Capítulo 14

Halloween

Charity abrió los ojos, somnolienta, cegada por la luz que entraba por la ventana. No quería salir del sueño en el que Mitch había vuelto a ponerse aquel frac negro y estaba tan guapo…

Parpadeó. ¿Por qué estaban abiertas las cortinas? ¿Por qué no había cortinas de ningún tipo? Parpadeó de nuevo. Porque no estaba en su dormitorio. Aquella no era su cama. ¡Ni siquiera era su casa!

Se sentó sobresaltada, sin saber al principio dónde estaba. Entonces vio el sombrero de Mitch en un escritorio, al lado de la puerta. Y a través de la puerta abierta distinguió sus botas en el extremo de un sofá.

Se levantó de la cama, decepcionada al ver que estaba completamente vestida. Maldijo para sus adentros. Mientras se dirigía de puntillas al salón, intentó recordar lo sucedido la noche anterior. Algo le decía que no había sucedido nada entre Mitch y ella. Nada en absoluto. O aquel hombre tenía la fuerza de voluntad de un santo o ella no era tan irresistible como había imaginado.

Fue entonces cuando se acordó de su campaña matrimonial. Claro. Ahora lo entendía.

Mitch seguía dormido en el sofá. Tenía un aspecto maravilloso. Se inclinó para admirar su rostro. De repente Mitch la agarró, tumbándola encima de él antes de que pudiera reaccionar.

—Nunca te acerques tan sigilosamente a un agente de la ley —gruñó—. Podría haberte disparado.

—Tú nunca me dispararías. Quizá te gustaría, pero…

La hizo callar con un beso, abrazándola. Tenía una boca tan maravillosamente perfecta… Podría haber seguido besándola hasta el día de Navidad…

Pero la apartó rápidamente cuando oyó que alguien llamaba a la puerta con fuerza. A través de las persianas distinguió la silueta grande y fornida de Wade Dennison. Miró a Charity. El deseo ardía en sus ojos, debilitando su voluntad.

Los golpes, sin embargo, eran demasiado insistentes para poder ignorarlos.

—Tengo que hablar con Wade —le dijo, incorporándose.

—Y yo tengo que ir al periódico. Porque no intentarás impedirme que escriba la historia del asesinato de Nina, ¿verdad?

Detectaba un claro tono de desafío en su voz.

—¿Me crees tan estúpido? —sabía que aquella era una empresa imposible—. Pero tendrás un policía custodiándote. Y no acepto objeciones —recogió su teléfono móvil e hizo la llamada correspondiente. Mientras tanto, procuró calmar su excitación antes de abrir a Wade.

Sin discutir, Charity volvió a la habitación para recoger sus zapatos, pavoneándose. Finalmente Mitch se levantó para abrir la puerta.

—Tengo que hablar contigo —Wade lanzó una mirada ceñuda a Charity cuando pasó de largo a su lado, pero tuvo el buen sentido de no decirle nada.

En el instante en que Charity desapareció en la habitación contigua, cerrando la puerta a su espalda, Wade se dejó caer pesadamente en una silla.

—Nina era mi hija —le confesó, escondiendo la cabeza entre las manos.

—¿Ángela?

—¿Ángela? —Wade alzó la vista y frunció el ceño—. Ángela no. Nina. ¿Es que no me estás escuchando? ¿Tengo que deletreártelo? Yo tuve una aventura con Alma.

Mitch se quedó mirándolo fijamente.

—¿Alma? ¿Dejó embarazada a Alma?

—Sí. Daisy estaba embarazada y me estaba volviendo loco. Corrían rumores de que la criatura no era mía —agitó una mano con gesto cansino—. Alma nos oyó discutir una noche y me… consoló después de que Daisy se fuera a la cama —se interrumpió, mirándolo.

—¿Alma se quedó embarazada?

Wade asintió, avergonzado.

—¿Cuánto dinero le dio por mantenerse callada?

—¿Callada? No, yo le di dinero para que cuidase de nuestro bebé.

Mitch decidió no discutir ese punto.

—Wade, sé que Nina vino a Timber Falls para chantajearlo.

