Charity vio bajar a Mitch del coche patrulla con expresión ceñuda. Una expresión que siempre asociaba con el brócoli.
—Me llené de barro en la puerta de la oficina de correos —fue lo primero que le dijo.
—¿Te llenaste de barro?
Charity señaló la gran mancha que lucía en la pernera de los vaqueros como irrefutable evidencia de que se había caído.
—¡Alguien me derribó al suelo y luego se dedicó a revisar mi correo!
—¿Se trata de una broma?
Sonrió. Y Charity se quedó embobada ante la mirada risueña de aquellos ojos de un azul cristalino, admirando los deliciosos hoyuelos de sus mejillas. La lluvia goteaba por su sombrero y su impermeable. Por un instante ansió que la abrazara, que la estrechara en sus brazos. Y casi creyó que iba a hacerlo…
Hasta que Mitch dijo de pronto:
—Nos estamos mojando. Sube al coche patrulla y cuéntamelo todo.
Charity se puso la capucha e hizo lo que le decía. Siempre le ocurría lo mismo. Cuando se encontraba a menos de dos palmos de aquel hombre, saltaban chispas. Soltó un profundo suspiro.
Mitch se sentó al volante y encendió la calefacción.
—Vamos a ver. ¿Alguien te revisó el correo?
—Alguien me tiró al suelo y luego se dedicó a revisar la correspondencia que se me había caído, como si estuviera buscando algo —a ella misma le costaba creérselo mientras se lo relataba. Y a él también, a juzgar por su expresión—. Sarah lo vio. ¡Cuándo la vio salir de la oficina, el tipo salió corriendo!
—¿Con tu correspondencia?
—No. La dejó caer al suelo.
—¿Estás segura de que te la revisó? A lo mejor simplemente tropezó contigo, se agachó para recogerla y entre Sarah y tú lo asustasteis. No gritaste, ¿verdad?
La conocía demasiado bien.
—Yo no, pero ya conoces a Sarah. Ella se puso a chillar, por supuesto. Ese tipo me estuvo revisando descaradamente el correo, buscando algo —las dudas de Mitch estaban empezando a irritarla—. Y eso no es todo. Estoy segura de que huyó en una camioneta negra… la misma camioneta que me ha estado siguiendo.
—¿Una camioneta negra te ha estado siguiendo? ¿Desde cuándo?
—La vi la primera vez anoche, justo antes de acostarme. Esta mañana me siguió hasta la cafetería de Betty. Y mientras estuve allí, pasó al lado un par de veces, lentamente. Y pude sentir al conductor mirándome…
—¿Viste al conductor?
—Bueno, no. La camioneta tenía los cristales tintados. Pero estoy segura de que me estaba vigilando.
—Charity —pronunció con tono paciente—, hay muchos forasteros en el pueblo por culpa de ese asunto del Bigfoot. Mucha gente que recorre nuestras calles echando un vistazo, curioseando…
No lo estaba convenciendo. Peor aún: la estaba haciendo dudar a ella…
—Esa camioneta me estuvo siguiendo, seguro.
—Charity, ¿cómo puedes estar tan segura si ni siquiera le viste la cara al conductor? Pudo haber estado buscando a alguien en la cafetería. A otra persona.
—Ya. ¿Y también estuvo buscando a esa otra persona anoche, delante de mi casa? ¿Por qué te cuesta tanto creerme? —le preguntó, irritada—. El conductor de aquella camioneta me estuvo siguiendo y luego me agredió en la puerta de la oficina de correos.
Mitch soltó un suspiro.
—Antes dijiste que creías que el tipo que te derribó se marchó en una camioneta negra.
—Es verdad que no lo vi subir a la camioneta. Pero vi una camioneta negra alejarse calle abajo instantes después.
Mitch arqueó una ceja y Charity se preguntó si alguien lo habría puesto al tanto de su anterior encuentro con la camioneta negra equivocada. Liam no se lo habría dicho. Pero Emily tal vez sí.
