Capítulo 3

 

Elsa se quedó mirando aquellos ojos que no reflejaban ni pizca de burla.

Se le erizó el vello de la nuca. Ella ocupando el lugar de su hermana.

Durante una décima de segundo experimentó una sensación de triunfo ante la idea de ser suya. De experimentar toda aquella intensidad, no como un espécimen a estudiar, sino como amante.

Deslizó la mirada por aquellos hombros tan anchos, por el cuerpo masculino que había bajo el traje hecho a medida. ¿Qué se sentiría entre aquellos brazos?

Dio un paso atrás y derramó un poco de agua del vaso.

—No soy la sustituta de mi hermana —las palabras le salieron haciendo un esfuerzo.

—Por supuesto que no. Eres una persona única —afirmó Donato con una sonrisa.

—No seas condescendiente conmigo.

—Te pido disculpas. Pensé que preferirías que fuera sincero.

—Por supuesto que sí – Elsa agarró el vaso con ambas manos.

Donato la escudriñó con la mirada.

—Entonces, déjame decirte que nada me apetece más que la perspectiva de conocerte mejor.

No había en sus palabras nada lascivo, ni tampoco en su expresión. Y sin embargo, aquellas palabras, «conocerte mejor», ocultaban una gran profundidad. Conocer implicaba conocimiento carnal.

Tendría que haberse sentido horrorizada, pero no fue así.

Le deseaba. En aquel momento. Con una inmediatez que superaba toda su cautela.

—No digas tonterías. No tenemos nada en común.

—Yo creo que sí, Elsa – Donato hizo una pausa, como si estuviera saboreando su nombre. —Tu padre y sus negocios, por ejemplo.

Ella se apartó y dio media docena de pasos antes de girarse para mirarle. Para su enfado, Donato salvó la distancia que los separaba.

—No estás interesado en conocerme a mí —un hombre como Donato Salazar querría una mujer de perfil alto que pudiera lucir como un trofeo. No una sosa como ella.

El alto cuerpo de Donato se cernió sobre ella como si se viera atraído por la misma fuerza que urgía a Elsa a acercarse a él.

Entendía la atracción, incluso entendía el atractivo de lo peligroso, a pesar de que siempre había escogido en la vida el camino más prosaico.

Y sin embargo nunca había experimentado un deseo así. La inundaba, le hacía imaginar cosas imposibles. Como agarrar a Donato del cuello de la camisa y acercar su rostro orgulloso y marcado al suyo. Quería saborearle, perderse en la pasión que sabía que se ocultaba bajo aquel barniz de educada calma.

A Donato le salió el aire por las fosas nasales, y de pronto respiró con agitación, como si le hubiera leído la mente. Llevó la mirada a su boca.

El aire de la noche se hizo más intenso.

—No sé nada de ti.

—Pero eso no importa, ¿verdad? —su voz cálida la envolvió—. Eso no evita que sientas lo que estás sintiendo.

Elsa abrió la boca para espetarle que no sentía nada.

Pero Donato la estaba mirando fijamente, esperando que se pusiera nerviosa y negara aquella conexión entre ellos. No sería una falsa. Eso supondría admitir el miedo, y no quería.

Elsa alzó la barbilla.

—No sé a qué clase de mujeres estás acostumbrado, Donato, pero quiero que sepas que no pienso actuar de forma impulsiva con un desconocido.

—¿Por muy tentador que resulte? —Donato puso voz a los pensamientos de Elsa—. ¿Crees que yo no estoy tentado? —le preguntó con tono aterciopelado—. ¿Crees que no deseo deslizar las manos por tu lujurioso cuerpo? ¿Sentir tu calor, saborearte y hacerte saber lo mucho que me deseas?

Elsa se quedó sin aliento. Él deslizó la mirada hacia sus senos y un fuego hizo explosión dentro de ella. Estaba ardiendo, y tenía la sospecha de que nadie podría apagar aquel incendio excepto Donato.