—No, no fue así. Ella era mi hija. Por supuesto que tenía que darle dinero. Yo sólo quería ayudarla.

—Ya. ¿Y cuánta ayuda le pidió?

Wade se levantó como un resorte de la silla.

—Precisamente por esto no te dije nada —estalló, furioso—. Sabía que intentarías ver cosas… sucias donde no las había. Nina quería hacer algo positivo con su vida. Yo le propuse ayudarla. Le di un trabajo y le ofrecí dinero. Su dinero.

Mitch suspiró profundamente.

—Wade, si Nina era su hija… ¿por qué lo mantuvo en secreto?

Cerrando los ojos, sacudió la cabeza mientras se dejaba caer nuevamente en la silla.

—No podía hacerle eso a Daisy. Ya sabes en qué estado se quedó después de la desaparición de Ángela. No podía contarle de golpe lo de Nina. Daisy y yo pasamos años intentando encontrar a Ángela, siguiendo desesperadamente hasta la menor pista, siempre en vano. Nina entendió perfectamente que yo no se lo dijera a Daisy. De hecho, insistió en que guardáramos el secreto. Ella no quería destrozarme la vida. Solamente necesitaba una pequeña ayuda para realizar sus sueños.

Mitch se dijo que la Nina que le había descrito todo el mundo jamás habría dejado escapar a Wade tan fácilmente.

—¿Cuál era el precio de esos sueños?

Wade entrecerró los ojos, brillantes nuevamente de furia.

—Eres un cínico canalla, ¿lo sabías, Tanner?

Mitch siguió esperando su respuesta.

—Un millón —pronunció al fin, y alzó una mano—. Era el dinero que tenía reservado para Ángela, hace veintisiete años. Tuve suerte en un par de inversiones —se encogió de hombros.

¿Había entregado a Nina el dinero de Ángela? Mitch se preguntó cómo habría reaccionado Daisy si se hubiera enterado.

—Con un millón de dólares se pueden realizar muchos sueños. ¿Y si Ángela hubiese aparecido?

¿O quizá Wade estaba seguro de que no volvería a aparecer?

—Nina era mi hija —replicó a la defensiva.

—¿Está seguro?

—Alma era virgen la noche en que… lo sé y punto. ¿Es que no puedes creer nada de lo que te digo?

—La verdad es que no. ¿Cuándo pensaba entregarle el dinero?

—Ya se lo había ingresado en una cuenta a su nombre. Iba a encontrarme con ella el martes por la noche para darle los papeles, pero no estaba allí. Luego, cuando al día siguiente no se presentó a trabajar…

—¿A qué hora tenía que encontrarse con ella?

—A las diez. Fui allí, pero no vi ni rastro de ella.

—¿Por qué parecía tan convencido de que le había pasado algo?

Wade suspiró.

—Porque jamás se habría marchado sin el dinero —parecía cansado, derrotado. Un hombre roto.

—¿Contrató a un investigador privado para seguir a Charity?

Wade frunció el ceño.

—¿Por qué habría de hacer eso?

—Ayer mismo amenazó usted con matarla.

—Estaba furioso, colérico. Pero yo no contraté a nadie.

—¿No contrató usted a un investigador privado llamado Kyle L. Rogers, de Portland?

—Si estas pensando que Daisy…

—Sólo estoy preguntando, Wade. Es mi trabajo —Mitch se pasó una mano por el pelo. Le dolía la cabeza—. ¿Sabía si Nina tenía algún enemigo?

—No se llevaba muy bien con el resto de la gente. Tenía problemas con las otras pintoras, pero no puedo creer que alguna de ellas…

—¿Alguien más?

—Bueno, una vez la oí discutir con Bud. Pero todo el mundo discute con Bud.

En eso Mitch no podía menos que estar de acuerdo.

—¿Sabe de qué discutieron?

—No. Eso tendría que preguntárselo a él.

Bud le había dicho que jamás llegó a intercambiar más de dos palabras con ella.

—¿Cuándo fue eso y dónde?

—El lunes después de mediodía, en la planta.

