CAPÍTULO TRECE

KAYEN estaba en su estudio reunido con Faron. Éste había llegado al amanecer custodiando al asesino que Yhil y Rura habían enviado para matarle, y que ahora estaba custodiado en una mazmorra alejada de la de su antiguo senescal. Ambos estaban sentados en sendos sillones, uno a cada lado de la enorme mesa de madera oscura. Faron había escuchado la historia de lo ocurrido en palacio durante su ausencia, y se alegró por la recuperación de Dayan que, aunque lenta, era segura, y a su vez le había contado cómo logró apresar al asesino enviado por Yhil.

—¿Confesó?

—En cuanto lo golpeé un poco y le aseguré que si no hablaba pronto, la cosa se pondría más interesante—respondió Faron con su sonrisa torcida, haciendo que la cicatriz que le cruzaba la mejilla se arrugase—. También envié un comunicado con tu sello a Capital Imperial, explicando lo ocurrido. A estas horas, la respuesta ya debe estar de camino.

—Maldita Rura—susurró Kayen con los puños apretados.

—No pueden quedar impunes, Kayen—dijo con seriedad Faron, refiriéndose a Yhil y a la princesa—. Deben ser castigados.

—Si por mí fuera, les arrancaría la cabeza a los dos con mis propias manos—. La ira brillaba en los ojos del Gobernador, y Faron pensó que se alegraba mucho de no ser el objetivo de su furia—. Pero no puedo matarlos. Rura es una princesa, y la familia de Yhil es una de las más poderosas del Imperio, aunque él sea un hijo menor y sin fortuna.

—Hay otras opciones.

—Por supuesto. Para empezar, voy a repudiar a Rura. El Emperador lo comprenderá, espero. Y si no es así... bien, digamos que ya me da igual. Estoy harto de muchas cosas, Faron. En el campo de batalla las cosas son claras: sabes quién está a tu lado y quién es el enemigo. Pero aquí... es como caminar por un pantano lleno de ciénagas y arenas movedizas sin un guía que te oriente. Un paso en falso y estás hundido en el barro.

Faron asintió. No envidiaba la posición en la que se encontraba su amigo.

—El Emperador sabe que eres necesario aquí. Sin ti, la región se hubiera levantado en armas de nuevo hace tiempo. Tú traes la estabilidad a esta parte del Imperio.

Kayen se frotó el rostro con ambas manos y acabó pasándolas por el pelo y echándose hacia atrás en su asiento. Después se rio con cansancio.

—La amenacé con enviarla con las Entregadas. Y creo que será eso lo que haré con ella. Vivir allí, tan lejos de la civilización y sin ninguna de las comodidades a las que está acostumbrada, hará que medite seriamente sobre su comportamiento.

—Para ella será más duro que si la sentenciaras a muerte—. La sonrisa de Faron le dijo lo divertido que estaba con aquella idea—. Te odiará aún más.

—Pero desde las montañas Tapher no podrá hacer nada al respecto, excepto ahogarse en su propia rabia—. Kayen calló durante unos segundos. Después miró a su amigo y éste vio en sus ojos un mar de angustia—. No viste las señales de la paliza que le dio a Kisha. Casi la mata, Faron. Si no hubiera sobrevivido, yo...

Faron lo miró con evidente sorpresa y soltó una risita estrangulada que hizo que le temblaran los hombros.

—Estás enamorado, amigo.

Kayen se encogió de hombros, quitándole importancia al asunto.

—Hace tiempo que lo sé.

—¿Qué harás al respecto?

—No lo sé. Todo depende de Kisha.

Faron lo miró entrecerrando los ojos.

—¿De Kisha? Ella es una esclava y te pertenece, no tiene derecho a decidir.

Kayen no respondió. Había tomado una decisión con respecto a su esclava, una determinación que podría llevarlo a tocar el cielo o a hundirlo en el infierno para siempre.

—¿Y con Yhil?—preguntó Faron cuando fue evidente que Kayen no iba a decir nada más respecto a su esclava. La sonrisa de Kayen fue maquiavélica.

