Capítulo 2
Donato miró aquellos ojos claros y sintió el impacto como si alguien hubiera arrojado una piedra a unas aguas tranquilas.
No eran unos ojos normales. De hecho, no había nada de normal en Elsa Sanderson. Esperaba encontrar a la típica hija de papá, y en cambio…
¿En cambio qué?
Todavía no lo sabía, pero tenía intención de averiguarlo.
No le gustaba que le pillaran con la guardia bajada. Años atrás, en la cárcel, bajar la guardia podría haberle costado la vida. Y casi le costó un ojo. Entonces convirtió tener el control en el objetivo de su vida, ser él quien manejaba las riendas, no volver a reaccionar ante fuerzas que no podía controlar.
Hacía mucho tiempo que nadie le pillaba por sorpresa, y no le gustaba.
Aunque sí le gustaba lo que veía. Y mucho.
Para empezar, aquellos ojos. Eran como el mercurio. De un tono indefinido entre el azul y el gris, que se convirtió en frío plateado cuando se enfadó con él. Donato había sentido su desaprobación como una puñalada de hielo en el vientre.
Y sin embargo, su respuesta fue preguntarse qué aspecto tendrían sus ojos cuando estuviera atrapada por la pasión. Con él dentro de su cuerpo, sintiendo cómo se estremecía. No era de extrañar que estuviera irritado. Elsa había interceptado sus pensamientos, interfiriendo momentáneamente en sus planes.
No era lo que esperaba ni lo que quería. Ningún hombre buscaba aquella repentina sensación de no ser ya dueño de su destino. Un destino pérfido que al parecer todavía le reservaba algunas sorpresas desagradables.
Al diablo con el destino. Hacía años que Donato había dejado de ser su víctima.
—Por fin solos —murmuró observando cómo Elsa apretaba los labios.
Así que a ella tampoco le gustaban las chispas que saltaban entre ellos. Pero además de su cautela y la desaprobación, Donato percibió también desconcierto. Como si no reconociera la espesura del ambiente como lo que realmente era: atracción carnal.
Instantánea. Absoluta. Innegable.
—No tenemos necesidad de estar solos. Con quien tienes que tratar es con mi padre – Elsa alzó la barbilla con gesto beligerante.
Donato sintió un nudo en el estómago. ¿Cuánto hacía que una mujer no reaccionaba así ante él? No con desdén por sus orígenes, sino desafiante. Los últimos años habían estado plagados de mujeres deseosas de agarrarse a lo que pudieran: sexo, dinero, estatus, incluso a la emoción de estar con un hombre de oscura reputación. ¿Cuánto hacía que una mujer que deseaba le resultaba difícil de conseguir?
Porque se había dado cuenta de que deseaba a la señorita Elsa Sanderson con un ansia primaria que seguramente a ella la desconcertaría. A él le perturbaba, y eso que pensaba que no podría escandalizarse ya por nada.
—Pero esta noche se trata de socializar. Esto es una fiesta, Elsa —pronunció su nombre muy despacio, disfrutando de su sabor casi tanto como disfrutó de la respuesta en aquellos ojos brillantes.
Ah, sí, la señorita Sanderson lo deseaba tanto como él a ella. El modo en que se humedeció los labios con la punta de la lengua. La manera en que dejó caer los párpados, como si anticipara el placer sexual. La rápida elevación de sus preciosos senos bajo la seda azul de su ajustado vestido.
Los pezones se le endurecieron y se dispararon hacia él. Donato tuvo que contenerse para no ponerle las palmas de las manos en el pecho. Quería sentir su peso en las manos. Quería más de lo que podía tomar allí, en una de las terrazas de la mansión de su padre que daba al puerto.
Se guardó las manos en los bolsillos traseros de los pantalones y vio cómo entornaba los ojos, retándole a quedarse mirando su cuerpo.
—¿Te perturbo, Elsa?
