Capítulo 15

 

Elsa observó el rígido rostro de Donato y sintió un escalofrío por la espina dorsal. Había vuelto a recluirse tras aquella expresión que ella tanto odiaba. Hacía mucho que no la veía, y le asustaba.

—¿Por qué no quieres que le diga que no habrá boda? Sin duda, tu juego ya ha terminado.

Incluso había accedido a asegurarse de que Rob recuperaría su dinero.

Donato apretó las mandíbulas. Volvió a convertirse ante sus ojos en el hombre que había conocido en la fiesta de su padre.

No, ni siquiera eso. Allí, al menos, a pesar de sus aires de superioridad, había calor en su mirada y una chispa de humor.

El hombre que estaba mirando ahora parecía muerto por dentro. Elsa tragó saliva y sintió ceniza en la lengua.

—Donato, ¿qué pasa? Me estás asustando —antes no lo habría admitido nunca, pero entonces era su enemigo. Ahora era mucho más.

—¿Por qué no te cambias? Después hablaremos – Donato miró hacia el carrito de bebidas que apenas usaba y Elsa sintió que se le partía el alma. ¿Tan terrible era la verdad que necesitaba alcohol para lidiar con ella?

—Prefiero hablar ahora – Elsa tomó asiento en un sofá sobre las faldas de seda del vestido. —Me has estado ocultando algo, ¿no es así? Por favor, dímelo de una vez. No puedo seguir aguantando la incertidumbre.

—Si insistes —murmuró Donato con voz grave—. De todos modos, ya casi ha terminado.

—¿Qué ha terminado?

—La destrucción de tu padre – Donato la miró a los ojos.

Sus ojos parecían más negros que índigo. Y fríos. Tanto que Elsa se acostó contra los cojines.

—¿Destrucción? —la palabra le quemó la lengua mientras su cabeza daba vueltas—. ¡No! No puedes estar diciendo que…

No podía creerlo. Donato no era un hombre violento. Ya no. Apasionado, sí. Y de carácter fuerte. Pero no violento. Había aprendido de su pasado.

—¿Qué le has hecho? —le preguntó mirándole a los ojos.

—Le he arruinado.

Elsa se dejó caer hacia atrás otra vez y se llevó la palma al acelerado corazón. Sabía que Donato no podía hacerle daño físicamente a su padre, y sin embargo sintió un gran alivio, tanto por él como por su padre.

—¿No tienes nada que decir, Elsa? —Donato tenía un aspecto fiero, casi agresivo.

—Estoy esperando a que te expliques —respondió ella con un nudo en estómago.

—A final del día, Reg Sanderson no tendrá nada. El proyecto que estábamos negociando seguirá adelante sin él – Donato alzó la barbilla. —También he adquirido varias empresas en las que tu padre tiene intereses. Será declarado en bancarrota, y sus acreedores y amigos no se lo perdonarán. Lo perderá todo, incluida la casa, los coches de lujo y el barco.

Aunque pudiera parecer extraño, Elsa no se sintió tan asombrada como debería. Su padre siempre había vivido al filo, invirtiendo en negocios que otros empresarios evitaban.

—Viniste a Sídney para destruirle —no era una pregunta. Tendría que haberlo visto desde el principio si se hubiera tomado el tiempo de observar. La velada impaciencia que Donato mostraba hacia su padre era algo más que un aire de superioridad.

—Sí.

Elsa tragó saliva y se revolvió en el asiento, preguntándose qué más no habría notado.

—¿Y el dinero de mi hermano Rob? ¿Eras sincero cuando dijiste que se lo devolverías o se ha perdido para siempre?

Donato alzó las cejas.

—Dije que lo haría. El dinero ya está en su cuenta.

—Lo siento – Elsa sintió una oleada de alivio. —Pero tenía que saberlo.

—Lo entiendo. Creciste con un hombre en cuya palabra no se puede confiar.

Elsa se quedó mirando la expresión de absoluto desprecio de Donato. Odiaba realmente a su padre.

—¿Qué tengo que ver yo en todo esto? —preguntó alzando una mano—. ¿A qué venía lo de la boda?

Donato le sostuvo la mirada durante un largo instante. Demasiado largo para el gusto de Elsa.

—En parte era una distracción. Mantenía a tu padre ocupado y así no se daba cuenta de nada más.

—¿Y por otra parte? —Elsa sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Estaban hablando de ella, no de un plan financiero.

—Era el toque final que sellaría su caída —pero no había satisfacción en los ojos de Donato—. Animé su plan de celebrar una fastuosa boda. Debe de haber gastado el poco crédito que le quedaba en los preparativos. Su posición social quedará destruida cuando la boda se cancele.

