–Pronto tendrás la oportunidad de arreglar viejas deudas con
Carpenter, Thea. Pero primero esperaremos a que Faruq regrese con
vuestras cosas…
–¡Eh! – exclamaron Thea y Jake al unísono.
–Tenía la certeza de que os mostraríais anhelantes por partir
de inmediato, una vez supierais lo que os ofrezco. De modo que
envié a Faruq a por vuestras pertenencias para ahorrar tiempo
-continuó Nicholas, con disimulo.
Jake pareció creerlo y, a pesar de que Thea no, tampoco
estaba de humor para indagar más.
–Vale; si tú lo dices. ¿Y qué es lo
"segundo"?
–Lo segundo puede ser lo primero puesto que estamos
esperando. Quiero asegurarme de que entendéis la gravedad del
asunto. Quizá haga cosas que, a primera vista, no tengan mucho
sentido o que incluso parezcan una amenaza explícita. Especialmente
desde vuestra perspectiva actual, que sospecho será bastante
paranoica a estas alturas. Es comprensible. Estáis completamente
fuera de vuestro elemento aquí y trataréis con fuerzas cuyos
propósitos son un enigma para vosotros. Quiero estar seguro de que
os sentís enteramente cómodos con la situación antes de que nos
pongamos en marcha. Aunque apenas tenemos tiempo para ello. De modo
que os voy a pedir que confiéis en que no os vamos a traicionar
cuando las cosas se pongan peligrosas y, de la misma forma,
nosotros confiaremos en vosotros.
Thea movió la cabeza hacia un lado.
–¿Te das cuenta de que, por lo que acabas de decir, me haces
sentir aún más recelosa?
–¡Oh, vaya! – río entre dientes-. Mira, os digo esto ahora
porque no quiero tener que parar en la mitad de algo importante
para aseguraros que no pretendo aniquilaros.
–A propósito -intervino Jake, de pronto-, ¿existe un pájaro
nativo de Egipto con una larga y delgada cola, parecido a una
lagartija?
–¿Cómo? – Nicholas miró a Jake confundido-. Desde luego que
no.
–Ah. Entonces estará de migración. – Señaló hacia el cielo
azul brillante, protegiéndose los ojos con la mano libre-. Es eso o
algo realmente inusitado sobrevolando nuestras
cabezas.
Miraron hacia las alturas. Nicholas emitió un grito de
excitación y levantó el brazo en un ángulo recto con el puño hacia
arriba. Thea y Jake observaban estupefactos cuando una lagartija
delgada como un látigo, con lustrosas plumas en sus alas, bajó
volando veloz y se posó sobre el brazo de la
momia.
–¿Qué demonios es eso?
–Éste es Xian -respondió Nicholas, sonriéndole al pequeño
dragón que se le aferraba con energía a la muñeca y que enrollaba
su larguísima cola por el antebrazo-. Le pertenece a una amiga.
Hace tiempo que no te veía, chico. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Dónde
está Lu Wen?
Xian anduvo con pasos menudos a lo largo del brazo de
Nicholas, sus garras como agujas clavándosele en la piel. La momia
ignoró la molestia tanto como pudo. El dragón estaba agitado, lo
que implicaba que algo le había ocurrido a su creadora. A pesar de
lo inteligente que era la criatura, no podía hablar, de modo que
Nicholas la interrogó con sencillas preguntas de "sí" o
"no".
–¿Está Lu Wen bien? – La criatura se alteró aún más; Nicholas
entendió que aquella reacción implicaba que ella estaba en peligro,
pero Xian no sabía cuánto-. ¿Está en la pirámide
perdida?
El dragón asintió con determinación. La momia no necesitó
formularle más preguntas. El entendimiento lo golpeó de sopetón.
Comprobó el escarabajo brújula. No sabía con seguridad a qué
distancia se encontraba el Corazón, pero estaba claro que señalaba
casi directamente hacia el sur. Rumbo a Saqqara y a la pirámide de
Sanakht Nebka.
En la actualidad Saqqara no era más que uno de los muchos
lugares en los que las ruinas desenterradas se erigían como las
evidencias de la majestad del antiguo Egipto. Como Edfú, era
también una ubicación de gran poder espiritual, uno de los
territorios escogidos en el Oriente Próximo y Medio que albergaban
una fuente de fuerza sobrenatural. Quizá una docena de zonas en la
vastedad egipcia contaran con un poder similar. Estos lugares
habían cobrado cierta importancia después del despertar del
grandioso Osiris. Cuando otorgó a sus fieles los conocimientos
necesarios para ejecutar el Hechizo de la Vida, les dijo que era
necesario llevarlo a cabo en una de estas áreas de influencia. La
intensa energía era uno de los componentes claves para la
ceremonia; sin ella, el espíritu nunca quedaría vinculado al
cadáver elegido.
Nicholas había convencido a Carpenter de que el Corazón era
la llave para la resurrección, no esos lugares especiales. Así que,
¿cómo se había enterado Maxwell Carpenter de ello? Los sectarios,
por supuesto. El zombi debía haber utilizado la habilidad de
control mental para interrogarlos en Port Said. ¿Y luego voló los
petroleros para enterrar su rastro? No tenía forma de saberlo. Lo
importante era que Carpenter estaba allí ahora y que había llegado
el momento de que alguien le diera una merecida patada en el
culo.
Carpenter se percató de que la disonancia espiritual
aumentaba según avanzaban por un túnel excavado por debajo del
desierto. La barrera que separaba los reinos de los vivos y de los
muertos era muy delgada aquí. Pensó que podría tender la mano,
apartar la tela de la realidad y cruzar el umbral de las tierras de
penumbra. Percibió la vibración de la navaja que parecía invitarlo
a poner en práctica sus pensamientos. Pero estaba aquí para llevar
a cabo lo contrario. Venía en busca de la inmortalidad, de forma
que nunca más tuviera que enfrentarse con el terrorífico
Inframundo.
La sectaria caminaba penosamente por delante de él, medio
cargando sobre sí o medio arrastrando a la momia. El túnel
descendía en un ángulo estable unos sesenta metros más o menos. Las
luces dispuestas en él y separadas por distancias parejas, ofrecían
una iluminación adecuada. Finalmente giraron; el túnel se abrió
formando una larga antecámara. Dos tipos, uno con la toalla
enrollada en la cabeza y otro blanco, cepillaban la suciedad
acumulada en un mural en la pared. La consternación y la sorpresa
se adueñaron por igual de sus gestos cuando vieron entrar a
Carpenter con sus rehenes.
–Eh vosotros, pequeños hijos de puta -espetó, sonriendo de
oreja a oreja-, ¿os apetece practicar un poco de vuestro
abracadabra?
Se oyeron gritos y siguieron débiles esfuerzos de
resistencia. Otros dos sectarios entraron en la antecámara por una
puerta opuesta a la pared del mural. No obstante, el número de
personas no suponía una gran diferencia. Carpenter contaba con la
ventaja física que le brindaba su poder y con la psicológica de
haber sometido a su compañera momia. Con la dulzura asiática como
rehén, obligó a los cinco sectarios a retroceder hasta el umbral de
la puerta y entrar en lo que parecía ser algún tipo de cámara de
enterramiento.
Comprendió que se encontraba en el interior de la llamada
pirámide de Sanakht Nebka, enterrado bajo una cantidad ingente de
arena. Aquella parecía ser la cámara principal del lugar. Era
bastante espaciosa, de unos nueve metros de largo por cinco de
ancho, con el techo a unos cuatro metros de altura. Tenía una serie
de pequeños nichos intercalados en ambos laterales, decorados seis
de ellos con una estatua. Un sarcófago de alabastro dominaba en el
centro de la cámara. A la habitación se podía acceder por dos
entradas; la puerta por la que acababan de entrar y un hueco
central que conducía directamente hacia el exterior. Por la
apariencia del hueco daba la sensación de que la pirámide no estaba
enterrada por completo. Por un rectángulo, a unos noventa metros
por encima de su cabeza, pudo ver el brillante azul del
cielo.
