TERCERA PARTE


MUERTE Y ETERNIDAD


10


–Thea, quizá quieras echarle una ojeada a esto. – Jake estaba sentado frente a la desvencijada mesa de la sala de estar en el apartamento de Baltimore que habitaban desde hacía una semana. Lo mejor que la patrulla de cazadores de monstruos había podido conseguirles-. Es un mensaje de un tipo de El Cairo; ha ocurrido algo interesante en las últimas horas.


–Con que en Egipto, ¿eh? ¿Tiene algo que ver con el Templo de Akenatón?

Thea dejó a un lado los fragmentos desarmados de la MP-5 que había sustraído a Earl, la marioneta de los vampiros. Ella era del tipo de personas que prefieren calzarse lo menos posible y que normalmente se quitan los zapatos tan pronto como llegan a casa. Mas el lugar que sus contactos en Baltimore habían buscado era frío, contaba sólo con un par de estufas y estaba expuesto a las corrientes, así que se acercó a Jake calzada con sus botas de senderismo. Ella y el muchacho se pasaban prácticamente todo el día y la noche enfundados en sus chaquetas y botas. El gélido apartamento le recordaba aquel improvisado refugio que la brigada Van Helsing había tenido en el almacén de Chicago; un lugar que no quería recordar y no sólo porque hubiera sido el escenario donde murieron los dos últimos miembros de su equipo.

–No, pero creo que es algo que querrás ver. – Giró el Compaq para que ella pudiera leer la pantalla mejor.

Los cazadores estaban distribuidos por todo el planeta, pero aquellos que vivían en las naciones más pobres tenían menos facilidad para acceder a hunter-net. El caso era que Egipto se distinguía por poseer una pésima red telefónica; de hecho, lograr contactar con un número de teléfono local con el que uno quisiera hablar era un excelente motivo para celebrar una gran fiesta. Encontrar una línea telefónica que pudiera integrar una conexión a Internet era una hazaña digna del mejor de los héroes. La conexión por cable o DSL no era más que un sueño salvo para los millonarios o influyentes. A pesar de ello, un cazador que se hacía llamar "Fatwa 243" había conseguido conectarse a hunter-net con relativa regularidad. Había estado revelando en la página los descubrimientos que él y otros habían averiguado en sus cacerías.

–Mmmm, "una serie de extraños acontecimientos"… bla, bla. Debo decir que escribe muy bien en inglés. "Un compañero kiswah encontró"… ¿Qué es un kiswah? Espera, no me lo digas; quizá recuerde el árabe suficiente como para poder traducirlo… ah. Debe ser "cazador", ¿no?

–Eso es.

–Soy una fuente de sabiduría. Muy bien, ¿y qué ha pasa con este kiswah? Déjame ver… -El siguiente párrafo relataba una sorprendente colección de sucesos, pero nada que despertara la atención de su sentido arácnido-. No sé, Jake. Podría ser cualquier clase de extraña mierda, ¿pero qué importa? Vemos cosas de este tipo a menudo en hunter-net.

Jake sonrió sin alegría.

–Sí, es cierto. Pero he investigado un poco antes de mostrártelo, para poder situar los acontecimientos en su debido contexto.

–Mira, aprecio el misterio tanto como cualquier chica, pero a veces puedes resultar bastante irritante.

–Espera un momento. Déjame que te lo explique. – Señaló un sitio de la pantalla con el puntero del ratón de su portátil-. Tenemos un par de cargueros de petróleo que han explotado en Port Said. He comprobado algunas de las noticias que se han emitido por la red; la cifra de muertos asciende a ochenta y seis, con otras doscientas personas heridas, y entre cincuenta y sesenta desaparecidos. Es trágico pero aparentemente no tiene nada que ver con nosotros, ¿verdad? Luego, por la noche, cerca del puerto, tenemos a un policía muerto que había tratado de evitar el secuestro de un turista americano. Los testigos estaban demasiado lejos para afirmar con exactitud qué sucedió, pero encontraron la bolsa de viaje de la presunta víctima del secuestro en el lugar en el que había sido asesinado el policía -Jake acarició el dispositivo del ratón con el pulgar. El cursor abrió una ventana del diario en línea London Times, que desplegó una noticia acerca de la explosión en el puerto: CONFLAGRACIÓN EN PORT SAID. La breve entradilla rezaba lo siguiente: AGENTE DECAPITADO DURANTE UN PRESUNTO SECUESTRO-. Ahora viene lo interesante…

–¿Un policía decapitado no es ya lo suficientemente interesante?