—¡Y también los proveedores se quedarán sin blanca! —el plan era indignante a todos los niveles. Pero entonces captó la expresión de Donato—. Tenías un plan para eso, ¿verdad? ¿Qué ibas a hacer? ¿Pagarles tú cuando mi padre no pudiera?

—Algo así.

Elsa imaginó que aquel coste no suponía nada para un hombre de su riqueza. Pero no se trataba solo de dinero.

—¿Cuándo ibas a cancelarlo, Donato?

Él le mantuvo la mirada.

—Lo más tarde posible.

Elsa asintió.

—Para causar el máximo impacto.

Por fin empezaba a entenderlo. Donato no solo quería dejar a su padre sin dinero. Quería dejarle también sin reputación, sin orgullo. Ella se había visto atrapada en el plan. Había sido un daño colateral.

Sintió un dolor profundo, más de lo que nunca creyó posible. No solo por lo que Donato le había hecho a su padre, sino egoístamente por lo que le había hecho a ella.

Elsa pensaba que quería estar con ella por ser ella.

No le resultó fácil arrastrar tantos metros de seda, sobre todo con una mano colocada en el corpiño, pero Elsa se las arregló para hacerlo.

—¡Me has utilizado! —le lanzó aquellas palabras mientras se le acercaba—. Me has convertido en objeto de burla —no era la humillación pública lo que le dolía, sino la desilusión íntima. Se le nubló la vista al darse cuenta de lo mucho que había confiado en él.

—Elsa…

—¿Cuál era el plan, Donato? —la furia le ardía como aceite hirviendo bajo la piel—. ¿Dejarme plantada en el altar? ¿Eso te habría hecho sonreír?

—¡No! —Donato parecía asombrado de verdad—. No ibas a casarte conmigo. Siempre has dicho que no lo harías.

Elsa contuvo el aliento.

—Eso no excusa el hecho de que me hayas utilizado, Donato. Como pensabas utilizar a Felicity —le tembló la voz—. No sé qué rencilla tienes con mi padre, pero, ¿de verdad nos merecemos esto?

—Yo no quería hacerte daño, Elsa – Donato tenía las manos a los lados y mantenía las distancias. —Y lo sabes. Iba a encontrar la manera de compensarte.

—¿Y cómo pensabas hacerlo? ¿Con dinero? ¿Por eso vas a devolverle el dinero a Rob? ¿Por los servicios prestados? —las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta, y por un momento pensó que se iba a ahogar con ellas.

—Elsa – Donato se acercó finalmente a ella. Pero era demasiado tarde. Elsa extendió la mano para impedirle avanzar.

—¿Por qué le odias tanto? Esto no son negocios. Esto es…

—Venganza. Por lo que le hizo a mi madre.

Elsa contuvo el aliento.

—Agrediste al hombre que mató a tu madre. ¿No estarás diciendo que…?

—¿Que Reg Sanderson tuvo algo que ver con eso? —Donato sacudió la cabeza con expresión grave—. No. Aunque podría haber sido así.

—No lo entiendo. ¿Mi padre conocía a tu madre? —Elsa frunció el ceño.

Donato suspiró y se pasó la mano por el pelo. No parecía un hombre que estuviera celebrando el éxito de sus planes.

—Dudo que la conociera. Para él solo era mercancía – Donato se giró hacia la ventana. —Ella no escogió ser prostituta. Vino a Australia pensando que iba a trabajar como doncella en un gran hotel. El plan era enviarle dinero a su familia.

Elsa frunció el ceño.

—¿Tu madre era inmigrante?

Él se rio sin ganas.

—Una inmigrante ilegal. Un agente de inmigración le dijo que lo había solucionado todo antes de venir. De hecho, pagó por el privilegio. Pero todo resultó ser una mentira. La llevaron a un burdel y la vendieron como si fuera una esclava.

Elsa tuvo que apoyarse en el brazo de una butaca.

—¿Una esclava? —había leído sobre la trata de blancas, pero no le parecía real.

El rostro de Donato, tan rígido como el bronce, la convenció.

—Le quitaron el pasaporte, dijeron que tenía que trabajar para ellos para pagar la deuda contraída al ir a Australia.

—¿Quiénes hicieron eso?

Su mirada fría se clavó en la suya.

—Ah, esa es la cuestión. Estaba el hombre que llevaba el burdel y sus ayudantes, pero había más gente detrás. Los que hacían fortuna explotando a mujeres como mi madre.

Elsa se llevó una mano al pecho para calmar el doloroso latido de su corazón.

—¿Mi padre era uno de ellos, es eso lo que estás diciendo?