—¿Qué te parecería exiliarlo en la frontera con Iandul?

Faron se rio con ganas. ¡Eso sí sería un buen castigo! Casi peor que la muerte a manos del verdugo. Ser abandonado en Iandul, con las amazonas tan alteradas.

—Por cierto, ¿se ha averiguado algo sobre la mujer que buscaban las amazonas?

—Por lo visto es una de sus princesas. Fue hecha prisionera hace dos meses, cuando la última escaramuza fronteriza. Lohan está tras su rastro.

—A ver si así aprenden a dejarnos en paz—replicó con acritud Faron—. Esas mujeres son perniciosas.

Kayen se rio con ganas ante el desprecio de su amigo.

—¿Nunca te has follado a una? Tengo a dos en mi harén. Podría prestártelas. Son salvajes como nadie.

Faron bufó, desabrido.

—Me gustan las mujeres que saben cuál es su lugar, Kayen.

La carcajada del Gobernador retumbó por todo el estudio.

—Amigo, no sabes lo que te pierdes—sentenció, y se levantó, aún divertido a costa de su amigo—. Ahora, si me disculpas, tengo asuntos de qué ocuparme.

—Supongo que sí—replicó Faron con una sonrisa torcida—. Y supongo que esos asuntos tienen nombre propio.

Encontró a Kisha en el Jardín de las Delicias, escoltada por dos eunucos. Estaba delante de la fuente donde días atrás habían hecho el amor. Estaba allí de pie, observando atentamente la estatua de la fuente.

Kisha lo oyó llegar y se giró hacia él con una sonrisa iluminándole el rostro.

—Se llamaba Ahayla—le dijo, y cuando Kayen puso cara de no comprender a qué se refería, ella señaló hacia la mujer de la fuente—. Ella, se llamaba Ahayla. Hubo una guerra por su causa. Dice la historia que era una amazona de Iandul, y que Oyen, el rey de Kargul, un día la vio bañarse desnuda en el oasis de Sondar y la raptó. Las amazonas vinieron en su busca y estalló una guerra, pero Oyen supo ganarse el corazón de su amazona y ella decidió quedarse aquí con él. Llegó a ser reina y consiguió que sus dos pueblos firmaran una paz que duró hasta muchos años después de su muerte.

—Hiciste caso de mi consejo.

—Sí—contestó ella volviendo a mirar la estatua con una sonrisa nostálgica en los labios—. La biblioteca de palacio es una mina de oro.

Kayen no dijo nada durante un rato, limitándose a devorarla con los ojos. Era tan bella. Y la amaba. La quería siempre a su lado. Pero precisamente porque la amaba, no podía obligarla a quedarse.

—Tenemos que hablar—dijo finalmente. Kisha giró la cabeza para mirarlo con el ceño fruncido—. Pero no aquí—. Le cogió la mano y le besó la palma, deslizando suavemente los labios sobre la piel.

Kisha se estremeció. Un simple roce y su corazón empezaba a latir con tanta fuerza que parecía todo un escuadrón de infantería marchando sobre un puente. Asintió con la cabeza, temerosa de lo que él quisiera decirle, y se dejó llevar de la mano hasta los aposentos de Kayen.

—Siéntate—le ordenó y ella obedeció, sentándose en el diván donde le había hecho el amor una vez. Lo miró con el rostro serio y los ojos brillantes. Temía lo que iba a decirle. Había algo en sus entrañas que le gritaba que no iba a gustarle. ¿Iba a apartarla de su lado?

Kayen permaneció en pie y empezó a caminar con nerviosismo de un lado a otro, evitando mirarla, y Kisha seguía su movimiento con los ojos, esperando pacientemente pero con el corazón helándose más a cada instante. Estuvo tentada de gritarle para que dijera lo que fuese de una vez y la sacase de esta angustiosa espera, pero por otro lado no quería oír lo que iba a decirle.