–No comparado con esto. La etiqueta de la maleta está a nombre de un tal David Kuhn, profesor de Económicas en la Universidad Noroeste, justo al norte de Chicago.

Una alarma atenuada resonó en la mente de Thea.

–Bien, el que tenga que ver con Chicago es algo sugerente, ¿pero qué tiene eso de importante?

–En circunstancias normales me habría preguntado lo mismo, pero en la presente situación, con todo lo ocurrido en Egipto, pensé que debía investigar un poco. – Sonrió con una combinación de alegría e inquietud-. Te vas a quedar de una pieza cuando veas esto.

Movió el cursor hacia otra ventana, abriéndola y revelando la imagen de un rostro grabado a fuego en la memoria de Thea. Una serie de escalofríos recorrieron su columna vertebral mientras miraba la pantalla del portátil.

–Carpenter.

–En realidad es David Kuhn -corrigió Jake. Movió el ratón hacia abajo para mostrarle el resto del artículo del diario Chicago Sun-Times: CIUDADANO DE EVANSTON DESAPARECE EN UNA CACERÍA-. Esto es de hace unos años. Parafrasearé. El buen profesor era un cazador habituado a la caza de venados. Disfrutaba de la caza con arco y rifle en Wisconsin y, por lo que dice el artículo, era bastante bueno en ello. Pero un buen día no regresó.

–Ése es el jodido Maxwell Carpenter -sentenció Thea, incapaz de apartar la mirada de la imagen-. Dios Santo. Pero… ¿Qué? ¿Poseyó a Kuhn?

–Sí. Eso explicaría por qué Carpenter no se parece ni por asomo a la fotografía que le tomaron en los años treinta.

–¿Y por qué este tío? ¿Qué tiene él que ver con Carpenter?

–Bueno, te diré lo que creo -empezó Jake-. Hemos visto historias sobre posesiones en hunter-net, pero nada de lo que he leído indica que un fantasma pudiera seguir habitando un cuerpo durante tanto tiempo. Carpenter mantiene un fuerte dominio sobre este cuerpo y sabemos de primera mano que no está vivo. Creo que Kuhn fue el cadáver más conveniente con el que Carpenter se tropezó.

–Así que… Jesús. El tal Kuhn debió de sufrir algún tipo de accidente en esa cacería de venados, ¿no? Y el fantasma de Carpenter debió de meterse dentro del cuerpo del pobre hombre.

–Tiene sentido que sea así. Debió averiguar dónde vivía Kuhn por su carné de conducir o algo así, y condujo de regreso desde los bosques de Wisconsin hasta el lugar donde vivía. Robó lo que necesitaba, incluida la bolsa de los trajes, e inició su rutina vengativa.

–Hijo de… bien; vale. Esto no es tan extraño, de ninguna forma lo es. – Thea se restregó las manos por el rostro-. Creo que podemos estar seguros de que no es una coincidencia que el equipaje de un hombre desaparecido hace dos años, que además es exactamente igual a Carpenter, aparezca en Egipto un par de semanas después de que nuestro zombi preferido se fugue de un templo egipcio con un rehén, ¿no es verdad? Así que, ¿qué demonios está haciendo allí?

–¿Quieres decir a parte de hacer explotar la mitad de Port Said? Es una buena pregunta.

Thea se acercó a su mochila y rebuscó en los diversos bolsillos.

–¿Qué estás haciendo? – preguntó Jake, girándose en la silla para observarla.

