Capítulo 9

Mitch tecleó en el ordenador los cuatro últimos números de la matrícula de la camioneta negra y cruzó los dedos.

Minutos después tenía los resultados de su búsqueda. Una camioneta coincidente con la descripción de Charity, con una matrícula terminando con esos números, pertenecía a un tal Kyle L. Rogers, investigador privado de Portland.

Buscó en la guía el número de la agencia y lo marcó. Un contestador automático le informó de que el señor Rogers no regresaría a la oficina hasta la semana siguiente. Mitch no dejó ningún mensaje. ¿Un detective privado?

Cerró la oficina y se dirigió a casa de Charity. Fue a abrirle vestida con un pijama de franela amarillo y negro, con el dibujo de un pingüino estampado. Estaba recién duchada y llevaba el cabello recogido en una cola de caballo. Olía maravillosamente bien.

Se lanzó a sus brazos, eufórica.

Todo sucedió tan rápido que Mitch ni siquiera supo si fue él quien empezó el beso. Afortunadamente, pudo separarse con cierta rapidez. Charity lo miraba con expresión risueña, divertida.

—No abras a nadie sin preguntar antes quién es —la recriminó, irritado consigo mismo por haberla besado.

—Florie me avisó de que eras tú.

—¿Cómo lo hace? ¿Lo ve en su bola de cristal? —sabía por qué se sentía tan molesto, tan incómodo. Estaba aterrado. Aterrado de que Charity estuviera en peligro. Y de que se le estuviera metiendo de aquella manera debajo de la piel…

—Te vi aparcando el coche patrulla —gritó Florie desde el primer piso.

—Tengo algo importante que decirte —le dijo a Charity.

—Has encontrado la carta de Nina, ¿verdad? —exclamó, jubilosa—. ¿Ves como tenía razón? El tipo de la camioneta negra. Por eso me derribó en la puerta de la oficina de correos. Y por eso irrumpió en mi oficina…

Mitch negó con la cabeza.

—He revisado tu correspondencia, y no había ninguna carta de Nina.

Charity pareció decepcionada, pero sólo por un instante.

—Pero tienes noticias nuevas, ¿no? Has descubierto al propietario de la camioneta.

—Sí. He identificado a la camioneta que te ha estado siguiendo. Está registrada a nombre de un tal Kyle Rogers, investigador privado de Portland. ¿Lo conoces?

—No. ¿Debería?

—¿Sabes de alguna razón por la que alguien habría decidido investigarte?

—No. ¿Crees que alguien de aquí pudo haberlo contratado?

Mitch pensó en la teoría de Charity de que Nina pudo haber escrito algo para enviárselo a ella. ¿Sería eso lo que Rogers estaba buscando? ¿Existiría realmente esa carta? No sabía qué pensar.

—Quizá. O quizá vino aquí buscando al Bigfoot.

Después de lo que había averiguado, dudaba que aquel tal Rogers hubiera ido al pueblo con intención de hacerle daño a Charity. Y dudaba asimismo que hubiera sido él quien le había dejado los regalos. De todas formas, procuraría tenerla bien vigilada aquella noche. Se dispuso a marcharse.

—Si vuelves a ver la camioneta o me necesitas para cualquier cosa…

Charity asintió, sonriendo, mientras lo acompañaba hasta la puerta.

—Te agradezco la visita.

—¿Seguro que no te apetece un poco de comida vegetariana? —le preguntó Florie, bajando las escaleras.

—No, gracias —esbozó una mueca de asco que sólo Charity pudo ver.

Salió de la casa. Cuando se marchaba, vio que Florie salía al umbral para hacerle un gesto, señalando el bate que llevaba en la mano. Estupendo. Charity estaría segura aquella noche.

Mientras conducía por Main Street, pasando por delante de la oficina del Timber Falls Courier, intentó concentrarse en el caso que tenía entre manos.

