CAPÍTULO DOCE
CUANDO KAYEN llegó a palacio después de atravesar toda la ciudad de Kargul, ya estaba amaneciendo. Desmontó rápidamente, entregó el caballo a uno de los mozos y entró en la residencia como un huracán gritando a pleno pulmón.
Los criados corrieron a buscar a Dayan y a Yhil a sus aposentos, pero no estaban allí y ninguno supo darle referencia de dónde podían estar. Los envió a todos a buscarlos y a preguntar a los guardias que estaban de servicio. Uno volvió a toda prisa con la noticia que Dayan primero, e Yhil después, habían sido vistos entrando en uno de los almacenes.
Kayen se dirigió hacia allí, guiado por el guardia y seguido por un pelotón de soldados.
Cuando irrumpió, vio a Dayan sangrando, intentando evitar que Yhil lo rematara. Agarró a Yhil con sus propias manos, le arrebató la daga y le golpeó la cabeza con la empuñadura.
Cuando Yhil cayó como un saco al suelo, los guardias se hicieron cargo de él.
Kayen se arrodilló al lado de Dayan. Estaba muy mal herido con una puñalada muy fea en el costado, por la que perdía mucha sangre y muy rápidamente. Gritó, ordenando que fueran a buscar a uno de los médicos, pero entonces una pequeña puerta en la que ni había reparado se abrió, y por ella apareció una mujer morena que lo miraba con los ojos abiertos por el terror. Detrás de ella apareció Kisha, y al verla viva y bien el mundo volvió a ponerse derecho.
Kisha se llevó las manos a la boca para ahogar un grito cuando vio el estado de Dayan, pero Erinni ya estaba a su lado y Wari salía corriendo hacia ella con el cesto de las medicinas para ayudarla.
Kayen se levantó y fue hacia Kisha. Ella lo miró y en su rostro, demacrado y sucio del polvo del camino, vio el tormento que habían supuesto para él estos días de incertidumbre.
—Kayen...—susurró levantando una mano para acariciarle el rostro. De repente las lágrimas empezaron a caer, surcando las mejillas sin ninguna vergüenza—. Tenía tanto miedo que estuvieras muerto...
Kayen la abrazó con fuerza, encerrándola en la prisión de sus poderosos brazos como si no quisiera volver a soltarla nunca más. No dijo nada. La congoja le había robado la voz, y sabía sin ninguna duda que si abría la boca, el sonido que saldría por ella estaría roto.
Simplemente la besó. Bajó la boca sobre la suya y se apoderó de ella sin importarle nada ni nadie más. Un beso posesivo, desesperado, con el que pretendía recuperar la cordura que había perdido al mismo tiempo que se dejaba ir a la locura que suponía sentir tanto por esta mujer. Kisha le rodeó los hombros con los brazos mientras se arqueaba hacia él, intentando penetrar bajo su piel, algo que conseguiría si él seguía consumiéndola con aquel beso.
Gimió dolorida por la necesidad mientras un gruñido hambriento se arrancó de su pecho. Kayen tenía las manos en sus caderas y las deslizó hacia su espalda, apretándola más aún contra su propio cuerpo, mientras la follaba con la lengua una y otra vez.
Un fuerte carraspeo los volvió a la realidad. Kayen giró la cabeza con la furia brillando en sus ojos. La mujer morena estaba allí plantada, mirándolo con ojos acusadores.
—Excelencia, he conseguido detener la hemorragia de Dayan pero debemos trasladarlo inmediatamente para que pueda atenderlo debidamente y curar su herida.
Kayen se maldijo interiormente, sintiéndose culpable. Se había olvidado de Dayan mientras tenía en sus brazos a Kisha. Asintió con la cabeza y empezó a ladrar órdenes a sus hombres, que se encargaron de transportar a su amigo, y la sanadora salió tras ellos.
Yhil fue llevado a las mazmorras y encadenado, y Rura fue encerrada en sus aposentos y custodiada por los guardias de palacio, y así permanecería hasta que Kayen tomase la decisión de qué hacer con ella.
Después, cansado y todavía sucio del camino, llevó a Kisha hasta sus baños privados. No se habían separado ni un solo segundo desde su llegada, y si por él fuera, nunca más la apartaría de su vista.
Probablemente ella fuese tan inocente como para pensar que él no se había dado cuenta del hematoma que se estaba desvaneciendo en su mejilla, o de las marcas de su espalda. La verdad era que había tenido que utilizar toda su fuerza de voluntad para no caer de nuevo sobre un Yhil inconsciente para patearlo hasta quedar sin fuerzas.
Pero conocía a Kisha muy bien. Si intentaba presionarla con gritos y amenazas para que le indicara el nombre del culpable, ella no le diría una palabra. Era demasiado noble, compasiva e indulgente, y no se aprovecharía para vengarse. A estas alturas, probablemente ya había conseguido justificar al responsable. Además, Kayen no tenía corazón para presionarla de malos modos después de la semana tan terrible que ella había pasado. Tenía que ser suave, comprensivo y sonsacárselo sin que ella se diese cuenta...
