capítulo

En poco tiempo se olvidarán de mi padre porque nadie se acuerda de un payaso muerto, así como se olvidarán de Marlene, de Micaela, de Sissi, de Vânia, demasiado viejas para bailar en el sótano, demasiado deformes para conseguir el privilegio de una esquina, avanzar en un portal hacia una luz de farola

—Estupendo

y al final nadie, pensé que un coche me observaría, se decidiría

—¿A cuánto está el servicio?

y sólo una boca de incendio o el reflejo de un nombre de ho tel que tiembla en la acera, siempre el mismo nombre de ho tel

habitaciones chambres rooms zimmer

que tiembla en la acera, se habla español, english spoken y ni español ni inglés, banderitas en el mostrador, un individuo que asoma por encima del periódico de hace no sé cuántas semanas e indica con los dedos el doble del precio del cartel escrito a lápiz, dobla el meñique y el anular en gestos de descuentos cómplices y aun así ocho dedos, con el cigarrillo nueve, nueve billetes, caballero, nueve billetes monsieur señor sir, no tiene baño pero hay un lavabito aunque lamentablemente y sin ninguna razón nos han cortado el agua, una escalera hasta el piso de arriba donde se está más cerca de Dios, a veces oímos sus pasos en el desván de aquí para allá introduciendo orden en el mundo, nunca he entendido a los que no creen en Él puesto que Dios cambia la emisora de la radio y derriba asientos con el desacierto de las rodillas, las cataratas, ¿sabía?, los ojos cansados de bus car ovejas pródigas entre tanto pecador destinado al infier no, usureros, policías, cobradores del gas, Dios un poco torpón, es cierto, pero piadoso, pero bueno, dispuesto a perdonar

—Venid a Mí, venid a Mí

el individuo del hotel le llevaba de vez en cuando la limosna de una sopita puesto que Dios es viudo y sin cocina en casa, con pijama y capa de caucho desde que aquella teja

—La teja del demonio

se rompió debido al granizo o a los ángeles

—Ha leído la Biblia, ¿no?

a quienes por rebelarse contra mí desterré a las tinieblas, ponga la sopita ahí en el suelo, levante el asiento, acompáñeme un minuto que me aburro en el Cielo, diga a sus huéspedes que hagan penitencia porque la hora está próxima, prepare el arca, Monteiro, que estoy esperando que la compañía conecte el agua para ocuparme del Diluvio, las banderitas del mostrador deshilachadas y la de Australia a punto de soltarse del asta, el cenicero que representaba una tortuga metálica, se levantaba la tapa y el tufo del tabaco seco en la concha, por tanto nueve billetes

vale, ocho

ocho billetes, caballero, y a Dios de vecino, qué más quiere, Él en el borde de la cama tomando decisiones sobre el universo desde que el aneurisma de su esposa, en vida de ella se disfrazaba de oficinista y nos observaba con pajarita, meticuloso, ponderado, estudiándonos las virtudes, buenos días, buenas tardes y no nos daba confianza para que no sospechásemos Su naturaleza divina pero después de haberla bajado a la tumba, ha de hacer cinco años, decidió revelarse

—Yo soy El que soy

Marlene, Micaela, Sissi, Vânia crecieron bajo la lluvia

—Estupendo

doña Amélia lo mismo, me dijeron que doña Amélia sin bandeja de bombones desde que operaron a su marido pero no con las otras, sola, los medicamentos caros, las vendas, el pollito cocido, pensé que un cliente

—Soraia

como si pudiese ser Soraia, como si alguna vez mi padre que no llegó a envejecer, que debajo de la fotografía

no escrito con una pluma, impreso y por consiguiente verdad

Soraia la Primera Figura, pensé que un cliente

qué idiotez

—Paulo

y dándome cuenta de que la camarera del comedor paraba de vestirse

la blusa de las anclas

¿hace cuántos meses fue, hace cuántos años, Gabriela?

