CAPÍTULO DIEZ

LAS horas pasaron muy lentamente. A media tarde, la impaciencia amenazaba con volver loco a Dayan. Gracias a los extensos conocimientos de Wari sobre el palacio, ya sabía dónde escondería a Kisha hasta que Kayen regresara.

En los almacenes que había en la parte posterior de palacio, había una pequeña habitación que antiguamente se utilizaba para guardar las especias y que se conservaran en buen estado, pero que ahora estaba vacío. Era un lugar pequeño, sucio y oscuro, pero mucho mejor que la mazmorra, y la pequeña sirvienta se estaba encargando de adecentarlo. Lo había limpiado todo lo que podía sin llamar la atención, y ahora estaba llevando, a escondidas, todo lo que Kisha pudiera llegar a necesitar, desde agua y comida, hasta almohadones y mantas para mantenerse caliente, y un candil con suficiente aceite para que no se quedase a oscuras.

Dayan se había pasado el día buscando a Lohan. Era su amigo y compañero de armas, y sabía que podía confiar en él para que lo ayudara, pero el jefe de los espías estaba desaparecido y nadie sabía dónde encontrarlo. Incluso le había preguntado a Yhil como quien no quiere la cosa y éste le había dado evasivas.

Cuando llegó la noche, Dayan siguió comportándose como siempre. Cenó con los demás en el gran comedor de palacio, junto a Yhil y el resto de oficiales y autoridades. Después se retiró a sus aposentos y permaneció allí encerrado, esperando y preparándose para lo que se avecinaba.

Se puso los pantalones de cuero endurecido y las botas de suela gruesa. Miró la coraza, las grebas, el yelmo y los guanteletes, pero decidió que le serían más un estorbo que una ayuda. Terminó de vestirse con una simple túnica y agarró la espada y la colocó en el cinto. Esperó a que fuese de noche cerrada y a que todos en palacio durmieran.

Caminó por los pasillos sin necesidad de tomar muchas precauciones. Él era el jefe de la guardia y se había ocupado que aquella noche, ciertos pasillos estuvieran fuera de las rondas nocturnas. Bajó decidido hasta los calabozos y se encontró convenientemente dormidos a los guardias de allí. Wari había hecho su trabajo llevándoles el vino con el narcótico cuando les sirvió la cena. Cogió el manojo de llaves que abrirían tanto la puerta de la celda como las cadenas.

Sólo quedaban los dos eunucos que estaban ante la puerta de la celda, y no sería mucho trabajo para él encargarse de ellos. Lamentaba tener que matarles, pero no tenía opción en ello.

Bajó el último tramo de escaleras con la espada desenvainada. Al verlo, los eunucos lo miraron sorprendidos durante unos segundos pero no tardaron en reaccionar ante la evidente amenaza y sacaron sus espadas. Pero los eunucos no eran adversarios para Dayan, que se había curtido en batalla desde que era un niño y acabó con ellos con cuatro golpes y dos estocadas.

Abrió la puerta de la celda, y lo que vio sacudió lo más profundo de su alma.

Kisha estaba encadenada en la pared, colgada como un venado, completamente desnuda, con una mordaza que la obligaba a mantener la boca abierta en un mudo grito. Tenía los ojos cerrados, y su respiración era superficial.

Procedió a liberarla de la mordaza y las cadenas, y cuando la tuvo en los brazos ella gimió de dolor.

—Shhhht, tranquila, pequeña. He venido a sacarte de aquí—le susurró, y a pesar de su inconsciencia, ella pareció entenderle porque su respiración se normalizó un poco y el cuerpo se relajó.

La sacó al pasadizo y la dejó en el suelo un instante, el tiempo justo para arrancarle a un eunuco su capa y envolverla con ella. Allí, a la luz de las antorchas, pudo ver las marcas que la fusta de Rura había dejado y se horrorizó por la brutalidad de la paliza que le habían dado a aquella muchacha tan dulce e inocente. Las marcas amoratadas y la carne hinchada cubrían toda la espalda, las nalgas y los muslos.

Volvió a izarla con cuidado, acunándola contra su pecho, y caminó decidido por pasillos y escaleras, rezando para que Kayen regresara pronto a palacio.

Llegó al almacén de palacio y entró en el cuarto que Wari había preparado cuidadosamente. La chiquilla estaba allí, esperándolo, y se tapó la boca con las manos horrorizada por la forma en que habían tratado a Kisha.

—¿Por qué..?—intentó preguntar, pero Dayan la calló con un gesto.