Así que había sido con Bud con quien estuvo discutiendo Nina cuando Charity la vio y sacó la foto…

—Mire, Wade, sé que estuvo usted espiando a Nina. Charity lo descubrió escondido en los árboles. ¿Por qué?

—Tenía miedo de que se metiera en algún lío antes de que se marchara del pueblo.

—¿O más bien tenía miedo de que se replanteara su acuerdo y le contara a todo el mundo la verdad? —Mitch se preguntó si, después de todo, sería cierto que Nina le había enviado una carta a Charity. O quizá Wade había temido precisamente que así fuera.

Wade se levantó, ruborizado.

—Quizá Nina habría sido diferente si se hubiera criado con un padre al lado.

—Lamento lo de su hija, pero mi trabajo en este momento consiste en encontrar al asesino. ¿Saben Daisy o Desiree el acuerdo financiero al que llegó usted con ella?

—Deja a mi familia fuera de esto.

—Esta es una investigación por asesinato, Wade. Dígaselo a su familia antes de que tenga que hacerlo yo.

 

 

Charity se fue directamente a escribir sus reportajes. Primero el avistamiento del Bigfoot, que ya empezaba a perder actualidad. Y después la increíble historia del asesinato de Nina Bromdale.

Le habría gustado disponer de más información pero, por desgracia, Wade había frustrado todos sus intentos de hablar con alguien de Dennison Ducks. Al parecer debía de haber amenazado a la plantilla entera con despedir a quien se atreviera a contarle algo.

Tampoco podía publicar nada relacionado con la posibilidad de que Nina fuera Ángela Dennison. No sin pruebas. ¿Pero cómo iba a conseguirlas?

Mientras se sentaba ante el ordenador, sintió una punzada de inquietud, a pesar de que llevaba su pequeña pistola, el spray de autodefensa y el juego de esposas en el bolso. Nina había sido asesinada y el asesino todavía andaba suelto.

Peor aún, sabía que Mitch no le habría asignado un policía para que la custodiara si no pensara que se hallaba en peligro. Lo que quería decir que lo había convencido con su teoría sobre la carta que supuestamente le había enviado Nina. Mitch nunca creía en sus teorías… y además la había besado tres veces durante los últimos dos días. Por fuerza eso tenía que significar algo, ¿no?

Había ido a su casa a ducharse y cambiarse de ropa antes de dirigirse a la oficina del periódico, sabiendo en todo momento que un policía la seguía a prudente distancia. Aun así, no había podido evitar sentirse inquieta. Cuando repasaba lo sucedido durante los últimos días, seguía habiendo algo que no encajaba. Ese era el problema.

Además, le faltaban datos para elaborar el reportaje del asesinato de Nina. Ojalá Nina le hubiese escrito realmente la historia de su vida y se la hubiera enviado por correo…

Alzó la mirada cuando se abrió la puerta. A unos metros de ella, el policía también se había levantado, con la mano en el revólver.

—Tranquilo —le dijo Charity, indicándole que volviera a sentarse—. Es mi ayudante. Blaine.

Blaine no parecía nada afectado por el suceso de la otra noche, cuando alguien lo dejó atado y amordazado en plena calle. Al contrario, parecía eufórico. Charity advirtió que llevaba un cuaderno en la mano.

—He dibujado algo. Me enteré de que habías perdido tu foto de Nina Monroe. Yo la vi unas cuantas veces cuando subí a llevar papeles a Dennison Ducks. Así que… —abrió el cuaderno.

Cuando vio aquel dibujo tan perfecto de Nina Bromdale, alias Nina Monroe, se quedó asombrada. Sin habla.

 

 

Después de que Wade se marchara, con Charity trabajando en el periódico, Mitch pensó en lo terriblemente sola que se había quedado su casa. Se quedó en medio del salón, recordándola. Todavía podía oler el leve aroma de su perfume. Y paladear su sabor en los labios.

Debió de haber sabido que el hecho de tener a Charity allí, aunque sólo hubiera sido por una noche, terminaría cambiándole la vida. Incluida la percepción de su propia casa. Jamás podría volver del trabajo, de su rutina diaria, sin echar de menos su presencia.