–Compré esta mochila para el viaje que hice por Europa hace unos años. Con refuerzo interior, diseño ergonómico y demás pijadas. Si la memoria no me falla debería tener… ¡aja! – Agarró un pequeño libro con tapas azules y lo agitó triunfante-. Querido Jake, ¿estás preparado para un viajecito?


No le costó mucho convencer al muchacho para que embarcara. Habían estado huyendo durante algún tiempo, pero carecían de un plan para salir de Chicago y deshacerse de los podridos que les estuvieran siguiendo la pista. Estaban agotados, cansados de reaccionar, hartos de sentir que unas fuerzas más allá de su control los manipulaban. Carpenter no era la única razón por la que habían tomado esa decisión, pero él había influido en los recientes acontecimientos más que ningún otro monstruo. El zombi era una cuenta pendiente.

Desconocían los motivos por los que Carpenter y posiblemente su rehén, Nicholas Sforza, embarcarían en un carguero con destino a Egipto. La razón tenía que ser buena, sin duda. La clave era Nicholas Sforza; su súbito interés en los templos y la joyería egipcia. Jake no había averiguado nada importante sobre las momias, así que la hipótesis con la que trabajaban era que Sforza debía ser un muerto andante no muy diferente de Carpenter. No era inconcebible que se tratara de un ser vivo, pero les parecía más probable que perteneciera a alguna raza sobrenatural. Basándose en esas presunciones, se figuraron que habría en Egipto algo que atrajera a los no muertos, quizá algo que les otorgara mayor poder, una existencia más prolongada o tal vez un club realmente chic. ¿Quién demonios lo podía saber?

En la situación en la que estaban, no perderían nada comprobándolo ellos mismos. Desde luego, subirse en un avión que cruzara el Atlántico sería algo que los vampiros que andaban tras su pista no podrían estar esperando, lo que les daría una libertad con la que no contaban desde hacía tiempo.

Juntaron su dinero para comprar los billetes. Un vuelo de última hora costaba la ingente suma de tres mil dólares. Thea tenía la American Express, pero no quería hacer uso de ella salvo en caso de emergencia. Y, por ende, no querían correr el riesgo de que los podridos tuvieran algún contacto en las compañías de tarjetas de crédito. En lugar de ello empleó el dinero que su madre le había dado. Jake pagó también en efectivo. Lo hubiera podido cargar a su nombre porque, por lo que sabían, los podridos desconocían su identidad. Guardaba su carné de conducir y el pasaporte en sus maletas, nunca llevaba una identificación durante las cacerías y sólo había revelado su nombre cuando estuvieron en la Torre Sears.

Como carecían de cosas tan útiles como pasaportes falsos, tuvieron que viajar empleando sus nombres verdaderos. Cabía la posibilidad de que los vampiros comprobaran las listas de pasajeros de diversas aerolíneas, pero eso les supondría un esfuerzo mayor que vigilar los movimientos de la tarjeta de crédito de un solo ciudadano. Thea suponía que para cuando averiguaran su paradero, ellos ya estarían fuera del país. Por si acaso, reservaron sus billetes por separado. No quería que Jake estuviera en un peligro mayor de lo que estaba sentándose a su lado en el vuelo. Los monstruos quizá sospecharan que viajaría con ella, pero sin un apellido con el que identificarlo, no sabrían en qué asiento y posiblemente eso lo mantuviera a salvo.

Jake le escribió un rápido e-mail a Fatwa 243 anunciándole su llegada. Le contó los detalles necesarios para transmitir la urgencia de su viaje, pero decidió guardarse la información más importante para cuando pudieran reunirse. Envió otro mensaje a los cazadores de Baltimore para avisarlos de que se marcharían en unos cuantos días. Lo mejor era que todos supieran sólo lo básico. Se apresuraron a comprar prendas de verano en Mondawmin Malí y luego se dirigieron al aeropuerto Internacional de Baltimore-Washington.

