Capítulo 9
Si te quedas a dormir, ¿quién sabe? —murmuró Donato unas horas más tarde mientras le acariciaba lánguidamente la espalda—. Tal vez consigamos llegar a la cama.
Era la primera vez que invitaba a una mujer a quedarse a pasar la noche, pero ya había dejado de sorprenderle el deseo que sentía por Elsa. Fuera lo que fuera lo que estuviera pasando entre ellos, tenía intención de disfrutarlo al máximo.
Elsa soltó una carcajada y Donato sintió una punzada en el vientre. Tenía una risa sexy y cálida.
—Eso sería una novedad.
Donato sonrió. Así estaba mejor. La visión de sus ojos plateados cubiertos de lágrimas le había inquietado, aunque hubiera tenido lugar tras un impresionante clímax.
La atrajo hacia sí e ignoró el resurgimiento de deseo. Las sombras habían crecido y Elsa se había dormido, lo que le hizo preguntarse si no estaría agotada. Tal vez tampoco había dormido la noche anterior.
Elsa Sanderson no era lo que esperaba. Desde su sencilla ropa interior de algodón hasta su mirada cuando le preguntó sobre su pasado.
Donato sintió una punzada en el pecho. Aparte de su madre, nadie había estado completamente de su lado, ni siquiera su abogado. No estaba acostumbrado a ello. Aquello explicaba la extraña sensación que experimentó cuando Elsa le miró con simpatía.
Se sacudió aquella sensación de inquietud. Apretó a Elsa contra su erección y disfrutó de su gemido. Le gustaba abrazar a una mujer que era todo curvas. Estaba deseando explorar cada centímetro de ella.
El sonido de un teléfono atravesó el silencio y Elsa se movió.
—Es el mío —se levantó de la tumbona tambaleándose.
—Puede esperar – Donato se apoyó en un codo para mirarla mejor. ¿Cómo podía una mujer tan guapa como Elsa dudar de su atractivo?
—Podría ser importante —ella agarró el teléfono antes de que pudiera impedírselo.
¿En sábado? ¿Qué podía ser tan vital? ¿Otro amante? La idea fue como un puñetazo en el estómago. El instinto, o tal vez el orgullo, le indicó que Elsa no era promiscua. Deslizó la mirada por su figura de reloj de arena, un poco más ancha en las caderas y deliciosamente estrecha en la cintura. Piernas largas y bien torneadas y cabello como la miel oscura. Elsa se cubrió con una toalla y torció el gesto.
—Hola, papá —su voz era recelosa. Más que recelosa.
A Donato le picó la curiosidad.
Elsa le miró de reojo y se apartó de allí.
Pero la curvatura de la casa mejoró la acústica, así que captó parte de la conversación.
—¡No, no está todo acordado! Encontraremos otra forma – Elsa se apretó el móvil contra le oreja y se apartó la melena en gesto de frustración. —¡No lo harás! Ese dinero es de Rob. Tiene que devolvérselo antes de hacer nada más.
Volvió a mirarle de reojo antes de dirigirse al extremo de la piscina.
Donato la vio alejarse con largas zancadas. No podía estarse quieta. Levantó una mano al aire y torció el gesto como si se hubiera tragado algo amargo.
Hablar con Reg Sanderson producía el mismo efecto en él.
Así que había una disputa entre padre e hija. Donato lo había supuesto al ver la falta de afecto entre ellos. Y luego estaba el tono ultrajado de Elsa al hablar del dinero de Rob. ¿Su hermano Rob? ¿Había metido Sanderson la mano en los bienes de sus hijos?
Donato no tendría que haber prometido no investigarla ni a ella ni a sus hermanos. Tenía las manos atadas. Había muchas más cosas que quería saber, pero había dado su palabra.
Elsa regresó. Tenía las facciones contraídas y Donato sintió una punzada.
—Ven aquí —dijo ofreciéndole la mano—. Necesitas que alguien te ayude a sentirte mejor. Y soy el hombre adecuado.
No era una invitación completamente egoísta. No le gustaba su expresión turbada ni saber que era Sanderson quien la había provocado. Una razón más para odiar a aquel hombre.
Elsa levantó la mano como si fuera a tomar la suya, pero se detuvo.
—No —dejó caer la mano y a Donato le sorprendió la fuerza de su desilusión—. Gracias, pero… —sacudió la cabeza—, tengo que irme.
Donato estuvo a punto de insistir en que se quedara cuando vio la tensión que reflejaba su boca. Sabía que podía tenerla toda la noche en la cama y disfrutar de su cuerpo. Podría sacarle la información que quería tras tirar por tierra sus defensas.
Dejó caer el brazo. Quería la pasión de Elsa y su dulce cuerpo. Quería entenderla y entender su relación con su padre. Pero no la seduciría para obtener detalles.