—Muy bien. Pues no me creas. Pero estoy convencida de que el conductor es la misma persona que me dejó el regalo en la puerta de casa.
—Pensé que estabas convencida de que te lo dejé yo.
—Bueno, evidentemente tú no fuiste. Así que ahora creo que fue el tipo de la camioneta negra.
—¿Dices que viste esa misma camioneta anoche? Pues no te molestaste en mencionármelo cuando hablamos esta mañana. Quizá alguien dejó el regalo en la puerta de tu casa por error.
—Aja. Sencillamente te resulta inimaginable que yo pueda tener un admirador secreto, ¿verdad?
—No es eso…
Charity abrió la puerta.
—Pensaba que quizá querrías localizar a ese tipo antes de que hiciera algo más que llenarme de barro e intentar robarme la correspondencia pero como no me crees…
—Espera —le pidió Mitch—. Dame una descripción de la persona que te derribó.
—Era grande, o al menos lo era el impermeable que llevaba. Se colocó de espaldas a mí y llevaba puesta la capucha, así que no pude verle la cara.
—¿Era un hombre? ¿O se trataba de un jovenzuelo?
—Era un hombre. Un hombre grande. O tal vez una mujer realmente grande.
Mitch soltó un gruñido.
—¿Llevabas cheques u órdenes de pago en la correspondencia?
—No lo sé. Apenas le eché un vistazo. No vi nada interesante. Creía que eran todo facturas.
Mitch asintió, preguntándose evidentemente por qué alguien habría de querer robarle unas facturas. Era una buena pregunta.
—De modo que te revisó la correspondencia.
—Y la tiró al suelo cuando vio salir a Sarah —Charity sabía lo que estaba pensando. Que aquella persona no había querido derribarla a propósito. Que había sido un simple accidente.
Pero eso no explicaba lo de la camioneta negra que la había estado siguiendo.
—Olvídalo —bajó del coche patrulla—. Ya localizaré yo sola esa camioneta —cerró dando un portazo y se dirigió hacia su vehículo.
—¡Charity!
Charity oyó que abría la puerta, pero no se volvió. Una vez sentada al volante, le tembló la mano cuando quiso encender el motor. Aquel hombre era imposible. Peor aún: temía haberlo hecho otra vez. Temía haber actuado irracionalmente confirmando las sospechas de Mitch de que era una botarate, como el resto de su familia.
¿Era posible que aquella camioneta no la hubiera estado siguiendo? ¿Que el hombre de la oficina postal la hubiera derribado por accidente y que solamente estuviera recogiéndole las cartas cuando Sarah y ella lo asustaron? ¿Era posible que ella, Charity Jenkins, se lo hubiera imaginado todo?
—Charity —Mitch estaba frente a su ventanilla, con el sombrero chorreando agua, mirándola con expresión triste, contrita—. Baja el cristal, por favor —gritó para hacerse oír por encima de la lluvia.
Finalmente encontró la llave del encendido y la hizo girar. Encendió el motor. Quería meter la marcha atrás y salir a toda velocidad de allí, pero finalmente bajó el cristal de la ventanilla.
—Lo siento —Mitch desvió la mirada hacia la caja blanca—. ¿Eso es el regalo?
—Sí.
—Déjame verlo.
Charity le tendió la caja con la piedra y él se la guardó en un bolsillo del impermeable.
—¿Tocaste la piedra? —nada más mirarla, comprendió que lo había hecho—. Podía haber otras huellas, ¿sabes? —gruñó.
La lluvia estaba entrando por la ventanilla, pero ella no parecía notarlo.
—Sí, quizá —la conmovía que, al menos, se comportara como si la estuviera tomando en serio.
—¿Se te ocurre algún motivo por el que alguien te pueda estar siguiendo? ¿O interesarse por tu correspondencia? ¿O haberte hecho este regalo?
—No.