—No importa lo que tú desees, Donato —alzó la cabeza para encontrarse con su mirada fija—. No va a pasar.

Él la miró con mayor fijeza todavía y la ansiedad se apoderó de Elsa. Se preguntó si no habría sido un movimiento poco inteligente lanzarle semejante desafío.

—Nunca digas «de este agua no beberé», Elsa.

La intensidad de su mirada la asustó. De pronto sintió que no hacía pie. Quería estar en su apartamento en pijama y viendo una película acurrucada en el sofá.

—Quiero conocerte, Elsa.

—¿Cómo? ¿Sexualmente? —Elsa dejó el vaso en la mesa más cercana para evitar derramarlo.

—Me gusta que digas exactamente lo que piensas, Elsa. Es refrescante.

Ella se puso en jarras y dio un paso adelante, aunque enseguida se dio cuenta de su error y se detuvo en seco. Pero se negó a recular a pesar de que estaba tan cerca que podía inhalar su embriagador aroma masculino.

—Ya te he dicho que no seas condescendiente conmigo, Donato.

Él sacudió la cabeza.

—Solo digo la verdad —aseguró antes de esbozar una sonrisa—. ¿Que si quiero tu cuerpo? Sin duda. Juntos seríamos magníficos. Pero quiero más. Quiero entenderte.

De todas las cosas que podía haber dicho, de todas las que había dicho hasta el momento, aquella fue la que la dejó sin defensas.

Ningún hombre había querido nunca entenderla. Ni su padre, que solo quería que fuera guapa y frívola y le levantara el ego, ni los hombres con los que había salido.

—¿Por qué? —Elsa ladeó la cabeza—. Somos desconocidos. Y no me digas que porque crees que la idea de mi padre sobre lo de casarse es un buen plan. Quiero la verdad.

Se mantuvo con la espalda recta, preparada para recibir una oleada de furia. Estaba acostumbrada a toda una vida lidiando con el temperamento volátil de su padre.

—¿Crees que te mentiría?

—Los hombres suelen hacerlo cuando quieren algo.

—No tienes muy buena opinión de los hombres – Donato parecía más curioso que ofendido. —Pero aplaudo tu cautela. Demasiada gente se pone en riesgo y luego se ve en situaciones que no puede controlar.

Su voz encerraba un tono sentido que la sorprendió. No podía imaginarse a nadie aprovechándose de Donato.

—¿A ti te ha pasado alguna vez?

Transcurrió un largo instante antes de que Donato contestara.

—Por supuesto. Pero con una vez fue suficiente. No volverá a suceder —sus palabras encerraban certeza absoluta.

Elsa deseó poseer semejante convicción. Debería apartarse de Donato Salazar y del peligro que representaba.

—¿Por qué yo? —apretó las mandíbulas—. Aquí hay muchas mujeres glamurosas.

—¿Crees que tú no eres glamurosa?

—Conozco mis limitaciones. Pero eso no importa – Elsa ignoró la tensión que sintió en el estómago.

Donato dejó el vaso de agua al lado del suyo y Elsa se preguntó si intentaría acercarse más. Pero lo que hizo fue meterse las manos en los bolsillos del pantalón. El movimiento enfatizó el poder de sus anchos hombros y de sus fuertes muslos.

—Creo que a ti sí te importa. Y mucho.

Elsa se pasó las manos sudadas por el vestido. El vestido de su hermana. Fuzz tendría un aspecto delicado y bellísimo con él puesto. Pero a Elsa parecía que le iban a reventar las costuras y le quedaba demasiado corto.

—Me equivoqué al decirte que eras guapa. Eso es para las niñas pequeñas, y tú eres toda una mujer. La única mujer que quiero tener en mi cama.

Elsa contuvo el aliento de forma audible.

—Eres espectacular. El fuego de tus ojos, esa boca seductora, las caderas, las largas piernas. Quiero…

—¡Ya es suficiente! —Elsa se llevó la mano al corazón. Le latía con tanta fuerza que parecía que se le quería salir del pecho—. No estamos hablando de mi aspecto ni de a quién quieres llevarte a la cama.