de la que me había olvidado explayándose en la habitación ansiosa conmigo

—Paulo

como si de repente doña Helena y el señor Couceiro en ella, la misma expresión, la misma boca temblorosa, el temor a que yo

—No me moleste, señora

yo a ella o al cliente del coche

—No me moleste, señor

retrocediendo ofendido en dirección al portal, un marica, un travesti, un payaso muerto mientras Dios, en pijama, me acecha en la gloria de los serafines desde el ventanuco del desván sin poderme ver, si yo Lo llamase una extrañeza, un susto, la conciencia de haberse apresurado al crear todo en seis días y una humilde bendición culpable, mi padre hacía siempre una pausa a pesar de que la música ya había comenzado y el iluminador

—Decídete

encogía el pie derecho y se persignaba antes de que el telón del escenario, Rui estrenaba un chaleco que le había regalado Vânia y mi padre en medio de la oración

—Yo te los cuento

Rui apoyado en una columna fumando, dinero en el bolsillo del chaleco nuevo

—Prométeme que no le dirás nada a tu viejo

y nosotros dos en Chelas, caballero monsieur signore sir english spoken, en el rellano del señor Couceiro en Anjos, o sea pegado a nosotros el profesor de esperanto, un hombrecito de barba blanca con un gato siamés que se le escapaba del regazo de la misma forma que las tórtolas de los bolsillos de los magos se deshacen en el aire, la placa junto al timbre esperanto parolata, se detenía en las escaleras convencido, fraterno, nunca una mancha, una arruga, todas las rayas perfectas, con los siameses que saltaban desde la cintura y se esfumaban enseguida

—Es una cuestión de meses, ni siquiera muchos, dos o tres, y acabaremos hablando una sola lengua, hermanos

los sobrinos que no hablaban la lengua le vendieron al peso sus diccionarios, sus gramáticas, el busto del benemérito polaco que inventó aquella ortopedia verbal, Vânia me estudiaba las facciones apiadada de mí, cuánto tiempo hace que te drogas, Vânia, tus rodillas tan delgadas

—Si al menos fueses guapo como Rui, Pauliño

si Dios bajase del desván y corrigiese mis imperfecciones, me enderezase la nariz, la camarera del comedor me observaba el hueso que yo intentaba afilar

—¿Qué tiene tu nariz, Paulo?

no sólo las rodillas, Vânia, el cuerpo tan delgado y nunca te vi en Chelas, Dália sí, tú no, dejaron de enviarte mensajes desde las mesas, la nueve te está esperando, chica

una boca de incendio, mi padre avanzando en un portal

—Estupendo

con la sonrisa encogida de no dormir en casa que desesperaba a mi madre

—¿Dónde has estado, Carlos?

antes de Bico da Areia vivimos un mes en Lumiar, mi padre insistente

—¿Te acuerdas de Lumiar?

yo

—No me acuerdo de nada

y él, decepcionado conmigo, unos edificios marrones justo después del cuartel, te llevaba a Ameixoeira los domingos, había una fábrica abandonada por allí, si tosíamos, ecos y ecos como personas andando, Lumiar mientras arreglaba una peluca pelirroja y yo despectivo

—¿Va a usar esa mierda?

una peluca pelirroja para avanzar bajo la lluvia en un escalón de portal

—Estupendo

pedí al individuo de la pensión que me llevase al desván donde vivía Dios, una escalerita disimulada por un armario en el tercer piso, se apartaba el armario y la escalerita a oscuras, el difícil aunque necesario

con olor a orina seca y a moho

ojo de aguja que precede al Reino de los Cielos, el mostrador de las llaves tan terreno, tan poco importante, el individuo que subía conmigo sólo cacerolas de pulmones hirviendo