El primer tramo del viaje lo realizaron a bordo de un vuelo de conexión Delta hasta Nueva York, donde subieron en el vuelo 120 que habría de llevarlos directamente a El Cairo. La inmensa aeronave abandonó el aeropuerto JFK poco después de la puesta de sol y tomó rumbo este hacia el corazón de la noche. El asiento de Thea estaba junto al pasillo, mientras que Jake estaba sentado en la fila opuesta y más adelante. Pese a estar exhausta por haber estado alerta a todas horas durante el último mes, encontraba muy difícil el relajarse. Su mente insistía que estaba segura; después de todo, estaba a bordo de un avión. Un grandioso MD11 sobrevolando el Atlántico. Después de una hora y tras ingerir un par de cócteles, consiguió sumirse en el sopor.

No estaba segura de cuánto había dormido cuando se despertó sobresaltada. Thea se levantó de su asiento y escudriñó a los pasajeros sentados en la cabina. Nadie estaba despierto y el silencio reinante era sumamente inquietante. No podía recordar en qué lugar estaba sentado Jake, de forma que caminó por el pasillo hasta encontrarse frente a la cortina que separaba la primera clase de la turista. Con una sensación de alarma aún mayor, Thea apartó la cortina y cruzó el umbral. Había seis filas de asientos de felpa y cuero, la salida principal y la cabina de los pilotos. No vio a Jake y tampoco a las azafatas, sólo a una docena de pasajeros dormidos. Algo se movió a su espalda. Se giró. Vio aliviada que se trataba de un puñado -no, una docena o quizá más- de personas en la clase turista, levantándose de sus asientos y caminando por el pasillo. La sonrieron cuando se percataron de su presencia y se encauzaron hacia su posición. Al observar la palidez de su tez y sus ojos hundidos, Thea se dio cuenta de que no se trataban de personas corrientes. Miró hacia la persona sentada junto a ella en un asiento de felpa de primera clase y vio un cadáver mohoso, la carne colgando laxa de los huesos y calavera, como lo harían los pegotes mojados de papel en una pared de azulejos. La cosa se estremeció y arremetió contra ella. Thea saltó hacia atrás hasta chocar con la puerta de la cabina de la tripulación. El cadáver estaba sujeto a su asiento por el cinturón de seguridad, pero continuaba intentando alcanzarla hambriento. Tras él, docenas, una veintena o incluso el resto de los pasajeros del avión, se levantaban ya de sus asientos. Gruñidos y el esperpéntico sonido de los pies arrastrados, así como el retumbar de las fuertes pisadas, se encaminaban hacia ella. El terror se adueñó de su mente. Golpeó con fiereza la puerta de la cabina, canalizando la fuerza del pánico para hacer saltar el cerrojo que obstaculizaba el paso hacia el interior. Entró como un huracán en la cabina, donde la brillante luz del amanecer se vertía dentro a través del parabrisas y comenzó a narrar entre jadeos el horror que asolaba el resto del avión.

La silla del piloto giró, descubriendo a una figura vestida de negro, con un rostro descarnado en el que ardían un par de ojos con una luminiscencia infernal.

–Disculpe, señorita -inició Maxwell Carpenter-, pero está prohibido que los pasajeros entren en la cabina.

El copiloto se volvió también y Thea vio a Samuel Zheng (Romeo), vestido con un uniforme de piloto manchado de sangre, las cuencas de sus ojos vacías y manando de ellas gusanos que rodaban por sus mejillas como lágrimas obscenas.

–¡Thea! – exclamó Romeo-. Carpenter me ha estado enseñando los trucos del oficio, ¿qué te parece?

Thea despertó gritando, atrayendo a un escuadrón de auxiliares de vuelo que corrieron hacia ella y casi provocándole un ataque de corazón a la pareja de ancianos que estaba sentada a su lado.


Thea se disculpó por las molestias que pudiera haberles ocasionado a los demás pasajeros, pero no pudo evitar que la jefa de azafatas la sermoneara duramente en un tono lo bastante alto como para que la oyera la mitad del avión. Le llevó algún tiempo, pero consiguió convencerla de que no volvería a montar un escándalo semejante. La pareja de ancianos no estaba entusiasmada por tenerla sentada a su lado, de forma que la condujeron a un asiento vacío lo más alejado de cualquiera de las salidas. Pasó junto a Jake en el cambio de asiento y le sonrió avergonzada, negando con un gesto rápido de la cabeza. Poco después, lo siguió hasta la cola que se había formado en la puerta de los servicios y le narró susurrando la pesadilla que había tenido.