Pero seguía pensando en cierto pijama de color amarillo y negro, con un pingüino estampado. Se humedeció los labios con la punta de la lengua. Todavía conservaba su sabor, la sensación de su boca contra la suya… ¿Qué clase de estúpido era para haberla besado? ¿Y no una, sino dos veces en el mismo día? Estaban en la estación de las lluvias. Aquella estación volvía loca a la gente.

Una vez más, se prometió guardar las distancias con ella. La distancia era lo único que podía salvarlo.

Cuando pasaba frente al bar Duck-In, vio el pequeño coche azul de Sheryl aparcado en la puerta. Antes, en la fábrica de reclamos, se había llevado la impresión de que deseaba hablar con él y contarle más cosas, pero que temía represalias de Wade.

Aparcó el coche patrulla, albergando aún la esperanza de encontrar a Nina antes de la medianoche. Nada más entrar en el bar, no se sorprendió al ver a Sheryl sentada ante la barra, sola en su rincón habitual, con la mirada clavada en su vaso de cerveza. Una canción country sonaba en la máquina de discos. El local estaba sumido en una penumbra de humo.

—Hola —lo saludó Hank Bridges, el camarero—. ¿Qué va a ser, sheriff?

Sheryl desvió la mirada de su cerveza y sonrió. Le brillaban los ojos por el alcohol.

—Una soda —respondió Mitch, y se sentó a su lado.

—Hacía siglos que no te veía por aquí —comentó ella, bebiendo un trago de cerveza.

Mitch miró a su alrededor, reparando en los parroquianos de costumbre. Y en algunas caras que no reconocía. Los forasteros eran escasos en aquella época del año. Excepto los que habían acudido en busca del Bigfoot.

Se volvió de nuevo hacia Sheryl, aliviado de no ver a su padre entre la clientela. En el espejo del fondo del bar, distinguió el reflejo de una pareja bailando. Ambos casados, pero no entre sí…

Esa era otra singularidad de la estación de las lluvias. Precipitaba las aventuras y, en consecuencia, los divorcios, que solían tramitarse en primavera.

—Quería hablar contigo —le dijo Mitch a Sheryl. Bebió un trago de soda. Jamás probaba el alcohol. Su padre ya había bebido suficiente por los dos.

—Déjame adivinar… Quieres hablar de Nina —pronunció, decepcionada—. Me lo imaginaba. ¿Cómo es que nunca has querido salir conmigo? Jamás has aceptado mis invitaciones para cenar en casa…

Mitch sacudió la cabeza, sonriendo. Muchas veces él se había preguntado lo mismo. Y, al parecer, ambos conocían la respuesta.

—Es por esa maldita Charity Jenkins, ¿verdad?

No podía negarlo. Pero no había ido allí a hablar de su vida amorosa. O de su inexistente vida amorosa.

—Tengo la sensación de que esta mañana querías decirme algo más. Y que no lo hiciste porque Wade nos estaba observando.

—Nina era una zorra traidora.

Mitch arqueó una ceja.

—Ese comentario… ¿es producto de la cerveza?

—Ese comentario es la verdad. A esa mujer no le importaba a quién tenía que pisar la cabeza para conseguir lo que quería.

—Te la pisó a ti —adivinó él.

—Se hizo amiga mía, pero sólo durante el tiempo suficiente para robarme mis diseños de patos, y los presentó como suyos.

Mitch sabía que las pintoras de la fábrica cobraban derechos por los diseños que inventaban.

—¿Qué hiciste tú?

—Fui a hablar con Wade —apuró su cerveza y dejó el vaso sobre la barra con un golpe seco. Hank acudió presuroso y le abrió otra botella.

—Ese maldito Wade se enfadó conmigo. Me dijo que estaba intentando aprovecharme del trabajo de Nina y me advirtió que, si le causaba más problemas, me echaría a la calle —miró a Mitch, entrecerrando los ojos—. ¿Te lo quieres creer? Llevo allí diez años. ¡Diez años! Y esa zorra, ¿cuánto lleva? ¿Un mes?