—Parece que no cansa pero

la orina seca y el moho que aumentaban, una sospecha de claridad donde seguramente el Paraíso y los que exaltan en salmos el Poder y la Gloria, una agitación cada vez más próxima de mártires, serafines, el individuo que conocía los rincones de la Eternidad golpeando en algo invisible del tipo de una puerta, no con los nudillos de los dedos, con fuerza dado que por el transcurso de los milenios y la destrucción de ciudades sin justos los tímpanos de Dios se fueron endureciendo un poquito, por lo tanto golpear, impacientarse que desgraciadamente lo propio del hombre es ser atormentado y ávido

—Señor Lemos

alguien demasiado de barro en el piso de abajo, aún sujeto a la condición mundana

—¿Otra vez la Judicial?

la camarera del comedor reteniéndome por la solapa

—No te vayas, Paulo

consiguió una lámpara en el hospital que se encendía sacudiéndola y nosotros entrecerrábamos los ojos no habituados a la luz, fabricó una especie de cómoda con estantes del almacén, si abriésemos los postigos de la ventana tal vez el Tajo, un jardín, personas iguales a nosotros sacudiendo alfombras al otro lado de la calle, retenido por la solapa tal como mi madre antaño

—No te vayas, Carlos

—No te vayas, Paulo

un silencio que reclamaba, pedía, denme el automóvil con ruedas de madera

no oigo las olas siquiera

para aplastarlo en el suelo

donde las escaleras terminaban el aire diáfano, solemne, mucho más alto que las nubes, el individuo del hotel, sacrílego, metía un alambre en la cerradura, forzaba el picaporte

El cabrón del viejo es sordo

el profesor de esperanto acariciaba a los siameses con gestos ampulosos, eran sus manos las que dibujaban a los gatos, al principio nada y después un hocico, una pata, una vida hecha un ovillo que se estiraba de repente y un animal se escapaba

el picaporte se soltó con un chasquido, alzó el cerrojo hacia el resplandor turbio de la bienaventuranza cuando no limpian los cristales y en el que una basura de cometas, desechos lunares, el cuenco de sopa de la víspera o de la antevíspera enfriándose en el alféizar

¿No come, señor Lemos?

y nadie en el cubículo, es decir

se habla español, on parle français, english spoken, de vez en cuando un extranjero perdido, un japonés por la correa del brazo protestando

—No, no

una muchacha descalza pedía fundas enfadada, si parla italiano y japonés derechito a la calle

—No, no

la primera vez que me acosté con una mujer

no exactamente una mujer, Micaela

la primera vez que me acosté con una mujer me mantuve inmóvil a la espera, una sopera con un acueducto decía Cidade de Elvas y yo sin quitarme la camisa, sin quitarme los pantalones

—Elvas Elvas Elvas

me encogía si me buscaba, rechazaba su mano, la lámpara de la cabecera era la nariz de una foca que mantenía en equilibrio la bola de la pantalla, al lado de la foca una brocha de afeitar con un resto seco de espuma y yo con la vista fija en la sopera Elvas Elvas Elvas, por más que intentase decir otra cosa y me apetecía decir

—No quiero

una fiebre dentro de mí Elvas Elvas Elvas, si lograse huir por el acueducto, si huyese por el acueducto, Micaela se ponía el sostén a tirones

—Estoy haciéndote un favor y me rechazas

la foca se apagó y desaparecimos todos, ningún viaducto por el cual

en cuanto el profesor de esperanto con una caricia ampulosa me hacía nacer un hocico, una pata, una vida hecha un ovillo, me estiraba de repente y

qué alivio

adiós

Disculpe, señorita Micaela

ningún viaducto por el cual escaparme, Micaela al final un hombre, dedos sin anillos que me señalaban el felpudo

—Desaparece de mi vista

y en lugar de

—Disculpe si la he herido, señorita Micaela

—No tenía intención de ofenderla, señorita Micaela

—Me siento tan avergonzado, señorita Micaela

la garganta me desobedecía Elvas Elvas, corrí por la sopera en dirección a España, un mal humor que se atenuaba

—Desagradecido, yo que le estaba haciendo un favor

después de los buzones de la entrada no Sevilla ni Elvas, Lisboa qué suerte, me apoyé en la mezcladora de cemento de una obra