—Te debo mucho—empezó por fin sin mirarla—. Probablemente estoy vivo gracias a ti. Pero agradecértelo sólo con palabras me parece una hipocresía. Yo...—Se mesó el pelo. Tenía la garganta cerrada por lo que iba a decir. No quería hacerlo, porque corría el riesgo de perderla. Pero mantenerla a su lado sólo porque ella era una esclava, le parecía algo aún peor. Ella podría acabar odiándole al verse sometida en contra de su voluntad, y eso sí que sería una tortura para él—. Voy a darte la libertad.

Calló y la miró por el rabillo del ojo, esperando su reacción. Ella se quedó quieta durante un instante, mirándolo fijamente. Sus ojos cristalinos como el cielo del mediodía se empañaron y las lágrimas empezaron a caer silenciosas.

—Como... como desees—susurró finalmente, bajando el rostro para esconder las lágrimas. Se giró un poco hacia el lado contrario y se las limpió de un manotazo. Si él no la quería allí, no lloraría por ello. No delante de él.

Kayen se acercó a ella y le acarició la nuca con los dedos antes de desabrochar el collar que la marcaba como esclava. Lo miró durante un momento antes de guardárselo en el bolsillo. Si Kisha se iba, eso sería lo único que le quedaría de ella. Eso y los recuerdos.

Kisha inspiró profundamente durante unos segundos. Un fuerte sentimiento de rabia se apoderó de ella. ¿Iba a dejar que él la echara de su lado así? ¿Iba a comportarse como siempre, obedeciendo y callando, cuando lo que quería era gritar, insultarlo, pegarle por ser tan... tan... estúpido? Apretó con fuerza los puños sobre su regazo y sin mirarlo, le espetó con amargura:

—¿Eso es lo que quieres de verdad? ¿Apartarme? ¿Es que no he llegado a significar nada para ti, después de todo? ¿O eres tan cobarde que no te atreves a aceptar lo que sientes por mí?—La palabra cobarde fue como un puñetazo directo al estómago de Kayen, pero sonrió porque entendió perfectamente qué significaban las palabras de Kisha—. Pues bien, no pienso irme. Tienes razón, me debes mucho, y enviarme de nuevo al templo de Sharí para que me vea obligada a entregarme a otros hombres cuando al único que quiero eres tú, no es una buena forma de recompensarme. Eres un bruto insensible y...

—Pero no quiero que te vayas—la interrumpió poniéndole las manos sobre los hombros con suavidad. El estallido de Kisha lo divertía y halagaba a partes iguales, además de hacerlo enormemente feliz—. Quiero que te quedes, pero no como mi esclava.

Kisha se giró, la esperanza corriendo rauda por sus venas, y se levantó para poder mirarle bien el rostro.

—¿Qué... qué quieres decir?—preguntó con voz trémula.

—Voy a repudiar a Rura, y te pido que te conviertas en mi esposa, Kisha. Te amo.

Una confesión simple, sin grandes palabras, pero que a ella le sonó a pura poesía. Él la amaba. Sus oraciones habían sido respondidas. Una amplia sonrisa ocupó su rostro y se abalanzó sobre él, rodeándole la cintura con los brazos y apoyando las mejillas sobre su torso desnudo.

Empezó a sollozar incontrolablemente. Le temblaban los hombros, sacudiéndose sin control, y se aferró al fajín de Kayen con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

Kayen la abrazó a su vez, no sabiendo exactamente qué interpretar en su reacción. El corazón le galopaba como un caballo desbocado y le martilleaban las sienes por la tensión de la espera. Quería una respuesta, la necesitaba.

—¿Qué me dices?

—¡Sí!—exclamó ella entre hipidos—. Por supuesto que sí. Me casaré contigo. Yo también te amo.

Y siguió llorando. Kayen sonrió, indeciso.

—¿Por qué lloras?

—No lo sé—respondió ella—. De felicidad, supongo. Por el miedo que he pasado pensando que ibas a apartarme de tu lado. Por las dos cosas. ¡No lo sé!—exclamó al final mirándolo mientras lloraba y reía a la vez.