Depositó a Kisha sobre el lecho que la niña había ideado con almohadones y sábanas.

Necesitaba un doctor. Kisha estaba mal y él no sabía qué hacer, y entonces se acordó de la morena que atendió al guardia de palacio herido durante el entrenamiento.

—¿Conoces a la nueva sanadora?—preguntó a Wari. La niña asintió con la cabeza, incapaz de apartar los ojos de Kisha—. ¿Sabes donde encontrarla?

—¿A Erinni? Sí, mi señor—. El susurró tembloroso de la chiquilla le dijo a Dayan que era una buena idea enviarla a buscarla en lugar de ir él mismo.

—Pues corre y tráela, pero no le cuentes la verdad. Engáñala con la historia que sea para que te siga. ¿Has entendido?

—Sí, mi señor—contestó mirándolo desafiante. Estaba recuperando el aplomo del que había hecho gala durante todo el día—. Soy pequeña, pero no tonta, mi señor.

Dayan sonrió intentando tranquilizarla.

—Lo sé, pequeña. Eres más lista que muchos adultos. Ahora corre, y no te preocupes. Kisha se pondrá bien, ya lo verás.

Wari asintió con la cabeza y se fue corriendo con sus pequeños pies descalzos en busca de la hechicera.

Mientras esperaba, Dayan mojó un paño con agua y lo puso sobre los labios de Kisha. La humedad la hizo reaccionar y abrió los ojos al tiempo que intentaba sorber el agua que goteaba.

—Shhh, tranquila. Poco a poco, Kisha. No te preocupes, te daré toda el agua que necesites, pero no debes precipitarte. Tienes los labios hinchados y amoratados. ¿Me comprendes?

Kisha intentó mover la cabeza para asentir, pero un fuerte dolor se lo impidió, y se quedó mirándolo sin saber qué hacer, excepto seguir tragando a pequeños sorbos las gotas de agua que caían en su boca.

—Wari ha ido a buscar a una sanadora. Ella sabrá qué hacer, no te preocupes. Te recuperarás.

Kisha intentó preguntar. Quería saber si había avisado a Kayen, y cogió la mano en la que Dayan sostenía el paño mojado.

—Ka... yen—dijo con voz rota, y un sollozo le desgarró el pecho.

—Tranquila. Un mensajero está de camino para advertirlo del complot. Viajan tan rápidos como el viento, estos mensajeros—intentó bromear Dayan—, y éste tiene orden de no parar ni para dormir. Cambiará de montura en cada casa de postas y llegará a tiempo. Con las horas que hace que lo envié, en uno o dos días alcanzará la columna de Kayen, ya lo verás. Ahora, mi prioridad es mantenerte a ti a salvo para él.

Aquella noticia la tranquilizó visiblemente, pues dejó caer la mano y cerró los ojos, permitiendo a Dayan que la cuidara.

Wari regresó acompañada de la sanadora en poco tiempo, pero a Dayan le pareció una eternidad. Kisha se había mantenido tranquila, pero hasta para él era obvio que la muchacha tenía fiebre y que necesitaba unos cuidados que no sabía darle.

En cuanto entró, la sanadora ahogó una exclamación y se arrodilló al lado de Kisha. Sin decir nada ni prestarle atención a Dayan, dejó en el suelo el cestillo donde llevaba sus ungüentos y medicamentos, y apartó el cobertor que tapaba el cuerpo de la esclava.

En cuanto vio la paliza que la mujer había recibido, miró a Dayan y éste pudo ver en los ojos de la sanadora la tormenta que estaba a punto de estallar.

—¡Qué clase de animal eres, bruto! ¿Cómo puedes tratar así a una mujer?

Dayan se quedó sin palabras durante un instante intentando comprender a qué venían esas acusaciones, y cuando se dio cuenta que la mujer (Erinni, se llamaba Erinni) pensaba que él era el culpable de las heridas de Kisha, se incorporó bruscamente mientras el rubor le cubría todo el rostro y la señaló con el dedo mientras exclamaba:

—¡Escúchame bien, bruja! ¡Jamás le he puesto la mano encima a una mujer para hacerle daño! ¿Qué clase de hombre crees que soy?

Estaba enfurecido, pero Erinni no era mujer que se dejara amilanar por un hombre enorme de anchos hombros, mirada profunda y salvaje, y unas manos gigantescas que... ¡Por todos los dioses! Unas manos que se preguntó cómo se sentirían si las usase para acariciarla allí donde en aquel mismo momento palpitaba de deseo.

