capítulo

Uno sabe con lo que cuenta y aprendí en esta vida a no contar con nadie salvo conmigo mismo. Tal vez por eso todo lo he hecho solo: el sótano, el restaurante en Campolide, la casa camino de Sintra

(no exactamente Sintra, Mem Martins junto a la estación, me gustan los trenes por la noche, mi difunta madre se paraba a escuchar

—El correo de las once

y era como si continuásemos juntos)

comprada muy barata

o sea a un precio razonable, que detesto jactarme

a los ingleses que volvían a su tierra y se quejaban del clima, de la humedad, de las enfermedades de los huesos con agua burbujeante y yo que sí, que sí, completamente de acuerdo, señor Mister, reumatismos en abundancia, dolores en las articulaciones, mejor irse, vuelvan al sol de Londres, aquí está su cheque

amplié la piscina, le puse una estatua y luces, construí un portón nuevo con elefantes en las columnas, compré los sofás, mi esposa con la mente puesta en las cretonas

—¿Estos sofás?

y yo que ando alerta en materia de civilización y estoy de acuerdo en que los europeos y las monarquías nos han superado

—Si los ingleses se desperezaban en ellos, es porque son buenos

sin confianzas, sin conversaciones, me limité a abrir los ojos y a hablar más bajo

—Si los ingleses se desperezaban en ellos, es porque son buenos

ella sumisa encogiéndose de hombros, encógete de hombros a tus anchas, chica, que no me importa, si mi madre viviese en la casa con nosotros

—Cierren el pico

sonriendo ante la ventana

—El correo de las once

viene en la Biblia que la mujer debe obediencia al hombre y por muy inteligente que sea mi esposa no viene al caso, quién se atreve a discutir la Biblia, como allí no viene

creo yo

la prohibición de encogerse de hombros fingí que no le daba importancia, para qué gastar la pólvora en salvas, si ella rezongase sería otra historia pero así es como practica gimnasia y evita encorvarse, lógico que los sofás estén en la sala, grandes, feos, sólidos, de cuero, poco cómodos, estorbando al mundo, mi esposa señala esos trastos

—¿Qué sentido tienen?

y aunque esté de acuerdo con ella y realmente me parezca que no tienen ningún sentido, si le diese la razón adiós autoridad, de modo que enciendo un cigarrillo o juego con la perra o silbo, todo retorcido en el sillón, para que ella imagine que estoy estupendo, pensando ay de ti si me dices que estoy retorcido

al acordarme de mi madre me acuerdo de la mano ahuecada en la oreja

El correo de las once

mi esposa debe de entenderme con las antenas de las hembras y recomienza, retorcida también, la paz del ganchillo mientras me pregunto y me pregunta

mi madre

¿Quién es ella?

—¿Qué me pasó por la cabeza para emparejar contigo?

así medio vieja

dos años más vieja que yo

mi madre desorbitada

¿Dos años más vieja que tú?

con la bombilla parpadeante del corazón, apenas enroscada o con problemas en los cables, el doctor

—Reposo y poca sal

el almuerzo sin sabor, pescado cocido y carne cocida que de por sí ya no saben a nada y después brócolis y zanahorias en lugar de arroz, salsa, patatas, expliqué al doctor, el doctor apoyó sus gafas en mi barriga

—Le conviene adelgazar, amigo

no haga caso a los trenes y confiéseme si he engordado, madre

y como es un doctor caro y profesor de médicos en el hospital me quedo antes de que me dé golpecitos en el bazo, me pregunte si bebo y le mienta afirmando

—Ni por asomo

yo que lamentablemente tengo que beber no por manía ni vicio sino debido a mi trabajo de acompañar a los clientes, además la mayor parte de las veces bebo el mismo tecito que las camareras mientras ellos champán, paseo de mesa en mesa con una copa entre los dedos evitando que me inviten, una palabra, un saludo, un elogio

—Siempre en la flor de la edad, ingeniero

atiendo sus pedidos

—Si no lo toma a mal, presénteme a la señora que cierra el espectáculo

yo a doña Amélia, discreto que los clientes exigen educación, respeto

—Mande a Marlene a la nueve

y si Marlene o Micaela o Vânia o Sissi, olvidadas del reglamento y de lo que me sacrifico por el personal

—Estoy cansada

ahí voy yo de inmediato a ponerles orden en la mente y mostrar la puerta de la calle

—La salida es por allí

puesto que en cuanto se sienten seguros te toman el pelo, abusan, llevo treinta años en este negocio lidiando con travestis

treinta y uno el veintiocho de enero

y lo que puedo aconsejar a quien comienza aunque no recomiende esta existencia de miseria a nadie es

—No permitas que te tomen el pelo, no permitas que abusen de ti

¿qué le sucedió al correo de las once?