Los labios se expandieron en una sonrisa sensual mientras se imaginaba las formas de hacer que ella dejara de pensar y contestara a sus preguntas sin darse ni cuenta de lo que hacía.
Entraron en los baños privados cogidos de la mano. Kisha echó un vistazo a su alrededor maravillándose una vez más por la magnificencia del palacio.
La estancia era semicircular, decorada con tonos cálidos y armoniosos. La pared recta daba a unos amplios ventanales cubiertos por ligeras cortinas, por la que entraba la luz del día a raudales. En la pared curva había diferentes nichos en los que había, ordenadamente puestos, diferentes tarros, botellines, esponjas y toallas. En medio del recinto, por debajo del nivel del suelo, había una pequeña piscina oval a la que se accedía bajando tres escalones, llena del agua caliente que proporcionaba la fuente termal sobre la que se había construido el palacio. El vapor surgía e impregnaba la habitación de una leve neblina que le daba un aire irreal y algo mágico.
—Permíteme que te ayude—dijo Kisha mientras se ponía delante de Kayen y empezaba a desatarle la coraza.
Él se dejó hacer, aprovechando para mirarla con intensidad, empapándose de su visión: los dulces ojos claros, concentrados en lo que hacía; el brillante y dorado pelo, que le caía libre por los hombros; las manos suaves y delicadas, moviéndose con elegancia; la exquisita curva del cuello, flexionándose cuando movía la cabeza; los carnosos y adorables labios, que se mordisqueaba con ausencia; la pequeña nariz, que arrugaba probablemente a consecuencia del hedor que emanaba su sudoroso cuerpo...
—Eres tan hermosa...—susurró Kayen atrapando entre los dedos uno de los mechones del pelo de Kisha.
Ella lo miró ruborizándose. El tono de Kayen había sido tan... tierno. Casi como si la viera como algo más que una esclava. Casi como si la amara.
Terminó de quitarle la ropa en silencio, sin saber qué decir. Cuando estuvo desnudo, ella se acercó a una de las hornacinas de la pared y cogió varios tarros y una esponja, y lo dejó todo en el suelo, al borde de la piscina.
Entraron en el agua cogidos de la mano y Kayen se sentó apoyando su ancha espalda contra el borde de la piscina, acomodando a Kisha entre sus piernas extendidas.
—Así no podré lavarte—protestó ella tímidamente.
—Dame unos minutos—pidió él en un susurro—. Sólo quiero tenerte entre mis brazos para asegurarme que estás aquí, y eres real.
Ella apoyó la cabeza en el pecho de Kayen y suspiró mientras cerraba los ojos y se dejaba abrazar. La suave respiración de él le provocaba cosquillas en la coronilla y sonrió, lánguida y relajada.
—Cuando leí el mensaje que Dayan me envió, sentí... que mi corazón se helaba—susurró Kayen contra su pelo—. Te imaginé muerta de mil maneras y me di cuenta de algo muy importante, Kisha—. El cuerpo de Kisha se tensó pero no dijo nada, aunque escuchaba atentamente—. En pocos días te has convertido en alguien muy importante para mí, pequeña. Lo que quiero decir es que... ¡Maldita sea! No estoy acostumbrado a decir cosas dulces a las mujeres. Esto me supera.
La risa de Kisha sonó como música salida de su alma. Se giró y se arrodilló entre las piernas de Kayen.
—Permíteme lavarte, Kayen—dijo—. No puedes pensar con claridad con tanta suciedad sobre tu cuerpo.
Él le acarició la mejilla con el dorso de la mano siguiendo la línea del mentón, y bajó por el cuello hasta el pecho, para apoderarse de uno de sus senos. Lo torturó con el pulgar, rozando el pezón una y otra vez, deleitándose con los gemidos de ella.
—Kayen...
—Después, cariño—le dijo en un murmullo ronco—. Después podrás lavarme a conciencia. Ahora te necesito...
Ella asintió con la cabeza, entendiendo lo que quería decir. Ella también necesitaba sentirlo para asegurarse que todo había acabado bien, que no era un sueño y que estaba allí realmente. Necesitaba sentirse colmada por su polla, abarcada por sus brazos, besada por su boca.
Se inclinó hacia adelante, apoyándose con una mano en el borde de la piscina mientras con la otra se apoderaba del pene de Kayen y empezaba a acariciarlo lentamente. Era gruesa y larga, de piel satinada. Él emitió un gruñido lastimero y la cogió por la cintura, obligándola a sentarse a horcajadas sobre sus ingles. No podía esperar. Sabía que debía ir lento y suave, pero el deseo tomó el control y le fue imposible. La penetró con rudeza mientras la abrazaba, y Kisha se quedó sin aliento ante la intrusión repentina. Kayen puso la mano en su nuca, agarrando el sedoso pelo y aplastando la boca contra sus suaves labios, reclamándola, haciéndole saber a ella que le pertenecía.
Su beso era duro, casi brutal. Una total y completa dominación que le quitó el aliento. Cuando Kisha abrió los labios, Kayen metió la lengua, zambulléndose en su boca con desesperación.