—¿Ah, no? —respondió Donato con sonrisa pícara.

Elsa se bajó el vestido de seda por los muslos.

—No. Estamos hablando de que es totalmente innecesario que te cases con algún miembro de la familia Sanderson.

—¿Innecesario? Sí.

¡Por fin! Elsa sintió como si le quitaran una enorme piedra del pecho.

—Pero resulta apetecible —la mirada de Donato recorrió las sinuosas líneas de su cuerpo.

Si otro hombre la hubiera mirado así, Elsa le habría pegado una bofetada. Y sin embargo ahora sacó pecho como si disfrutara de aquella mirada posesiva.

—¿Perdona? —lástima que las palabras sonaran más susurradas que ultrajadas.

—Ya me has oído, Elsa. No te hagas la tonta.

—¡No me hago la tonta! – ¿acaso el mundo se había vuelto loco?. —No puedes decirme en serio que crees que el plan de mi padre tiene algún sentido.

—Lo cierto es que me parece una idea excelente —los ojos de Donato se clavaron en los suyos.

—Debes de estar de broma —miró aquellos ojos azules fijos y esperó a ver alguna señal de que Donato estaba bromeando.

Pero no llegó ninguna. Elsa cruzó los brazos sobre el pecho.

—Eso no va a pasar. Felicity no se casará contigo.

—Ya me lo has dicho – Donato se inclinó hacia delante y le sostuvo la mirada. —Te estás repitiendo. ¿Te pongo nerviosa?

—¿Nerviosa? No – Elsa agarró con fingida naturalidad el vaso de agua y le dio un sorbo lento.

—Entonces, ¿es otra cosa? —su voz era como un ronroneo oscuro.

En lugar de tranquilizarla, despertó en ella el instinto de supervivencia. Donato no era ningún gatito doméstico. Parecía más bien una pantera ojeando su próxima víctima.

—Me vienen varias cosas a la cabeza, Donato, pero soy demasiado educada para decirlas.

Su risa suave le recorrió las venas como miel caliente.

—Ha sido todo un placer conocerte esta noche, Elsa. No esperaba divertirme tanto.

—¿Te divierto? —ella apretó las mandíbulas y le desafió con la mirada a reírse de ella.

—No es la palabra que utilizaría – Donato cortó la risa de golpe. Tenía una expresión sombría.

—No quiero saber nada más.

Él alzó las cejas.

—¿De verdad? No te hacía una cobarde, Elsa.

Ella sacudió la cabeza.

—No te tengo miedo —estaba demasiado ocupada teniendo miedo de la extraña en la que se había convertido al estar con él.

—Bien, eso hará que las cosas sean mucho más agradables.

—¿Qué cosas?

Donato se balanceó sobre los talones.

—Nuestra relación.

—No tenemos ninguna relación. Voy a dejarte aquí y voy a pasar el resto de la velada disfrutando de la fiesta y no volveremos a vernos.

Aquella certeza le cayó como una patada en el estómago. A pesar de los aspectos negativos de la noche, Elsa se sentía con más energía y vigor que nunca.

—¿Por qué? ¿Hay algún hombre esperándote? —Donato sacó las manos de los bolsillos y se cruzó de brazos. Aquel movimiento lo transformó de espectador indolente a adversario beligerante.

—No me espera nadie —podría haberse mordido la lengua. Donato sacaba su lado más inconsciente, el que normalmente mantenía a raya.

—Perfecto. Así no tendré que pisar a nadie.

Elsa observó su expresión petulante y el vaso húmedo se le deslizó por los dedos, estrellándose contra el suelo tras mojarle las piernas desnudas.

—¿Estás bien? —Donato dio un paso adelante, estaba tan cerca que le robaba el aire.

