Un proyecto compartido
Un proyecto compartido
Ignacio Urquizu
“En ocasiones, muchos confunden los proyectos de país con las propuestas. De ahí que algunos crean que todo se resume en una batería de medidas que aborden los principales problemas. Pero no, un proyecto de país es algo mucho más profundo.”
Decía Ernest Renan en su famosa conferencia «¿Qué es una nación?», pronunciada en la Sorbona en 1882, que ésta se define «por el deseo de vivir juntos […] haber hecho grandes cosas juntos, querer seguir haciéndolas aún, de ahí las condiciones esenciales para ser un pueblo. —Y continuaba—: una nación es, pues, una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se ha hecho y de aquellos que todavía se está dispuesto a hacer». También vaticinaba que «las naciones no son algo eterno».
Cuando pensamos en nuestro país y en la necesidad de tener un proyecto político que supere lo más inmediato, muchas veces se nos olvida la argumentación de Renan y sus implicaciones. En ocasiones, muchos confunden los proyectos de país con las propuestas. De ahí que algunos crean que todo se resume en una batería de medidas que aborden los principales problemas. Pero no, un proyecto de país es algo mucho más profundo que todo eso. Significa tener un horizonte claro de los objetivos que se quieren alcanzar y que son compartidos por una mayoría, dibujando el modelo de sociedad en la que uno querría vivir.
En España ha sido muy frecuente el sentimiento regenerador, donde una mezcla de fatalismo y de adanismo proponía empezar de nuevo todo, dado que los españoles hemos estado siempre condenados a la frustración. Partiendo de una autoestima baja, los regeneradores siempre han propuesto traer de fuera las soluciones, puesto que los españoles nunca hemos sido capaces de alcanzar el éxito por nosotros mismos. En la reciente crisis política han proliferado notables textos al respecto en los medios de comunicación. Pero lo cierto es que la realidad contradice bastante este discurso de regeneración. Hemos sido capaces de alcanzar grandes metas juntos y una sencilla mirada al pasado lo corrobora.
En la década de 1980 fuimos capaces de tener ese proyecto de país. Tras cuarenta años de dictadura, la inmensa mayoría de los españoles deseaban ser una democracia desarrollada con unos niveles de bienestar acordes con nuestra riqueza e integrada plenamente en Europa. La sociedad aspiraba a un país distinto, más moderno y similar a nuestro entorno más inmediato. Indistintamente de las preferencias partidistas, la mayoría de la ciudadanía entendía que nuestro lugar en el mundo debía guiarse por esos principios rectores. Sobre ellos se puso a trabajar una generación que no sólo logró lo que se propuso, sino que en algunos aspectos fue ejemplar. Por ejemplo, tal y como recordaba el colectivo Politikon en su reciente libro El muro invisible, en 1980 España «era el país de la Unión Europea en el que la proporción más baja de mujeres trabajaba, con menos de un 32 por ciento. En 2010, en cambio, aun siguiendo por debajo de la media, la participación femenina se había multiplicado por dos y era más alta que la de Italia, Grecia, Bélgica y comparable a la de Japón, Irlanda o Francia». Un conjunto de medidas nos permitió alcanzar estándares europeos en numerosos indicadores, mostrando una sociedad profundamente distinta a la que teníamos a finales de los años setenta.
El reto que tenemos por delante es volver a establecer ese horizonte de país, dibujando de nuevo un modelo de sociedad compartido. Así, necesitamos un impulso modernizador que permita aumentar la calidad de nuestra democracia. Pero no sólo eso, también el Estado del Bienestar necesita un conjunto de reformas con el objetivo de hacerlo más redistributivo y sostenible en el tiempo, cambiando incluso su filosofía, pasando de un Estado del Bienestar «reparador» a uno que se anticipe a las dificultades. La economía también debe adaptarse a un nuevo escenario: más abierto, más competitivo y donde el cambio tecnológico lo guía todo. Se trataría de hacer un nuevo esfuerzo de racionalización del tejido productivo. Y todo dentro de un cambio muy profundo en el modelo de sociedad donde el trabajo debe ocupar cada vez más un lugar menos relevante. Son horizontes compartidos por numerosos grupos sociales y que pueden recomponer el contrato social.
Esto último es fundamental. El contrato social se quebró durante la crisis generándose nuevas brechas: generacionales, aumento de la preocupación por la inmigración o una visión más crítica de Europa. Esto implica que la construcción de mayorías sociales no sólo es ahora más difícil, sino que elaborar un proyecto compartido por el conjunto de la sociedad nos va a exigir notables esfuerzos. Por ello es tan relevante determinar los horizontes de país compartidos.
En definitiva, se trataría de relatar cómo queremos que sea la sociedad en la que deseamos vivir una mayoría amplia de la ciudadanía en los próximos años, fijando claramente los vectores principales de desarrollo de la sociedad. Es ahí donde surgen desafíos como la globalización, la revolución tecnológica o el desarrollo en sociedades con una renta per cápita por encima de los 25 000 dólares. Y todo ello teniendo tanto una agenda nacional como una transnacional, porque cualquier esfuerzo transformador nos va a exigir notables sacrificios tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Intentar describir al detalle ese modelo de sociedad compartido en unas líneas sería una osadía. Por ello, prefiero concluir reclamando un esfuerzo por parte de todos a la hora de construir el proyecto político de las próximas décadas. Se trata de fijar los principios vectores y los desafíos. Algunos han sido enumerados en estas líneas y mi optimismo me dice que lo vamos a conseguir.
Ignacio Urquizu (Alcañiz, 1978) es doctor europeo en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid y doctor-miembro del Instituto Juan March. Ha sido Visiting Fellow en la Universidad de Harvard (Boston, EEUU) e investigador visitante en el Instituto Universitario Europeo (Florencia, Italia) y la Universidad de Essex (Reino Unido). Ha impartido docencia en la Universidad de Essex, la Universidad George Washington (Centro de Madrid), la Universidad Oberta de Catalunya, la Universidad Pablo Olavide y la Universidad Complutense de Madrid, donde es profesor de Sociología en excedencia en estos momentos. También ha colaborado con la Fundación Alternativas, donde fue subdirector de Estudios de Progreso, y formó parte del grupo Next Left en la Fundación Europea de Estudios Progresistas, con el objetivo de presentar un proyecto nuevo para la socialdemocracia a nivel europeo. Entre 2014 y 2015 coordinó el seminario de análisis político de Metroscopia. Además, el 20 de diciembre de 2015 fue elegido diputado del PSOE en el Congreso por la provincia de Teruel, renovando el escaño el 26 de junio de 2016.