–Vaya hombre -dijo, con los ojos abiertos como platos detrás de sus gafas con fina montura metálica-, ¡debe de haber sido horrible! ¿Estás segura de que te encuentras bien?

–Tanto como puedo estarlo. Quiero decir, he tenido pesadillas a menudo pero ésa… brrrr. – Se estremeció exageradamente-. Era muy real, ¿sabes?

Jake miró en rededor y susurró:

–Crees que era como…

–¿Algún tipo de visión? No. Canalicé mi intuición cuando logré sobreponerme al susto. No he sentido malas vibraciones; salvo… -Se inclinó hacia él, mirando atentamente hacia la cola del avión.

–¿Qué?

–Yo no me comería el pollo.


El cazador egipcio Fatwa 243, que se había presentado como Rafiq, aunque prefería mantener en el anonimato su apellido hasta que se reunieran, les había facilitado la dirección de un hotel decente y barato en Midan el-Tahrir, un barrio de tiendas y mercadillos en la zona centro de El Cairo. Thea había visitado el país durante sus años de universidad, éste había sido el último destino en su viaje por Europa y el Mediterráneo. Recordaba lo bulliciosa y concurrida que era la ciudad. Era un alivio no tener que decidir en qué hotel quedarse después de bajar del avión tras tantas horas de vuelo. Cogieron un taxi desde el aeropuerto; el sol de medio día proclamado en los cielos, sin otra intención que la de bañar con su tórrida calidez la tierra durante unas horas. Una vez acostumbrados a la rutina local, podrían plantearse la posibilidad de perder un día entero haciendo cola para conseguir el visado. Para entonces, esperaban haber conocido a Rafiq y que éste les sirviera como guía para encontrar a Carpenter.

Desorientados e impactados por la diferencia cultural, Thea y Jake se sentaban aturdidos mientras el taxi descendía hacia el caos automovilístico que distinguía el centro de El Cairo. Después de un viaje aterrador, salieron tambaleándose del taxi vapuleado y se sumergieron en una muchedumbre equivalente al desbarajuste por el que acababan de ser conducidos. Una vez allí, Thea recordó que Midan el-Tahrir era literalmente el centro neurálgico de la ciudad. La plaza era gigantesca, no menos de seis arterías comerciales convergían allí. Además de atracciones turísticas como el Museo Egipcio y el desagüe burocrático que representaba el Mugamaa (el lugar al que tendrían que dirigirse para obtener su visado), que se erigían en un primer plano, un torrente de embajadas extranjeras, una universidad y una serie de edificio gubernamentales estaban a un tiro de piedra. Incluso a las horas más calurosas del día, miles de personas transitaban por el barrio, formando maremotos de humanidad que chocaban los unos contra los otros y proseguían su andadura a donde sólo Alá sabía. Y las calles estaban igualmente atestadas de vehículos circulando a toda velocidad en un desorden incomprensible de normas de tráfico improvisadas en un momento y olvidadas al instante siguiente. El lugar era una locura.