—¿Cómo consiguió hacerse amiga de Wade tan rápidamente? —le preguntó Mitch. Aunque hubieran mantenido una relación sentimental, todo aquello le parecía demasiado rápido, demasiado acelerado, por no hablar de la diferencia de edad.

Sheryl respondió, sacudiendo la cabeza.

—Quizá la conocía desde antes. Eso parece, a juzgar por la manera en que la contrató. La trataba como… si fuera una princesa. Ella lo tenía agarrado por donde tú ya sabes —estaba a punto de llorar.

—¿Te contó Nina algo de su pasado durante el tiempo en que fuisteis amigas?

Sheryl se encogió de hombros y bebió otro trago de cerveza.

—Aquello no duró mucho, pero en cierta ocasión me mencionó a una tía suya. La tía Em. Te juro que era así como la llamaba. Como el personaje de El Mago de Oz. Me dijo que no había llegado a conocer a sus padres y que no soportaba a su tía.

—Todo indica que debió de haber llevado una vida muy dura —comentó Mitch. Todo encajaba, en caso de que Nina Monroe fuera realmente Ángela Dennison… o al menos si quería que la gente pensara que lo era.

—Probablemente todo lo que me dijo era mentira —se quedó mirando el fondo del vaso con expresión abatida—. ¿Sigue desaparecida?

—Así es.

—Pues espero de todo corazón que siga así.

Mientras apuraba su soda, Mitch pensó que tenía una nueva sospechosa, en caso de que Nina se hubiese metido realmente en problemas. Decidió marcharse antes de que su padre o Bud Farnsworth, el director de producción de Dennison Ducks, apareciese por el local.

Por desgracia, era demasiado tarde. Bud empujó la puerta e intercambiaron una mirada. Luego se fue hacia el otro extremo del bar. Parecía culpable, como si estuviera avergonzado de algo, pensó Mitch mientras se iba.

Una vez en el coche patrulla, pasó lentamente por delante de la casa de Charity. Las luces estaban encendidas, y podía ver a dos figuras sentadas en la mesa de la cocina. Luego se dirigió a la casa de Florie. No había ningún coche rojo aparcado delante del bungalow Aries. Había albergado la remota esperanza de que Nina se hubiera saltado un día de trabajo para escaparse de compras a Eugene. Si ese había sido el caso, aún estaba a tiempo de regresar. Pero eso no explicaba el saqueo de su apartamento. Ni la inquietud de Wade.

El letrero luminoso de «Completo», en el Ho Hum, brillaba encima de los coches aparcados delante de las siete unidades del motel. No había ninguna camioneta negra. Y tampoco estaba el coche rojo de Nina. Se preguntó dónde se alojaría Kyle Rogers. Probablemente en Oakridge, a unos treinta kilómetros al sur.

En la oficina del Courier, revisó las cerraduras de puertas y ventanas. Nadie parecía haber regresado. El pueblo estaba silencioso, solamente se oía lo lejos la música del Duck-In. El coche de Sheryl seguía aparcado delante, y también la camioneta de Bud. La cafetería de Betty estaba cerrada. El neón de la gasolinera brillaba al fondo.

Inquieto, Mitch salió del pueblo. Ni siquiera fue consciente del rumbo que había tomado hasta que aparcó en el arcén y apagó las luces. La casa estaba algo alejada de la carretera. Había una luz encendida, pero no se distinguía ninguna figura. Su padre probablemente habría salido al Duck-In, a pie, para consumir su dosis nocturna de alcohol.

El simple hecho de ver la casa en la que había crecido le hacía ser consciente del doloroso vacío que se abría en su alma. Cerró los ojos, intentando recordar el rostro de su madre, su voz, su contacto, aquella parte de su vida que había transcurrido feliz, a salvo de cualquier reproche. Cualquier cosa que pudiera contrarrestar la otra, la horrible. Pero no le quedaba ningún recuerdo, todo lo había borrado la enorme amargura que sentía hacia su padre.