Si no quería que admirara la vista tendría que haberse puesto otra cosa, no un vestido que le marcaba las curvas como un envoltorio de plástico. En eso al menos no le había sorprendido. Esperaba que la hija de Sanderson fuera como su padre, más exhibición que sustancia. Pero entonces Elsa se giró para mirarle y supo con absoluta certeza que era distinta.
—Por supuesto que no —a Donato le gustó su tono bajo y confiado, muy distinto a las risas estridentes de las mujeres que rodeaban la piscina—. ¿Tienes por costumbre perturbar a la gente?
No era un tono coqueto, sino muy serio, como si estuviera tratando realmente de entenderlo.
Donato dio un paso adelante y ella se quedó muy quieta. Se le dilataron las fosas nasales. ¿Estaría aspirando su aroma, como él aspiraba el suyo? Descubrió que olía a… ¿arveja? El olor de un jardín antiguo.
Le asaltó un recuerdo. El de un jardín soleado. Su madre riéndose, algo extraño, y Jack explicándoles con paciencia la diferencia entre las malas hierbas y las preciadas plantas de semilla.
¿Cuánto tiempo hacía que no pensaba en eso? Pertenecía a otra vida.
—¿Donato?
Se puso tenso al darse cuenta de que ella había alzado la mano como si fuera a acariciarle. Luego la dejó caer a un lado. Donato no supo si sentirse aliviado o arrepentido.
Quería tocarla. Lo deseaba mucho. Pero no allí. Una vez que se tocaran ya no habría marcha atrás.
—Algunas personas me encuentran perturbador.
A Elsa le resultaría reconfortante creer que tenía ese impacto en todo el mundo. Pero para ella su respuesta resultaba completamente personal, como si algo les uniera.
—¿Y por qué?
Donato alzó sus oscuras cejas. A Elsa le costaba trabajo creer que hubiera en el mundo alguna mujer que no cayera redonda ante aquellos rasgos de ángel caído.
—¿Qué sabes de mí?
Ella se encogió de hombros.
—Solo que mi padre quiere hacer negocios contigo. Por lo tanto, debes de ser rico y poderoso.
Guardó silencio antes de hacer algún comentario maleducado. Lo que tendría que hacer era suavizar el camino para darle la noticia de que su hermana no iba a jugar a las casitas con él.
—También sé que eres de Melbourne y que estás de visita en Sídney para un proyecto importante.
—¿Eso es todo? —la miró de un modo penetrante, como si quisiera atravesar la ropa de su hermana y llegar a la mujer sin ornamentos que había debajo.
Su traicionero cuerpo se calentó y le temblaron un poco las rodillas.
—Eso es todo —no había tenido tiempo para hacer una búsqueda en Internet. Apenas había podido buscar ropa adecuada para la ocasión tras el encuentro con su padre.
—¿No te interesan los negocios de tu padre?
—No – Elsa no se molestó en dar más detalles. Lo que su padre hiciera ya no era cosa suya. Excepto si amenazaba a Rob y a Fuzz. —Bueno…
Donato alzó una mano para silenciarla.
—No te expliques. Resulta refrescante conocer a alguien suficientemente sincero para admitir que solo le interesa el dinero, no cómo se consigue.
—No me has entendido —hacía que pareciera una sanguijuela.
—¿Ah, no? ¿Por qué?
Elsa decidió entonces ser cauta y sacudió la cabeza.
—Da igual. No es relevante.
No volverían a encontrarse nunca. Preocuparse por lo que Donato pudiera pensar de ella era un signo de debilidad. Además, se negaba a que él, Donato Salazar, supiera cosas de ella. El conocimiento era poder y él parecía ser de los que lo utilizaban sin compasión.
—Entonces, ¿qué es relevante?
—La razón por la que estás aquí esta noche. Felicity.
—He venido para conocerla – Donato dirigió la mirada hacia las terrazas superiores, que estaban llenas de gente.
