Capítulo 44
Paseándose como un león enjaulado, Morán volvió a empinarse la botella de ron. Sorbiéndose un generoso trago, se paso la manga por sobre la comisura de los labios.
Estaba desesperado, y aunque había instruido a sus perros de caza para que buscaran debajo de las piedras a Stevenson y a su niño, no habían podido dar con ellos.
Lo único que habían logrado era dar con esa tal Diana Carson. Había descubierto que aquella mujer había cuidado por mucho tiempo a ese malnacido de Stevenson.
Respirando hondo, se preguntó dónde diablos podían haberse metido. Habían peinado la ciudad y ninguna noticia de su paradero.
Tampoco había rastro de esa adorable mujercita.
Maldito idiota… rezongó este frotándose el mentón al recordar lo cerca que estuvo de esa mujer y que, lamentablemente, ese cretino tuvo que echar a perder.
Si no fuera por lo delicada y calma de su expresión, podría jurar que esa mujer era una policía. Tenía ese mismo brillo de determinación que había visto en esas marimachas, pero que en ella se veía tremendamente sugestivo.
Melisa tenía una expresión parecida, sólo que sus ojos eran celestes. Los de esa mujercita eran castaños.
Estaba pensando en aquello con la mirada pegada al horizonte, muy cerca de la ventana, cuando, sin darse cuenta, Conrrad entró en la habitación con expresión pesarosa.
-Señor… - expresó tímidamente. Nada le daba más susto que incomodar a su patrón – necesito decirle algo.
-¿Qué pasa ahora? – inquirió este arrugando el ceño sin volverse.
-Pues… la veterana esa no quiere comer… – resopló Conrrad con cansancio – hemos tratado de todas formas… a la buena como usted nos dijo, pero la señora no abre la boca.
-Está bien… yo me encargó.
Girándose con elegancia, el hombre salió con paso firme en dirección a la habitación de huéspedes seguido por Conrrad, quien tenía que apresurar su caminar.
Tenía una casa grande, de tres plantas y 18 habitaciones, donde en el ala norte, que constaba con 6 cuartos, estaba instalados algunos de sus hombres como un resguardo a su seguridad, mientras que la otra ala, donde estaba el resto de las piezas, era toda para él. Había pensado en hacer algunas reformas, ahora que tenía un hijo, pero considero que todavía era muy apresurado.
Quizás debía consultarlo con su almohada o con esa mujer pegada a su cama, y es que el rostro de esa mujercita le aparecía hasta en el sueño.
Esbozando una pequeña sonrisa, se dijo que ya era hora de tener una familia como Dios manda. Había estado mucho tiempo solo populando en distintas camas sin encontrar donde quedarse.
Además, ella parecía simpatizarle a su hijo. Aquello era otro punto a favor.
Adelantándose con celeridad, Conrrad le abrió la puerta a su jefe, en tanto este pasó frente a él sin mirarlo.
Nada más entrar, apreció a aquella adusta mujer sentada frente una mesita servida regiamente con abundante comida, en tanto dos de sus secuaces la miraban con cara de pocos amigos.
Diana, en tanto, amarrada por los pies a la silla, sólo observaba el plato. No tenía deseos de comer, y es que la situación en que se encontraba no provocaba ni siquiera un pellizco de hambre.
-Déjenos solos – ordenó Marcus alzando apenas la voz.
Ambos hombres, incluido Conrrad, salieron de la habitación mientras Diana observó a ese hombre sosteniéndole la mirada.
Estaba enterada de todo lo sucedido, y aunque lamentaba lo ocurrido con su hijo, su primera lealtad era para con Patrick. Lo quería demasiado y no iba a hacer nada para perjudicarlo.
-Señora… - comenzó diciendo Marcus alzando una ceja con suficiencia – no saca nada con ponerse obstinada… muriéndose hambre no va hacer más agradable su estadía aquí.
-No tengo hambre – repuso Diana con seguridad.
Acercándose a la mesa, el hombre tomó el tenedor y pinchó un trozo de salamé. Se lo llevó a los labios y lo engulló con satisfacción.
-No vamos envenenarla, si eso es lo que teme… - indico Morán luego de ingerir la comida – usted está aquí sólo como una garantía.
-¿Qué quiere? ¿matar a Patrick? – exclamó angustiada sin poder contenerse.
-Ese es su destino… - respondió este haciendo un rictus de severidad – nada de lo que haga podrá evitarlo… él me quitó a mi hijo. Ahora le toca a él pagar con su vida.