Abrió los ojos y se dispuso a marcharse, diciéndose que no debería haber ido allí. Habitualmente lo evitaba a toda costa. Pero cuando ya tenía una mano en la palanca de marchas, lo vio. Una gran silueta oscura recortándose contra la luz de la casa. Su padre se hallaba de pie en el porche, con sus enormes manos apoyadas en la barandilla, la cabeza vuelta hacia Mitch como si estuviera… esperándolo.

Mitch metió primera, encendió las luces y se puso en movimiento. Cuando miró hacia atrás, su padre seguía en el mismo sitio, viéndolo alejarse.

Al igual que había visto alejarse a su esposa, la madre de Mitch. Sin que ninguno de los dos regresara jamás.

 

 

Al principio fue como si el ruido formara parte del sueño. El crujido de un tablón, el rumor de una cortina, y luego el más absoluto silencio. Fue ese sobrecogedor silencio lo que la despertó, con la aterradora convicción de que no estaba sola.

Charity abrió los ojos de golpe. La oscuridad era completa, tanto dentro como fuera de la casa. No había luz por ninguna parte. Pero sabía que había alguien justo a los pies de la cama. Aquella seguridad le quitaba el aliento, acelerándole el corazón.

Intentó convencerse de que sería la tía Florie, pero la figura era demasiado grande, demasiado masculina. No podía verlo, pero sí podría sentirlo, oírlo respirar, sentir su mirada clavada en ella. ¿Cuánto tiempo llevaría allí, observándola? Aterrada, soltó un grito.

Se volvió hacia la mesilla con la intención de sacar su pistola del cajón. La silueta se puso en movimiento. Por un instante, Charity estuvo segura de que se lanzaría sobre ella antes de que pudiera agarrar el arma y disparar…

Pero no fue así. Su mano se cerró sobre la pistola y se incorporó. No había oído sus pasos, debido al latido ensordecedor de su propio corazón. Pero supo que había huido antes incluso de escuchar el portazo que dio al salir de la casa.

Una luz se encendió en el pasillo. La silueta de su tía se recortó en el umbral, vestida con su largo camisón de franela y agarrando con ambas manos el bate de béisbol.

 

 

Poco después de la madrugada, cuando el bar Duck-In ya había cerrado y Timber Falls era un pueblo muerto, fantasma, Mitch regresó a casa. Había patrullado durante horas y, finalmente, había renunciado a la esperanza de encontrar a Nina. O a su coche.

Se calentó una lata de sopa de tomate. Después de asegurarse de que todo en la casa de su vecina parecía normal, se tumbó en el sofá y se quedó dormido.

Como era habitual, soñó con Charity. Al principio, el grito formó parte del sueño.

Se despertó sobresaltado. Antes incluso de levantarse, supo de dónde procedía aquel grito. Abrió la puerta y corrió hacia la casa de Charity, con la pistola en la mano.

Cuando llegó a los escalones del porche, se detuvo en seco al ver a Florie amenazándolo con un bate de béisbol y a Charity apuntándolo con lo que parecía una pistola. Ambas mujeres parecían aterradas… y aterradoras.

—¡Había un hombre en casa! —gritó Charity—. Ahora mismo acaba de huir.

—¿Viste por dónde se fue?

Las dos mujeres señalaron el otro lado de la calle, hacia el centro del pueblo.

—Métete dentro. Cierra bien la puerta. Y baja ese arma.

La calle estaba vacía. Mitch salió corriendo en la dirección que las mujeres le habían indicado, por una calle estrecha. No había ido muy lejos cuando descubrió una sombra caminando por delante de él. No corría, simplemente caminaba a buen paso hacia Main Street.