—Estoy bien, estoy bien – Elsa dio por hecho que era agua lo que le corría por la espinilla, no sangre de algún pequeño corte. Ya lo miraría luego.

Dio un paso atrás y se apoyó contra la pared de piedra. Tragó saliva para contener el pánico.

—Ha sido un día muy largo y estoy cansada —hizo un esfuerzo por hablar con normalidad—. Búscate a otra para tus jueguecitos.

Donato la miró fijamente durante un instante y luego asintió y se apartó a un lado.

—Me subestimas, Elsa. No estoy jugando a nada. Te llamaré por la mañana.

—¿Para qué? No hay necesidad.

No había asomo de sonrisa en las facciones de Donato cuando contestó.

—Para conocerte mejor antes de la boda, por supuesto.

—Déjalo ya, Donato. La broma ha terminado – Elsa pasó por delante de él para marcharse.

Para su horror, Donato se dio la vuelta y se colocó a su lado en dos zancadas.

—Te acompaño a casa.

—Puedo ir sola.

—Estás cansada. Te haré compañía.

Elsa se detuvo en seco, se giró y alzó una mano para ponerle el dedo índice en el pecho.

—Ahora me vas a escuchar —para su sorpresa, él dio un paso atrás antes de que le tocara.

—No lo hagas —afirmó con expresión impávida. Pero el pulso le latió con fuerza en la sien.

—¿El qué? – ¿no le gustaba que le invadieran su espacio vital? Bien, pues a ella no le gustaba ser el blanco de sus bromas. Elsa se puso en jarras y se acercó todavía más.

—No es una buena idea, Elsa.

—¿Por qué no? ¿Tú puedes dar caña pero no aguantas que una mujer se enfrente a ti por tus crueles jueguecitos?

Donato apretó los labios y compuso una sonrisa que no se parecía a ninguna de las que había esbozado antes. Esta no encerraba ni pizca de humor. Tenía la expresión de un cazador satisfecho.

—Al contrario, Elsa —pronunció su nombre como saboreándolo—. No sabes las ganas que tengo de verte enfrentada a mí.

Elsa se preguntó confundida si él también se los estaría imaginando juntos, ella con las piernas enredadas alrededor de su cintura. Tragó saliva e intentó no sonrojarse.

Pero entonces vio la tensión en el cuello y los hombros de Donato, se fijó en cómo apretaba los puños.

—No intentes confundirme, Donato. No te gusta que esté tan cerca de ti.

—Valiente pero equivocada – Donato estiró los dedos y Elsa se sintió de pronto demasiado cerca de él. —No quiero que estés cerca de mí, quiero que estés contra mí, piel con piel, sin que haya nada entre nosotros. Quiero ver cómo te sonrojas, y no solo por excitación, sino por el éxtasis.

Elsa contuvo el aliento. Sentía el cuerpo en llamas.

—He reculado —murmuró él—, porque cuando nos toquemos, quiero que estemos solos para que podamos terminar lo que hemos empezado.

Elsa era un manojo de nervios. Y eso solo sirvió para que se enfadara más.

—¿Esperas que me crea que si te toco una vez no serías capaz de controlarte? —alzó las cejas. A pesar del modo en que su cuerpo respondía, no era tan ingenua.

—Sé que ninguno de los dos querrá retirarse una vez que hayamos… conectado —dejó caer aquella palabra—. ¿Quieres comprobarlo?

El cerebro de Elsa emitió una señal de alarma y ella dio un paso atrás. Respiraba con agitación y el corazón le latía a toda máquina.

—No, no quiero tocarte. Ni ahora ni nunca. No volveré a verte, Donato. Adiós.

Estiró los hombros, se dio la vuelta y caminó por la terraza en dirección a las luces y la gente. Una parte de ella esperaba que Donato la detuviera, pero la dejó ir. Al final no había sido tan difícil. Había destapado el farol de Donato y ahí terminaba la cosa.

Lo que sentía no era desilusión. Era alivio por no tener que volver a verle jamás.