—No ha podido estar aquí esta noche.
—Eso me dijo tu padre.
Elsa se preguntó qué más le habría contado. Se apostaba todos sus ahorros a que no había admitido que Fuzz había huido a Queensland con tal de no enfrentarse a este hombre. La idea de que su hermana estuviera en algún sitio sin champán helado, baños de espuma y público adorándola le resultaba inconcebible. Pero Rob había dicho que estaban alojados en un viejo motel y que se las arreglaban con un camping gas y duchas frías mientras terminaban las reformas.
Fuzz se había enamorado por primera vez. Matthew, amigo de Rob y ahora socio en el negocio, era un hombre decente, honrado y trabajador, una excepción en el círculo social de su familia. La decisión de Matthew de convertir el desprestigiado hotel que había heredado en un moderno resort fue el catalizador que Rob y Fuzz necesitaban para romper con Sídney y con su padre.
—Así que estás aquí sustituyendo a tu hermana —la voz de Donato le atravesó las venas como si fuera alcohol puro—. ¿Qué podría haber más placentero?
Le cambió la expresión, su mirada se hizo más penetrante, se le agudizaron las líneas del rostro. Tenía aspecto de depredador.
—¡No en el sentido que estás pensando! —le espetó Elsa.
—¿Sabes qué estoy pensando? —alzó de nuevo aquellas cejas oscuras.
—¡Por supuesto que no!
¿Cómo era posible que la desestabilizara tan fácilmente? Había invertido muchos años aprendiendo a mantener sus pensamientos y sus emociones bajo control.
Pero con Donato no podía. Se sentía insegura y fuera de lugar, así que decidió cambiar de tema.
—Estoy segura de que disfrutarás de esta noche. Las fiestas de mi padre tienen muy buena fama.
Un chillido agudo cortó el aire y fue seguido de una zambullida en la piscina. Se escucharon risas y luego otra zambullida.
—Eso parece – Donato no cambió de expresión, pero utilizó un tono de voz helado que daba a entender que no tenía tiempo para juegos festivos. —Aunque yo he venido a conocer a tu familia. A conocerte a ti, Elsa.
Allí estaba otra vez aquel temblor de excitación cuando dijo su nombre. Elsa se frotó los brazos desnudos con las palmas para disimular la carne de gallina. Se dio cuenta de su error demasiado tarde, cuando la mirada de Donato se clavó en su movimiento. No hacía frío. Donato supo que estaba reaccionando a él.
Elsa se dio la vuelta y se apoyó en la barandilla de la terraza fingiendo mirar la vista del puerto. Él estaba a un metro de distancia, pero sentía como si se estuvieran tocando. ¿Cómo era posible?
—Hasta esta noche no supe que tu padre tuviera tres hijos. Solo había oído hablar de dos.
Aquello no era una sorpresa. Reg Sanderson nunca presumía de su aburrida hija mediana como lo hacía de su inteligente hijo y de su preciosa hija mayor. Hasta aquella noche, Elsa había sido persona non grata.
—Felicity y Rob están más unidos a él. Rob incluso trabajó para él —hasta que vivir tan de cerca el negocio de su padre acabó con su entusiasmo. Rob era abogado de empresa, y Elsa sospechaba que había visto demasiadas cosas de las tácticas empresariales de su padre.
—Pero no he visto fotos tuyas con tu hermana en la prensa.
Elsa parpadeó.
—¿Lees las páginas de sociedad? —parecía un hombre interesado solo en finanzas y política.
—Te sorprendería saber lo que leo.
Ella frunció el ceño.
—Para ti es importante saber quién se deja ver en las fiestas de perfil alto, ¿verdad?
—Lo que me importa es conocer a la gente con la que voy a hacer negocios.
Elsa se puso tensa.
—Tu negocio es con mi padre, no con Felicity ni conmigo.
Donato se encogió de hombros.