Cuando subió al coche patrulla, vio calabazas luminosas colgadas de los porches y muñecos de cartón en las ventanas. Lo que faltaba: Halloween. Se había olvidado. Todo el mundo en el pueblo se volvería loco aquella noche, y además había un asesino suelto.

Su primera parada fue en la oficina postal, para revisar la correspondencia de Charity. Una vez más se preguntó si Nina le habría escrito una carta para que la publicara en su semanario. ¿Habría tenido intención aquella mujer de denunciar públicamente a su padre? No podía olvidarse de la cucharilla de plata que todavía llevaba en el bolsillo.

Por lo que le habían dicho sobre Nina, dudaba que se hubiera conformado con tomar el dinero de Wade Dennison y marcharse. Habría buscado venganza. Y una carta enviada al semanario habría podido explicar la agresión que sufrió Charity en la puerta de la oficina de correos.

Pero no había ninguna carta de Nina en su apartado postal. Charity se sentiría decepcionada de que su teoría no se hubiera visto confirmada. Y Mitch también. Ansiaba cerrar aquel caso lo antes posible. Hubiera o no carta de por medio, Charity se hallaba en peligro. Podía sentirlo. Era un mal presentimiento que jamás lo abandonaba.

Pasó por la oficina del periódico para entregarle la correspondencia, y sintió alivio al ver que ella estaba trabajando en el ordenador bajo la mirada vigilante del policía.

—No hay carta, ¿verdad? —adivinó ella, leyendo su expresión.

Mitch negó con la cabeza.

—Si la envió antes de que la mataran, a estas alturas ya debería haber llegado.

—Tienes razón. Mira lo que ha dibujado Blaine —añadió, entusiasmada.

Miró en la pantalla del ordenador el perfecto retrato de Nina Bromdale, que acababa de escanear. Al lado leyó el titular del reportaje: «Buscando a su padre terminó asesinada». Y debajo del retrato: «¿Quién es realmente esta mujer?»

—¿Podemos hablar en el cuarto de revelado? —le preguntó Mitch.

Charity le sonrió, como si sospechara que se trataba de una táctica para besarla de nuevo. Se levantó y fueron al cuarto oscuro. Mitch cerró la puerta a su espalda.

—Necesito decirte algo.

—Déjame adivinar… ¿Confidencial? ¿Lo ves? Estoy empezando a leerte el pensamiento.

Mitch esperaba que no.

—Wade era el padre de Nina.

—¡De Ángela, dirás!

—No. Parece que tuvo una aventura con Alma.

—¿Cómo?

—Lo único que tenemos es la palabra de Alma de que el bebé era suyo. Hasta que no hagamos una prueba de ADN, sigo siendo escéptico —afirmó Mitch—. Pero Wade así lo creía. Planeaba entregarle dinero a Nina la noche que desapareció.

—¿Cuánto?

—Un millón.

Charity soltó un silbido de asombro.

—Si Wade es realmente el padre de Nina, entonces pagó a Alma para que se mantuviera callada, y ahora a Nina. O al menos pretendía pagarle antes de que fuera asesinada.

A Mitch le encantaba la forma de pensar de Charity. Habría sido una magnífica policía.

—¿No pensarás que Wade…?

—¿La mató? —Mitch negó con la cabeza—. No lo sé. Parece que Nina obró con bastante sangre fría. Wade tenía que saber que cuando recibiera aquel millón, le exigiría más.

—Crees que hay algo más en esto, ¿verdad? La cucharilla de Ángela.

—Creo que quizá había un chantaje más importante que el tema de la paternidad. Es posible que Nina supiera quién secuestró a Ángela.

Charity asintió.

—Eso es exactamente lo que pienso yo.

«Ya», pensó Mitch. Tal vez sintonizaban tan bien que, a esas alturas, podían leerse el pensamiento. Aunque eso lo inquietaba…

—Tengo que irme. Si me necesitas, llámame.

Charity se echó a reír.

—Te tomo la palabra.