Tras varios minutos de caminar sin saber hacía dónde dirigirse y de preguntar a los viandantes, lograron ubicar la dirección que Rafiq les había proporcionado. Casa Ismailia era un edificio en ruinas; parecía estar a punto de desplomarse. Thea estaba tan cansada del vuelo que no sentía especial interés por el preocupante estado de la estructura. Siempre y cuando tuviera una ducha y una cama, sería perfecto. Tuvieron que subir hasta el octavo piso y, en lugar de llegar hasta él por las escaleras, se introdujeron con cierta dificultad en el diminuto ascensor. Era un cubículo estrecho de rejilla de hierro, con una fina capa de madera contrachapada a modo de suelo que los separaba de una caída terrible. Pese a que sólo eran dos y que llevaban una maleta cada uno, apenas tenían espacio para respirar. El aparato crujió cuando se puso en marcha, ascendiendo trabajosamente cada centímetro. Tras unos inquietantes traqueteos, el ascensor se detuvo en seco a mitad de camino entre los pisos cuarto y quinto. Por lo visto ocurría con cierta frecuencia, pues la persona que ascendía por las escaleras y que los ayudó a salir no parecía sorprendida en absoluto. Finalmente, llegados al octavo piso, entraron en su habitación doble que les había costado sólo treinta y cinco libras egipcias, es decir, unos once dólares americanos. La habitación era angosta, con espacio escaso para las dos camas estrechas, una sola mesita de noche y un recoveco junto a la puerta del tamaño de una postal. El baño compartido no estaba muy lejos. La habitación y el baño estaban tan limpios como el edificio decrépito. Thea dejó caer su bolsa sobre el suelo a los pies de una de las camas y se desplomó sobre el colchón, sin la energía necesaria para descalzarse. Estaba ya profundamente dormida antes de que Jake hubiera cerrado la puerta.

A pesar del cansancio del viaje, Thea y Jake despertaron unas pocas horas después. El sol se había puesto ya y la pequeña habitación había recuperado una frescura bienvenida. Se ducharon y cambiaron de ropa, y luego bajaron a la calle a buscar una qahwa a pocas manzanas del núcleo de maidan donde les sirvieron un café excelente, pan y queso blanco. Durante su cena ligera, discurrieron acerca de las diferencias en el Oriente Medio, intercambiando detalles que Thea recordaba de su viaje anterior y de la guía que Jake había comprado en el aeropuerto de Baltimore. Lomas útil que habían aprendido hasta ahora era qué vestimenta era la más apropiada; ninguno de ellos vestía pantalones cortos, y además Thea estaba acostumbrada ya a no llevar prendas que acentuaran su figura. Apenas recordaba el árabe, pero sí lo suficiente como para facilitar su trato con los ciudadanos locales y Jake era muy hábil a la hora de convertir las libras egipcias en dólares americanos. De cualquier forma, siempre que fueran educados y no atacaran a supuestos monstruos en público, todo iría bien.

Cuando Thea se inclinaba hacia delante para coger un trozo de queso con su mano izquierda, Jake le preguntó:

–Thea, siempre he querido preguntártelo, ¿de dónde sacaste el diseño de tus tatuajes?

–¿Eh? Los diseñé yo. Cogí algunos símbolos de los cazadores y jeroglíficos elementales y los combiné hasta crear diversos patrones. – Miró el reverso de su mano izquierda, girándola hasta que los últimos rayos solares irradiaran sobre el dibujo con claridad-. En los últimos meses han empezado a… reaccionar, supongo que ésa es la palabra más adecuada, ante lo sobrenatural. Pero todo ha resultado ser tan caótico que no he tenido tiempo de reparar en ello.

–Sí, pero ¿por qué te los hiciste tatuar?

–No lo sé. Siempre he querido hacerme tatuajes, pero mi madre me lo prohibió. Y no lograba encontrar algo que realmente quisiera tatuarme. Pero después de unirme a la cacería, bueno; estos dibujos brotaron en mi mente y pensé, ¿por qué no?

–¿No conocías la práctica beduina de los tatuajes con herma? – Jake sonrió cuando ella lo miró confusa-. Estuve releyendo algunos mensajes antiguos de Rafiq en los que mencionaba algo al respecto. Era similar a tu caso. Hablaba sobre una sheika, así la llamó, se trataba de una mujer sabia que decoraba su cuerpo con diseños detallados que le servían para canalizar sus increíbles poderes.

Thea miró el reverso de su mano izquierda, luego se levantó la blusa para estudiar el tatuaje que llevaba impreso sobre el estómago.

–Vaya, ¿en serio? Me parece que tiene mucho sentido. Aunque nunca había oído hablar de ello.

–No es un gran misterio, teniendo en cuenta lo que estamos acostumbrados a vivir. Pero es algo que merecería la pena comprobar cuando hayamos zanjado toda esta locura, ¿no te parece?