Quería gritar que no era cierto. Que su padre no haría algo así. Pero no pudo. Todo lo que sabía de su padre apuntaba a que utilizaría a cualquiera. No tenía conciencia en lo que se refería a ganar dinero. El estómago se le puso del revés.

Donato asintió.

—Lo siento —había tristeza en su voz, como si hubiera captado su horror y su vergüenza—. Vamos, siéntate.

—No, estoy bien —ella sacudió la cabeza—. Cuéntame el resto —tenía que saberlo todo.

—No hay mucho más que contar. Mi madre estuvo allí retenida durante años, igual que muchas otras. Tenía demasiado miedo para ir a las autoridades.

Donato hizo una pausa. Cuando volvió a hablar, lo hizo con voz rota.

—Decidí convertir en mi misión encontrar a los responsables del tráfico de mujeres. Me llevó años, pero finalmente estreché el cerco a dos hombres. Uno estaba siendo investigado por la Policía, pero murió antes de que pudieran arrestarlo. El otro, tu padre, cubrió mejor sus pasos.

—Pero, ¿estás seguro? —Elsa sabía que era una pregunta inútil. Donato no dejaba nunca nada al azar.

—Te puedo enseñar las pruebas si quieres, Elsa. Llevo años recopilándolas.

—No, gracias – Elsa en el fondo sabía que era cierto. Le costaba trabajo respirar. Le costaba trabajo pensar.

La verdad se abría entre ellos. Era oscura, terrible y lo explicaba todo. Por qué se había acercado a ella. Para distraer a su padre.

Había sido su instrumento de venganza. Sintió una punzada de dolor en el pecho. ¿La había seducido Donato solo para poder apretarle más las tuercas a su padre? ¿Para hacer más dulce la venganza?

Tal vez fuera una ingenua, pero no lo creía. Donato era duro e implacable, pero no era cruel. Su pasión había sido real. Pero fuera lo que fuera lo que habían compartido, se había terminado.

Donato ya no la necesitaba.

Y en cuanto a la posibilidad de tener un futuro juntos… ¿cómo iba a ser posible? Era la hija de su enemigo. Aquello se interpondría siempre entre ellos.

—Me da la impresión de que necesitas una copa.

Donato seguía manteniendo las distancias, pero Elsa se apiadó de su expresión demacrada.

—Y tú también.

 

 

Donato se encogió de hombros. Contarle a Elsa la verdad había sido tan duro como se temía. No podía apartar la mirada de ella, que estaba apoyada en el brazo de la butaca. Tenía una mirada dolida y el brillante vestido que se sujetaba al pecho enfatizaba la tensión de sus facciones.

Pero mantenía la barbilla alta, dispuesta a enfrentarse a todo lo que pudiera contarle.

—¿Qué te sirvo?

—Algo fuerte —asintió ella—. Un vodka doble.

Donato se giró, agradecido por tener algo que hacer. Escuchó a su espalda el susurro de la tela. Elsa debía de estar poniéndose más cómoda, sentándose en la butaca. Bien.

—Siento haberte dejado en estado de shock —le temblaron un poco los dedos mientras abría la botella y servías las copas—. Toma, esto te ayudará —se dio la vuelta con las copas en la mano y se detuvo en seco.

En el suelo había una montaña de tela blanca: el traje de novia. Se lo había quitado y había salido desnuda del salón.

Apretó con fuerza las copas. Tenía que hablar con ella, ver si podía salvarse algo del naufragio de su relación.

Pero Elsa había dejado las cosas muy claras. Ni siquiera había querido tomarse una copa con él. Sin duda, no podía soportar tenerlo delante. Era el heraldo del mal, el hombre que había destrozado a su padre y que la había utilizado para sus maquinaciones.

Donato alzó una de las copas y se bebió el vodka doble de un trago.

Tuvo que hacer un esfuerzo para no salir corriendo tras ella. Pero Elsa necesitaba tiempo. Al menos le debía eso. Se dejó caer en una de las butacas, levantó la segunda copa y se la bebió. El alcohol le quemó la garganta pero no llegó a tocar el hielo ártico de su corazón. Se quedó sentado mucho tiempo, escuchando los sonidos de Elsa moviéndose por el dormitorio que estaba encima del salón. Finalmente, cuando ya no pudo seguir esperando más, dejó las copas vacías y se levantó.

Le sorprendió ver el dormitorio vacío, y también le sorprendió el hueco que sintió en el pecho. Lo intentó en el baño y en el vestidor, y vio que no quedaba ni rastro de Elsa, ni siquiera una horquilla de pelo.

Entonces sintió miedo. No miedo por su integridad física como el que había sentido en la cárcel, sino un miedo como el que conoció de niño. Miedo a perder a la única persona del mundo que realmente le importaba.