Sintió una punzada de inquietud desconocida. Ya se estaba aprovechando al fingir que quería casarse. Sanderson no era el único que la estaba presionando.
Por primera vez desde hacía años, la sombre de una duda le pasó por la conciencia. Más que una duda era culpabilidad.
Donato se incorporó y apretó las mandíbulas mientras Elsa recogía su ropa. Tal vez fuera vulnerable, sexy y divertida, pero no podía permitir que se interpusiera en el camino de la justicia.
Nada libraría a Reg Sanderson de recibir su merecido. Ni siquiera el hecho de que su hija fuera la mujer más atractiva y fascinante que Donato había conocido en su vida.
Se puso de pie y recogió la camiseta de Elsa, que había aterrizado en la hamaca.
—Gracias – Elsa no le miró a los ojos, y Donato volvió a percibir aquel indicio de turbación.
Sus manos se rozaron y volvieron a saltar chispas.
—Te veo mañana.
Ella negó con la cabeza y Donato tuvo que contenerse para no abrazarla.
—Estoy ocupada.
—Estate lista a las nueve. Pasaré a recogerte.
—No sabes dónde vivo. Y prometiste no ponerme un detective.
Donato suprimió una sonrisa. Así estaba mejor. Sus ojos brillaban desafiantes.
—No te prometí que no te seguiría hasta casa —afirmó—. Voy a ponerme algo encima —buscó la camisa y se dio cuenta distraídamente de que le faltaban un par de botones.
El profundo suspiro de Elsa le llamó la atención. A pesar de su aire desafiante, se agarró a la ropa para ocultarse detrás de ella.
—De acuerdo. Nos veremos mañana. Vendré aquí a mediodía.
—A las nueve.
—A las once.
—A las nueve – Donato le apartó el pelo de la mejilla. —Y prometo no llamarte después de medianoche.
Elsa se estremeció y él se acercó más para aspirar el delicado perfume de su piel.
—A las nueve y media entonces. Y no me llamas en ningún momento.
Donato no dijo nada. Si Elsa pensaba que iba a dejar pasar la oportunidad de escuchar su voz ronca y deliciosa cuando no podía tenerla con él en la cama, entonces no le conocía todavía.
—Eso es. Ya lo tienes —la voz de Donato sonaba aprobatoria y Elsa sintió una punzada de emoción, pero tenía que concentrarse—. Mueve la mano izquierda.
Observó mientras Donato lo hacía. Igual que ella, estaba suspendido en una cuerda a medio camino de la pared de la roca. Pero a diferencia de Elsa, se sentía muy cómodo. Había visto su alegría antes, cuando hacía rapel por el acantilado.
—Elsa, ¿estás bien?
—Perfectamente —ella volvió a mirar la pared y se concentró en seguir las instrucciones de Donato. Se echó despacio hacia atrás y sintió cómo se movía la cuerda en su mano enguantada.
—Perfecto. Lo tienes. Lo estás haciendo muy bien, sigue así —su voz era alentadora y al mismo tiempo profesional. El profesor perfecto.
¿Quién lo hubiera pensado? Elsa recordó la primera noche, en la que le pareció tan despótico y autoritario. Pero el Donato que había empezado a conocer tenía una profundidad sorprendente. Solía salirse con la suya y tenía un lado que todavía no había conseguido penetrar, pero resultó ser inesperadamente detallista y… cariñoso.
Donato se le acercó, pero no lo suficiente como para agobiarla.
—Intenta doblar las rodillas y balancearte un poco. Estás a salvo.
Elsa asintió. Había inspeccionado el equipamiento y había aprendido todo lo que pudo antes de acceder a intentar aquello. Y su guía profesional estaba en lo alto, vigilándola.
Dobló las rodillas y se apartó despacio de la roca. Durante un instante sintió miedo y luego experimentó el subidón de adrenalina. Volvió a hacerlo, esta vez soltando un poco la cuerda para poder moverse en arco.
—¡Lo conseguí! —una sonrisa le iluminó el rostro.
—Por supuesto que sí, porque te has esforzado.
Elsa se giró hacia Donato y vio que sonreía, como si estuviera tan contento como ella.
—Vamos, lleguemos hasta abajo.
Elsa se dio la vuelta y se concentró en cada movimiento hasta tocar el suelo. Una vez allí, aspiró con fuerza el aire.
—Ha sido maravilloso —reconoció.
—¿Te alegras de haber probado algo nuevo este fin de semana?
—Absolutamente.
Aquellas dos últimas semanas no había tenido tiempo para nada más que para el trabajo y para Donato. Si no estaba con él por la noche, hablaba con él por teléfono. Su voz oscura como el café era un constante recordatorio de lo que se estaba perdiendo al negarse a quedarse con él.
