EPÍLOGO

KISHA entró en la cámara nupcial en brazos de Kayen. Habían tenido una ceremonia preciosa en el templo de Sharí en Kargul, y muchas de sus antiguas compañeras habían podido trasladarse desde el templo de Romir para asistir a su enlace.

No había sido una gran celebración porque ella lo había preferido así, y Kayen le proporcionaba todo cuanto deseaba. Habían pasado la mañana y la mayor parte de la tarde atendiendo a los invitados, comiendo y celebrándolo. Volver a ver a sus amigas había sido magnífico, pero ahora era feliz de poder estar a solas, por fin, con su reluciente marido.

Una vez que los guardias en la puerta la cerraron y se quedaron solos, Kayen la deslizó hasta que puso los pies en el suelo, y la apretó contra su cuerpo rodeándola con los brazos.

—Al fin solos—susurró contra su boca.

—Al fin solos—repitió Kisha sonriendo con calidez. Deslizó las manos por su jubón de seda y unió los dedos detrás del cuello de Kayen—. Es la primera vez que te veo tan... vestido—susurró.

—Voy más cómodo con el torso desnudo—contestó él devolviéndole una sonrisa traviesa.

—Tu comodidad es mi principal objetivo.

—Y el mío es tu placer—replicó Kayen con los ojos oscurecidos por el deseo. Comenzó a acercar los labios a los suyos, pero Kisha lo detuvo poniéndole la palma de la mano en la boca.

Kayen levantó una ceja preguntándose qué era lo que ella estaba planeando. La deseaba tanto que apenas podía contenerse de tirarla sobre la cama, levantarle el vestido de novia y enterrarse en su húmeda vagina. Su palma era suave contra sus labios, y puso su propia mano sobre la de ella, aferrándola mientras lamía la suave piel.

Kisha gimió y sus párpados temblaron. Colocó la otra mano contra el pecho de Kayen y lo empujó.

—Ten paciencia...—le susurró.

Él sonrió y la liberó, pero tensó la mandíbula cuando ella empezó a desabrocharle el jubón de seda y frotó las palmas contra su pecho desnudo con una expresión absorta en el rostro. Le sacó el jubón y la camisa de debajo, y lo tiró todo a un lado. La sonrisa en su cara era perversa y erótica mientras se inclinaba para lamerle un pezón. Kayen contuvo el aliento antes la sensación de la húmeda lengua acariciándolo. Sus manos siguieron explorándolo, acariciándole el pecho y los pezones, deshaciendo el fajín que sostenía sus pantalones, desatando las cintas.

Kayen inclinó la cabeza hacia atrás y gimió mientras llevaba las manos hasta las esbeltas caderas de Kisha y agarraba sus nalgas, apretándolas contra su erección.

—No tan rápido, excelencia.

Recorrió su pecho hacia abajo, lamiéndolo perezosamente, presionando las nalgas con sus manos. Él contuvo el aliento cuando ella mordisqueó la piel alrededor del ombligo y después introdujo la lengua. La caricia sensual añadió combustible a su hambre por ella y apretó las manos en la suave tela de su falda.

—Ah, no, excelencia. Aparta las manos de ahí.

—No juegues conmigo, mujer—prácticamente le gruñó. Se sentía más salvaje que nunca, listo para hacerle en amor como una bestia indomable.

—Compórtate.

Le quitó las botas y después dejó que los pantalones se deslizaran hasta el suelo, rozándole la erección con los nudillos mientras acompañaba la prenda en su caída y él siseó de placer. Le quitó los pantalones por los tobillos y después los tiró a un lado, sobre la ropa que ya le había quitado.

Sus dedos examinaron juguetones el pene mientras su mirada traviesa se encontraba con él.

—Acuéstate en la cama—. Kisha se pasó la lengua por el labio inferior—. Ahora, excelencia.

Su polla estaba a su merced y él no podía discutir. Se dirigió a la cama y se acostó de espaldas, con las manos detrás de la cabeza y el pene totalmente erecto mientras observaba a Kisha quitarse su propia ropa.

Cuando estuvo desnuda, recogió el velo de seda del suelo y se subió a la cama, sentándose a horcajadas sobre él. Kayen observó el velo.

—¿Qué planeas hacerme?

—Shhhh—. Sonrió con viveza—. Dame uno de tus brazos.

Él levantó una ceja pero obedeció. Cuando ella se incorporó, él disfrutó del vaivén de sus preciosos pechos y de la vista de su vulva bien afeitada.

Kisha desató el nudo que mantenía el cortinaje de la cama separada, haciendo que una de las cortinas se desparramara cubriendo la visión de parte del lecho, y lo ató a su muñeca.

—Ah... ¿Kisha?—. Frunció el ceño como si no estuviera seguro de si debería darle la oportunidad de atarlo—. ¿Qué es lo que pasa por tu pequeña y bonita cabeza?

Ella ya se había movido a la cortina del otro lado y repetía el mismo proceso con su otra muñeca.

—Silencio.

Kayen tiró de las ataduras y vio que ella había hecho un muy buen trabajo. Pensó que había terminado, pero lo siguiente que supo fue que hacía lo mismo con las cortinas al pie de la cama, atándole también los tobillos a los postes.

La última porción de cortina cayó, encerrándolos dentro de la cama y aislándolos del resto de la alcoba, dándoles un aire de mayor intimidad aún.