—¿Cómo era esa camioneta negra?
—Un modelo antiguo, con los cristales tintados. No vi la matrícula. Estaba manchada de barro.
Charity podía percibir la química que surgía entre ellos cada vez que estaban juntos. Y sabía que él también. Pero la química no era el problema. Era la palabra de la M mayúscula: matrimonio. Debía tener eso bien presente, por muy intensa que fuera la atracción.
—Si la vuelves a ver, intenta fijarte en el número de matrícula. Y en el conductor. Pero no corras riesgos. Llámame de inmediato.
Charity asintió con la cabeza. De pronto recordó que había visto a Wade Dennison salir de la oficina de Mitch aquella misma mañana. Wade, según sus fuentes de información, parecía bastante alterado, y Mitch acababa de salir de la planta.
—Algo raro está pasando con Wade Dennison, ¿verdad? —le preguntó, y al momento vio que su expresión cambiaba ligeramente. «Maravilloso», exclamó para sus adentros. Su olfato de periodista acababa de oler una historia—. Soy toda oídos.
—¿Cómo sabes que estaba aquí? —le preguntó, frunciendo el ceño.
—No puedo revelar mis fuentes. Imagínate que te he seguido.
—Hablando de seguimientos… —sacudió la cabeza como renunciando a echarle un sermón, pero sonrió levemente—. Llámame si vuelves a ver esa camioneta, ¿de acuerdo? —y, después de apretarle cariñosamente un hombro, se volvió al coche patrulla.
Charity condujo de vuelta al pueblo, reconfortada por aquella simple caricia. Su contacto siempre obraba aquel efecto. Era todavía más cálido que la calefacción de su Volkswagen.
La noche anterior había entrevistado a Frank, el repartidor del pan, pero aún no había redactado su reportaje sobre el Bigfoot. Antes, tenía que cambiarse de ropa. Ya tendría tiempo para pensar en lo que había estado haciendo Mitch en Dennison Ducks.
Mientras tanto, se mantendría alerta a la espera de que la camioneta negra apareciera de nuevo. Siempre existía la posibilidad de que no fuera una fantasía suya…
Mitch la observó marcharse, pensando en lo que le había dicho acerca del tipo que la derribó en la puerta de la oficina de correos. Tenía que haberse tratado de un accidente.
Pero cuando miró aquella piedra roja en forma de corazón, no pudo evitar un mal presentimiento. ¿Se hallaría metida Charity en problemas? Encendió el motor y la siguió a prudente distancia, hasta el pueblo. Se dirigió directamente a su casa. Dado que él vivía al lado, aparcó en el sendero de entrada y esperó hasta que la vio entrar sana y salva en su hogar. Pero ni siquiera así se quedó tranquilo, y decidió dar una vuelta por los alrededores en busca de la camioneta negra.
Quince minutos después la vio salir con unos vaqueros limpios y subir de nuevo a su coche para dirigirse a la oficina del periódico. Si Charity descubrió su presencia, no dio señal alguna de ello.
Mitch pensó que estaría perfectamente segura en la oficina. Necesitaba seguir investigando sobre Nina Monroe.
De vuelta en su despacho, revisó el número de seguridad social que aparecía en la solicitud de empleo que Nina rellenó para Dennison Ducks. Era tan falso como el número que antes le había dado Wade.
Luego se dedicó a revisar sus referencias. El encargado de la tienda de artesanías donde supuestamente había trabajado jamás había oído hablar de ella. Ni tampoco el dueño del restaurante The Cove, en North Bend. Colgó el teléfono, deseando haber tenido en sus manos una fotografía. Obviamente, toda la información de aquella solicitud había sido un fraude. ¿Quién era realmente aquella mujer?
Finalmente recogió su impermeable y se dirigió hacia la puerta. Sólo había una persona que podía ayudarlo.