Viendo algunas cajas de herramientas en un lateral, Carpenter
se rió. Agarró un rollo de cinta adhesiva y ordenó a un par de
sectarios que ataran a la momia con ella. De sus lloriqueos pudo
averiguar que su nombre era Lu Wen Ku… algo. Incluso siendo tan
fuerte como él, tendría problemas para liberarse de la cinta
adhesiva si tenía los brazos fuertemente atados contra el pecho y
las piernas. Y con una tira de cinta a modo de mordaza, se
aseguraría de que no empezara a estorbar el proceso con sus gritos
y mandatos.
Quizá la momia pudiera ayudar en la ceremonia, pero Carpenter
no quería arriesgarse. Estos inmortales tenían mucho poder; sería
más fácil manipular a los simples humanos si ella quedaba
completamente fuera de juego. Había considerado matar a Lu Wen,
pero podría volver a la vida en algún punto crítico y fastidiarlo
todo. Además, quizá necesitara averiguar algún detalle que los
sectarios no supieran y lo tendría muy difícil si ella estaba
muerta.
Estaba volviendo en sí cuando la arrastró a una esquina junto
a la entrada de la cámara de enterramientos. Sonrió y la palmeó en
la cabeza, luego avanzó hasta quedarse detrás del sarcófago, junto
a la salida. Los sectarios estaban apiñados en el extremo opuesto
de la cámara. Sherin había estado hablando con ellos en árabe
mientras ataban a la momia. Al parecer les había informado de lo
perverso que era Carpenter porque estaban visiblemente acobardados.
Aparte de observarlo con atención a él y a Lu Wen, todo lo que
hacían era quedarse allí de pie, quietos, y
temblar.
–¿Cuántos de vosotros habláis inglés? – preguntó Carpenter.
Sherin, claro; sólo el tipo blanco levantó la mano. Por las miradas
de incomprensión con las que los demás lo miraron, el zombi se
sintió seguro de que no le estaban mintiendo. A la mujer y al
hombre blanco les dijo:- Cooperad y os dejaré salir andando de
aquí. ¿Lo habéis entendido?
Estaba diciendo la verdad; nada le importaban aquellas
personas siempre y cuando le dieran lo que quería. Daba igual, por
sus miradas comprendio que no se creían ni una sola de sus
palabras. No había problema; si no podía convencerlos para que
hablaran, los coaccionaría. Por lo menos, al principio, había
intentado hacerlo por las buenas. Metió la mano en el bolsillo y
arrojó un objeto sobre el centro del sarcófago.
–¿Sabéis lo que es eso? – inquirió, retirando a un lado la
tela que lo cubría. Expuesto a las luces halógenas que colgaban en
la cámara de enterramientos, el Corazón de Osiris era un objeto con
una forma parecida a la de una pera y con un matiz rojo tan intenso
que parecía casi negro. Lo miró y vio que su apariencia era
diferente a la vez anterior. Carpenter se sobrepuso a un
estremecimiento y palmeó la tapa del sarcófago cerca del Corazón-.
¿Lo veis? ¿Eh? Miradlo bien.
Todos contuvieron el aliento. Sí, era muy probable que Sherin
los hubiera informado ya. El zombi lanzó una mirada hacia la momia.
Lo miraba alternativamente a él y a la reliquia; su rostro una
mezcolanza de emociones.
El hombre blanco se adelantó, maldiciendo a Carpenter y
tratando de coger el Corazón. El zombi lo golpeó con el revés de la
mano, lanzándolo por el aire hasta que chocó contra uno de los
nichos de la pared y fracturándole la mandíbula.
–No me jodas -espetó-. Es hora de ponernos manos a la obra.
De forma que, ¿vais a decirme cómo puede esta cosa hacerme
inmortal?
Sherin pareció haberse olvidado súbitamente de que sabía
hablar inglés. Claro; ahora que estaba de vuelta entre sus amigos,
había reencontrado el pilar que la hacía fuerte. Empezó donde se
había quedado el tipo blanco, maldiciéndolo en árabe y contagiando
su irritación a los demás.
Carpenter golpeó con la palma de la mano el sarcófago, que
emitió un golpe seco, y los acalló a todos. Señalando con un dedo a
la mujer, el zombi concentró su voluntad y exigió:
–¿Puedes decirme cómo se lleva a cabo la ceremonia que hace a
la gente inmortal?
Ella gorgoteó y finalmente escupió una afirmación. Una luz
verde llameó en los ojos del no muerto.
–Muy bien. ¿Cuál es el primer paso?
Thea no estaba contenta con la manera en la que evolucionaba
la situación. Sforza les tomaba el pelo con la posibilidad de
rastrear a Carpenter pero se negaba a informarles de cualquier
detalle significativo sobre lo que era él o qué estaba ocurriendo
realmente. Y ahora iban a ir en pos de un zombi hijo de la
grandísima puta, pero Nicholas no estaba dispuesto a
proporcionarles armas. No estaba especializada en ellas y, sin
embargo, se sentía desnuda yendo de caza sin contar al menos con
una pistola. Jake y ella no habían traído consigo sus armas desde
los Estados Unidos. Pensó que Rafiq podría conseguirles alguna,
pero no parecía probable que fueran a encontrarse con él hasta que
todo hubiera pasado. Suponiendo que salgamos
vivos de esto.
–Pensé que estábamos del mismo lado -dijo, probando suerte
una última vez-. ¿Acaso no tienes una simple 38 Especial guardada
en algún cajón? ¿Es que se supone que vamos a tener que depender de
nuestra astucia y las rápidas patadas a la cabeza?
–Estoy de acuerdo en que tenemos un interés común, pero aún
no estoy seguro de que estemos del mismo lado. – Trasladó la
extraña lagartija voladora a su hombro y le murmuró algo a Ibrahim,
que regresó a toda prisa al interior del mausoleo.
–Thea, a mí no me importa no tener un arma -admitió
Jake.
Lo fulminó con la mirada. No estás siendo
de mucha ayuda.
–Perfecto. Teniendo su comentario en cuenta, ¿qué era lo que
estabas diciéndome acerca de la confianza? Esto nos ayudaría mucho
a calmar nuestras sospechas sobre vosotros,
chicos.
Su sexto sentido confirmaba que podía confiar en que lo que
Nicholas Sforza les había contado era verdad. Los hilos de la
probabilidad parecían favorables en lo referente a él. A pesar de
ello, eso no significaba que fuera a obedecerle a pies
juntillas.
Nicholas lo reflexionó y asintió.
–Ése es un buen punto. Entiendo lo que yo estaría pensando si
estuviera en vuestra situación. Muy bien, venid.
Los condujo al interior de la tumba y pasaron junto a un
sarcófago muy ornado. Un estrecho panel, situado en una de las
paredes, se abrió para dar paso a la escalera por la que habían
descendido con los ojos vendados poco antes. Thea había tenido la
sospecha de que cruzaron por algunas cámaras subterráneas, pero
quedó estupefacta por lo que vio. La cámara en la que entraron era
enorme; había luces eléctricas dispuestas en los soportes para las
antorchas que iluminaban con claridad los murales de colores vivos
pintados sobre las paredes al estilo del antiguo Egipto. Un
sinnúmero de umbrales daban paso a otras estancias. Estaba claro
que ésta era sólo una pequeña parte del extenso
complejo.
Nicholas los guió por un túnel que desembocaba en una
habitación más pequeña que parecía ser un almacén. Los dejó
esperando en el pasillo, de modo que Thea sólo pudo entrever las
pilas de cajas sin etiquetar y armarios entreabiertos de los que
colgaban diversas prendas. La momia regresó junto a ellos llevando
consigo una escopeta y una pistola automática.