Una vez fuera se dirigió al coche patrulla, con las palabras de Charity resonando en su cabeza. Ella siempre había aspirado al matrimonio, y eso era lo que lo había mantenido a salvo. No quería pensar en lo que sucedería si Charity cambiase de idea…

Salió de los límites del pueblo. No tenía ganas de enfrentarse con su hermano Jesse, y lo último que quería en aquel momento era ver a su padre. Con un poco de suerte, quizá el viejo estuviera en el bar…

Hacía meses que no veía a su padre, y sólo de paso. No se acordaba de la última vez que habían hablado. Cuando se marchó de casa con dieciocho años, ya no volvió más.

Lee Tanner abrió la puerta a la primera llamada de Mitch, casi como si lo estuviera esperando. Era un hombre grande, de rostro atractivo. Procedía de una familia adinerada, de prestigio. Un prestigio que él había echado a perder con su afición a la bebida.

—Necesito ver a Jesse.

La casa estaba inmaculadamente limpia. Aquello lo dejó sorprendido. Lee no olía en absoluto a alcohol cuando le informó:

—Jesse no tardará en volver. Pasa, hijo.

Aquel «hijo» le hizo daño al oído, pero no dijo nada. No había ido allí a discutir con Jesse, sino a intentar sonsacarle la verdad. Pero… ¿a quién quería engañar? Claro que terminarían discutiendo.

—Me alegro de verte. ¿Quieres beber algo?

—Yo no bebo.

Lee sonrió.

—Estaba pensando en una soda o un té helado.

¿Soda y té en su casa? Lo creería cuando lo viera.

—Un té con hielo, entonces.

Lee fue a la cocina y volvió con dos tazas y una jarra de té helado. La tenía preparada. Definitivamente, su padre lo había estado esperando. Se dijo que aquello tenía que estar previsto…

Mitch miró a su alrededor mientras su padre servía las tazas. El propio Lee había diseñado el edificio. Años atrás había trabajado de arquitecto en Seattle. Luego se casó con Ruth Marks, levantó aquella casa y tuvo dos hijos.

Su padre le tendió una taza y él tomó la otra.

—Gracias —Mitch jamás había visto a su padre tomando té.

—Siéntate. Jesse está al caer.

—Prefiero seguir de pie.

Su padre tomó un sorbo de té y ni siquiera hizo una mueca mientras lo saboreaba.

—¿Cuánto tiempo lleva Jesse contigo?

—¿Lo preguntas como hermano o como sheriff?

—¿Importa acaso?

Lee sonrió de nuevo.

—Desde la noche del sábado. Llamó para decirme que quería volver y me preguntó si podía quedarse aquí durante una temporada —lo miró a los ojos—. Es bueno tener compañía. Estoy intentando convencerlo para que se quede más tiempo.

—¿Ya está pensando en marcharse? —pensó que, si Jess se marchaba ahora, parecería aún más culpable.

—Quiere tener una casa propia. Está pensando en comprar la antigua finca de los Kramer, en las afueras de la ciudad. Te ha echado de menos. Quiere reconciliarse contigo. Ha cambiado, Mitch.

Mitch se quedó mirándolo, sin creerse una sola palabra.

—Ya. Él dice que también tú has cambiado —su tono no habría podido ser más cínico.

Lee rió entre dientes.

—Resulta difícil de creer, ¿eh?

—Casi imposible.

—A veces suceden las cosas más extrañas —comentó, sin dejar de sonreír.

—¿Qué diablos pretende hacer Jesse en Timber Falls?

—¿No te ha hablado de sus pinturas? Tu hermano es todo un artista.

De repente se abrió la puerta trasera. Mitch oyó unos pasos acercándose. Recordaba que a Jesse le gustaba mucho dibujar cuando era niño, pero de ahí a convertirse en un artista… ¿Desde cuándo su padre se había vuelto tan ingenuo?

Lee Tanner se volvió hacia Jesse cuando entró en la cocina.

—Ha venido Mitch. ¿Por qué no salís los dos al porche a hablar tranquilamente? —apuró el resto de su té y se levantó para lavar la taza en la pila.

—Sí, hablemos fuera —dijo Mitch.