Los dedos de Kisha acariciaron el ancho pecho de Kayen y descansó allí las palmas mientras le permitía el desesperado asalto a su boca, siendo consciente de los duros músculos majo sus manos.
Gimieron, y la fiereza del beso disminuyó. Kayen le mordió el labio inferior y repartió dulces caricias por todo el rostro de Kisha para volver nuevamente a empujar su lengua dentro de la boca de ella.
Parecía que el beso iba a durar eternamente y cuando Kayen finalmente se apartó, los labios de Kisha estaban hinchados y húmedos, y respiraba entrecortadamente, en suaves bocanadas.
—Estás tan apretada, mi Kisha—susurró con voz muy carnal—. ¿Quién te golpeó, cariño?
Kisha se tensó cuando oyó la pregunta, pero decidió ignorarla. Kayen agachó la cabeza y les dio una serie de golpecitos con la lengua a cada pezón, que estaban ya duros como diamantes. Kisha no pudo evitar soltar un gemido suave, derramado entre sus labios.
—¿Quién, Kisha? ¿Quién te hizo daño?
—No... Kayen, por favor... Necesito...
—Dímelo, cariño. Dime quién te golpeó y haré que te corras.
—No... no puedo...
Kayen se quedó quieto, dejando de empujar dentro de su coño, y Kisha gimió una protesta mientras se agarraba a los hombros de él e intentaba follarlo por su cuenta. Kayen la agarró por la cintura y la obligó a permanecer quieta.
Kisha sollozó y fijó los ojos en él, mirándolo suplicante y enfurecida al mismo tiempo.
—Por favor, Kayen...
—Dímelo, nena.
La voz de él, suave y exigente, la sacudió. Estaba decidido a obtener una respuesta y no iba a permitirle llegar al orgasmo hasta que la obtuviera.
Kisha se mordió los labios, indecisa, y apartó la mirada de él. La presión en su útero era dolorosa y necesitaba llegar hasta el final, pero si acusaba a Rura, Kayen iba a ser implacable con ella. No podía permitírselo. Ella era una princesa, y cualquier cosa que él le hiciera, podría meterlo en verdaderos problemas. Sobre todo si el único delito que había cometido era el de golpear a una esclava.
—No, no puedo. Por favor, no me obligues...
A Kayen se le ocurrió entonces. Yhil no era hombre que golpeara a las mujeres, nunca lo había sido. Sólo había una persona en palacio capaz de hacer algo así, y deseando hacerlo además. Si no estaba equivocado, era normal que Kisha tuviera miedo de delatarla. Le cogió el rostro entre las manos y la obligó a mirarlo a los ojos.
—No permitiré que vuelva a hacerte daño, cariño. ¿Ha sido Rura, verdad?
La indecisión en los ojos de Kisha le dieron la respuesta. Había sido esa maldita mujer, malvada y egoísta. Kisha negó con la cabeza, pero ya era tarde.
—Nunca volverá a hacerte daño, cariño.
La decisión y la dureza en la voz de Kayen alertó a Kisha inmediatamente.
—¡No!—exclamó, olvidando que él estaba dentro de ella, que ella estaba dolorida por el orgasmo a medio construir. El miedo por él fue más fuerte que todo eso—. Es una princesa. Si le haces algo, su padre podría querer vengarse en ti. Por favor, Kayen. Yo no soy más que una esclava, no soy nada. Jamás me perdonaría que te pasara algo por mi culpa.
Kisha no tenía miedo por ella; tenía miedo por él. La realidad de aquella idea propició que un agradable calor se instalara en su pecho. Nunca nadie se había preocupado por él hasta el punto de ponerlo por delante de sus propias necesidades. Pero Kisha prefería que la culpable de su dolor permaneciera impune antes que ponerlo a él en peligro.
—Nunca, jamás, vuelvas a decir que no eres nada, Kisha. Porque lo eres todo, ¿entiendes? Todo.
La agarró con fuerza por las caderas volviendo a empujar en su interior, tan profundo, que tocó un lugar dentro de ella que hizo que temblase, se retorciera y latiese alrededor de su polla. Kayen la recorrió con la mirada, deteniéndose en el punto en que estaban unidos. Ver su polla entrar y salir una y otra vez del coño de Kisha le pareció algo tan erótico y hermoso, que tuvo que morderse los labios para no gritar de felicidad. Se meció más rápido, el sonido de la carne chocando y del agua revolverse con el movimiento, llenó la estancia.
Kisha se corrió y gritó su liberación echándose hacia atrás, y Kayen no pudo resistir la tentación de bajar la cabeza hasta sus pechos y succionar los pezones una y otra vez sin dejar de embestirla, desesperado. Un grito ronco le sacudió la garganta y cuando encontró su propio clímax, sintió que se rompía en mil pedazos para volver a reconstruirse de nuevo como un puzzle incompleto, pero esta vez allí estaba la pieza que siempre le había faltado, la más importante, la que era su centro y su corazón: Kisha.