–Esto es todo lo que tenemos, además, claro, del rifle que
utiliza Ibrahim.
–Genial, gracias. – Thea cogió la pistola, una Glock 9mm-.
¿Tienes más cargadores?
–Sólo uno. – Extrajo un cargador del bolsillo y tendió la
escopeta hacia Jake.
–Es un poco pesada -comentó Jake, mirando la Spas-12 con
recelo.
Thea le palmeó en el hombro.
–Las chicas se pirran por los tíos con grandes armas. Ahora
en serio, Jake, ¿prefieres no poder contar con ella en caso de
necesidad?
Jake aceptó el arma con un sonoro suspiro, aunque la sostuvo
con cuidado y con los dedos bien alejados del
gatillo.
–¿Amenti? – La voz de Ibrahim resonó en las profundidades del
túnel-. ¡Faruq está de regreso!
–Bien. Si ya estamos satisfechos en esta cuestión, ¿no os
parece que va siendo hora de que nos pongamos en
marcha?
–Tú primero -respondió Thea, comprobando que había activado
el seguro del arma antes de guardarla en un bolsillo lateral de sus
pantalones cargo.
–Déjame que te pregunte algo -comenzó Nicholas mientras se
apresuraban por el pasadizo-, ¿cómo te viste metida en todo
esto?
–¿Te refieres a Carpenter, los monstruos y las enigmáticas
reliquias?
–Sí.
–Añádelo a tu lista de casos crónicos sin resolver. – Le
dedicó una sonrisa traviesa-. Tú nunca respondiste a mi pregunta,
¿recuerdas?
–¿Y cuál era esa pregunta?
–¿Qué eres? Tus… empleados o lo que sean, te llamaron
"Amenti". Nosotros, bueno, creemos que significa
"momia".
Nicholas rió.
–¿Sí? Eso es gracioso. ¿Y qué creéis que es una
momia?
–Ahí está la clave, ¿no te parece?
–No soy ni vagamente parecido a Carpenter, si eso es lo que
te preocupa. Soy una persona viva y que respira.
Thea había advertido que Nicholas Sforza respiraba, se movía
y reaccionaba de manera semejante a la de cualquier otro ser
humano. Por el contrario, a pesar de que Carpenter pudiera parecer
un ser vivo a simple vista, una mirada más atenta sería capaz de
descubrir que había algo que no encajaba, algo
que no estaba en su lugar. De forma que el argumento de
Nicholas no era nada nuevo.
Percibió un destello picaro en sus ojos. Por lo visto, si
ella jugaba a ser tímida, él lo pretendería también. A mi no me importa, chico duro. Averiguaré lo que quiero
saber antes o después.
Carpenter percibió la presencia del primer zombi justo cuando
comenzó a sonsacarle los detalles de la ceremonia de resurrección a
la mujer sectaria. Se giró para mirar el umbral de entrada y vio a
un horror animado, sus dedos huesudos arañando las paredes pétreas
mientras arrastraba los pies hacia el interior del recinto. Cuando
lo miró, el cadáver pareció entusiasmarse y emitió leves gruñidos
de su garganta casi podrida.
Carpenter sintió náuseas en su estómago atrofiado incluso a
pesar de que una sonrisa se le dibujó en los labios. La criatura se
detuvo a unos pocos metros y realizó un esfuerzo patoso tratando de
juntar los talones, a la vez que extendía rigurosamente un brazo
frente a él. Mirándolo más de cerca, Maxwell vio que el zombi
vestía los harapos restantes de lo que había sido un uniforme de
militar alemán. ¿Un jodido zombi nazi? ¿Qué
cojones hace un alemán muerto en Egipto? Él ya había muerto
cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y se encontró con algunos
espíritus sin descanso en el Inframundo que habían muerto durante
la batalla. Le llevó unos cuantos segundos, pero finalmente recordó
que hubo un frente en el norte de África. Carpenter no estaba
seguro de si quería que un nazi lo ayudara en esto, vivo o muerto.
Aún así, no tenía mucho donde elegir.
El zombi estaba en muy buenas condiciones teniendo en cuenta
el tiempo que llevaba muerto. Pese a no estar tan entero como él,
el soldado estaba descarnado y no completamente putrefacto.
Carpenter se había topado con unos cuantos zombis que estaban muy
cerca de ser tan conscientes y de estar tan físicamente enteros
como lo estaba él. La mayoría no era otra cosa que cáscaras en
avanzado estado de descomposición, todos secos hasta los tendones y
con la carne restante putrefacta. El soldado estaba en un punto
medio; era evidente que su cuerpo estaba hecho un asco, pero aún no
había quedado reducido a un autómata. Recordó que los zombis que se
habían visto atraídos hacia él en el pasado estaban en unos estados
lamentables.
¿Tenía que ver acaso con la superioridad de su condición?
¿Percibían su poder? ¿Buscaban que les mostrara la forma para estar
tan enteros?
–¿Es eso, Fritz? – preguntó-. ¿Tienes la esperanza de que te
enseñe cómo llegue a estar así? No es mucho mejor de como estás tú,
créeme. ¿Por qué si no iba a estar en este maldito
país?
El soldado muerto se esforzó por mover la mandíbula y gruñó
confuso.
–Buen punto -respondió Carpenter. No
trates de mantener discusiones filosóficas con los cadáveres,
se reprendió. Hay demasiado moho en sus
cabezas-. Muy bien, Fritz. ¿Por qué no esperas junto a la
entrada del túnel y vigilas? Asegúrate de que nadie nos interrumpa.
Ah, y apaga todas las luces del túnel cuando te
marches.
El zombi se marchó arrastrando los pies después de realizar
otro saludo. Carpenter acababa de volver al arduo proceso de
extraer información a Sherin sin lesionarle el cerebro cuando
aparecieron otros dos cadáveres. Cada uno de ellos estaba tan
putrefacto que era imposible determinar qué habían sido en vida. No
importaba; su presencia implicaba mayor fuerza y ayudarían a los
sectarios en el proceso cuando él estuviera ocupado en otras
tareas. Una vez los dispuso en las posiciones deseadas, uno de
ellos junto a Lu Wen y el otro en línea con los sectarios, se
percató de que no era necesario que pronunciara en voz alta sus
órdenes; bastaba con pensar y concentrarse un poco. Tenía que
pensar algo más para captar la atención de los cadáveres, pero no
le resultaba complicado en exceso. De su experiencia personal sabía
que los fantasmas no tenían problemas para entenderse los unos con
los otros. El idioma de la muerte era universal. De alguna forma
debía estar en sintonía con ese idioma y, por ello, podía
comunicarse con sus homólogos muertos andantes.
Con todo, no tenía la menor idea de por qué los zombis se
veían atraídos hacia él. Tampoco sabía si el convocarlos
mentalmente era eficaz. En cualquier caso estaba bastante
satisfecho con los resultados. No había forma de saber cuántos
cadáveres andantes acudirían a él si se quedaba allí el tiempo
suficiente. De momento, tres eran suficientes.
Nicholas aferró la manija de la puerta mientras Ibrahim
conducía el Audi con una temeridad impropia incluso para los
conductores cairinos. Faruq se había quedado para contactar con
cualquier otro grupo disponible. En caso de que Nicholas fallara y
no pudiera recuperar el Corazón, otras fuerzas convergerían en
Saqqara al anochecer. Los Amenti recuperarían la reliquia de una
forma u otra.
Thea y Jake compartían el asiento de atrás con una neverita
repleta de agua embotellada que los azotaba cada vez que se
deslizaba de un lado a otro por causa de los súbitos giros que daba
el coche. Estudiando la posición del escarabajo brújula, Nicholas
determinó que el Corazón no se había movido durante algún tiempo.