La secretaria de Wade Dennison vivía en una antigua y amplia casa de estilo Victoriano al final de Main Street. Los antepasados de Ethel Withing se remontaban al período anterior a la fundación del pueblo, cuando Timber Falls no era más que un campamento de leñadores. Su padre había sido uno de los fundadores. Solamente había traído un retoño al mundo, una hija, Ethel. Su única heredera.
Ethel seguía viviendo en la casa donde nació. De hecho, jamás la había abandonado. Nada más terminar los estudios en el instituto, comenzó a trabajar y se dedicó a cuidar a sus padres, ya mayores, hasta que murieron.
Contaba setenta y pocos años. No necesitaba trabajar… al menos por dinero. Probablemente era la mujer más rica del pueblo. Se rumoreaba que había ayudado a Wade Dennison a fundar la factoría de reclamos años atrás. Otros aseguraban que había sido su esposa, Daisy, quien se había hecho cargo de todo. La fábrica de reclamos fue creciendo con el tiempo, a la vez que el propio pueblo, mientras Dennison Ducks se convertía en una marca famosa en la región.
Mitch bajó del coche patrulla y corrió bajo la lluvia hacia la puerta principal. Pulsó el timbre y esperó. Si Ethel se encontraba realmente enferma…
La anciana abrió la puerta inmediatamente, casi como si lo hubiera estado esperando.
—Hola, Mitchell —aparte de su madre, era la única persona que lo llamaba así—. Pasa.
Entró en el vestíbulo. Olía a muebles barnizados y a café recién hecho. Cuando Ethel lo hizo pasar al salón, reconoció un aroma a lilas. Ella llevaba un vestido de algodón azul, zapatos cómodos y una chaqueta blanca con un adorno de diminutas flores blancas y azules. Se recogía el pelo gris en un moño perfecto que enmarcaba su rostro en forma de corazón. Resultaba obvio que de joven había sido una auténtica belleza.
—¿Te apetece una taza de café?
—Gracias, si no es mucha molestia.
—Acabo de preparar una cafetera. Por favor, ponte cómodo.
Lo sorprendió que viviera sola. Nunca se había casado, ni contratado a ningún asistente. Era demasiado independiente y autosuficiente para eso.
—Lo tomas solo, si mal no recuerdo —le dijo, dejando la bandeja sobre la mesa. Le sirvió el café en una fina taza de porcelana.
—Tiene buena memoria —bebió un sorbo—. Me había olvidado de lo bien que sabía el café colado.
—¿Has venido a elogiar mi café?
—No, estoy aquí por la misma razón por la que acaba usted de preparar una cafetera. Sabía que vendría a preguntarle por Nina Monroe.
La mujer asintió con la cabeza.
—Tengo entendido que ha desaparecido.
—Efectivamente. Hábleme de ella.
Ethel arqueó una ceja.
—Llevaba menos de un mes en la fábrica.
—Y, sin embargo, al parecer dio bastantes problemas durante tan poco tiempo.
—Estás bien informado.
—¿Hay algo de verdad en ello?
—¿En qué exactamente?
Mitch pensó que la edad no era ninguna barrera cuando se trataba de arrancar respuestas directas a las mujeres.
—En que Nina Monroe estuvo a punto de ser la ruina de Wade Dennison.
—Me estás preguntando si mantenía algún tipo de… influencia sobre Wade, ¿verdad? —una expresión sombría asomó a sus ojos azules mientras asentía con la cabeza—. Pues sí. Yo me di cuenta de lo que pretendía, e intenté advertírselo.
Suspirando, se llevó la taza a los labios. Mitch advirtió que le temblaban las manos.
—¿Wade no se tomó bien esa advertencia?
—Ayer mismo me recordó que yo sólo era su secretaria.
Mitch estaba asombrado. Si era cierto el rumor de que ella había ayudado a Wade a fundar el negocio, aquello debió de haberla enfurecido mucho. Y dolido.
—Me sorprende que le dijera algo así.
—A mí también —hizo una pausa—. Estoy muy preocupada por él.