-¿Y qué me dice de Gilbert? ¡él adora a Patrick! – y lentamente señaló - ¿usted cree que, después de matar a Patrick, su hijo lo querrá?
-Tendrá que hacerlo… - Marcus alzó las cejas a modo de dar por finalizada esta conversación – y al igual que usted, será mejor que rece para que el alma de ese hombre no se rostice en el infierno.
-Patrick es un buen hombre… - expresó Diana con vehemencia en tanto el hombre se dirigía a la salida – si usted acaba con su vida, se ganará el odio de su hijo ¿no lo entiende?
-Sólo entiendo que ese hombre que usted tanto adora me quitó a mi hijo… - profirió Marcus con la cara vuelta a la puerta, y mientras tomaba el pomo y la abría, añadió – no espero que usted me entienda. Para eso tendría que tener un hijo.
Nada más decir eso, salió dejando a Diana con la amarga sensación de que ese hombre sólo vivía para cumplir una venganza en el hombre que ella consideraba un hijo.
*******
-¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? – rezongó Jack desviando el coche hacia la calzada.
Ladeando la cabeza como si lo imitará, Lora apenas le aprestó atención. Estaba más preocupada de ese pobre hombre, que a cada tanto, parecía saltar por tantos baches que tenía el camino.
Aquel se había internado en un camino vecinal, el cual no estaba pavimentado, pero este, seguro que creyendo que la camioneta era un avión, siguió corriendo a más de 100 km por hora. Ahora de seguro, había pinchado un neumático.
Y lo más divertido: estaba anocheciendo.
Al ver que pasaban los minutos y este estuviera pensando en la inmortalidad del cangrejo, acomodó mejor a Paul, y se sentó más derecha.
-¿Quieres que te ayude?
-Este no es trabajo para una mujer… - resopló este con desagrado, y abriendo la puerta del copiloto, se volvió apenas para sacar algo que parecía ser un par de bastones y señaló con aspereza – mejor cuida a mi hermano.
Empequeñeciendo los ojos, Lora fue testigo como aquel hombre se incorporaba con mucha dificultad, y apoyándose en esas muletas, se levantó del asiento.
Tratando de cerrar la boca, nunca creyó que un hombre como ese estuviera en esa condición.
Observando como este se desplazaba la cajuela, juzgó que necesitaba ayuda. Estaba segura que además de cabezota e irritante, era un orgulloso de lo peor, así que, sin más, abrió la puerta y salió fuera del carro rumbo hacia la parte de la atrás del coche.
-¿Qué crees que haces? – demandó este frunciendo la mirada al verla frente la puerta trasera.
-¿Qué crees? – lo desafío Lora abriendo los ojos.
-No necesito de tu ayuda… - y arrimándose a ella, extendió la llave hacia la cerradura – sé muy bien como cambiar una rueda.
-Entonces no te molestará que observe – expresó ella mirando hacia arriba, pues a pesar de estar sostenido en esos palos, el hombre la pasaba perfectamente en una cabeza.
-Como quieras.
Con maestría, el hombre sacó una rueda, que a pesar de ser bastante grande, él se la pudo sin ningún problema en una mano, mientras que con la otra, buscaba la gata.
-Esta más atrás – indicó Lora cruzándose de brazos haciendo un leve movimiento con la nariz.
No queriendo hacerle mucho caso, el hombre trato de alargar más la mano para alcanzarla, pero, lamentablemente, no podía. La rueda le impedía llegar a ella, y no podía soltarla. Si lo hacía no podría recogerla. Le costaba mucho mover la cintura, y aunque había recuperado cierta movilidad en sus piernas, las caderas todavía seguían siendo un problema.
-¡Basta! – refunfuño Lora. Nada más le fastidiaba que perder el tiempo, y el hombre que estaba recostado en la camioneta necesitaba atención urgente, por lo que pasando por el lado de Jack, tomó la gata y se encamino hacia la rueda que estaba pinchada.
Aquella era la trasera.
Colocándola con suficiencia, presiono el pedal hasta que la carrocería se levantó lo suficiente, y volviendo hasta la caja de herramientas que había vislumbrado en la cajuela, sacó la llave y comenzó aflojar los pernos.
-¿Dónde aprendiste hacer eso? – inquirió Jack sorprendido.
Normalmente ninguna mujer, bajo su concepto, sabía hacer nada que tuviera que ejercer fuerza. Menos una que parecía tan frágil que al menor empujón parecía quebrarse.
-En la cárcel – expresó ella sin mirarlo.