–Sí, cuando quiera que sea eso. – Thea se inclinó, su voz era un susurro-. Hablando de lo cual, éste es el único momento de descanso que vamos a tener. Mañana iremos a por los visados y luego nos reuniremos con el tal Rafiq.

–Me sorprende que no los necesitáramos para venir -confesó Jake, con un tono de voz más suave ahora que se disponían a hablar sobre la cacería.

–Yo también lo pensé en mi primer viaje. Puedes pedir el visado con antelación, pero supongo que no tienen problemas a la hora de esperar a que llegues al país. Ese inmenso y horroroso edificio donde nos bajamos del taxi, ése es el Mugamaa. Sospecho que todas las áreas del gobierno egipcio están apelotonadas allí dentro. Allí es donde tendremos que ir mañana para conseguir los documentos. – Thea recordó de su viaje anterior que conseguir el visado era algo que les llevaría todo el día. Había pasado muchas horas en el feísimo Mugamaa antes de salir, hambrienta y sedienta, con su visado de turista. Pasar por ello otra vez con Jake sería como rememorar un prolongado y doloroso déjá vu.

Jake mordisqueó un poco de pan.

–Y luego nos dirigiremos a Port Said.

–Supongo que sí. Aunque estoy casi segura de que Carpenter ya no estará allí. Ha pasado, ¿cuánto? Un día desde que esos cargueros explotaron.

Thea compartió un momento de silencio mientras meditaban que, hacía unas pocas horas, habían estado a miles de kilómetros, congelándose en un apartamento en Baltimore, Maryland. Sabía que se enfrentaban a algo grande y que el tiempo no corría a su favor.

Jake confuso, negó con un gesto de la cabeza.

–No sé de qué otra forma podríamos seguir su rastro. Supongo que si esperamos, acabará haciendo volar otra cosa por los aires.

Thea frunció los labios en actitud de reflexión.

–Así que, ¿tienes idea de qué ocurrió exactamente en ese secuestro que el periódico mencionaba?

–No. Cuando escribí a Rafiq contándole los detalles básicos por los que habíamos decidido venir aquí, le pedí que averiguara algo más. Pero aún no sé de él. ¿Por qué has pensado en eso?

–No estoy segura. Lo del policía muerto parece tener que ver con Carpenter, ¿pero el secuestro? Lo único que se me ocurre es que aún mantenga cautivo a Nicholas Sforza, ¿quizá los encontró alguno de los amigos de Sforza?

–¿Momias? – aventuró Jake.

–No resulta tan ridículo cuando estamos sentados a un tiro de piedra de las pirámides, ¿eh? Recuerda que aún no sabemos qué pintaba Sforza en ese templo.

–Sí, eso es verdad. Estoy ansioso por que nos encontremos con Rafiq. Todavía tengo que hallar alguna pista de que realmente existen las momias, alguna diferente de las que uno lee en los relatos y las leyendas. Espero que sepa algo al respecto.

–¿No ha estado conectándose durante bastante tiempo a hunter-net? ¿Y no te extrañaría que no hubiera mencionado algo sobre las momias si supiera que existen?

–Ése es un buen punto -señaló Jake, arrebujándose en su silla-. Pero la verdad es que no lo sé. He estado meditando sobre Carpenter. ¿Sabes lo que dicen de los zombis en hunter-net? Todos aseguran que son fuertes, no obstante, rara vez o más bien casi nunca, son astutos y menos aún inteligentes. Dos particularidades que Maxwell Carpenter sí tiene.

Thea asintió.

–Sí, él por sí solo es una raza a parte.

–Ésa es una buenísima forma de explicarlo. Quizá los seres como Carpenter, los no muertos a los que llamamos los "ocultos", ¿sean un ejemplo de momias? Ya sabes, son poderosos, inteligentes, imparables…

–Sí, tal vez -Thea negó con la cabeza-. Pero la verdad es que no lo sé. Cuanto más pienso en ello, más segura estoy que las momias existen. Cosas que son realmente inmortales. Que viven para siempre; es una idea bastante atractiva, ¿sabes?