Lo más probable es que Carpenter continuara en Saqqara para cuando
ellos hubieran llegado allí. Las ruinas estaban sólo a unos
veintiocho kilómetros al sur de la ciudad y, por la velocidad a la
que conducía Ibrahim, llegarían a su destino en otros tantos
minutos… si el Audi no se estropeaba por el
camino.
A pesar de los esfuerzos del aire acondicionado, el coche era
una sauna. Nicholas estaba feliz por haberse pintado aquella mañana
símbolos con henna que lo protegían del calor agobiante. El
encantamiento era provisional, sus efectos sólo se prolongarían
durante una semana, pero sería suficiente para evitar que se
desmayara por causa de la incidencia de los rayos del sol o la
deshidratación. Nicholas miró de soslayo hacia Ibrahim, que
conducía con un alocado ensimismamiento. Los amuletos que llevaba,
los últimos que quedaban en la maleta de Nicholas y que él le había
regalado, desprendían pequeños destellos cuando la luz del sol se
reflejaba sobre ellos. Los encantamientos brindarían a Ibrahim
cierta protección contra el peligro y mejorarían sus reflejos.
Asimismo, Nicholas le había advertido que no desempeñara el papel
de héroe; pero tenía la sospecha de que sus palabras habían caído
en saco roto. Sólo podía esperar que los amuletos fueran
suficientes para mantener con vida a su amigo mortal en el
conflicto que estaba por acontecer.
Thea y Jake no contaban con protección sobrenatural. Nicholas
había considerado prestarles alguna, pero tenía un cupo limitado de
amuletos e Ibrahim y él eran prioritarios. Parecían familiarizados
con los riesgos implícitos en la aventura y él no podría malgastar
el tiempo asegurándose de que estuvieran bien. Lo fundamental era
recuperar el Corazón, todo lo demás sería una mera
distracción.
La conducción se relajó cuando hubieron emergido de la
caótica afluencia del tráfico de la ciudad. El Audi se desvió hacia
el sur por una carretera que los llevó más allá de las grandes
pirámides de Gizeh. Saqqara estaba sólo a unos minutos de
distancia.
–¿Qué es lo que hace tan especial a este lugar? – preguntó
Jake, una vez seguro de que no acabarían pereciendo en un terrible
accidente de tráfico.
–¿Saqqara? Allí fue donde se engendró el concepto de
pirámide. ¿Has oído hablar de la pirámide escalonada de Zoser? Fue
diseñada por el arquitecto Imhotep. Fue el precursor de esas
bellezas. – Nicholas señaló los amenazantes y hercúleos polígonos
que se alzaban a su derecha-. Los cimientos de Saqqara se asentaron
hace casi cinco mil años. ¿Sabéis? La civilización entonces no era
tan avanzada. Y este hombre, Imhotep, contaba con la visión y el
talento necesarios para crear cosas con las que sus contemporáneos
ni siquiera habían soñado.
–¿Y qué es la "pirámide perdida"? – inquirió Thea. Apoyó uno
de los brazos contra el reposa cabezas del asiento del conductor y
le dirigió a Nicholas una mirada de franca
curiosidad.
Cohibido por la cercanía de sus intensos ojos verdes,
Nicholas se giró para mirar las pirámides.
–Muy bien, hemos pasado de puntillas sobre el tema de lo
sobrenatural, pero es evidente que estamos hablando de poderes
arcanos. Existen diversos lugares de poderío espiritual por toda la
región y hacia el Oriente Medio. Saqqara es uno de ellos. Supongo
que es muy probable que esta fuerza, este poder, tuviera mucho que
ver con que los faraones de las primeras dinastías decidieran
construir sus tumbas aquí. Entre ellos estaba el faraón de la
Tercera Dinastía, Sanakht Nebka. Reinó después del breve mandato de
seis años de Sekhemkhet, sucesor de Zoser. Este último era, entre
otras cosas, mecenas de Imhotep. El arquitecto era el auténtico
modelo de hombre del Renacimiento; además de arquitecto era
escriba, físico, sacerdote y vidente. Tenía un intelecto sin igual.
En cualquier caso, diseñó la pirámide escalonada de Zoser y la
tumba de Sekhemkhet, pero quedó incompleta debido a la repentina
muerte del faraón. Aunque Imhotep era un anciano entonces, se
dedicó a preparar el complejo funerario para Nebka, modificando los
diseños que habían sido concebidos primeramente para Sekhemkhet.
Murió antes de haberlo terminado, de forma que sus discípulos sólo
pudieron completar la pirámide escalonada y el templo principal. Lo
normal es que el recinto contara además con otras estructuras de
apoyo. El resultado final de la tumba de Nebka era una versión más
grandiosa de la pirámide escalonada de Zoser, una maravilla de su
época.
Thea frunció los labios en un gesto de
disgusto.
–¿Y cómo es que nadie ha oído hablar de ella? Quiero decir,
todos sabemos algo acerca de las pirámides de Gizeh y Zoser. ¿Pero
de Nebka?
–Sí, bueno, desafortunadamente para su papel en la historia,
Nebka no escogió su lugar de enterramiento tan bien como Zoser.
Hizo construir la pirámide sobre una planicie a un kilómetro de las
de sus predecesores. Esto le permitía dominar el horizonte sobre el
oeste, lo cual era importante para los antiguos egipcios. El sol
poniente, que seguía el carro de Ra hacia la vida después de la
muerte, tenía mucho que ver en ello. El problema estribaba en que,
debido a una peculiaridad en la geografía, la pirámide sucumbió a
la violencia del clima. En el transcurso de los siglos, la arena
terminó por cubrir la pirámide escalonada. En las últimas
dinastías, alguien recordaba algo sobre una pirámide dedicada a
Nebka, pero nadie sabía cuál era su ubicación.
–Muy bien, chico listo. ¿Y cómo fue que la
encontraste?
–No fui yo. Pero si te refieres a los arqueólogos, ocurrió
porque se tropezaron con ella. Saqqara había sido durante tres mil
años el lugar escogido para la construcción de múltiples tumbas;
entre otras, las que ya conocemos. Sólo era cuestión de tiempo que
la encontraran.
Aquello no era del todo cierto. La verdad era que algunos
Imkhu recordaban la largamente perdida pirámide de Sanakht Nebka y
enviaron a una secta del Culto de Isis, haciéndose pasar por
arqueólogos experimentados, para que dieran con ella. Nicholas no
había estado allí, pero Lu Wen le había contado que habían excavado
un túnel desde una mastaba próxima y se habían encontrado con el
pináculo de la pirámide. Estaban restaurando el interior de la
misma, al menos lo estaban haciendo antes de que Carpenter
apareciera. Nicholas tenía la sospecha de que la pirámide
necesitaría grandes reparaciones una vez hubiera finalizado el
día.
Carpenter sabía que las cosas se torcerían antes o después.
El tipo con la mandíbula fracturada gruñó algo en árabe a sus
compañeros mientras él andaba ocupado sonsacándole más información
a Sherin. Poco después, todos ellos sacaron unos cuchillos y
atacaron. Carpenter se percató, casi de forma inmediata, de que la
agresión era una maniobra de despiste. A la vez que tres de los
sectarios lo rodeaban a él y a sus zombis, el cuarto hirió
mortalmente con su espada a la mujer sectaria y luego se degolló a
sí mismo. El zombi que estaba de pie detrás de ellos, no reaccionó
a tiempo y sólo pudo ver cómo se desangraban hasta
morir.
Carpenter le quitó el cuchillo a su rival, rompiéndole el
antebrazo en el proceso. Su mano empuñaba la navaja un instante
después, pero logró resistirse a su influencia. Necesitaba a
aquellas personas vivas. En lugar de asestarle una puñalada con el
arma, agarró con violencia el brazo sano del sectario y lo apretó
tan fuerte que le fracturó el hueso, arrojando después al hombre a
un lado.