Se levantó para no sentirse en inferioridad de condiciones, aunque para una mujer como ella, estar ante un guerrero formidable y no sentirse en desventaja era difícil.

—¿Quién lo ha hecho, entonces? Porque deberían azotarlo. ¿Y por qué está aquí en lugar de en su cama?

Las preguntas no eran descabelladas, pero Dayan dudó en decirle la verdad; pero no le quedaba más remedio que confiar en ella, eso lo supo en el mismo instante en que fue consciente de que necesitaría su ayuda.

Wari, que se mantenía al margen de la discusión mirando a uno y otro con ojos desorbitados, decidió que lo mejor era desaparecer hasta que aquellos dos terminaran de gritarse, y salió de nuevo al almacén dispuesta a vigilar por si se acercaba alguien. Era improbable que eso sucediese hasta después que amaneciera, pero sabía por experiencia, aun a su corta edad, que no podía darse nada por supuesto y que el destino solía dar un giro cuando uno menos lo esperaba.

—¿Y si dejaras de gritarme y te pusieras a atender a Kisha? Después habrá tiempo para contestar a todas tus preguntas.

Erinni lo miró desconfiando, pero al fin pudo más su sentido del deber que la rabia que sentía por el maltrato a que había sido sometida su paciente. Había visto muchas mujeres golpeadas en su vida, pero eso no lo hacía correcto y, desde luego, no la había inmunizado en contra de la injusticia que suponía que algo así pasara y no fuera castigado por ley.

Se arrodilló de nuevo en el suelo y la empezó a examinar con ojo médico. Empezó por la cabeza para descartar la conmoción o algo peor. El pómulo estaba hinchado y tenía el labio partido, pero no había ningún daño grave allí. La giró y ahogó una exclamación de horror: tenía la espalda, nalgas y muslos cubiertos de golpes dados con algo largo y fino, probablemente una vara o algo similar. Algunos estaban abiertos y sangraban, aunque la mayoría no habían llegado a romper la piel.

—Necesito mucha agua—dijo—, más de la que tenéis aquí. Debería llevarla a los baños para poder lavarla a conciencia.

—Lo de los baños es imposible—contestó Dayan—, pero puedo conseguirte más agua.

Erinni asintió con la cabeza y mientras Dayan desaparecía por la puerta, siguió examinándola. No había huesos rotos, gracias a los dioses. Cuando el guerrero regresó con dos cubos llenos de agua, rebuscó entre los diferentes frascos que había dentro del cestillo hasta que encontró lo que buscaba. Abrió una pequeña botellita que contenía un líquido azul y lo echó dentro de uno de los cubos. Metió dentro el mismo paño con que Dayan había estado dando de beber a Kisha y empezó a lavarla cuidadosamente.

Dayan la observó con curiosidad. Sus manos eran pequeñas pero firmes y trataban a Kisha con mucho mimo. Se imaginó como sería que lo trataran así a él y la polla se endureció inmediatamente, haciéndolo sentir incómodo. Erinni no era mujer para él, no porque no fuera hermosa, que lo era; el problema radicaba en que no era ni sumisa ni obediente. Tenía fuego en el alma, de la clase de mujeres que no sabían callar ni obedecer sin que antes les dieses una interminable charla sobre la conveniencia de hacer lo que se les decía. Algo agotador para un hombre como Dayan, acostumbrado a ladrar órdenes a diestro y siniestro durante todo el día, y a ser obedecido ciegamente. Pero... seguro que una mujer como Erinni sería diferente en la cama. Casi pudo verla, abierta para él y recibiéndole en su interior mientras gritaba y le arañaba la espalda por la pasión. Sus besos serían puro fuego y lucharía contra él por el dominio en la cama. No se dejaría someter de buena gana, y cada triunfo obtenido con ella le sabría a miel en los labios.

Si antes tenía la polla dura, ahora ya estaba a punto de estallar.

—Podrías contarme qué ha sucedido mientras la estoy atendiendo.

La voz de Erinni lo sacó de su ensimismamiento y lo regresó a la cruda realidad. Carraspeó para aclararse la garganta, porque estaba seguro que si hablaba antes en lugar de voz le saldría un gemido ronco.

—Kisha es la esclava favorita del Gobernador.

—¿Y así trata a sus favoritas?—replicó Erinni con desprecio, frunciendo el ceño.

—¡Por supuesto que no! Por Garúh, tienes una visión muy desvirtuada de los hombres, ¿no?

—Tengo la visión que me han dado la vida y mis años de experiencia atendiendo mujeres maltratadas por sus padres, maridos o dueños—. La voz de Erinni estaba impregnada de dolor y Dayan se preguntó si esa experiencia era puramente profesional o ella también había sido una de esas mujeres.