–¿Adónde quieres llegar?

–Bueno, Carpenter es muy poderoso, eso es cierto, pero no está vivo, ¿verdad? ¿Y si malinterpretamos su intención? Me has comentado que los zombis perseguían un único objetivo…

–Y no suelen ser muy sutiles a la hora de conseguirlo.

–Eso es. La historia es que siempre hemos pensado que el objetivo de Carpenter era vengarse de toda la familia Sforza. Y le hemos visto realizar unas maniobras bastante arriesgadas para dar con Nicholas. Pero si lo único que quería era saldar una cuenta pendiente con los Sforza, ¿qué demonios está haciendo aquí? Independientemente de sus motivos, Carpenter ha empleado la astucia y ha sido todo lo disimulado que podría ser. Acuérdate de cómo nos engañó para que entráramos en el Templo de Akenatón. Combinó algunas verdades con ciertas mentiras, y nos estudió a cada uno para saber qué teclas nos harían reaccionar e incluso después de que creyéramos haber descubierto lo que pretendía, hicimos lo que él esperaba de nosotros.

–¿Y?

–Bueno… ¿y si Carpenter hubiera estado persiguiendo a Nicholas Sforza para conseguir que éste le diera algún tipo de elixir que lo convirtiera en inmortal? Traerlo de vuelta a la vida de forma permanente como, a falta de una palabra mejor, una momia.

–¿Elixir?

–Lo que sea. ¿Quién sabe si todo esto no se remontará hasta… cómo se llamaba? ¿Annabelle Sforza? Es posible que ése fuera el motivo real de su riña. Bueno, quizá no; parece algo inverosímil. – Con las hipótesis persiguiéndose las unas a las otras en su mente, Thea tardó en darse cuenta de que Jake la miraba con una media sonrisa dibujada en los labios-. ¿Qué?

–¿No te estás saliendo por la tangente?

–¿Por qué? Si otorgamos credibilidad al hecho de que puedan existir las momias, algunos de los enigmas a los que nos enfrentamos, cobran sentido.

–Y nosotros sin Brendan Fraser -murmuró Jake.

–Muy gracioso.


Thea y Jake comenzaron a aplatanarse cuando el subidón de la cafeína empezó a desvanecerse. El cansancio del vuelo los golpeó de nuevo, por lo que regresaron a Casa Ismailia. Llegados a la habitación, cayeron como troncos en sus camas.

Sus cuerpos no estaban aún completamente recuperados a la mañana siguiente, pero no se sentían tan exhaustos como el día anterior. Luchando por emerger de su letargo, arreglaron su cuarto y se prepararon para la ardua misión de conseguir sus visados. Al salir del hotel, comprobaron que Maidan el-Tahrir bullía con el tráfico de los viandantes y los vehículos. Thea y Jake conocían al dedillo los centros urbanos de las grandes ciudades americanas, pero ésta era una experiencia desconocida para ellos. Lo único que tenían que hacer era cruzar de un extremo al otro de la plaza. El problema estribaba en buscar la mejor forma de llegar hasta el Mugamaa sin dejarse llevar por la afluencia de la muchedumbre o ser atropellado accidentalmente por uno de las decenas de coches que circulaban a toda prisa por el maidan.

Concentrada como estaba en la labor de cruce, Thea no se percató al principio de que un hombre los miraba a pocos metros. Dudó que se tratase de un pervertido; los hombres egipcios muy rara vez se detenían a comerse con la mirada a una mujer y además su blusa campesina, pantalones cargo de cintura baja y botas de senderismo eran una vestimenta lo suficientemente apropiada. El tipo debe estar esperando a que alguien lo contrate como guía turístico, pensó, girándose para despedirlo. Se quedó boquiabierta. Su cabello estaba muchísimo más corto y la tez más bronceada, pero lo reconoció de inmediato.

–¡Sforza! – Su voz un jadeo sofocado.

–Nicholas, por favor -respondió él, cruzando los brazos sobre el pecho y sonriéndoles de una manera imprecisa-. Hola Thea, hola Jake. Bienvenidos a Egipto.