Aulló a sus zombis para que se contuvieran, sin embargo, ya
era demasiado tarde. El otro sectario de habla inglesa trató de
esquivar a uno de los zombis para rescatar a la momia, que luchaba
por liberarse de sus ataduras en la esquina. El zombi no estaba por
la labor de permitir que aquello sucediera. La criatura extendió la
mano derecha, apresando la muñeca del sectario y retorciéndola,
mientras que con la izquierda rompía el cuello del hombre con un
golpe seco. El sectario se desplomó sobre el suelo como una cometa
rota.
El último sectario había rescatado el Corazón e intentaba
alcanzar la salida. Carpenter y su séquito de zombis habían estado
lo suficientemente ocupados con sus oponentes, como para que el
pequeño bastardo pudiera escapar de la cámara de enterramientos.
Carpenter corrió tras él, enviando sus pensamientos a la cosa que
guardaba el otro extremo del túnel. A pesar de su valor, aquel
hombre no tuvo la oportunidad de completar sus objetivos. Fritz le
cortó la retirada antes de que hubiera alcanzado la mitad del
túnel. El zombi propinó al sectario un sólido revés, lanzándolo por
los aires y haciéndolo chocar contra la pared. Cayó pesadamente
sobre el suelo; el Corazón resbalándosele entre los dedos, hasta
yacer en la mugre.
Carpenter cogió el Corazón y arrastró al hombre aturdido de
vuelta a la cámara de enterramiento. El ataque de los sectarios
suponía una sorpresa y un error bastante embarazoso. Había estado
tan seguro de sí que no se había molestado en registrarlos. Pero
era la mirada decidida de los sectarios lo que le había cautivado.
¿Matar a un amigo y luego degollarse uno mismo? Había que tener un
par de huevos para hacerlo. Unos enormes, unos que arrastraran por
el suelo.
–Menudo puñado de idiotas comprometidos -dijo, sus palabras
contagiadas de una mezcla entre el disgusto y el
respeto.
Tal vez hubiera sido una maniobra fútil, pero había sido
jodidamente eficaz. Sólo permanecían con vida dos de los sectarios
y ninguno hablaba inglés. Carpenter no conseguiría sonsacarles
nada. No podría obligarles a hacer nada, si no sabían qué les
estaba diciendo. Pudo advertir su preocupación cuando estaba
interrogando a su compañera. De hecho, los muy cabrones no sabían
qué era lo que estaba haciendo hasta que el tipo blanco recobró el
sentido y se lo dijo.
Después de arrojar al hombre sobre el suelo arenoso,
Carpenter se había dado cuenta de que la navaja había saltado a su
mano de nuevo. En el pasado, se habría sentido incómodo porque
aquella cosa tuviera una voluntad propia, pero ahora nació una
sonrisa en sus labios. Levantando el Corazón, se giró hacia Lu Wen,
aún atada y amordazada en una esquina.
–Sé que tú me entiendes -dijo, canalizando su voluntad-, al
parecer no voy a enterarme de los pasos esenciales en este proceso
del Hechizo de la Vida. ¿Pueden llevarlo a cabo sólo
dos?
Obligada por el mandato mental, Lu Wen asintió con un
gruñido.
–Muy bien, puesto que no puedo ordenarles a ellos hacerlo,
voy a probar un viejo método de persuasión.
Carpenter depositó el Corazón sobre el sarcófago. Después de
sacar la hoja de la navaja, arrastró el filo brillante por la
superficie de la reliquia. Se elevaron unas volutas de humo cuando
el metal antinatural arañó la superficie del Corazón y unas densas
gotas de un líquido dorado brotaron de la fisura. Al mismo tiempo,
un temblor sacudió la habitación; una lluvia tenue de gravilla cayó
desde el techo. Los sectarios hiparon consternados y se abrazaron
el uno al otro, mientras que la momia Lu Wen gritaba a través de su
mordaza y se tensaba contra la cinta adhesiva que la mantenía
apresada. Carpenter la miró.
–Ha sido sólo un arañazo. Te sugiero que les ordenes a estos
tipos que colaboren conmigo, a menos que quieras comprobar qué
sucede si lo corto en pedazos.
Una ira palpable llameaba en los ojos de Lu Wen, su intensa
mirada se detuvo en el Corazón herido. Asintió, moviendo la cabeza
sólo un poco.
Thea había concentrado su sexto sentido desde que viera a
Nicholas Sforza fuera del hotel aquella mañana. Lo había mantenido
en funcionamiento desde entonces y empezaba a sentir el cansancio
mental que derivaba del intento de canalizar su percepción. Cuando
el Audi tomó rumbo oeste para dirigirse hacia la meseta, Thea pudo
avistar las ruinas de Saqqara. La conmoción dejó fuera de combate
su estado de hiper percepción.
–Oh, vaya -dijo, con voz entrecortada.
Jake miró en rededor.
–¿Qué?
–Vi esa luz brillante descendiendo en un arco -explicó Thea.
La había visto sólo durante un instante, pero había quedado grabada
al fuego en su memoria. A pesar de su leve daltonismo, los matices
y colores le habían robado el aliento. No era exactamente un arco
iris, sino algo más parecido a una grandiosa arcada de auroras
boreales elevándose hacia las alturas del cielo de medio día-,
relucía y fluctuaba, ¿es ésa la palabra? Y ascendía hasta muy
arriba… Era preciosa. -Thea advirtió que
Nicholas Sforza y su amigo egipcio la miraban de forma extraña.
No saben nada acerca de nuestro sexto
sentido-. Eh, a veces puedo ver cosas -reveló con una sonrisa
tímida.
Nicholas había mencionado algo sobre que el lugar era una
ubicación de gran poder espiritual; ¿habría podido ver aquello con
su vista natural? Thea quería volver a mirar, pero decidió esperar
hasta haberse recuperado un poco de su incipiente dolor de
cabeza.
–Bien -respondió Nicholas. Parecía estar a punto de decir
algo, pero negó con un gesto de la cabeza-, a pesar de lo mucho que
me gustaría poder hablar sobre tus alucinaciones, tenemos que
planear de qué manera entraremos. Mirad allí, ¿veis aquello que
está pasado las ruinas de Zoser? ¿Un par de coches y algunas
excavaciones? Allí está la entrada del túnel a la tumba de Nebka.
Puedo aseguraros que el Corazón está entre unos sesenta o noventa
metros al norte, lo que lo sitúa en el interior de la
pirámide.
–¿Hay alguna otra entrada? – indagó Jake.
–Un canal de ventilación que desciende directamente hasta la
cámara de enterramientos.
–¿Qué extensión tiene?
–Unos noventa metros.
–Muy bien. Así qué, prácticamente, sólo contamos con una
entrada.
–A menos que necesitemos entrar rápidamente -intervino
Nicholas. No parecía estar bromeando acerca de saltar por el canal
de ventilación-. Yo puedo bajar por el canal, pero arrastraré
conmigo un puñado de mugre y arena en el descenso. Lo que,
obviamente, delataría mi presencia.
–De modo que… -Thea calló cuando advirtió la presencia de un
guardia que los observaba acercándose al lugar de la excavación.
Había algo extraño en él-. Mirad a ese tío. Cualquiera diría que
está colgado.
Nicholas y Jake se inclinaron hacia el costado del conductor
para poderlo ver bien. El guardia los miraba directamente, para ser
más exactos, tenía la vista perdida a medio metro por encima del
Audi, pero era evidente que no veía nada. Sus ojos estaban muy
abiertos y cubiertos por una película neblinosa. Rastros salados de
lágrimas secas se abrían camino por sus mejillas, y abría y cerraba
la boca como si no supiera qué decir.
–Dios Santo -empezó Jake-, parece que no hubiera pestañeado
desde hace horas. ¿Veis sus ojos?