Elvas Elvas

con la certeza de que mientras existiesen soperas

y gracias a Dios no faltaban soperas

continuaría corriendo

un colchón doblado, una penumbra de trastos, el cuenco de la sopa de la víspera o de la antevíspera

continuaría corriendo

el individuo del hotel observando el cuenco

Elvas Elvas con una indignación inadecuada para con Dios mismo si Dios caquéctico y sordo, rodeado de ángeles que ya no volaban, anidados al azar en un lastimoso desánimo

¿No come, señor Lemos?

nadie en el Paraíso, es decir, mártires, serafines, mi abuela, por ejemplo, que padeció debido a la ceguera

¿Y éste, Judite?

el camisón de la esposa en el sillón sólo con un brazo desde donde Él fulminaba a Gomorra y dirigía la navegación de las nebulosas, el tragaluz del tejado abierto, vapores de constelaciones hechas en el Segundo Día más allá del arco del puente y de la estatua del Hijo bendiciéndonos, amantísimo, desde las colinas de Almada, el individuo del hotel, asomado al tragaluz, uno de los zapatos en el suelo, el otro colgando

No creo que el granuja

Micaela que cambiaba de pendientes en el sótano con un tonillo desvaído

—No te gusto, ¿no?

el individuo del hotel me llamó juntando el aire con la palma

Ven aquí

y Dios abrazado a la chimenea arrancaba costras de palomas, Le pregunté por mi padre y Él

¿Qué?

Le expliqué que vivió en Bico da Areia, le gustan las margaritas, una tarde se marchó de casa en el autobús de línea, se esmeraba en disfrazarse, ¿sabe?, trabajaba de payaso en un sótano, no sé si comprende

Elvas Elvas, sin ir más lejos incluso anoche me desperté en medio de un sueño, Micaela o la camarera del comedor me besaban

o yo creía que me besaban y de inmediato la sopera con tres ganchos de alambre

trabajaba de payaso en un sótano fingiendo que cantaba, acompañaba al señor de la mesa nueve después del espectáculo, le ordenaban la mesa nueve Soraia y la mesa nueve

A mi izquierda, señorita

ha de acordarse de él cuando volvía a Príncipe Real entre los silbidos de burla de los empleados del Ayuntamiento que lavaban la plaza, guardaba los anillos, aflojaba el elástico de la peluca, se atropellaba con los tacones al andar, era imposible no fijarse en él, esperé que Dios despegase las costras de las palomas, abandonase la chimenea, se dignase a mirarme mientras el individuo del hotel voy a telefonear a los bomberos, señor Lemos, y Dios me escuchaba pensativo

Es que sois tantos, muchacho

ocupé el tejado sintiendo el olor de las plumas muertas de los pájaros, de las heces de los pájaros, de las hierbas que crecían en el óxido del canalón, el Señor a mí en Su infinita bondad, en la misericordia de Su corazón y en Sus hedores celestes de orina seca y moho

A mi izquierda, muchacho

dejad que vengan a Mí los

y yo le avivaba la memoria es posible que conozca Bico da Areia después de Caparica, cerca de Trafaria y de Alto do Galo, no un sitio de ricos, tranquilo, sino un lugar de gente como Vuesa Merced y yo, siempre que el Tajo avanzaba retrocedíamos los patios en dirección al bosque, podría mencionarle a los gitanos, el pinar, a la esposa del dueño de la terraza que miraba a mi madre sin darse cuenta de que fregaba las mesas, es posible que no conozca a mi madre ni la distinga de las compañeras al salir del colegio pero seguro que se acuerda de la plaza de los jubilados parecidos a usted, con el triunfo en el aire a la espera de la primera malilla, en el cedro del invierno y de un niño

yo

aguardando la señal, el telón que se descorría y un payaso, no una mujer, un payaso

mi padre

Paulo

y Dios en Su infinita condescendencia me atendía finalmente, observando un zapato que se le escapaba, apoyándose en la chimenea

