity.

—¿Acerca de la discusión que tuvieron?

—No. Acerca del secuestro.

Mitch se echó a reír.

—Déjame adivinar… ¡Tienes una teoría!

—Daisy no podía dejar que Wade descubriera que Ángela no era suya. Habría perdido a Desiree, y se habría visto expulsada de la casa, sin dinero, con el bebé… Así que Daisy contrató a alguien para que secuestrara a Ángela. Por eso ha vivido encerrada en su casa, como una reclusa, durante todos estos años. Tuvo que renunciar a una hija para salvar a la otra, y desde entonces jamás pudo tener la conciencia tranquila. ¿Por qué si no se enterró luego en vida en ese caserón?

Mitch se volvió para mirarla. A veces su imaginación lo dejaba anonadado.

—Es una teoría tan buena como cualquier otra. Pero si Nina es Ángela, ¿no se habría alegrado Daisy de volver a ver a su hija después de tantos años?

—No si con ello su antigua aventura quedaba al descubierto. O si esa misma hija se dedicaba a chantajearla.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Tuvo que reconocer que era una teoría endiabladamente buena. Lo que más le molestaba era su aspecto morboso…

—Por supuesto, también tengo una contrateoría —añadió Charity—. Wade se deshizo del bebé. Daisy lo sabe, pero no puede demostrarlo. Así que vive encerrada en aquella casa con un monstruo que ella misma ha contribuido a crear. Y se considera responsable de lo que le pasó a Ángela. Pero al menos tiene a Desiree, continúa siendo la señora Dennison, y sigue viviendo en su enorme mansión y disfrutando del dinero de su marido.

—Una contrateoría, ¿eh? En cualquier caso, Daisy queda como una mujer cruel, insensible. ¿Y si Ángela era hija de Wade?

—Mejor todavía. Se deshizo de su propia hija. Imagínate el cargo de conciencia que debe de tener Daisy, la ironía de su situación… Y ella es la única culpable.

—Oh, creo que a Daisy le encantaría ver a Wade entre rejas si realmente pensara que fue él quien secuestró a su bebé —comentó Mitch, aunque cualquiera de las dos teorías de Charity le parecía perfectamente plausible.

La indicación de las cascadas de Lost Creek apareció de pronto y Mitch aminoró la velocidad. Casi se arrepentía de haberse llevado consigo a Charity. Estaban en una zona muy aislada y tenía un mal presentimiento.

Cuando tomó el desvío que llevaba a las cascadas, la niebla se había espesado aún más. La carretera terminaba algunos kilómetros más adelante en un pequeño aparcamiento, al borde del precipicio.

Se detuvo, bajó la ventanilla y echó un vistazo. Había dos tipos de huellas en la pista de barro que salía del aparcamiento. Una motocicleta que había entrado y dado la vuelta, y un camión. Si el coche de Nina estaba abajo, en el fondo, tenía que haber entrado por allí antes de que comenzaran las lluvias y el camino se embarrara, porque sus huellas no estaban por ninguna parte.

Contuvo el aliento, preocupado. Su hermano Jesse era el único del pueblo que poseía una moto. Subió el cristal de la ventanilla con gesto preocupado y siguió adelante.

—Qué gran lugar para deshacerse de un coche —susurró Charity. Las ramas de los árboles golpeaban el parabrisas y los neumáticos se hundían en el fango—. O de un cadáver.

—Y también para una trampa.

Charity le lanzó una mirada de temor y se apresuró a poner el seguro de la puerta. Mitch no puedo disimular una sonrisa.

Las luces hendían la oscuridad. El único sonido era el chapoteo de las ruedas y el repiqueteo de la lluvia en el techo del coche patrulla. Cuando habían recorrido unos quinientos metros, distinguieron algo pendiente abajo. El brillo de un parachoques cromado.

Mientras aminoraba la velocidad, pudo percibir la tensión de Charity. El coche rojo se había deslizado por una empinada cuesta para terminar en el fondo del barranco, parcialmente oculto por las ramas de un gran pino.

Mitch se detuvo, echó el freno de mano y sacó sus prismáticos de la guantera. Luego abrió la puerta y bajó del coche. El vehículo parecía haber resbalado sin control hasta chocar contra el tronco del pino.

Limpió el vaho de los prismáticos y lo enfocó de nuevo, dudando entre bajar a verlo en aquel mismo momento o esperar y pedir ayuda: No le gustaba dejar a Charity sola en el coche. Además, sabía que el vehículo llevaba días allí, antes de la llegada de las lluvias. Probablemente desde el martes, la noche de la desaparición de Nina, o a la mañana siguiente, antes de que empezara a llover. ¿Podría Nina seguir viva si no había fallecido en el accidente?

No lo sabía. Pero por eso mismo no podía esperar para averiguarlo.

 

 

A través de la lluvia, Charity podía ver la parte trasera del coche rojo, bajo las frondosas ramas del árbol.

—Vas a pensar que estoy tan chalada como Florie —le dijo a Mitch cuando volvió al coche—, pero este lugar me da malas vibraciones.

Mitch le lanzó una sonrisa tranquilizadora.

—No te preocupes. No tardaré mucho.

—¿Y si tardas demasiado?