Kayen le enmarcó el rostro con las manos y limpió las lágrimas con los pulgares. Después bajó el rostro hasta que sus labios se tocaron con mucha delicadeza. Fue como una caricia inocente al principio, pero cuando Kisha abrió los labios invitándolo a entrar, Kayen se apoderó de su boca por completo, invadiéndola con su lengua y saqueándola como un bárbaro ávido de su dulzura. Deslizó las manos hacia su espalda, aprisionándola en la cárcel de sus brazos, apretándola contra sus duros músculos, sintiendo los rugosos pezones de Kisha clavados contra su propio pecho a través de la escasa tela que los cubría.

Él rompió el beso pero no la soltó, y cuando ella abrió los ojos fue para advertir su intensa mirada a escasos centímetros de su rostro.

—Eres tan hermosa—murmuró y le rozó la mandíbula con los labios, deslizándose hasta el punto de su garganta donde los latidos golpeaban acelerados—. Tu corazón es tan hermoso como tu rostro. Bueno, tierno, compasivo... Haces que quiera ser mejor persona para ti, Kisha.

Ella no supo qué contestar a eso. Nunca nadie le había dicho algo tan bello. Jamás se hubiera imaginado que pudiese afectar a este maravilloso hombre hasta ese punto.

—Ya eres bueno, Kayen—dijo finalmente—. Para mí eres perfecto.

Él se rio contra su hombro, que ahora tenía toda la atención de sus labios.

—Que el Emperador no te oiga decir eso—bromeó—. No quiere un buen hombre en el puesto de Gobernador.

Subió las manos y se apoderó de sus pechos, acariciando los pezones con los pulgares. Ella se estremeció y subió los brazos hasta rodearle el cuello.

—Eres un Gobernador justo, Kayen, estoy segura de eso...

Un gemido escapado de su garganta le impidió seguir hablando. Arqueó la espalda y echó la cabeza hacia atrás, frotándose contra él con todo su cuerpo.

—Nunca me has visto ofrecer justicia—protestó él, pero su sonrisa evidenciaba que estaba divertido. Ella confiaba en él ciegamente.

—No me hace falta—contestó Kisha cerrando los ojos y dejándose llevar por las sensaciones—. Te conozco. Sé cómo eres. Jamás harías algo que fuese contra tu conciencia...

Kayen la cogió en brazos y caminó con ella hasta la cama. La depositó allí con suavidad y se estiró a su lado. Empezó a desabrocharle las cintas que sostenían su escaso vestido.

—A veces, un soldado ha de hacer cosas que van contra su conciencia, cariño. No me idealices.

—No lo hago—replicó ella abriendo los ojos y mirándolo fijamente—. Sé cómo es el mundo. Por eso los hombres justos como tú son tan especiales.

Kayen volvió a besarla para hacerla callar. Su confianza lo humillaba porque no había hecho nada para merecerla. Al contrario, la había dejado sola en palacio sólo porque Rura se lo había pedido, dejándola desprotegida. Si no hubiera sido por Dayan... Al pensar en lo cerca que había estado de perderla, su beso se volvió más posesivo y desesperado. No quería seguir hablando, sólo quería hacerle el amor, demostrarle con su cuerpo cuánto significaba para él.

Se desnudaron sin separarse. Las manos apresuradas deshicieron nudos, quitaron cintas, empujaron botas y zapatos... Las manos de Kayen volaron a través de su cuerpo, acariciándola con reverencia, y cuando una de ellas llegó hasta el pubis de Kisha, la cabeza de ella cayó hacia atrás y arqueó la espalda, dejando que un suave gemido se escapara por los labios.

—¿Sabes cuánto te he echado de menos?

Un dedo se deslizó por el pubis afeitado y lo recorrió un escalofrío al ver lo mojada que ella estaba por sus caricias, y una descarga de satisfacción lo sacudió. Jamás se cansaría de esta sensación. Gimió contra su cuello y metió el dedo en su interior, lo más profundo que le fue posible.

Kisha levantó las caderas presionando el clítoris contra la palma de su mano. Se contrajo alrededor de ese dedo y él gruño, suspirando contra el cuello de Kisha y mordiéndola suavemente.