—¿No es lógico que me interese por tu familia?
Teniendo en cuenta que pensaba formar parte de ella, era lo normal. Elsa sintió cómo se le encogía el estómago. Un sonido la llevó a girar la cabeza. Un camarero bajaba por las escaleras con una bandeja llena. Elsa se le acercó buscando una distracción de las sensaciones que le provocaba Donato.
—¿Algo de beber, señora? ¿Caballero?
—¿Quieres champán, Elsa? —Donato estaba justo a su espalda. ¿De verdad había creído que lograría escapar tan fácilmente?
—Agua, por favor.
—Una elección sensata – Donato agarró dos vasos de agua con gas y despidió al camarero con una inclinación de cabeza antes de pasarle uno de los vasos a Elsa.
—Gracias —murmuró ella dándole un sorbo—. En cuanto a la proposición de mi padre…
—¿Cuál de ellas?
Elsa se lo quedó mirando. ¿Es que acaso había más de una? Por supuesto que sí. El viejo tendría sin duda un saco lleno de propuestas para Donato con la intención de sacarle todo el dinero que pudiera.
—La de Felicity – Elsa dio otro sorbo a su vaso para librarse de la sequedad de garganta. —Va a estar fuera mucho tiempo.
Donato asintió y Elsa dejó escapar un suspiro de alivio.
Por supuesto que no estaba interesado en la sugerencia de su padre de que se casaran. Donato Salazar podía escoger a cualquier mujer. Pero era demasiado educado para decirle a su padre que su idea resultaba innecesaria y anticuada.
—No va a volver a Sídney.
—Eso tengo entendido – Donato hizo una pausa. —¿Puedo preguntar por qué?
—No es ningún secreto. Está trabajando en Queensland dirigiendo un proyecto muy importante de decoración de interiores.
—¿De veras? —Donato alzó una ceja—. No sabía que tu hermana trabajara.
Elsa sintió una punzada de calor en el vientre. En esta ocasión no fue excitación sexual, sino vergüenza por su hermana.
Era cierto. A sus veintisiete años, su hermana mayor nunca había tenido un trabajo pagado. Pero aquello estaba cambiando. Fuzz estaba comprometida con aquel proyecto.
Elsa estiró la columna vertebral todo lo que pudo.
—Fuzz… Felicity forma parte del equipo de diseño encargado de un resort muy importante de Queensland —bueno, sería muy importante cuando estuviera terminado.
—¿Es el resort en el que ha invertido tu hermano? Tu padre me contó que había dejado la empresa familiar para volar solo. Pero que sigue en el mismo campo, hoteles y ocio.
—No es exactamente lo mismo. Mi padre ha hecho su riqueza con el juego, las máquinas de póquer y los casinos.
—No solo con el juego —la respuesta llegó muy deprisa y a Elsa le sorprendió la sequedad del tono—. Tu padre tenía también otros intereses.
A Elsa le pareció que curvaba el labio superior con gesto despectivo.
—Felicity tiene otra razón para estar en Queensland —tenía que dejar claro que el plan de su padre resultaba imposible—. Está viviendo con su compañero. Trabajan juntos.
—Entonces, ¿es una relación estable?
—Completamente —al menos, más que las anteriores relaciones de su hermana—. Sé que mi padre sugirió que conocieras mejor a Felicity —no era capaz de utilizar la palabra «matrimonio»—. Pero, dadas las circunstancias, eso no es posible.
—Lo entiendo perfectamente – Donato curvó los labios en una sonrisa y se le acercó un poco más. —Tu padre ha pensado que nuestros negocios en común se verían beneficiados por un lazo familiar. Sugirió el matrimonio.
—Eso no es una opción. Felicity ya tiene pareja —insistió ella.
—Espero que sea muy feliz – Donato alzó su vaso a modo de brindis. —Solo puedo decir que es una suerte que tu padre tenga otra encantadora hija que pueda ocupar su lugar.