Capítulo 14

 

Elsa leyó la nota y no reconoció la letra de su padre. Nunca le había escrito tarjetas de cumpleaños ni de Navidad, pero aquellos trazos fulminantes solo podían ser suyos.

 

Es urgente… el diseñador insiste en conocerte para probarte el vestido. Solo ha accedido a trabajar en esto por el perfil de Salazar. Exige que estés aquí el viernes a las tres de la tarde. No hay tiempo para jueguecitos egoístas.

 

La carta se convirtió en una bronca y Elsa sintió que el estómago vacío le daba un vuelco. Arrugó el papel y lo dejó caer. Gracias a la intervención de Donato, llevaba semanas sin tener contacto con su padre, y casi había olvidado cómo la hacía sentirse. Ahora tenía escalofríos, como si alguien le hubiera tirado por encima un cubo de agua helada.

Elsa se giró hacia la enorme bolsa que la doncella había dejado colgada en el vestidor de Donato. No quería mirar. Sabía que sería un error. No habría boda. Pero… no pudo resistir echar un vistazo al vestido que había creado para ella el mejor diseñador del país.

Le quitó las envolturas y dio un paso atrás.

¿Aquel era el vestido que el reputado Aurelio había diseñado? ¿Había concebido aquello basándose en la ropa que había dejado en casa de su padre la noche de la fiesta?

Elsa se estremeció al pensar que alguien que trabajaba con las telas más finas hubiera medido y observado la camisa y los pantalones de su uniforme.

Aquello tenía que ser una broma.

Y sin embargo, estaba hipnotizada ante el vestido largo de novia. No tenía tirantes y era ajustado a la cintura para marcar la figura de reloj de arena. Los contornos femeninos quedaban acentuados por un fumigado de purpurina que iba de un pecho hasta la rodilla. A pesar de ser ajustado, tenía una falda con vuelo que convertía al vestido en un traje de novia de cuento de hadas.

Elsa contuvo el aliento.

Aquel vestido no era ella. Era ostentosamente femenino y elegante. Encantador.

Sí, ciertamente se necesitaba algo de peso para sostener un vestido semejante. Ella tenía sin duda el peso, pero nada más.

Nunca se pondría un vestido así. Aunque fuera a casarse, que no era el caso. Apartó con brusquedad de su cabeza la idea de que Donato y ella fueran una pareja de verdad.

Sintió un miedo atávico al levantar la mano. ¿Daría mala suerte probarse un vestido de novia para una boda que no se iba a celebrar?

La curiosidad pudo más que ella. Nunca tendría otra oportunidad de probarse un diseño original.

Diez minutos más tarde estaba con el pelo recogido y los brazos apartados del cuerpo para no manchar la seda que la envolvía, suave como la mantequilla. Era una tela resbaladiza y fina y, si no supiera que era imposible, pensaría que el camino del pecho a la rodilla no estaba hecho con cuentas, sino con pequeños diamantes.

El vestido era demasiado largo al estar descalza y le quedaba un poco grande. Pero, de todas maneras, estaba…

—Estás impresionante, cariño. Preciosa —aquella voz la rodeó y le hizo temblar las rodillas.

Se encontró con los ojos de Donato a través del espejo y sintió que el suelo se movía. Sin duda se debía a un seísmo, no al impacto de su mirada índigo.

A Elsa se le aceleró el pulso y se le secó la boca mientras su mente trataba de creer lo que veían sus ojos.

No quería darse le vuelta porque sabía que en realidad aquella mirada sería de sorpresa y de deseo. Y sin embargo, a través del espejo, su tonto corazón imaginó que en el rostro de Donato había algo más que deseo. Imaginó ternura, afán de posesión y algo todavía más profundo. Algo parecido a lo que ella sentía.

Había luchado contra ello durante semanas, contra la certeza de que quería algo más que sexo y compañía de Donato. Que le importaba mucho más de lo que debería.

Que se había enamorado completamente de él.

Donato avanzó muy despacio, devorándola con los ojos. Ella no se dio la vuelta. Allí, lejos de la brillante luz de la ventana, podía continuar con la fantasía de que Donato sentía lo mismo que ella.

—Es solo por el vestido —gimió.

Se sentía más vulnerable con aquel traje de novia que desnuda. La seda blanca, la personificación de todas las fantasías infantiles que nunca se había permitido tener, habían sido más fuertes que ella. Tenía las emociones a flor de piel y le costaba trabajo ocultarlas.