Thea asintió, tenía la boca seca. Aquel era un buen ejemplo
de la clase de cosas retorcidas que Carpenter gustaba de practicar.
Haciendo una mueca por el dolor que palpitaba en su cráneo, invocó
su sexto sentido. Débiles tentáculos de posibilidad se marchitaban
en torno al guardia como hojas secadas por el sol. La oportunidad
de hacer otras cosas en la vida le había sido arrebatada; ahora era
poco más que una cáscara hueca. Muy pronto,
Carpenter, prometió. Me aseguraré de darte
tu merecido muy pronto, hijo de puta.
Carpenter miró hacia Lu Wen.
–¿Te importaría repetirlo?
A pesar de lo atada que se encontraba, la momia procuraba
sentarse lo más erguida posible. Carpenter había retirado la cinta
que le tapaba la boca para que pudiera hablar con los dos sectarios
restantes. En lugar de ello, había iniciado un intento descabellado
por convencer al zombi de que se rindiera. Estaba tan perplejo que
no podía hacer otra cosa que escudriñarla.
–Deten esto ahora -dijo ella-. No puedes creer que realmente
tendrás éxito. Incluso aunque te informes sobre cómo llevar a cabo
el Hechizo de la Vida, tu alma no sobrevivirá al juicio. Tu
espíritu será destruido por los Jueces de Ma'at y tu existencia
terminará ahí. Sólo nos importa el Corazón. No lo corrompas más y
abandona este lugar inmediatamente. Aún podrás seguir viviendo
durante algún tiempo, aunque sólo sea esa parodia de vida que
sufres.
–¿Tienes idea de qué he tenido que aguantar para llegar hasta
aquí, bonita? De verdad que no sería capaz de empezar siquiera a
narrarte la mierda con la que me he encontrado. ¿Y se supone que
debo dejarlo todo de lado y largarme sólo porque lo dices tú? Desde
luego, debo reconocer que tienes valor. Pero si no cortas el rollo
y pones a ésos dos a trabajar, le diré a Fritz que empiece a
trocear vuestro preciado Corazón para tomarlo de
comer.
Carpenter había ordenado al cadáver nazi que estuviera dentro
de la cámara porque era el más consciente de sus tareas. Guardar la
entrada no era algo que requiriera una gran inteligencia, de modo
que uno de los zombis decrépitos se encargaba de eso ahora.
Carpenter estaba seguro de que Fritz podría acatar las órdenes sin
quedarse en blanco en un momento crítico. Lo único que le
incomodaba era dejarle la navaja. Pese a lo cansado que estaba por
la influencia que aquella cosa trataba de imponerle, se sentía
desnudo sin ella. De hecho, creyó que el arma no permitiría cambiar
de manos; no obstante, para su sorpresa, se había acomodado con
desenvoltura en la palma de la mano del soldado. El zombi estaba
ahora de pie junto al sarcófago; sostenía la navaja directamente
sobre el Corazón. Carpenter le había ordenado que cortara la
reliquia en cuanto él estuviera en peligro. Había pronunciado en
voz alta la orden, a pesar de que era el pensamiento lo que
importaba. Por la expresión que tenía Lu Wen, estaba claro que no
tenía dudas de que el cadáver acataría las órdenes. Pese a ello,
continuó desafiando a Carpenter.
–No harás más que asegurar tu destrucción -contestó
ella.
Carpenter sintió cómo la llama de la ira comenzaba a
dominarlo.
–¿Sí? Quizá deba pedirle a Fritz que practique un poco
contigo antes. ¿Crees que así cambiarías la
cantinela?
–Tal vez el problema sea que no entiendes lo que significa
ser inmortal. Las amenazas como la tuya no significan nada para
alguien para quien la muerte no tiene ningún
significado.
–Tengo miles de ideas sobre cómo asesinar a alguien. Me
encantaría probarlas todas contigo. – Su labio se arrugó a causa de
la rabia apenas contenida-. ¿De verdad crees que la muerte no tiene
significado? Eso es porque no has pasado suficiente tiempo
conmigo.
–¿Qué puedes hacer? No eres más que un cadáver demasiado
testarudo como para yacer muerto. – Lo miró con frialdad-. No
tendrás la menor oportunidad de triunfar en esto. En este momento
nuestras fuerzas están convergiendo. Mis hermanos recuperaran el
Corazón de Osiris y luego te enviarán a ti y a tus abominables
compañeros al reino al que pertenecéis. Cada segundo que permaneces
aquí, te acercas un poco más a la destrucción.
–Espero que lo hagas bien, nena. Porque si no es así, puedes
estar jodidamente segura de que no descansaré hasta acabar
contigo.
–Te lo he advertido -dijo.
Luego, después de tomar aliento, Lu Wen ladró algo en una
lengua arcana. Otro temblor de menor intensidad sacudió la
habitación. Los débiles ojos de Carpenter por poco no se percataron
del movimiento súbito a tiempo de esquivar a una de las estatuas
que había saltado desde su nicho y pretendía golpearlo con su
bastón. Lo cierto era que las seis estatuas habían cobrado vida,
aunque su visión de la muerte no lo registraba. ¿Qué cojones son estas cosas? No tenía tiempo para
preocuparse de ello. Ordenó a Fritz y al otro zombi que atacaran
mientras él volvía junto a la momia.
Mas ella ya estaba liberándose; otra de las estatuas cortaba
la cinta adhesiva que la había mantenido apresada. Carpenter buscó
la pistola para reducirla con rapidez, cuando algo pasó como un
rayo junto a él. Era la cabeza de uno de los zombis. Dos de las
efigies lo habían troceado en cuestión de escasos segundos. Echó un
vistazo en rededor y vio que Fritz se defendía bastante bien
gracias a la ayuda de la navaja demoníaca. Advirtió que la última
estatua avanzaba en dirección al Corazón, al tiempo que su
compatriota apaleaba al soldado y lo hacía recular en dirección a
uno de los nichos.
¡Todo se está yendo a la mierda otra
vez! Sus planes habían fallado cuando había estado próximo a
cumplir sus objetivos. Con la velocidad del rayo, agarró el Corazón
y corrió hacia la puerta.
Nicholas miró la entrada del túnel con una mueca de
frustración. Habían aparcado el Audi tan cerca de él como habían
podido. Estaban sentados dentro con las ventanillas bajadas, pero
como no corría ni una brisa ligera, hacía un calor
asfixiante.
–Muy bien, Thea. Entiendo que no te parezca muy buena idea
entrar a la carga sin haber madurado un plan de ataque, pero ¿por
qué estamos aquí sentados sin hacer nada? ¿A qué estamos esperando?
¿Quieres asegurarte de que Carpenter está aquí? Estoy convencido de
que lo está y de que aún tiene el Corazón en su poder. Es más, te
prometo que está en la cámara de enterramientos.
–¿Recuerdas cuando nos encontramos con el demonio Carpenter
en Chicago? – preguntó Ibrahim-. ¿Junto al
edificio?
–¿La Torre Sears? Joder, es verdad. – Miró hacia atrás, a
Thea y Jake-. Allí fue donde Carpenter nos sorprendió y robó el
Corazón. Contaba con un apoyo de cuatro o cinco
cadáveres.
–De forma que quizá cuente con algunos aquí también -aventuró
Jake.
–No lo sé, es muy posible que el muy cerdo tenga a una docena
de muertos andantes escondidos y esperando a que nosotros
aparezcamos.
Thea negó con la cabeza.
–No percibo ningún peligro en el entorno. Todo mana del
interior de tu pirámide.
Nicholas enarcó una ceja.
–¿Que no percibes peligro? Vale, pero
aún así no veo otra alternativa que…
En ese instante una figura negra pasó como un rayo por el
vano abierto de la ventana del pasajero. Xian corrió por los
regazos de Nicholas e Ibrahim, emitiendo extraños graznidos y
batiendo las alas.