El pequeño y dulce dolor hizo que volviera a arquear la espalda, apretando los senos contra el pecho de Kayen. El dedo de él obraba su magia, entrando y saliendo mientras frotaba el clítoris con la palma. Inundada por el torrente de sensaciones, montó su mano, ajena a cualquier cosa excepto a lo que estaba haciéndola sentir.

La besó de nuevo con ferocidad. La lengua se hizo eco del movimiento de su dedo y embistió la boca como si estuviera follando su coño. El punto culminante se estaba construyendo, acercándose rápidamente al final explosivo.

—Eres tan apretada—susurró contra el oído. Mordisqueó el lóbulo de la oreja y ella gimió una vez más, tan cerca...—Quiero sentir cómo te corres. Córrete, Kisha. Déjate ir...

Con un débil grito, le obedeció. El primer espasmo se disparó atravesándola pero él quitó la mano y ella protestó con un gruñido. Kayen se rio con pillería mientras se deslizaba hacia abajo, acercando la boca a su centro. Su aliento era caliente, la lengua rodeó el clítoris y cerró los labios alrededor del erecto botón.

Todo el cuerpo de Kisha se sacudió. El cálido aliento quemó su piel desnuda. Gritó cuando él encontró con su lengua la protuberancia hinchada. Fue todo lo que tardó en entrar en una espiral de felicidad. Él mantuvo la boca pegada a su coño y ella montó sus labios y su lengua de la misma forma en que había montado su mano sólo unos momentos antes.

Kisha se corrió, larga y duramente. Una serie de orgasmos ondulantes que la dejaron sin aliento. Se obligó a tomar un respiro y el aire inspirado la abrieron a la siguiente oleada de placer que desgarró su cuerpo.

Antes que tuviera tiempo de recuperarse, la besó otra vez.

—Di mi nombre—susurró contra sus labios—. Dilo, Kisha.

—Kayen...—murmuró ella, y cuando otra oleada de placer la sacudió, lo gritó—. ¡Kayen!

Se agarró a su pelo, cerrando los puños con desesperación y tirando de él para obligarlo a ponerse encima de ella. Necesitaba sentir el peso de su cuerpo aplastándola, y el grueso de su polla llenándola totalmente. Kayen la entendió sin necesidad de palabras y se deslizó dentro de Kisha y la folló tan desesperadamente como ella demandaba.

Kayen tenía unos ojos increíbles mientras le hacía el amor. Del gris tormentoso pasaba a un hermoso verde azulado, y los tenía increíblemente fijos en el rostro de ella, con una mirada tan intensa que parecía marcarla con fuego.

Le rodeó la cintura con las piernas para mantenerlo pegado a ella, acercarlo más. Estuvo a punto otra vez en menos de un minuto, lista para explotar de nuevo, su cuerpo brillante por el deseo. Gritó su nombre otra vez y él gimió.

—Quiero sentir cómo te corres alrededor de mi pene, cariño—dijo entre dientes sin dejar de empujar—. Tan bueno...

Y lo hizo, más fuerte aún que la primera vez. Kayen ahogó el grito ronco que pugnaba por salir de su garganta besándola de nuevo. Su cuerpo se puso rígido, la aplastó contra él en un empuje final y gimió su nombre como una letanía cuando se corrió.

Agotados, respirando con dificultad, Kayen se dejó caer sobre Kisha aplastándola con su peso, escondiendo el rostro en la suave curva del cuello de ella.

Kisha le acarició la espalda con languidez. Él pesaba mucho, pero no le importaba. ¿Quién necesitaba respirar después de aquello?

Con un rápido movimiento, Kayen se dejó caer a un lado para ponerse boca arriba, arrastrándola con él. La encerró entre sus poderosos brazos y Kisha apoyó la cabeza en su pecho, poniendo una pierna encima de las suyas, entrelazándolas. Se durmió rápidamente, feliz, oyendo el palpitar de su corazón, usándola como una canción de cuna.