Pero el modo en que Donato la trataba, la ternura, cómo había empezado a abrirse a ella… todo hacía que tuviera esperanza.

Donato se detuvo a su espalda.

—No es el vestido. Eres tú. Eres preciosa.

Elsa apartó finalmente la vista. Ya era suficiente.

—No tendría que habérmelo puesto. No quiero estropearlo. Pero tenía curiosidad. Lo devolveré ahora mismo.

—¡No! Déjalo.

Elsa giró la cabeza y volvió a cruzarse con su mirada en el espejo.

—¿Por qué? No puedo quedármelo —deslizó la mano por la tela suave como el pétalo de una rosa—. Se lo diré a mi padre.

—No.

La voz de Donato sonó tan decidida que ella se dio la vuelta para mirarle. Al verle cara a cara vio la tensión de sus facciones. Una tensión mucho mayor que la propia de verla vestida de novia.

—Tengo que hacerlo, Donato, ¿no lo entiendes? Él sigue adelante con esa ridícula idea de la boda. Alguien tiene que detenerle —aspiró con fuerza el aire—. Si no lo haces tú, lo haré yo.

Pero Donato sacudió la cabeza.

—La boda sigue adelante. No se va a cancelar nada.

Elsa se lo quedó mirando fijamente. Ya habían dejado aquello atrás. Donato iba a ayudar a Rob. Ahora no había nada que temer. Ya no había necesidad de seguir fingiendo.

A menos que no estuviera fingiendo.

¿Y si Donato quería de verdad casarse?

¿Y si se había enamorado, igual que ella?

La idea desapareció con la misma rapidez con la que llegó. Elsa se dijo que sus fantasías no ayudaban.

Pero al mirar el rostro ensombrecido de Donato no pudo evitar preguntarse…

Llamaron con los nudillos a la puerta del dormitorio.

—Disculpe, señor —era la doncella de Donato—. Tiene una llamada urgente.

—Enseguida voy – Donato no apartó la mirada de Elsa. Cuando dejaron de escucharse los pasos volvió a hablar. —La boda sigue adelante, Elsa. No le digas nada a tu padre.

 

 

Donato recorrió arriba y abajo el despacho con el teléfono en la oreja. Debería sentirse triunfal por las últimas noticias. Muy pronto, los negocios de Sanderson, sus finanzas y su reputación dejarían de existir.

—Excelente. Lo has hecho muy bien —pero las palabras le salieron roncas. Le faltaba el aire.

Ya no estaba tan absorto en la venganza y en la caída de Sanderson. Escuchó distraídamente el resto del informe de su gerente. Tenía la cabeza puesta en Elsa.

En la hermosa Elsa, que estaba impresionante con aquel vestido de novia. Como una princesa esperando en el altar al príncipe azul.

Donato se abrió otro botón de la camisa y trató de calmar la angustia que tenía en la garganta. Al ver a Elsa en todo su esplendor se había sentido dividido entre reclamarla como suya y la certeza de que no podía ser su hombre. El abismo entre ellos nunca había sido tan obvio.

Nunca había pensado en casarse. Aquellas ensoñaciones que la mayoría de la gente tenía: alguien a quien amar, con quien formar una familia, nunca habían sido para él. Siempre le parecieron fuera de su alcance.

Sí, podría haberse casado. Pero las mujeres que había conocido no eran como pasar toda una vida a su lado.

No como Elsa.

Se le nubló la mente al caer en la cuenta de algo.

Con Elsa quería cosas con las que nunca se había permitido soñar.

Tal vez tuviera poder, dinero y una determinación que le había mantenido centrado durante años. Pero, por primera vez en su vida, cuando estaba a punto de alcanzar la meta que le había mantenido con vida en prisión y desde que salió, quería lo que nunca podría tener.

A Elsa.

Se pasó la mano por la cara.

Podría tener su cuerpo.

Podría contar con su compañía, su risa y sus sonrisas durante un corto periodo de tiempo. Pero nada más.

Él era un solitario que había nacido de una transacción comercial.

Y Elsa… ella lo deseaba ahora. Deseaba su pasión. Pero a la larga también querría el matrimonio. El vestido blanco. La familia. La vida tranquila. El marido cariñoso.

El amor.

Todas las cosas que le eran ajenas a Donato. Todas las cosas que su nacimiento y su vida le habían negado.