Jesse se encogió de hombros y abrió la puerta principal. Salieron a la terraza cubierta que recorría todo un lateral de la casa.

—¿Y bien, hermanito? Me alegro de que siguieras mi consejo y decidieras visitarnos.

—Háblame de Nina Bromdale.

—Me preguntaba cuánto tiempo tardarías en preguntarme eso —Jesse se apoyó en la barandilla.

—Ella era tu novia.

—Lo era, efectivamente.

—Y por ella volviste a Timber Falls.

Jesse sacudió la cabeza.

—Es mucho más complicado que eso. ¿Llegaste a conocerla?

—No.

—Suerte que tuviste.

—Está muerta —le informó Mitch—. Asesinada, pero creo que ya lo sabes. Vi las huellas de tu moto en la pista de Lost Creek, donde fue encontrado el coche de Nina.

—¿Vas a detenerme por asesinato?

Mitch esperaba sinceramente que nunca tuviera que hacerlo.

—¿La mataste tú?

—No, pero… ¿qué posibilidades hay de que me creas?

—¿Por qué no pruebas a decirme la verdad?

—No te mentí cuando te dije que os echaba de menos a ti y a papá.

—¿Y Charity? —Mitch había logrado identificar una huella dactilar en la piedra en forma de corazón que encontró Charity. Era de Jesse.

—Admito que le hice los regalos —sonrió—. Pensé que si descubría que tenía un admirador secreto, tal vez tú entrarías en razón y terminarías admitiendo lo que sientes por ella. O quizá confiaba en que estuviera disponible…

Eso último le parecía bastante más probable.

—Fuiste tú quien se coló en su casa la otra noche, ¿verdad?

Jesse asintió.

—Vi a alguien merodear por la parte trasera de su casa. Lo ahuyenté. Pero la ventana ya había sido forzada.

Mitch había descubierto aquel detalle cuando investigó el suceso, pero eso no significaba que lo hubiera hecho Jesse.

—¿Entraste por ella?

—Quería asegurarme de que no había nadie más dentro.

Mitch sacudió la cabeza.

—Siempre tienes una respuesta para todo, ¿verdad?

—Quizá simplemente sea la verdad.

—¿Cuándo fue la última vez que viste a Nina?

—El lunes.

La víspera de su desaparición.

—No tengo ninguna esperanza de que me creas, pero pensé que podría impedirlo —continuó Jesse.

—¿Impedir qué?

Jesse se frotó la mandíbula.

—Que la mataran.

—¿Sabías lo que estaba haciendo aquí? —preguntó Mitch.

—Sabía que Nina quería localizar a su padre para vengarse.

—¿Ella te dijo quién era su padre?

Negó con la cabeza.

—Al principio no lo sabía. Pero luego recibió el mensaje de su madre. Lo siguiente que supe fue que estaba en Timber Falls.

—Has dicho que la viste el lunes. ¿Dónde?

—En su bungalow —suspiró—. Me mandó al diablo.

—Vamos, Jesse. No irás a decirme que viniste aquí a salvar a Nina…

—De acuerdo —sonrió—, te lo diré. Me robó. Cuando se marchó a ver a su madre, se llevó cosas mías. Lienzos, si quieres saberlo. En México estuve pintando, y vendí algunos. Quería recuperar los cuadros.

—¿Lo conseguiste?

—Ya los había vendido. Me enfadé. Discutimos. Fue la última vez que la vi —se interrumpió—. No me crees, ¿verdad?

—¿Cómo te enteraste de dónde estaba su coche? —preguntó Mitch.

—Tú me dijiste que una camioneta negra había estado siguiendo a Charity. Yo seguí a una con esa descripción, fuera del pueblo. Fue así como descubrí el coche.

—¿Fuiste tú quien nos avisó? —inquirió Mitch, sorprendido.

Jesse asintió.

—¿Por qué no le diste tu nombre a Sissy?

—Ya sabes que nunca me ha gustado hablar con la poli.

—¿Y la camioneta?

—La perdí. O me despistó.

Mitch se quitó el sombrero y se pasó una mano por el pelo.