—Kayen no es así. Igual que yo, jamás ha maltratado a una mujer—. Hizo una pausa—. En realidad no sé de quién ha sido la mano ejecutora, pero estoy seguro que la instigadora ha sido la princesa Rura. Es una historia larga y complicada.

Erinni volvió a mojar el paño en el cubo por enésima vez y lo escurrió, quedándose pensativa.

—¿Ha sido una cuestión de celos?—preguntó al fin.

—Y algo más. Erinni...—Dayan se pasó la mano por el pelo y se agachó a su lado—. Hay una conspiración en palacio. Kisha escuchó una conversación que no debería haber oído.

—¿Una conspiración? Eso son palabras mayores.

Dayan procedió a contarle toda la historia tal y como la conocía, incluyendo lo que él había hecho para sacar a Kisha de la mazmorra. Erinni escuchó sin mirarlo ni una sola vez, mientras seguía atendiendo a la esclava. Cuando terminó de lavarla y secarla, sacó un tarro de su cestito y empezó a aplicarle el ungüento por toda la espalda, nalgas y muslos.

—Entonces es imperativo que nadie sepa que está aquí—dijo cuando él terminó de hablar.

—Exacto—susurró Dayan. Erinni giró entonces la cabeza y lo miró directamente a los ojos.

—¿Por qué has confiado en mí? Hay otros médicos y sanadoras en palacio. Seguro que conoces a alguno de ellos, incluso puede que...

Dayan negó con la cabeza, interrumpiendo su frase.

—No puedo confiar en ninguno de ellos. Llevan demasiado tiempo aquí y están todos infectados con una terrible enfermedad.

La ironía en la frase era evidente y Dayan sonrió al pronunciarla, desplegando todo su encanto. Erinni le devolvió la sonrisa y asintió.

—La terrible enfermedad de la displicencia, cuyos síntomas son la fiebre del egoísmo y las pústulas infectadas de hipocresía. Veo que eres un guerrero letrado. No muchos han leído a Cardum.

Dayan se encogió de hombros, quitándole importancia al asunto, y se fijó en los labios de Erinni. La miró tan atentamente que ella se sintió incómoda al momento y apartó la mirada de su rostro para volver a dedicarse a atender a Kisha. Parecía dormida, pero la fiebre seguía alta.

—Necesito agua limpia que pueda beber.

Dayan asintió y se levantó, yendo a por la jarra que había sobre un taburete, al lado de un vaso, y se los entregó a Erinni. Ésta miró dentro del cesto y sacó un frasquito como el anterior, pero con el líquido amarillo. Volcó unas gotas dentro del vaso y terminó de llenarlo de agua.

—Esto le bajará la fiebre y la ayudará a dormir, si consigo que lo beba.

—Permíteme—se ofreció Dayan—. Me conoce y confía en mí. Haré que se lo beba.

Le entregó el vaso y se retiró, mirando como aquel enorme y hermoso guerrero se arrodillaba al lado de Kisha y la incorporaba con mucho cuidado. La esclava abrió los ojos, vidriosos por la fiebre, e intentó decir algo.

—Kisha, cariño, tienes que beberte esto. Te ayudará a ponerte bien.

—Ka... yen—balbuceó la esclava.

—Bébetelo y no te preocupes. En cuanto tenga noticias suyas, te las haré saber.

Acercó el vaso a los labios de Kisha y ella bebió obediente hasta la última gota. Después, Dayan volvió a tumbarla en el improvisado lecho y la tapó, arropándola como si fuese una niña. Le pasó la mano por el pelo, sucio y apelmazado, intentando darle un poco de confort con su presencia. Ella gimió levemente y después su rostro se suavizó, relajándose.

—Tengo que irme—dijo levantándose—. No puedo desatender mis obligaciones o alguien podría sospechar. Cuando encuentren a los eunucos en las mazmorras vendrán a buscarme y debo estar en mis aposentos. ¿Cuidarás de ella?

Erinni lo miró intentando evaluar el tipo de hombre que tenía ante ella. En todo aquel rato que llevaban juntos, la había sorprendido una y otra vez con la ternura que había empleado, cuidando y preocupándose por una esclava.

—Ella es muy importante para ti, ¿verdad?—preguntó con voz emotiva.

—Ella es muy importante para Kayen—contestó—. Y Kayen es mi hermano.

—Cuidaré muy bien de ella, y no la dejaré sola ni un instante—afirmó con rotundidad.