–¿Dónde ha estado esa cosa? – se preguntó
Thea.
–Ha debido estar vigilando a Lu Wen desde el canal de
ventilación. – El inmediato y altísimo graznido que profirió Xian
pareció indicar que Nicholas estaba en lo cierto-. Teniendo en
cuenta su forma de actuar, creo poder aseguraros que algo marcha
mal ahí abajo. Eso significa que ha llegado el momento de dejar de
planear y ponernos en marcha.
La mano de Thea apresó su hombro con sorprendente
fortaleza.
–¡Espera! Tienes razón; hay algo… Y parece que las variables
hayan cambiado.
–¡No tenemos tiempo para mierdas ininteligibles,
mujer!
–¡Escúchame! Creo que… Sí, si puedes, baja por ese jodido
canal ahora mismo. Nosotros iremos por delante.
Había algo en su tono que le daba ganas de marcharse a toda
prisa. Como no tenía tiempo de discutir, decidió hacer lo que ella
sugería. Salieron del Audi y se encaminaron hacia el túnel. Xian
ganó velocidad en el aire y describió un pronunciado arco por
delante de ellos. Nicholas extrajo algo de su bolsillo mientras
corría y lo arrojó un poco más adelante. Canalizó la poderosa
energía de su espíritu y murmuró una orden. La figurilla se hinchó
y cobró forma. Sherlock se sentó frente a ellos. El perro
encantado, tan negro como el carbón, había permanecido demasiado
tiempo en la calidez del bolsillo y ahora miraba alrededor con ojos
expectantes.
–Llevaos a Sherlock con vosotros. ¡Tened cuidado de no
poneros en su camino! – advirtió Nicholas, mientras corría a toda
velocidad hacia la cúspide de la pirámide.
Carpenter podía sentir cómo el Corazón latía en sus manos y
rezumaba aquella sustancia peculiar y brillante. Lu Wen estaba en
el quicio de la puerta; murmuraba algo mientras cogía un amuleto
encantado de su collar.
La furia se adueñó del zombi. Su medida era infinita, su
duración sería eterna. ¿Esta puta cree que
puede detenerme? Que la jodan. Carpenter sacó el martillo e
invocó toda la fuerza a su disposición. Fuerzas oscuras anegaron su
alma, hinchándolo como a una garrapata. Su espíritu chilló por la
necesidad de desquitarse con la criatura que se erigía frente a él,
y con todos aquellos que osaran ponerse en su camino. ¡Nadie podría
negarle el triunfo cuando estaba tan cerca de obtenerlo! Había
tenido la inmortalidad al alcance de la mano y aún podría
obtenerla. Envió la energía hacia el exterior, buscando a
cualquiera, lo que fuera que pudiera ayudarlo a alcanzar la
victoria.
El amuleto hechizado en la mano de Lu Wen había aumentado
hasta convertirse en una katana centelleante.
–Tu existencia ha llegado a su fin -dijo ella, surcando el
aire con un par de movimientos mortíferos del
arma.
Percibió cómo las otras cuatro estatuas se movían para
atacarlo también.
–Aún no -respondió él, justo antes de que las paredes que
contenían los nichos estallaran hacia el interior y un torrente de
no muertos inundara la cámara.
Thea y Jake quedaron levemente conmocionados cuando un
gigantesco perro negro apareció de la nada. No obstante, aquella
fue una distracción momentánea comparada con la que los aguardaba
en el túnel. Las únicas opciones viables requerían que entrara en
el túnel, pero era precisamente allí donde percibía un peligro como
nunca había conocido. No había otra posibilidad más que la de
aspirar hondo y entrar.
Se precipitó a gran velocidad, el mastín corrió junto a ella
y Jake e Ibrahim cerrando la retaguardia. Un zombi surgió de la
oscuridad y se abalanzó sobre ellos. Thea se detuvo en seco y se
preparó para asestarle, con un giro, una patada alta. Sin embargo,
de pronto ya no tenía ningún objetivo frente a sí. El perrazo había
saltado hacia delante y había apresado entre sus mandíbulas el
muslo del zombi. Continuó corriendo, balanceando la cabeza de un
costado a otro y estrellando el cadáver del muerto andante
repetidamente contra las paredes del túnel. El zombi se partió en
pedazos después de unos cuantos golpes y yació convulso en el suelo
durante un momento cuando el perro lo soltó.
–Vaya… No está mal -alabó Thea, al tiempo que Jake e Ibrahim
se apresuraban para ponerse a su altura. Quizá
esto no sea tan difícil después de todo.
Entonces se movió la tierra y docenas de esqueletos
comenzaron a brotar de la arena del desierto.
Nicholas alcanzó la cúpula de la pirámide, desenterrada y
apartada a un lado para dejar sitio al espacio rectangular que
hacía las veces de canal de ventilación. Hasta él ascendía un coro
inhumano de chillidos. Podía ver destellos intermitentes cuando las
figuras se movían frente a las luces abajo. Aquella parecía ser una
línea directa hacia el infierno.
Xian descendió volando por el canal y regresó unos segundos
después graznando salvajemente. Nicholas tomó aquella reacción como
que las cosas marchaban muy mal allí abajo. Gracias al amuleto de
Selket contaba con la agilidad de un escorpión. Aspiró
profundamente y saltó hacia la abertura, manteniendo las piernas
rectas y los brazos pegados a los costados de su cuerpo y
deslizándose a una velocidad de vértigo.
Carpenter no estaba seguro de qué era lo que había hecho, sin
embargo, estaba muy satisfecho con el resultado. Las criaturas que
brotaban de la tierra eran muertos vivientes y sabía que debía
haberlos invocado de alguna manera, pero el cómo seguía siendo un
misterio. Ni siquiera podría llamarlos zombis. Podía ver la fuerza
de vida apagada que llameaba en su interior, apenas suficiente para
animar sus largamente muertos cuerpos. No obstante, había algo
familiar en esa energía…
Se dio cuenta entonces de que era él.
Estaba vertiendo su poder a aquellas cosas. Carpenter podía sentir
cómo la energía recorría libremente su espíritu; se asemejaba a una
membrana que se extendía más y más cada segundo que pasaba,
prendiendo con su chispa de vitalidad todos los cadáveres que
encontraba. Y, a pesar del terrible poder requerido, se sentía
rebosante de energía, de vida. Fue en ese momento cuando se percató
de lo fundamental. Quizá estuviera canalizando esa energía, pero
ésta provenía del Corazón.
Carpenter miró hacia la cosa que latía en sus manos; una capa
de fluido dorado bañaba sus dedos. Percibía las dilatadas
profundidades de poder que tenía al alcance, un océano de energía
que podría emplear para cualquier propósito que pudiera imaginar.
Intuía que el secreto para controlarlo pendía de la punta de su
lengua. Podía saborearlo, estaba tan cerca de…
El golpe le fracturó el brazo izquierdo, así como la mayoría
de las costillas. El martillo cayó entre la masa de cadáveres
andantes cuando se estrelló contra la pared. Mientras invocaba el
poder del Corazón para curar sus heridas, le llovieron otros
golpes, lo bastante violentos como para pulverizar piedra.
Carpenter no podía reaccionar, sus sentidos estaban demasiado
dispersos y su atención completamente dedicada al Corazón. Llorando
por causa de la frustración y la agonía, arrojó lejos de sí la
reliquia. Al instante recuperó su percepción. Nicholas Sforza
estaba erguido por encima de él, observando cómo el Corazón de
Osiris se desvanecía en medio de una horda de muertos vivientes.
Carpenter aprovechó ese momento de distracción para continuar
corriendo hacia la salida.