o sea aplícales de vez en cuando una multa en los porcentajes para que a las damas se les meta en la cabeza quién manda

Dios escribió en la Biblia

y en cuanto al resto trátalas por lo que creen que son y déjalas en paz, por mí siempre que cumplan pueden matarse, lejos de la discoteca no es asunto mío, llegan constantemente a mi despacho peticiones de empleo, hacen cola en el pasillo agitando sus postizos

—Soy mujer, ¿sabía?

aseguran que la naturaleza se equivocó como si los errores de la naturaleza me endulzasen el alma: me ayudan a vivir solamente. Gracias al cielo la naturaleza pasa el tiempo equivocándose y entonces aparecen ellas en el despacho, entre la vergüenza y el desafío, con la barba rapada y blusita transparente

—Soy mujer, ¿sabía?

dispuestas a que doña Amélia les enseñe a bailar y a fingir que cantan

—Muévete así, muévete asá, aquí sufres, ¿te das cuenta?, aquí te ríes

escoltadas por individuos que me miran de reojo y a quienes un encontronazo con el fulano del bar les baja enseguida los humos

—Sólo he venido por amistad con la chica, palabra

desaparecen rascándose la oreja

—No quiero problemas, no quiero problemas

de repente educados, humildes, buenos chicos en el fondo, convencidos de que los ayudamos con una pequeña lección de vida, se secan la encía con el pañuelo, comprueban el pañuelo, se secan de nuevo, el fulano del bar, compañero, les entrega lo suyo

—Todo ha sido por pensar en tu futuro, ya me lo agradecerás

y la mayor parte de las veces en efecto agradecen

—No me olvido de aquel guantazo de amigo, gracias

algunos que me parecen inteligentes hacen chapuzas para mí, tengo a Fausto, a Romeu, a Alcides que estudian el mercado según mis reglas, si mean fuera del tiesto el fulano del bar

—Cuidado con la encía

ay el correo de las once en Pinhel, ay de mí

hace apenas dos días

es un ejemplo

Alcides tocándome el hombro, él que sólo me toca en el hombro cuando el asunto es grave

—El jueves a las seis traigo una cosita que le va a interesar, patrón

y realmente esta tarde se presentó con un chico que me recordaba a no sé quién, yo al oírlo hablar y dentro de mí

—Te conozco

sin atinar de dónde lo conocía, palabra, yo dentro de mí

—Ya he visto esta cara

esta cara, esta forma de caminar, esta voz, así como ya he visto la maleta que llevaba, no una maleta nueva, el asa arreglada con adhesivos y alambre

y en el interior las plumas que estaba seguro de haber visto igualmente, apuesto que una peluca rubia

no pelirroja, no platino, rubia

una laca púrpura, zapatos merceditas, le ordené que se preparase para la prueba en el camerino que había sido despensa en la época en que el sótano había sido casa

aún olía a ratones y a almíbar de melocotón

Alcides inquieto

—¿Algún problema, patrón?

yo que retorcía el trapo de la memoria del que no goteaba nada salvo madres y trenes

—Te conozco, te conozco

Alcides cuidadoso

—¿Perdón?

desenroscando el agua mineral que el médico me recomendó para limpiar la vesícula, yo

—Te conozco

dándome cuenta del

—Te conozco

irritándome, corrigiendo

—Acaba con eso

Alcides ofendido pero quietito tal como mi esposa con la única diferencia de no vivir juntos, si viese los sofás de los ingleses no me haría falta apostar acerca de la reacción de él

—¿Estos sofás?

los hombros encogidos en silencio, encógete, acaba ya, que no me importa y dentro de mí

—Te conozco

no llegando a saber de qué sitio, me recuerdas a alguien pero qué alguien, juraría que nos hemos encontrado, hemos pasado años juntos, hemos hablado, Alcides en actitud de enfermero

—Señor Sales

debo de haberlo asustado porque se abatió en la silla con las manitas en el aire repitiendo

—Listo, listo

cuando el otro volvió no me hizo falta un esquema, al final era esto, ya me parecía que era esto, el corpiño con lentejuelas, las cejas de marta, el lunar en la mejilla, Alcides con un gesto de empresario

—Le presento a Paulo

y entonces ocurrió lo que yo esperaba, todo encajó, todo claro por fin

¿por qué no me enteré enseguida, por qué no me di cuenta?

los anillos que yo conocía, los pendientes que yo conocía, la pirueta alegre que añoraba, las pulseras que se extendieron hasta el mentón de Alcides con un pellizco tierno, el pintalabios rojo que aumentaba el afecto, y entonces

¿cómo no descubrí, soy tan burro, tenías razón, madrecita, y entonces

qué esperabas?

—Me llamo Soraia

dijo ella.