Capítulo 22
-¿Por qué estás tan malhumorada? – inquirió Jesse nada ver a Amy aparecer después que ella se diera un buen baño y se hubiera cambiado la ropa que llevaba por un par de vaqueros ceñidos y una camisa sin mangas.
Si no la conociera desde hacía años, Jesse juraría que esa expresión tan extraña de Amy debía estaba enamorada.
Sin embargo, aquello no era posible.
Desde el bachillerato, Amy nunca mostró preferencia por algún chico en particular. Claro, que presintió más de alguna vez su interés por par de tipos con los cuales, de seguro, debió haber compartido un par de besos, pero de ahí no pasaba.
Pensó con el tiempo, el carácter difícil de su hermana de alma fuera suavizándose, sin embargo, fue haciéndose cada vez más distante donde, incluso, en la central, ninguno de los muchachos se atrevía siquiera a decirle un piropo o una broma por temor a que ella los hiciera tragarse sus palabras a trancazo limpio.
Por ello, estaba seguro que no existía un hombre en esta tierra capaz de enamorar a Amy… y si lo existía, este, definitivamente, debía ser una paciencia de santo o quizás, un Kamikaze dispuesto a arriesgar su pellejo para llegar hasta su corazón.
-¿Por qué lo preguntas? – rezongó Amy mientras se peinaba el cabello mojado y pasaba de largo en dirección a la cocina americana.
-Estás algo distraída… - resopló el hombre mirándola con una sonrisa divertida – te dije hace rato que llamó Parker… está pidiendo los informes de rutina… - y suspiro - pero han pasado dos horas y tú todavía no te has reportado.
-¿Y cómo sabes que todavía no le he hecho? – inquirió ella haciéndose la ofendida.
-El Capitán llamó cuando estabas en la ducha… - señaló abriendo los ojos en tanto pestañaba con mofa - está hecho una furia… yo que tú, mejor me preparo.
Dándole la espalda a
su amigo, la mujer sacó un tazón de la alacena mientras pensaba que
diablos le diría a su jefe. Siempre se había caracterizado por ser
alguien responsable y minucioso, que nunca olvidaba nada… no
obstante, su cabeza estaba en otra parte.
O más bien, pensado en alguien.
En contra de su voluntad, su mente volvió a recordar ese estúpido beso que esa mujer había osado a darle a Patrick frente a ella.
Tragando saliva, lo único cuerdo que se le ocurrió en ese instante fue darse la vuelta e intentar fingir que nada había ocurrido.
Pero no podía engañarse.
Un sentimiento extraño, parecido a un líquido helado y molesto, corrió detrás de su espalda instándola a que, sin en el menor pudor, apartará a esa mujer del lado de Patrick, para luego, asirse a él con fuerza.
Resoplando sobre su rostro, Amy no entendía que le pasaba.
Nunca en sus 28 años de vida había sentido algo parecido y menos por alguien que, estaba segura, le debían gustar todas las que pasaban por sus narices.
-¡Aquí planeta tierra llamando a Amy! ¡Yuju! ¡aquí, aquí! – vociferaba Jesse con voz alegre haciendo señas desde el sillón donde se había instalado para ver a su amiga desde la cocina.
-¿Qué quieres? – refunfuñó la mujer dirigiéndole una mirada fulminante.
-¿Un cafecito por favor? – indico este con voz aflautada en tanto que hacía un gesto con los dedos señalando que lo quería en una taza pequeña.
Meneando la cabeza con fastidio, Amy procedió a colocar café en un par de tazas, y mientras esperaba que la cafetera estuviese lista, nuevamente pensó en Patrick y esa bendita cena que había escuchado nombrar a Diana.
-¿Qué voy a hacer con ese muchacho? – bufó la mujer hinchando las mejillas con un deje de darse por vencida, e indicó donde este se encontraba – a pesar de lo que cualquiera piense, mi muchacho es un chico bueno… es noble y generoso… - un tono nostálgico tiño su voz mientras lo observaba hablar con un par de críos – todavía me parece verlo con esa polera azul a rayas y el cabello revuelto junto con esos enormes ojos verdes y brillantes que parecen decir lo mucho que necesita que lo amen… - y como si se le escapara un suspiro, Diana se volvió a Amy con una suave sonrisa y, sosteniéndole la mirada, señaló con voz sentida – créeme Emma, cuando te digo que Patrick es un hombre como pocos.
Mordiéndose un labio, el sonido de la cafetera hizo que la mujer volviera su atención en el presente, y con un tenue bufido, sirvió las tazas y las llevó hacia el pequeño salón donde la esperaba Jesse, quien tenía una pierna sobre la mesita en tanto que observaba hacia la calle con sus potentes binoculares.
-Creo que nuestro galán está por salir… - indicó sin dejar de observar los movimientos que Patrick hacía, luego de salir de la ducha y buscar algunas prendas que ponerse, y ladeando su punto de observación, notó como Lora, también, estaba en las mismas, y bufó con jocosidad – me parece que lo que vayan a hacer promete.
-¡Presta! – resopló Amy con molestia, arrebatándole los lentes procedió a corroborar lo que Jesse había dicho, apreciando como esa mujer, en ese instante, colocaba sobre su piel algún tipo de menjunje tapada únicamente por una toalla.
Reprimiendo el deseo de soltar un taco, procedió a vigilar a Patrick, notando como este recién se estaba abrochando unos pantalones oscuros frente a lo que parecía ser un espejo con el torso completamente al descubierto.
Acercando más el zoom de los binoculares, distinguió las formas definidas del pecho de ese hombre y el contorno de sus brazos.
Este, al parecer, inconsciente de su escrutinio, le dio la espalda, dándole una panorámica insuperable de su espalda y de lo perfecto que esos pantalones delineaban sus glúteos.
Tragando saliva, Amy se dijo que esa tonta sensación tenía que ser sexual.
Sólo eso… de otro modo, no podía explicar cómo sus hormonas corrían desenfrenadas por su cuerpo.
-¿Qué hacemos, jefa? – preguntó de pronto Jesse sorbiendo un poco de su café – es evidente que ambos van juntos.
-Creo que hoy nos merecemos salir a cenar juntos… ¿o no Jesse? – expresó Amy estirando los labios y, alzando suavemente uno de sus hombros, se giro para ver a su amigo.
-No es mala idea… - y oprimiendo el labio para contener una risita, inquirió con chanza - ¿y te vas a vestir como esa fulana?
-¿Por qué no? – resopló Amy con un cierto misterio al tiempo que alzaba una ceja dejo los lentes sobre la mesa y caminó hacía su dormitorio. Por el pasillo, indico con voz potente - ¡te quiero listo en 20 minutos!
-¡A su orden, jefa! – exclamó Jesse sonriendo con ganas, y tomando los binoculares, volvió a asestar su mirada en Stevenson y musitó con chanza – creo que hoy, amigo, tendrás una cena memorable.