Dejó escapar una carcajada amarga. ¿El exconvicto convertido en marido ideal? Lo dudaba mucho. Y cuando Elsa descubriera lo que estaba haciendo realmente con su padre…

No quería a Sanderson, pero seguía siendo su padre. Nunca perdonaría al hombre que le había destruido. Y en cuanto al hecho de haberla utilizado para llevar más lejos su plan de venganza…

—Lo siento, Donato —su mano derecha estaba al otro lado de la línea—. No te he oído eso último.

Donato se detuvo frente a las puertas de cristal que daban a la terraza y clavó la vista en el horizonte.

—Los planes han cambiado. Vamos a adelantar la fecha. Olvídate de esperar a final de mes —aspiró despacio el aire. Antes habría saboreado aquel momento. Ahora solo quería acabar cuanto antes—. Quiero que todo termine hoy. Sí, eso he dicho. Hoy. Luego te llamo —colgó.

¿Se debía aquella inquietud a que estaba muy cerca del triunfo? Debería estar sintiendo satisfacción en lugar de aquella sensación de anticlímax.

En cuanto a sentirse vacío… eso podría arreglarlo con algún proyecto nuevo. Se había entregado con tanto esfuerzo durante tanto tiempo a aquello que la idea de no tener nada en perspectiva le resultaba ajena.

Torció el gesto. ¿A quién quería engañar? Siempre había estado mirando desde fuera. No había permitido que le molestara que la gente que tenía miedo de su pasado levantara las cejas ni guardara de pronto silencio cuando él entraba en una habitación.

No le había importado porque no quería formar parte de ellos.

Hasta ahora. Cuando finalmente, en las peores circunstancias posibles, había vislumbrado lo real, la auténtica pasión con una mujer que, por primera vez en su vida, le hacía sentirse completo.

—¡Donato!

Se dio la vuelta y vio a Elsa en el umbral de la puerta, todavía vestida de novia y jadeando. Sostenía el traje con una mano para abrirse camino entre los sofás y acercarse a él.

—¿No vas a decir nada?

—¿Perdona?

—¿Perdona? —se lo quedó mirando como si tuviera monos en la cara—. ¿Eso es lo único que se te ocurre? Esto parece una broma. Anuncias tranquilamente que la boda sigue adelante y luego te marchas a toda prisa para atender una llamada.

Donato deslizó la mirada hacia el escote del traje de novia. Unos centímetros más y…

—¿Me estás escuchando siquiera?

—Por supuesto que sí. Pero, ¿no crees que sería mejor tener esta conversación cuando te cambies?

Elsa apretó los labios.

—Ese es el problema. No me puedo bajar la cremallera. ¿Me ayudas?

Se dio la vuelta y le presentó sus pálidos hombros.

Estaba preciosa, y más todavía cuando echó la cabeza hacia delante y se levantó el pelo. La acción dejó al descubierto la dulce curvatura del cuello.

Donato soltó muy despacio el aire y se aseguró a sí mismo que podía bajar la cremallera del vestido y quedarse ahí. La conciencia le dictaba que seducirla con el traje de novia sería un error. Se lo pondría algún día, cuando encontrara al hombre adecuado.

—¿Donato? Necesito que me ayudes. ¿Qué estás haciendo?

Él se acercó, le pasó un brazo por la cintura y la atrajo hacia sí.

Elsa contuvo un gemido de sorpresa y se apoyó contra él. Con mucho cuidado para no pisarle la falda del vestido, dio un paso atrás. Subió las manos a la cremallera.

—Donato, tenemos que hablar.

—Lo sé —murmuró él con voz triste. Aquello sería el final. En cuanto Elsa supiera…

—Ya está —bajó la cremallera. En lugar de detenerse tras un centímetro la siguió bajando, disfrutando del modo en que dejaba al descubierto la espalda.

Se inclinó y le dio un beso en la piel desnuda, aspirando el dulce aroma a flores.

Elsa se apartó con gesto ofendido. Ahora necesitó las dos manos para mantener el vestido arriba. Alzó la barbilla y le miró con desconfianza.

—No creas que podrás distraerme con esto. No puedes decirme que va a haber boda y luego marcharte como si nada. ¡Según la nota de mi padre, la fecha de la boda está fijada para dentro de unas semanas! Seguramente habrá enviado invitaciones, reservado el banquete y todo lo demás. Tengo que hacer que lo cancele. Esto ya ha durado demasiado.

—Tienes razón.