—¡Quieto! —le ordenó, apuntándolo con su arma.

El hombre se detuvo, pero no se volvió. Era tan alto como Mitch, y de aspecto corpulento. Llevaba una cazadora negra de cuero, vaqueros y botas de motorista.

Mitch se acercó corriendo, sin bajar el arma.

—Pon las manos detrás de la cabeza.

Lentamente, el hombre hizo lo que le decía. Era moreno, y llevaba el pelo largo. Un pendiente brilló en su oreja izquierda. También lucía un grueso anillo de oro en la mano derecha. Había algo en su actitud distante, despreocupada, que le resultaba terriblemente familiar…

—Vuélvete. Despacio.

Se volvió, riendo entre dientes. A la débil luz del farol más cercano, Mitch distinguió su rostro bronceado, de rasgos duros, angulosos. Una mujer lo habría encontrado terriblemente atractivo. Era lo normal.

—Buenas noches, sheriff.

—Hola, Jesse —Mitch bajó el arma, meneando la cabeza.

—Cuánto tiempo, hermanito… —pronunció Jesse Tanner, bajando los brazos y tendiéndole la mano.

Mitch enfundó su pistola y se la estrechó, reacio. Jesse no pareció advertir su reluctancia mientras le daba cariñosas palmadas en la espalda.

—Me alegro mucho de verte.

Mitch procuró separarse. Había transcurrido mucho tiempo y Jesse no se había marchado precisamente en las mejores circunstancias.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó. Se dijo que no podía haber sido Jesse quien había entrado en la casa de Charity hacía apenas unos minutos…

—Este es mi hogar, ¿recuerdas?

—Recuerdo que dijiste que el infierno se congelaría antes de que volvieses a este pueblo.

Jesse se encogió de hombros, sonriendo. Los característicos hoyuelos de los Tanner se dibujaron en sus mejillas.

—La gente cambia.

«Pero tú no», pensó Mitch. Su hermano mayor nunca cambiaba.

—Alguien acaba de darle un buen susto a Charity Jenkins. ¿Fuiste tú, por casualidad? ¿Entraste en su casa?

Su hermano arqueó una ceja.

—¿Es que quieres volver a detenerme?

—¿Qué andas haciendo por aquí?

—Oh, sólo estaba dando un paseo. Quería ver si había cambiado este pueblo. Ya veo que no.

—¿A las cuatro de la madrugada?

—Me gusta el silencio.

Mitch se quedó mirando a su hermano, sorprendido de lo mucho que deseaba creer en su palabra.

—¿Cuándo has vuelto?

—Hace tres días. Pensaba pasar esta noche fuera de casa —añadió, adelantándose a su siguiente pregunta.

Era extraño que nadie le hubiera dicho a Mitch que su hermano había vuelto, después de casi cinco años de ausencia. Ni que se estuviera alojando con su padre.

—¿Cómo está Charity, hermanito?

Mitch sintió que se le encogía el estómago.

—He oído que sigue como siempre, igual de guapa, lista y espabilada. Siempre fue un portento de chica. Lástima que haya estado colgada durante tanto tiempo del hermano equivocado…

Mitch recordaba perfectamente la época en que Jesse se había esforzado a fondo por robarle el corazón a Charity, con escaso éxito. Después de aquello, Jesse no tardó mucho en abandonar el pueblo… esposado.

Como era habitual, había tenido problemas con la ley, pero Mitch también recordaba la irritada reacción de Charity…

—Dime, ¿qué vehículo conduces ahora? —le preguntó Mitch, pensando en la camioneta negra de los cristales tintados.

—Me he comprado una moto. Una Harley.

—¿Conoces a alguien que conduzca una camioneta negra?

—Conozco mucha gente que conduce camionetas negras.

—Una que tiene los cristales tintados.

Jesse pareció reflexionar por un momento.

—No me suena de nada —meneó la cabeza—. Lo siento.