—El coche patrulla tiene tracción a las cuatro ruedas. Conduciendo con cuidado, podrás salir de aquí… en caso de que yo no vuelva.

—Me estás asustando.

—Sólo estoy contemplando todas las posibilidades —bajó de nuevo y abrió el maletero.

Contra toda precaución, Charity bajó también. Vio que Mitch se ponía un mono impermeable y unas botas de montaña.

—¿No deberías llamar pidiendo ayuda? —le preguntó. Oscurecía por momentos. Y no podía sacudirse la sensación de que alguien los estaba observando.

—Tendríamos que salir a la carretera principal para que pudiera comunicarme por radio. Y la policía del estado tardaría varias horas en llegar. Sólo disponemos de una hora antes de que se haga de noche. Ni siquiera estoy seguro de que se trate del coche de Nina. Si lo estuviera, te habría pedido que salieras de aquí y pidieras refuerzos.

Detestaba que se mostrara tan irritantemente lógico. Lanzó una mirada tentativa por el borde del barranco. Le entraban mareos sólo de pensar que pudiera haber alguien allí abajo…

—No te preocupes. Daré un rodeo y bajaré por la zona menos empinada. Tal vez tarde un poco. Quiero que te quedes dentro del coche, con el seguro echado. Espérame hasta media hora después de que anochezca. Si para entonces no he regresado, sal a la carretera y pide ayuda por radio.

Mientras se colgaba una mochila a la espalda, la miró como si temiera dejarla sola. Charity pensó que no era el único.

—Tengo mi pistola y mi spray de autodefensa —le recordó.

—Ah, sí. Y las esposas. No te olvides de usarlas.

—¿Te estás riendo de mí?

—Me conoces lo suficiente para saber que no.

—Deberías alegrarte de que vaya armada.

Pero esa respuesta no pareció ofrecerle ningún consuelo.

—Ya hablaremos luego de la legalidad de llevar un arma sin permiso.

—Así tendremos tema de conversación para cuando volvamos al pueblo —replicó, sarcástica.

Mitch le señaló el coche patrulla, esperando a que subiera para poder marcharse. Charity se sentó al volante y echó el seguro.

Cuando pasó a su lado, Mitch vaciló como si fuera a decirle algo más. Una frase del tipo «siempre te he amado» habría sido la más apropiada, pensó Charity. Pero, en lugar de ello, continuó caminando, de espaldas a ella.

En un impulso, bajó el cristal y le gritó:

—¡En caso de que no regreses… —vio que se detenía, sin volverse—… que sepas que te echaré de menos!

Continuó andando como si no la hubiera oído. Pero ella sabía que lo había hecho. ¿Por qué no le había dicho que lo amaba? ¿Por qué diablos no se había atrevido?

Porque no era eso lo que Mitch habría querido escuchar, se dijo mientras volvía a subir el cristal y se preparaba para una larga espera. Dejó su pistola cargada sobre el asiento del pasajero, y el spray al alcance de la mano. Las llaves estaban en el contacto.

Empezó a llover con más fuerza. Las ventanillas se llenaron de vaho al instante. Pensó en arrancar el motor y encender la calefacción, para que desapareciera el vaho, pero temía consumir demasiada gasolina. Quizá la necesitara más tarde.

Le ponía nerviosa no poder ver lo que tenía justamente delante. Limpió el parabrisas, frenética, pero segundos después volvió a llenarse de vaho. Cuando miró su reloj, descubrió que sólo habían pasado cinco minutos desde que Mitch se había marchado.

 

 

Mitch bajó por la pista de barro hasta que encontró un sendero que serpenteaba por la cuesta. Descendió con precaución, abriéndose paso entre el follaje. Estaba oscureciendo muy rápido y llovía aún más que antes. Una espesa niebla se acumulaba en el fondo del barranco. Intentó apresurarse, pensando en Charity, sola en el coche…

De repente distinguió el reflejo cromado del parachoques. Lo enfocó con una linterna que sacó de la mochila y continuó acercándose. La niebla era tan densa que casi se podía cortar con un cuchillo. Por encima de él, apenas una rendija de cielo se recortaba entre las copas de los árboles.

Un escalofrío le recorrió la espalda cuando enfocó el coche rojo. Se había detenido al chocar contra el tronco de un pino, entre unas rocas. La parte trasera apenas resultaba visible bajo las ramas.

Se preguntó de nuevo cómo el autor de la llamada anónima habría descubierto el coche. Sospechaba que la única persona que podía saberlo era precisamente la responsable de que en aquel momento estuviera allí. Recordó las huellas de motocicleta que había visto en la pista de barro.

Conforme se fue acercando al vehículo, pudo ver que el maletero estaba abierto… y vacío. Las ramas del pino ocultaban completamente la puerta del conductor. Arrastrándose por debajo de las ramas, iluminó el interior del coche. No había nadie en el asiento del conductor.

Pero había algo en el suelo. Se acercó para examinarlo mejor. A la luz de la linterna descubrió un pato de reclamo de la marca Dennison. Sólo estaba pintado parcialmente. El resto parecía estar cubierto de sangre seca y restos de piel humana.

Cuando iluminó el asiento trasero, ya sabía lo que iba a encontrar: el cadáver de Nina Monroe.