—Gracias, Erinni.

Ella se limitó a asentir con la cabeza y Dayan salió de allí, ordenando a Wari que se quedase al lado de Erinni y que atendiese a todas sus necesidades.

Varias horas después, Kisha abrió por fin los ojos. Miró a su alrededor, desconcertada. Estaba tumbada sobre el suelo, arropada y cómoda rodeada de almohadones. La suave luz de un candil titilaba a sus pies. Le dolía el cuerpo, pero una suave languidez se había apoderado de ella. El dolor era sordo, como si fuese sólo un leve eco de lo que había sido.

Evidentemente ya no estaba en la mazmorra. Aunque el cuarto era pequeño, el olor era dulce y no había humedad. Suspiró. ¿Habría regresado Kayen? No, se dijo. Si hubiese regresado estaría en su cama, a no ser...

Una idea la aguijoneó. Rura la había azotado con una fusta. ¿La habría dejado cicatrices? ¿Era por eso que estaba aquí en lugar de en la cama de Kayen? ¿Acaso él había decidido que ya no quería a una esclava marcada? No, él no era ese tipo de hombre. Cuidaría de ella a pesar de todo.

Sollozó, y el ruido llamó la atención de algo que estaba a su lado. Giró la cabeza para mirar qué era y se encontró cara a cara con una mujer de pelo oscuro que la miraba con ojos inquisitivos.

—¿Cómo estás, Kisha?—susurró la mujer—. Me llamo Erinni, y soy una sanadora. Dayan me envió a buscar cuando vio el estado en que te encontrabas.

Dayan. Recordó que él la había sacado de la mazmorra, aunque todo el episodio estaba envuelto en una bruma, pero más allá de eso... nada.

—Yo no... no recuerdo casi nada.

—Es normal—contestó la sanadora con una sonrisa—. Has tenido mucha fiebre. ¿Tienes hambre?

Kisha lo pensó, pero el gruñido de su estómago contestó la pregunta. Ambas mujeres rieron, y a Kisha le dolió el labio.

—Voy a ir a las cocinas a por un poco de sopa para ti. No es conveniente que comas nada sólido de momento, pero necesitas los nutrientes. Por suerte, las cocineras están acostumbradas a verme deambular por allí así que no se extrañarán. Wari se quedará contigo el rato que yo tarde.

Entonces Kisha fue consciente del pequeño bulto que dormía a su lado. Era la pequeña Wari, y cuando la vio sintió un profundo amor y respeto por aquella niña fuerte y valiente gracias a la cual estaba a salvo.

Erinni se fue y Kisha se dio la vuelta lentamente para poder poner una mano sobre aquel pequeño cuerpecito. Necesitaba tanto recibir su calor como regalárselo a ella. Wari era una niña especial y se preguntó si podría hacer algo para mejorar su vida. Quizá si hablara con Kayen cuando regresase... Era un hombre justo, y era de justicia que Wari fuese recompensada por la ayuda que le había prestado. Si Kayen sobrevivía... No, cuando Kayen sobreviviese, le debería la vida a Wari, porque lo había arriesgado todo para llevar su mensaje a Dayan, y era gracias a eso que el Gobernador seguiría vivo.

Erinni regresó con una bandeja llena de comida. Despertó a Wari, que también estaba hambrienta, y la niña sollozó de alegría cuando vio que Kisha había despertado y estaba todo lo bien que cabía esperar.

Comieron juntas y hablaron durante mucho rato, hasta que Kisha, rendida, volvió a quedarse dormida. Se cayeron bien la una a la otra. La sanadora era una mujer muy distinta a ella, pero igualmente afable y cariñosa.

Por la noche regresó Dayan. Lo hizo a altas horas, cuando ya todo el mundo estaba dormido para no levantar sospechas, y le contó lo ocurrido durante el día.

Yhil había movilizado toda la guardia de palacio, al frente de la cual estaba el mismo Dayan, y habían registrado todo el palacio, incluidas las dependencias del harén. Por suerte, pocas personas recordaban el cuarto abandonado de las especias, al fondo del almacén. El senescal estaba desesperado por encontrarla y había amenazado con empezar a registrar casa por casa toda la ciudad. La idea horrorizó a Kisha, pues sabía qué ocurría cuando algo así se llevaba a cabo, pero Dayan la tranquilizó: él sería el encargado de dar las órdenes, y sus hombres los que las llevarían a cabo, y no permitiría que nadie saliese perjudicado.

Kisha le creyó y, sorprendentemente, Erinni también.