—¿Por Nina no?
—Nina, según parece, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma.
—No le cae a usted bien.
La única respuesta de Ethel fue una sonrisa tensa.
—Creía que nunca se perdía un solo día de trabajo.
—Y yo creía que siempre decías lo que estás pensando, Mitchell.
—Usted no está de baja por enfermedad.
—No. Renuncié ayer.
Mitch se quedó estupefacto.
—¿Después de que le hiciera esa advertencia a Wade sobre Nina? —«y antes de su desaparición», añadió para sus adentros.
Ethel asintió.
—Debí haberme jubilado hace mucho tiempo. Wade me ha ayudado a darme cuenta de que ya iba siendo hora.
—¿Fue la actitud de Wade hacia Nina la única razón?
Dejó la taza sobre la mesa y entrelazó las manos en el regazo.
—Como te dije, era lo que tenía que haber hecho.
—Ethel, necesito preguntarle algo y no sé muy bien cómo. Durante muchos años usted estuvo muy próxima a los Dennison…
—Conozco a Wade de toda la vida.
—Probablemente recordará el nacimiento de Desiree —al ver que asentía, continuó—: Wade mandó hacer una cubertería especial para ella. Y otro juego cuando nació Ángela, dos años más tarde. Eran cubiertos que llevaban una cabeza de pato en relieve… ¿se acuerda?
—Una cuchara y un tenedor con el nombre de cada niña grabada en el mango. Wade se los encargó a la joyería de Hart, en Eugene —recordó Ethel.
—Probablemente Daisy todavía los conserve.
—No. Wade se deshizo de todas las pertenencias de Ángela. No podía soportar que se la recordaran constantemente.
—¿Cuándo fue eso? —preguntó Mitch.
—Pocas semanas después de la desaparición del bebé. Para entonces ya había convencido a Daisy de que jamás volverían a verla. Y cada vez que Daisy veía algo que había pertenecido a la niña, le entraba una ataque de nervios.
La compasión de Wade por su esposa sorprendió a Mitch. Sobre todo si los rumores eran ciertos y el bebé ni siquiera había sido suyo. Fuera como fuere, Daisy había vivido como una reclusa, refugiada en la enorme mansión, durante los últimos veintisiete años. Desde la desaparición de Ángela.
—¿Wade no conservó siquiera una sola cucharilla de Ángela?
—Por lo que yo sé, no. Tiró todo lo que había pertenecido al bebé y se encerró en sí mismo. Recuerdo perfectamente aquel día. Nunca había visto a Wade tan… destrozado —un brillo de lágrimas asomó a sus ojos, al tiempo que se ruborizaba.
Mitch se quedó mirándola fijamente, preguntándose cómo no se había dado cuenta antes… ¡Ethel estaba enamorada de Wade! Era unos cinco años mayor que él, una diferencia de edad irrelevante cuando una persona estaba enamorada. ¿Lo sabría Mitch? Según Sissy, los hombres podían ser tan obtusos como tocones de árbol en lo que se refería a ese tipo de cosas…
—¿No cree que Daisy pudo esconder o guardarse algo que hubiera pertenecido a Ángela? ¿O quizá el propio Wade, en el último momento?
Ethel negó con la cabeza.
—No. ¿Por qué me preguntas eso ahora, después de tanto tiempo?
—Porque he encontrado lo que parece, a todas luces, una cucharilla de Ángela. Estaba en el bungalow de Nina, escondido detrás del último cajón de la cómoda.
Ethel contuvo el aliento. De repente su mirada se tornó fría, dura.
—Hacía años que no oía el nombre de Ángela. Y ahora aparece esto…
—¿Es posible que Nina fuera Ángela?
Si había esperado sorprenderla con aquella pregunta, se equivocó completamente, porque Ethel ni siquiera pestañeó.
—Es posible que Wade lo creyera. O que anhelara que fuese verdad.