Espera

Micaela se cambiaba de nuevo los pendientes, ahora unas perlas enormes

—¿Sigo sin gustarte, Pauliño?

un hombre, fíjate en que es un hombre, entrar en la sopera y escaparme por el viaducto hasta que no quede nada de mí en la loza vidriada

Elvas

mientras que Dios más sosegado en Su desmedida condescendencia gracias al zapato que había logrado calzarse

—Espera

distinguiendo a mi padre

bendito seas

se Le notaba en la cara, extendía la manga del pijama señalando desde el tejado un punto cualquiera entre docenas de puntos cualesquiera, una esquina de calle, un portal

—Estupendo

el individuo del hotel detrás de mí creyendo que existía y en realidad no existía, existíamos nosotros en el tejado despegando las costras de las palomas, el Señor en Su prudencia me aconsejaba

—Espera

un horizonte de antenas, zaguanes y tubos fluorescentes apagados, por un instante mi abuela me recorría con los dedos lentamente pensando

—¿Es tu hijo, Judite?

una losa de cementerio donde una chiquilla se ocupaba en dibujar cuadrados de tiza, el individuo del hotel expulsaba a la chiquilla alzando y bajando el índice recto

—Juro que he telefoneado a los bomberos, señor Lemos

y Dios indiferente, creador de Abraham, Isaac y Jacob, Exterminador de primogénitos, Verdugo de Nínive, Ejecutor de los sodomitas, extendiéndome deditos curvos manchados con la sangre de los impíos o con las huellas de la edad intentaba abrocharse el cuello y fallaba con el botón

—¿No tienes por ahí una revista o algo parecido para envolverme que hace frío?

Dios con el pijama sujeto a la cintura por una cuerda se ponía las gafas a las que les faltaba una lente

—Veo por allá a una persona

Micaela desistió de los pendientes bebiendo de una botellita y tosiendo hacia mí mientras doña Amélia ¿todavía están aquí, chicos?

Si tú quisieras, Paulo

sólo me apetece conversar, palabra, sentirme acompañada, que haya alguien en la habitación, me dicen que esta tos y médicos y no sé qué y yo tratamientos ni pensarlo, para qué tratamientos, siempre me he tratado sola, un cliente de hace años, casi un amigo, con el tiempo una se va aficionando a las personas, asustado por mis pulmones

Cuídate

te parecerá una idiotez pero siempre que él

Cuídate

miro el acueducto, el paisaje, le respondo

Elvas

y me quedo pensando por qué Elvas, por qué respondí Elvas, nunca viví en Elvas, una ciudad casi en Castilla, me dicen, un fuerte con presos, me dicen, la sopera ya estaba ahí cuando alquilé la casa, tal vez el inquilino anterior también

Elvas

como yo, la dejó en los ganchos para liberarse de un destino, o sea de nosotros sin estar a la espera y nuestra boca

Elvas

el cliente

una ceja apenas

interrumpía el nudo

¿Perdón?

y yo contenía la tos intentando impedir que mi boca Elvas, intentando sustituir

Elvas

por

Nada

yo acomodando el albornoz por acomodar algo

Dios se ajustaba las gafas que se le escurrían de la Faz debido a la bisagra de la patilla, lamentándose sin atender al individuo del hotel de esta mierda de frío que me cala los huesos, si sacudes el brazo oyes el agua blop blop, ¿no tienes por ahí una revista o algo parecido?, cuando podía Mi esposa Nos conseguía algunos periódicos en el quiosco, el del quiosco le hacía señas al final del día

—Tita

y le daba las noticias que quedaban después de ordenar los papeles

—Un edredón para usted, doña Berta, tome

Dios todopoderoso y fuente de salvación que reconforta a las almas en el júbilo de Su presencia a pesar del castañeteo de las encías estremecidas de frío