—¿Hay alguna posibilidad de que se encuentren huellas dactilares tuyas en el coche de Nina?

—Bastantes. Nina y yo pasamos los cuatro últimos meses juntos viajando por el sur.

—¿Cómo te enteraste de que Nina estaba en Timber Falls?

—Papá la vio y la reconoció por una foto en la que aparecíamos los dos juntos, en México, que yo le había enviado.

Mitch se quedó mirándolo por un momento, disponiéndose a marcharse.

—No dejes el pueblo.

—¿No vas a despedirte de papá? —le preguntó Jesse—. Ha dejado de beber.

—Me alegro.

—Dale una oportunidad, hermanito. Se está esforzando a tope, y todo por ti.

—¿Por mí?

—Sí, por ti. Se arrepiente de todos los años que pasó bebiendo, después de que mamá se marchara.

—Eso es precisamente lo que debe hacer. Si mamá nos abandonó fue por su culpa.

—Eso no es cierto.

Mitch se dispuso a marcharse de nuevo.

—No quiero seguir escuchándote…

—Pues vas a tener que hacerlo —replicó Jesse, agarrándolo de una manga y obligándolo a volverse—. Durante todos estos años has culpado a papá de la marcha de nuestra madre, pero ya es hora de que sepas la verdad. Se fue porque nunca lo quiso, ni a él ni a nosotros. Se casó con él por su dinero. Y porque el hombre que amaba se había casado con otra mujer.

—¡Eso es mentira! —le espetó Mitch, liberándose—. Ya estaba bebiendo, y tenía una aventura con Daisy Dennison.

Jesse negó con la cabeza.

—Yo era bastante mayor que tú. Recuerdo perfectamente la noche en que ella le dijo que nunca lo había amado, que nunca nos había querido a nosotros, que prefería estar muerta antes que quedarse con él. Papá la amaba de verdad, Mitch, y se quedó destrozado. Nuestra madre le exigió dinero para que pudiera marcharse. Él se negó a dárselo, no quería que se fuera.

—Porque tenía una aventura.

—Ya sé que en aquel entonces sólo tenías seis años, pero… ¿no te acuerdas de cómo era mamá con nosotros? Cada mañana se quedaba en la cama. Ni siquiera se levantaba para llevarnos al colegio.

—Era lógico que estuviera deprimida. ¡Se había casado con un borracho que la engañaba!

—Papá le dio finalmente el dinero que necesitaba para marcharse. Yo lo seguí al bosque aquel día —a Jesse se le hizo un nudo en la garganta—. Cayó de rodillas y… Jamás he visto a nadie llorar de esa manera.

Mitch se quedó mirando fijamente a su hermano. Sentía una opresión insoportable en el pecho. Quería defender a su madre, pero ninguna palabra salió de sus labios. Recuerdos negados durante toda una vida afloraron de repente. Su padre abrazando cariñosamente a su madre, y ella apartándose bruscamente, con rabia. El dolor, la desesperación en los ojos de su padre…

—Nuestra madre era… —continuó Jesse.

—No —lo interrumpió Lee Tanner desde el umbral—. Vuestra madre os quería a los dos. Quería llevaros consigo, pero sabía que no sería capaz de criaros sola…

Era una mentira evidente. Mitch se encontró con la mirada de Jesse. Como una flecha disparada contra su pecho, la verdad le laceró el corazón. Cuando se volvió de nuevo hacia el umbral, su padre ya no estaba.

Jesse se acercó y lo abrazó con fuerza. Tenía lágrimas en los ojos. Segundos después se marchó, dejándolo solo en el porche.

Mitch sintió náuseas. ¿Sería posible que se hubiera equivocado con todo lo que había creído en su vida? Durante todos aquellos años… ¿por qué su padre no le había dicho nada?

Su teléfono móvil sonó en ese mismo momento.

—Pensé que querrías saberlo cuanto antes —le dijo el jefe del equipo de la policía científica—. Hemos identificado las huellas del pato de reclamo que encontramos en el coche de la víctima. Coinciden con otras que tenemos archivadas. Las de Ethel Whiting.