—¿Usted no cree que ella es Ángela?
Ethel sonrió.
—Realmente no importa lo que yo crea o deje de creer, ¿verdad, Mitchell?
—A mí sí me importa.
La anciana se irguió y aspiró profundamente.
—Si Nina Monroe es realmente el bebé que fue robado de su cuna en la casa de los Dennison hace veintisiete años… entonces es mejor que nunca lo sepamos.
—No entiendo.
—Nina Monroe es una mujer… malvada. Quizá nació así. O quizá la vida la hizo de esa manera. En cualquier caso, si es realmente Ángela Dennison, entonces este es un día aciago para la familia Dennison.
—¿A qué se refiere con que es una mujer malvada?
—La creo capaz de hacer cualquier cosa con tal de conseguir sus propósitos. Sin que le importe hacer daño a los demás. Es una mujer peligrosa que no se detendrá hasta que se destruya a sí misma y a cualquiera que se cruce en su camino.
Un escalofrío le recorrió la espalda al escuchar esas palabras.
—¿Qué es lo que quiere? —preguntó Mitch.
—Dinero, poder. Todo lo que le ha sido negado.
—¿Quiere ser… Ángela Dennison?
Ethel arqueó una ceja.
—Es lo que piensa que se merece.
A Mitch no le gustaba nada lo que estaba oyendo. Si Ethel estaba en lo cierto y Nina quería ser Ángela Dennison, o quizá si lo era realmente… ¿quién en el pueblo habría intentado pararle los pies?
La propia Ethel era una candidata. Sobresaltado, se dio cuenta de que aquella mujer habría sido capaz de cualquier cosa con tal de proteger a Wade.
—¿Sabe? Estuve echando un vistazo al informe policial sobre la desaparición de Ángela Dennison. Wade era uno de los sospechosos. Al parecer, llegó a correr el rumor de que Ángela no era hija suya, y que él lo sabía…
Ethel se levantó bruscamente.
—Puede que Wade Dennison sea un estúpido, eso creo que ha quedado demostrado. Pero él jamás habría hecho ningún daño a ese bebé. Ni siquiera aunque no hubiera sido suyo.
—¿Lo era?
—Supongo que eso tendrás que preguntárselo a su esposa —con la mirada le dejó una cosa bastante clara: que no le profesaba ninguna simpatía a Daisy.
—Gracias por el café. Estaba estupendo —comentó Mitch, levantándose—. Le agradecería que no…
—Jamás se me ocurriría mencionarle a nadie esta conversación —lo interrumpió Ethel.
—Perdone, es la costumbre. Pero si de repente se acuerda de alguien que pueda saber algo sobre Nina…
—Yo no descartaría que la propia Nina hubiera urdido su desaparición. O incluso que hubiera manipulado a Charity para salirse con la suya.
—¿A Charity?
—Sí. Ayer estuvo haciendo preguntas sobre ella en la fábrica.
Mitch se quedó atónito. ¿Charity había estado haciendo preguntas sobre Nina Monroe el mismo día de su desaparición?
—¿Qué tipo de preguntas?
Ethel negó con la cabeza.
—No habló conmigo. Creo que sabe que yo jamás hablaría con un periodista de un asunto relacionado con Dennison Ducks. Eso tendrás que preguntárselo a ella.
Mitch se volvió para marcharse, deseoso de ver cuanto antes a Charity para hacer precisamente eso mismo.
—Mitchell.
Sintió sus dedos apretándole suavemente el brazo.
—Hagas lo que hagas, no subestimes a Nina… o lo que pueda ser capaz de hacer —pronunció con voz vibrante por la emoción—. Ten cuidado. Mucho cuidado.
Mitch asintió, sorprendido por su tono de intensa preocupación.
—Ya sabes dónde encontrarme si lo… necesitas —le dijo, y le soltó el brazo, ruborizada.
Casi pareció avergonzarse de haberle hecho una advertencia semejante.