—De helarse los huevos, muchacho

se apoyaba en la chimenea para evitar las traiciones de la nortada y la humedad en las articulaciones que apenas puedo andar, tengo por ahí una muleta pero le falta la almohadilla y me lastima el sobaco

—No, allá, una persona, puede ser tu padre

donde para los mortales

loor a Ti, loor

solamente edificios, una fuente con el escudo del rey

MDCCCXXXIV y un grifo donde antaño los rocines de los coches, los helechos del Jardín Botánico murmurando misterios, hasta de día misterios, hasta por la tarde misterios, principalmente antes de oscurecer cuando gotean pájaros, los helechos revelándome qué sería de mí

—Pzgtslm

el señor Couceiro les pedía

—Repitan

buscaba en su latín pzgtslm, se quejaba confuso pzgtslm pzgtslm

—No logro entender

los helechos con una ondulación de evidencia y yo enfadado con los helechos y enfadado con él

—Tal vez están hablando de Noémia, señor Couceiro, anunciando que se lamenta por no recibir visitas y les ha pedido que le avisen que sufre

un temblor de bastón porque Noémia fallecía otra vez, la meningitis, el coma, el enfermero que inventaba cómo salvarla, nunca se sabe, cuando menos se lo espera uno, creemos que va a ser una cosa y sale otra, doña Helena consultaba a una vecina instruida que entendía de cartas, esa dama roja sonriente, ¿ve?, esta sota de bastos y este cinco milagroso en el medio, no se preocupe, un pescadito cocido, una botijita en los pies y se cura, los helechos con una prisa pzgtslm pzgtslm y el señor Couceiro a la entrada de la habitación buscando en el diccionario

—No logro entender

pero Dios que entendía se inclinaba hacia la fecha de la fuente con el manto divino de la capa de caucho que se agitaba alrededor

—Déjame mirar mejor que puede ser tu padre

un marica, Señor, un travesti, un payaso que el Hijo perdonó en Vuestro santo nombre, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, ¿recuerda?, y Dios ajeno a mí, una simple mota de polvo en la vastedad de la galaxia, se soplaba los dedos y volvía a los periódicos con las encías cansadas de dictar mandamientos

—¿Ni una página de suplemento, chico?

con la mente en el quiosco y en su esposa, es cuestión de ensayar un paso y las revistas enseguida

—Pzgtslm

como los helechos, muchacho, levantó una pierna esquelética, me demostró el paso, se deslizó por cuatro tejas, una paloma dormida se escapó gimiendo, el individuo del hotel desesperado

—Madre mía

nunca imaginé que hubiese tantas venas en un rostro

pzgtslm

—Yo se lo advertí, señor Lemos, dentro de cinco minutos tenemos a los bomberos en la escalera

y no sólo el individuo, una realquilada inquieta, una segunda realquilada asintiendo si durante una semana no pago la habitación no se queje

—El otro día me pidió veinte minutos, ¿no, señor Lemos?, si viene rápido le doy una hora entera

el cliente a mí

Has dicho Elvas, ¿no?

no un cliente, un amigo, me colocó en el armario un uniforme de colegiala, me compró reglas, libros de tablas, pedía que me sentase en sus rodillas y me hurgaba en la falda

Niña traviesa, niña traviesa

me hojeaba los cuadernos donde escribía dictados, restas, nombres de montañas y ríos, me imploró que dibujase con lápices de colores grandes soles sonrientes, que borrase con la goma y los dibujase de nuevo, se interrumpía para buscar las acuarelas y aumentaba el dinero en la mesilla de noche, uno o dos billetes, tres billetes a veces

Te falta la mancha en la cara, ¿quieres una mancha azul en esa cara, Micaela?, eres una niña traviesa

me regalaba muñecas, animales a cuerda, rompecabezas y él a mi alrededor juega, Micaela, si acunaba a la muñeca se enfadaba conmigo

Estás pensando en otra cosa

y estaba realmente pensando en otra cosa, en Elvas, en mi hija a veces

aunque mi hija

el cliente se interrumpía observando la sopera

Dime: ¿qué tiene la sopera?