-¿No me digas? –indico este alzando las cejas considerando lo mejorado que estaba el sistema carcelario, y al ver que esta no decía nada, quiso saber - ¿porqué estuviste ahí?
-Por idiota – señaló esta simplemente mientras sacaba un perno.
-Bueno, todos somos idiotas… algunos más que otros – profirió Jack sonriendo.
-¿A sí? – señaló ella levantando por fin la mirada, percatándose que ese hombre se estaba riendo, y a pesar de lo desagradable que le parecía, no podía negar que se veía bastante apuesto.
Bueno, en realidad lo era y bastante, pero cuando anda de gruñón, se veía demasiado distante e inaccesible.
-¿Y cuanto tiempo estuviste por hacer idioteces? – preguntó Jack al ver la mirada consternada que Lora le había dirigido.
-Cinco largos años – señaló ella como si fuera un resoplido.
-Estuviste mucho tiempo de vacaciones… - y afirmándose mejor en sus bastones, opinó - ¿y que estabas haciendo hoy en la central de policía?
-Preste declaración… - y sacando el último perno, Lora sacó la rueda con algo de esfuerzo, y dijo con un jadeo – estoy metida hasta el cuello con el tipo más peligroso de la ciudad… - dejando la rueda en el suelo, se irguió para mirar a Jack a los ojos – ¡sólo a mí se me tienen que ocurrir cosas como esas!
Empequeñeciendo los ojos, al hombre iba a pronunciar algo cuando Lora pasó cerca de él y levantó la rueda de repuesto.
-No espero que lo entiendas, Jack… - expresó Lora con la cara vuelta hacia el lado contrario de donde él se encontraba – pero quiero que sepas que te estoy agradecida… al igual que a tu hermano.
Sin pestañear, el hombre espero que la mujer se apartará de él, y mientras ella estaba en la labor de colocar la rueda donde correspondía, pensó en las muchas veces que se había comportado como un idiota, y torciendo el labio, consideró que en eso, ella y él, estaban empatados.
*******
Extendiendo suavemente la sábana por sobre la carita sonrosada de Gilbert, y acariciando suavemente su cabeza, Amy no pudo evitar emitir un tenue suspiro.
Se había quedado dormido casi en seguida al acabar el cuento con una expresión tan plácida en su rostro que siempre que lo veía, no podía evitar sentir ternura.
Apagando la luz, salió con tiento de la habitación, y nada más hacerlo, se sintió encarcelada entre dos brazos fuertes que la hicieron taparse la boca del puro susto.
-¿Qué haces? – resopló con la mano, ahora, en su pecho.
-Nada… - susurró Patrick con inocencia – sólo quería sorprenderte.
-¿Sorprenderme o matarme del susto? – inquirió ella haciendo el intento de zafarse de su abrazo.
-Yo quisiera siempre sorprenderte… - musitó rodeándola por la cintura, y levantándola en vilo, la quedó viendo con el rostro alzando hacia ella – así como tú lo haces conmigo.
-¿Yo? – inquirió Amy afirmando en los anchos hombros de Patrick con los ojos muy abiertos.
-Tú me sorprendes… no sabes cuánto… - expresó él mientras la bajaba lentamente hasta quedar a la altura de sus ojos – nunca me había sentido como me siento cuando estoy contigo y me haces pensar en cosas que nunca me habían interesado.
-¿Qué cosas? – quiso saber Amy estirando los labios risueña.
-En tener una familia, por ejemplo… - y suspirando, agregó con algo de turbación – una casa… hijos.
Tragando saliva, Amy exhaló profundamente, y mientras le sostenía la mirada, se dijo que nunca en la vida había pensado en cosas como esas, como tampoco había esperado sentir lo que sentía por él. No con esa intensidad y ese deseo, todo de una vez.
Quería a ese hombre
- ¿No dices nada? – preguntó Patrick con expectación.
Necesitaba saber si ella tenía la misma necesidad y, ojala, sintiera lo mismo por él.
-Pues, yo…
-¿Señor Stevenson?
Volviéndose de pronto, apreciaron como la señora Weizz se acercaba a ellos. Tenía en el rostro una expresión ansiosa, como si algo malo estuviera pasado, por lo que se soltaron y se alejaron un poco uno del otro.
-Acaban de llegar unas personas preguntando por usted.
-¿Quién? – demandó Patrick con extrañeza. Nadie más que Jack sabía que estaban ahí.
-No lo sé, señor. Están en la biblioteca.
Asintiendo, Patrick tomó la mano de Emma, y se encamino hacia ese lugar.