Él respiró profundamente mirándole el trasero desnudo mientras se inclinaba. La vagina brillaba por los líquidos y el impulso de reclamarla casi fue más de lo que pudo resistir.

Cuando terminó de atarlo por completo, se arrodillo entre sus muslos y sonrió.

—Creo que me gusta tenerte a mi merced, excelencia—. Envolvió los dedos alrededor de su pene y frotó el pulgar contra la punta, limpiando la gota de semen que había asomado. Después se lamió el pulgar—. Mmmmm. Sabes a crema.

—Tengo que hacerte el amor, Kisha.

—Después, excelencia. Ahora es mi turno de disfrutar de ti sin que te interpongas en mi camino.

Ella cogió el velo de seda que antes había dejado a un lado del colchón y lo deslizó desde su torso hasta la ingle. Un gemido retumbó en el pecho de Kayen cuando ella lo acarició con lentitud y después envolvió el pene con el velo. Estudió su rostro mientras frotaba la seda arriba y abajo por su pene, y lo vio tensar la mandíbula.

—¿Te gusta?

Él a duras penas podía pensar, mucho menos responder, pero hizo un esfuerzo.

—Continúa con eso y descubrirás cuánto.

Kisha se rio con un sonido ronco y sensual, y continuó con la tortura durante unos minutos, mirándole contraer el rostro y tirar de sus ataduras para liberarse. Después desenvolvió el pene y se sentó a horcajadas encima de él otra vez.

—Desátame—exigió.

—No—. Con una sonrisa juguetona bajó la boca hacia la de él y lo besó. Cuando Kayen intentó profundizarlo, ella se retiró—. No he terminado aún contigo.

Kayen estaba realmente tentado de dar un tirón de las cuerdas que lo mantenían inmóvil y romperlas, pero no quería destrozar la diversión de Kisha. Pero si ella no tenía cuidado, lo haría. Necesitaba poner las manos sobre su mujer.

Ella lo besó en la oreja y le pellizcó el lóbulo con suavidad, para después bajar por el cuello, repartiendo lametazos y sensuales mordiscos. Su perfume y el aroma de su excitación casi lo intoxicaron, haciéndole sentir un apetito voraz casi incontrolable.

—Amo tu sabor—. Le regaló un camino descendente de besos—. Adoro tu sonrisa—. Su boca dejó un camino de fuego a medida que descendía—. Idolatro la manera en que me miras cuando te tomo en mi boca.

Sus miradas se encontraron cuando ella cogió la erección con la palma de la mano y deslizó su boca, caliente y húmeda, sobre ella.

—Maldición, Kisha—. Kayen luchó para contenerse, la tensión en sus músculos era casi insoportable—. No resistiré mucho más.

El poder que tenía sobre este hombre era embriagador y apasionante. Deseaba tanto tener su polla profundamente enterrada en su vagina que casi podía gritar, pero estaba disfrutando demasiado de tenerlo bajo su control y de darle tanto placer.

Retiró la boca de su pene y acarició con los labios el vello a su alrededor.

—Desátame—. Su voz sonó muy tensa y tenía la mandíbula apretada con los músculos dilatados. Ella tomó sus testículos con una mano y los lamió, primero uno y después el otro.

—Estoy a punto de romper estas cuerdas, cariño, y no creo que eso te guste.

Ella frotó los pechos a lo largo de su pierna cuando se deslizó hacia abajo y le soltó un tobillo.

—Tienes razón, no me gustaría. Ahora este es mi palacio también. Además, estoy lista para que me hagas el amor.

Estiró el brazo para soltar el otro tobillo, pero lo hizo con lentitud, disfrutando de su impaciencia.

—Apresúrate, mujer.

Kisha sonrió cuando se sentó sobre él a horcajadas, y se estiró para soltarle los brazos, frotándole el rostro con sus pechos. En cuanto estuvo libre, Kayen la puso de espaldas sobre la cama tan rápido que casi se mareó.

—Maldita seas.

Bajó la boca hasta capturar un pezón con la boca y lo lamió y succionó tan fuerte que ella pensó que esa sola sensación sería suficiente para correrse. Hundió las manos en su espesa melena negra, agarrándose allí como si le fuera la vida en ello, acercándolo más a medida que él movía su boca.

—Hazme el amor, Kayen.

Kayen se colocó entre las piernas de ella y puso su erección en la entrada de su coño.

—Te amo, Kisha—dijo, y se zambulló en su vagina.

Ella jadeó ante la intensa sensación de tenerlo llenándola. Saber que la amaba tanto como ella lo amaba a él aumentaba el placer de hacer el amor.

Hacer el amor. No simplemente follar.

Mantuvieron la mirada fija el uno en el otro mientras Kayen se movía. Sus embestidas eran lentas y firmes. Kisha deseaba que esto durara para siempre porque era un momento perfecto.

—Córrete conmigo, cariño.

Sus palabras fueron como una caricia que la empujó hasta el borde justo en el mismo momento en que Kayen reclamó su boca. Metía y sacaba la lengua de ella al mismo ritmo de sus embestidas, prolongando el clímax. Un estremecimiento la recorrió cuando llegó el orgasmo. Sintió el pene palpitar en su interior cuando la llenó de semen. Sus cuerpos temblaron aferrados el uno al otro, y después Kayen rodó a un lado llevándosela con él.

Tiernamente, la besó en los labios y después se retiró para mirarla con amor en aquellos ojos oscuros y sensuales.

—Te amo, Kayen. Y eres mío.

—Tuyo. Para siempre.