Mitch no podía estar completamente seguro de que la camioneta negra que había visto Charity fuera la de Kyle Rogers. Tal vez no había leído bien los números de la matrícula. Y tampoco podía imaginarse a su hermano contratando a un detective privado para espiarla. Aunque lo cierto era que jamás había entendido a su hermano.

—Alguien con una camioneta negra ha estado siguiendo a Charity. Y anoche le destrozaron la oficina del periódico.

Lo que sí podía imaginarse perfectamente era que Jesse forzara la entrada en la sede de cualquier periódico para robar unos negativos. Había dejado Timber Falls tras haber sido absuelto de un delito de allanamiento de morada, pero sólo porque su padre había salido en su defensa con una coartada. Una coartada que Mitch había sabido que era falsa, pero que no había podido demostrar.

Y, sin embargo, resultaba impensable que su hermano hubiera querido perjudicar a Charity, de la manera que fuese. Si Jesse hubiera querido aquellos negativos por alguna razón, habría intentando seducirla para que se los entregara. Jamás la habría atacado y amordazado.

—El ladrón ató a Charity y la encerró en una habitación.

—Vaya, veo que tienes bastante trabajo. ¿Hay algún delito más cuya autoría te gustaría endosarme?

—No te lo tomes a mal. Simplemente me estaba preguntando qué diablos estabas haciendo en Timber Falls.

—¿Es que no puedo sentir nostalgia de mi hogar?

—No.

Jesse se echó a reír.

—Te lo dije antes, hermanito. La gente cambia.

«¿Pero para mejor?», se preguntó Mitch, irónico.

—De acuerdo, seré sincero —pronunció Jesse, sonriendo—. Me fui a México y empecé a pensar en Charity. Supuse que a estas alturas probablemente se habría cansado de suspirar por mi hermano. Y como estaba seguro de que tú no habrías aceptado casarte con ella, me dije a mí mismo: «Jesse, ¿por qué no agarras la moto y te vas a verla?» Pensé que quizá podría largarse conmigo, huir juntos a algún lado —su vibrante risa resonó en el callejón—. Espero que no te opondrás a la idea, ¿verdad, hermanito?

Mitch apretó los dientes.

—Ya me lo parecía —de repente Jesse se puso serio—. Me dio nostalgia, Mitch. Así de sencillo. Sabía que a nuestro viejo no le quedaba mucho tiempo. Y no me sentía nada orgulloso de cómo quedaron las cosas entre tú y yo cuando me marché —parecía terriblemente sincero—. Deberías pasarte a ver a papá. A él le gustaría.

—Pero a mí no —replicó Mitch.

—Todavía sigues con eso, ¿verdad? —Jesse sacudió la cabeza—. Han pasado años, hombre. Y él ha cambiado.

—Ya, parece que todo el mundo ha cambiado. Menos yo.

—Ese es el problema —sonrió de nuevo—. Saluda a Charity de mi parte. No quiero engañarte, hermano. Tengo intención de verla —se volvió, echando a andar—. Hasta luego.

Mitch lo vio detenerse. El rumor de una potente moto resonó en la calle. Segundos después, Jesse partió hacia la casa que antaño Mitch había llamado su hogar.

Jesse estaba de regreso en el pueblo, y precisamente cuando la estación de las lluvias acababa de empezar. Mitch dudaba seriamente que hubiera vuelto por nostalgia. Y también que tuviera alguna oportunidad de que Charity aceptara subirse a su moto y los dos se largaran juntos… Aunque a lo mejor se equivocaba.

Maldijo entre dientes mientras se encaminaba a casa de Charity. ¿Cómo se tomaría ella el regreso de Jesse? Mitch detestaba pensar que su hermano pudiera estar en lo cierto. Por supuesto, no podía culpar a Charity de que se cansara de esperarlo, era lo normal. ¡Pero la última persona del mundo a la que desearía ver con Charity era precisamente su hermano mayor!