sin darse cuenta de que yo no estaba en casa, tosiendo, yo por el acueducto camino de España, este dolor en las costillas, esta dificultad con el aire, entra y se niega a salir, sale y se niega a entrar, se niega a entrar y salir, me siento y el aire se ha estancado, la laringe presa, el acueducto por el cual no camino, es otra quien camina, me quedo viéndola marcharse, de tal modo que ni oigo al cliente que me sacude los hombros

Micaela

pensando en abrir la puerta pero para llamar a quién, despertar a un vecino pero qué le digo al vecino que soy y si le dijese el vecino todos vosotros sois de la misma ralea qué me importa que tu fantoche muera, librarla del uniforme de colegiala, de los zapatitos de tacón bajo, de las medias de alumna, esconder los cuadernos en el armario pero en el armario echarpes, mantillas, adornos con plumas, embolsar el dinero de la mesilla de noche para que no crean que yo, en lugar de la escalera aprovechar el acueducto para colmo mal pintado, torcido

Elvas, una ciudad con un fuerte y los presos que suben la colina transportando barriles

y llegar a Badajoz o a Cádiz o a no sé dónde pero lejos, al final Lisboa, al final un callejón que sale de una plaza, por suerte muchos callejones y mientras haya callejones continúo corriendo, mi mujer que se niega a vestirse de colegiala

Qué idea, Eduardo

me coloca un cojín más en la nuca

¿Te cansó la reunión de la compañía?

el aire que entra y se niega a salir, sale y se niega a entrar, se estanca sin entrar ni salir y la laringe presa, mi mujer

Eduardo

sin que pueda oírla por el ruido de mis pasos en una senda distante, casas bajas, almacenes, ladridos a lo largo de un cartel visite el piso piloto, de vez en cuando una planta baja iluminada, mendigos bajo una lona, un barco grande, el Tajo, Micaela

Elvas

yo

Elvas

y sin embargo me acomodo en el sofá y tranquilizo a mi mujer, no me cansó la reunión, no necesito cojines, estoy bien, déjame un ratito así pensando en el trabajo, una pareja con un niño que sugieren felices visite el piso piloto, el padre moreno, la madre rubia, el niño rubio también, el niño y la madre sonriendo al padre que los

—El otro día me pidió veinte minutos, ¿no, señor Lemos?, le doy una hora entera

abrazaba a ambos y más allá de la familia una urbanización con una aureola de santidad en un terreno con césped, instalaciones de lujo, calefacción central, cocina en madera de roble totalmente equipada, consúltenos

CONSÚLTENOS

no compre sin consultarnos, consúltenos y a lo largo del cartel los ladridos consúltenos

una hora entera y Dios, desistiendo de mí, se acurruca en las tejas, mira al individuo del hotel

—¿Una hora dicen ustedes?

Se quita las gafas y la fecha de la fuente

MDCCCXXXIV

invisible, los helechos del Jardín Botánico pzgtslm

—Al final, mira, me he equivocado, no es tu padre, muchacho, es un buzón

y yo sin recordar que el suelo que pisaba era sagrado y que a nadie, ni siquiera a Moisés, se le permite fijar los ojos en los ojos de Dios, no puede ser un buzón, señor Lemos, con un poquito de atención ha de descubrir a un marica, un travesti, un payaso en Príncipe Real a las cinco de la mañana, oriéntese por el cedro, por el café, por el lago y Él avanzando por las tejas

—Lo que no falta en esta tierra son cafés, muchacho

los pantalones remangados, las mangas que ocultan los dedos, la realquilada en el tragaluz con el individuo del hotel, con linterna, iluminándole el pelo

—Por aquí, señor Lemos

yo Vos que hablasteis a los hombres de los puros de corazón no abandonéis a mi padre, el médico le aseguró que no está enfermo