Pero seguía necesitando mantener una parte de su vida privada. Donato había entrado en su mundo como un ciclón que arrasó con todas sus defensas. Dominaba sus pensamientos e incluso sus sueños. Iban a dividir aquel fin de semana en las Montañas Azules en dos partes. Donato había sugerido que pasaran la mitad del tiempo haciendo algo que le gustara a él, y la otra la escogería ella.
Como si quisiera compartir su vida privada con ella, no solo la cama. Como si quisiera conocerla mejor. Era una idea tentadora. Tras dos semanas de orgasmos intensos y charlas banales, esto suponía un giro en su relación.
Elsa había tratado de decirse que no tenían ninguna relación. Tenían sexo. Un sexo asombroso.
Y tenía aquel compromiso falso. Su padre insistía en que se casaran y seguía adelante con los preparativos a pesar de las protestas de Elsa. Pero haría falta algo más que una orden de su padre para que se casara con un hombre al que no amaba.
Mientras tanto, tenía que ayudar a sus hermanos. Su padre se había apoderado con malas artes de la herencia que su abuelo le había dejado a Rob, el dinero que necesitaba para terminar de amueblar el resort. Reg había prometido devolverlo cuando cerrara su trato con Donato.
Elsa se sentía atrapada entre la atracción que sentía por Donato y la situación con su padre.
Le había dicho a Donato muchas veces que no habría ninguna boda. Él siempre se encogía de hombros y decía que todo saldría bien.
Era como un juego en el que solo él conocía las normas. Cuando Elsa trataba de presionarle para encontrar una solución, Donato la distraía, normalmente con alguna provocación que solía acabar en la cama.
Ahora la rodeó con sus brazos y el corazón le dio un vuelco, como solía suceder.
—¿No me vas a dar un beso por enseñarte a hacer rapel?
Ella sacudió la cabeza con gesto coqueto.
—Ha sido el guía quien ha hecho todo el trabajo, ha organizado el equipamiento y…
—Si crees que vas a besar a otro que no sea yo, estás muy equivocada —los ojos de Donato tenían un brillo especial.
Elsa se estremeció al instante. Aquella posesividad era demasiado atractiva. Deseaba a Donato. No solo sus besos, sino también su atención, su tiempo. Escuchó una sirena de alarma interior.
Tenía que recordarle que era una mujer independiente, y también a sí misma. Donato era tan abrumador que necesitaba batallar constantemente para no resultar engullida por él.
Le puso una mano en el ancho pecho y lo empujó suavemente.
—Eso lo decidiré yo. No te pertenezco, Donato. No me has comprado.
Elsa esperaba una mueca burlona o aquella sonrisa lenta y letal que le despertaba los sentidos. Pero Donato se quedó repentinamente quieto y la miró de un modo que le erizó el vello de la nuca. No era una mirada furiosa. No fue capaz de distinguir su expresión, pero Elsa sabía que había tocado un tema espinoso.
Donato la apretó con más fuerza, clavándole un poco los dedos. Y de pronto la soltó. Dio un paso atrás y flexionó las manos. El pecho le subía y le bajaba como si fuera un nadador que hubiera permanecido demasiado tiempo bajo el agua.
—¿Donato? ¿Qué pasa? —Elsa sintió un escalofrío.
Él, que tenía la mirada clavada en el horizonte, se giró para mirarla. Elsa distinguió una fuerte emoción en él. ¿Qué estaba pasando? Un instante atrás estaba riéndose.
—No pasa nada —desaparecieron los últimos vestigios de tensión. Parecía el mismo de siempre, confiado y controlado. Pero Elsa sabía que algo había sucedido, igual que ocurrió cuando le habló de su pasado.
¿Qué estaba ocultando? Todo el mundo guardaba secretos, pero le daba la sensación de que Donato tenía muchas sombras. Elsa le agarró los brazos, necesitaba una conexión física. Necesitaba, si era posible, ayudar.
Se puso de puntillas y le rozó los labios con los suyos. Él respondió al instante con una pasión que la hizo desear que el guía no estuviera arriba esperándolos.
Finalmente, Donato se apartó de ella.
—Vamos, Elsa. Es hora de que aprendas a subir —sus labios se curvaron en una sonrisa arrasadora y ella no pudo evitar sonreír a su vez.
Pero guardó silencio mientras Donato se ocupaba de la equipación. Porque la sonrisa que él había esbozado no le llegó a los ojos.
Elsa se dijo que el hecho de que fueran amantes no le daba derecho a husmear en cosas que obviamente Donato no quería compartir. Ella también mantenía parte de su vida fuera de su alcance.
Pero la necesidad de comprenderle la carcomía. Quería saber para poder ayudar. Porque no quería volver a ver aquella expresión en su rostro nunca más.
¿Aquella era la reacción de una amante a corto plazo?
¿O la de una mujer que se hundía cada vez más?