A pesar de haber roto la conexión con el poder del Corazón,
podía percibir aún cómo la energía fluía en las criaturas que había
convocado. Las criaturas se arremolinaban en torno a Sforza, la
otra momia y las estatuas, y luchaban con furiosa dedicación. El
poder estaba decreciendo con celeridad pero, si se apresuraba,
quizá pudiera aprovechar la distracción y alcanzar la libertad.
Corrió por el túnel, abriéndose camino entre las decenas de
cadáveres vivientes. Por el camino, Carpenter se dio cuenta de que,
de alguna manera, la navaja había regresado a su recientemente
curada mano izquierda. Estando tan débil como se sentía, no creía
ser capaz de resistirse por más tiempo a la melodía embriagadora
del arma. Empero la alternativa era la destrucción. Primero sal de aquí; ocúpate luego de las
consecuencias.
Carpenter irrumpió de golpe en el desierto; la navaja le
bombeaba la energía necesaria para correr hasta el Océano Atlántico
sin detenerse. Cientos de no muertos se arremolinaban a su
alrededor en la meseta, aunque pudo percibir que, los que estaban
más lejos, vacilaban y caían inertes. Tenía que irse, alejarse ya.
Pero entonces alguien se plantó frente a él, una mujer vestida con
un pantalón caqui y con el rostro manchado de sangre. La intensa
luz que manaba de ciertas partes de su cuerpo cegó su visión de la
muerte.
–Tú, hijo de puta -comenzó Thea Ghandour-, ¿qué cojones has
hecho ahora?
Nicholas vio a Maxwell Carpenter de pie sosteniendo el
Corazón de Osiris en su mano, mientras que decenas de cadáveres
atacaban a Lu Wen, un par de sectarios desventurados y a algunas
estatuas guardianas. Embargado por la neblina carmesí de la
venganza, su espíritu ka se enrolló a su alrededor como lo haría
una capa protectora y se dejó caer desde el canal de ventilación
para cargar contra Carpenter. Invocando la total fortaleza de sus
amuletos, Nicholas estrelló al zombi contra el suelo. Varios
muertos vivientes lo sujetaron entonces, pero él se deshizo de
ellos arrojándolos a un lado. Manos muertas apresaban sus brazos y
piernas, haciéndole jirones la ropa y tirando de él. Su ka retorció
los hilos del destino lo suficiente para que él pudiera deslizarse
entre sus mórbidos atacantes y caer justo encima de
Carpenter.
Una punzada en el brazo le llamó la atención vagamente. Una
zona débil de su conciencia le advirtió que el escarabajo brújula
había registrado un movimiento súbito del Corazón. Carpenter ya no lo tenía… ¿Dónde?
Siguiendo los temblores del amuleto, Nicholas se abrió paso a
la fuerza entre una masa de muertos andantes que atacaban furiosos
a un par de sectarios. Una de las criaturas, con más sustancia que
el resto y vistiendo algún tipo de uniforme militar, cogió el
Corazón. Sforza se abalanzó contra él antes de que pudiera dar un
paso. Azotó a la cosa hasta hacerla retroceder a la pared; los
puños lo golpeaban con tanta violencia que atravesaban la carne y
rompían en dos partes los huesos hasta que la criatura se desplomó
junto a la tumba. Una docena más de cuerpos saltaron sobre él, su
determinación y número sobrepasaba la sutil aura de protección con
la que le proveía su espíritu a Nicholas. Agarró el Corazón
fuertemente contra su pecho, al tiempo que se debatía contra los no
muertos. La adrenalina corría por sus venas mientras se esforzaba
por desembarazarse de todos sus atacantes. Cuando hubo arrojado a
un lado al último de los cadáveres, Nicholas se sintió embargado
por la sorpresa al comprobar que, de pronto, la paz reinaba en la
cámara. Al otro extremo de la habitación, Lu Wen estaba cubierta de
sangre y miraba confusa en rededor los montones de cuerpos
inertes.
Nicholas se quitó la rota y sangrienta camisa, y encontró un
pedazo relativamente limpio en el que envolver el Corazón de
Osiris. Caminó hasta la abertura del canal de ventilación; el sol
de medio día descendía en un haz de luz e iluminaba la reliquia. Al
mismo tiempo que miraba el ab-Asar, una sonrisa se dibujaba en sus
labios. Por fin, pensó. Por fin en casa, sanos y salvos.
Thea estaba tranquila, extrañamente ajena a lo que la
rodeaba. Carpenter se erguía frente a ella, visiblemente aliviado.
Podía ver todas las heridas que él había sufrido como si siguieran
un patrón; comprendió cuál era la gravedad de cada una y cuánto
daño podría infligirle si le golpeaba de una manera determinada.
Sin embargo, mientras lo examinaba, sus opciones comenzaron a
decrecer a velocidad constante; el muy cerdo estaba curándose.
Tenía que actuar antes de que él pudiera regenerarse por
completo.
–Al parecer alguien ha intentado apagar una hoguera con tu
cara -dijo, moviéndose hacia la izquierda y alejándose de la navaja
que él empuñaba.
–¿Eh, por qué tienes que ser así? – respondió él, dedicándole
una sonrisa que era sorprendentemente cálida y encantadora, a pesar
del estado penoso de su rostro.
–No lo hagas más difícil, Carpenter. Has causado demasiado
dolor, arruinado demasiadas vidas, para que esto termine de alguna
otra forma. Tú suerte está echada.
–Qué curioso. Estaba a punto de decirte que no perdieras la
vida intentando alguna maniobra inútil.
Thea podía oír el estruendo de la escopeta de Jake y el
staccato del rifle de asalto de Ibrahim, así como algún que otro
gruñido y bufido del extraño mastín encantado. Los muertos
vivientes hormigueaban por todas partes pero, por algún motivo, los
dejaban a ellos dos en paz. Eso estaba bien. Había vaciado ya toda
la munición de la Glock en esas cosas y Carpenter requería toda su
atención. Lo observó como lo haría un halcón; sopesando todas las
variables que se extendían frente a sus ojos.
Su mano izquierda, un resplandeciente cometa de luz, embistió
y se estrelló contra el costado de la cabeza del zombi. Vio el
amago de reacción y el objetivo auténtico de su contraataque y supo
que podría girarse y cogerlo desprevenido desde el lateral. Pero,
al mismo tiempo que se giraba, advirtió el destello aceitoso y
entendió que no se había movido con la suficiente velocidad. Un
fuego frío le ardió en el costado del rostro; un dolor tan horrible
que no tenía igual. La hoja de la navaja desgarró su ojo izquierdo,
atravesó su mejilla y la zona lateral de la mandíbula. Pese a lo
increíblemente penoso que era el dolor, el daño más terrible lo
sufría en el centro de su espíritu. Las palabras no podrían
describirlo, las comparaciones no harían justicia al grado de
agonía que sacudía su cuerpo y su alma.
Como estando a oscuras en un túnel, entrevió la gélida
sonrisa de Carpenter, deforme allí donde su puñetazo había
aplastado el costado de su cara. La sangre manaba a borbotones y se
deslizaba cálida por su rostro y cuerpo. Vio el parpadeante arco
iris negro de la hoja que se preparaba para asestar otro
golpe.
La ira, ardiendo tan furiosa como frío era el dolor que
padecía, la dominó. Desafiando lo inevitable, ignorando la agonía
que sufría, Thea se abalanzó al mismo tiempo que la navaja
describía un movimiento arqueado hacia abajo. Su mano derecha,
natural y no adornada con algún símbolo místico, apresó la muñeca
de Carpenter y la retorció. Gritando a partes iguales por el
tormento y la victoria, Thea tiró con brusquedad de la mano que
había capturado. La dirigió para que la hoja cortara profunda y
limpiamente el cuello de Maxwell Carpenter, separándole así la
cabeza del tronco.
–Vete al infierno -susurró, mientras se desplomaba a su
lado.