—Tranquilícese que no está enferma, doña Soraia

y mi padre

—Me llamo Carlos

mintiendo por pena, tiene fiebre, está enfermo

—Estoy enfermo, Marlene

pensando en Bico da Areia, en mi madre, en la genciana, llenando la regadera en el grifo del lavadero, no la dejaré secarse, Judite, fíjese en que ha palidecido, le cuesta moverse, la regadera se suelta de la mano y no consigue agacharse, un mareo, un desmayo

—Ten paciencia, sobrino

o primo, o hermano menor, o un niño sin familia al que protejo, pobre, mi padre al niño sin familia al que protejo, pobre

—Ten paciencia, sobrino

no puede ser un buzón, señor Lemos, sólo puede ser mi padre, usa una peluca rubia, ¿no?, un círculo de carmín entre la nariz y el mentón, pestañas postizas que le ensombrecen la cara, pregúntele su nombre, señor Lemos, pruebe a preguntarle su nombre y a pesar de Rui

—Soy el marido de ella, se llama Soraia

ha de responderle

—Carlos

cuánto apuesta

no se marche, estamos casi en el final, cuánto apuesta a que le responde

—Carlos

y al responderle

—Carlos

dejo de molestarlo, se lo juro, hablo con doña Helena y una misa en Vuestro honor, le pido a la camarera del comedor y el sueldo en la misma caja de limosnas

Almas del Purgatorio

pzgtslm

que Rui y yo una tarde con un clavo y un martillo, un chasquido de madera y unas pocas monedas que la gente

bien lo sabéis

la gente, no yo, se ha vuelto avariciosa y egoísta, Señor, devolvedme a mi padre que descansa en una esquina al volver a casa y transporta su cruz más pequeña aún que la de Vuestro Hijo y que sólo Vos y yo conocemos

un marica, un travesti, un payaso moribundo que arruga y alisa una colcha de seda, se levanta, parte

no permitáis que parta, ordenadle

—La genciana, Carlos

y él Os obedece, posa la maleta, cojea hacia el muro

Kirie Eleison

en el que en invierno las gaviotas con temor a las olas y el puente y los caballos, tal como yo cojeo hacia el borde del tejado dispersando a las palomas y el individuo del hotel al que oigo sin oír

—Ten cuidado, tonto

tan detrás de mí, tan lejano, Señor, mi padre que limpia las hojas secas y se ocupa de las ramas, arregla con una cuerda un tronquito desviado, endereza una rama que la lluvia

o los perros o el viento

empujó al suelo

—Sujeta aquí, sobrino

y mientras me deslizo por las tejas

gracias, Señor

sujeto aquí, no dejo de sujetar y lo ayudo y caigo entre el ruido y el odio teniendo en la mente la paz que puede haber en el silencio, sujeto que el miedo nace de la soledad, de la fatiga y de la ausencia de disciplina y cuidado para conmigo mismo, hijo del Universo no menos que árboles y estrellas y aunque claro u oscuro para mí en paz con Dios sea cual fuere el modo que tenga yo de concebirLo y cuáles fueren mis trabajos y aspiraciones, manteniendo el alma serena en el vano desorden de la existencia puesto que a pesar de todo el error y locura y deseos no cumplidos este mundo Vuestro, mi Señor, es un mundo perfecto. Y seré cuidadoso. E intentaré ser feliz. Y la naturaleza fortalecerá mi espíritu protegiéndome de los azares de la vida. No seré ciego en relación con la virtud. Procuraré ser humilde ante la mudable fortuna de los años: frente al desencanto y la oscuridad el amor se volverá perenne como la hierba y sobrevivirá como ella para siempre al mismo tiempo que caigo y cayendo recomienzo a vivir y nada temo, mi Señor y mi Dios puesto que mi padre

un marica, un travesti, un payaso enfermo

—Sujeta aquí, sobrino

y el olor de la genciana que me envuelve y amortaja me defienden de la muerte alzando hacia Vos, entre los excrementos de las palomas, la satisfacción y la esperanza del amor que Os guardo.