Capítulo 30

-¿Cómo que Gilbert desapareció? – exclamó Patrick sin poder creerlo.

-Eso es lo que dijo su madre cuando vino anoche a hablar conmigo… - Diana se pasó la mano por sus cabellos canos con un gesto de preocupación – estaba muy preocupada… tú sabes que Gilbert no se lleva bien con ella, pero de ahí a irse así como así de su casa es otra cosa.

-¿Qué podría haber pasado? – preguntó el hombre con un gesto preocupado.

Desde que conocía a Gilbert nunca demostró tener un comportamiento así de errático.

Aquello podía esperárselo del “Mexicano” o de Nuka, pero no de Gilbert.

Gilbert era diferente, no sabía bien porque pero era diferente.

El poseía algo que provocaba que su corazón se contrajera de una emoción difícil de definir. No era padre pero consideraba que aquella sensación debía ser muy similar.

Había sacado el móvil de su bolsillo y estaba por discar el número de John cuando la puerta del centro se abrió y un sonriente Gilbert se asomó.

-¡Gilbert! – gritó de emoción Diana, yendo a su encuentro con velocidad - ¡Gilbert!

Extendiendo los brazos, el muchacho se abrazó del cuello de la mujer mientras emitía un gritito de felicidad. En tanto, Patrick creyó que el alma regresaba a su cuerpo, y aproximándose a ellos, espero para poder rodear con sus brazos el cuerpo de ese muchachito que lo había hecho pasar un susto terrible.

Mientras, Amy se quedó a buen resguardo, a una distancia prudente de donde ellos se encontraban. Apretándose los labios para controlar un acceso de emoción que pugnaba por salir, una sensación de dejavú la asaltó con fuerza.

La expresión de su rostro… la forma en que abrazaba a Gilbert… las palabras que le escuchó decir… y parpadeando muchas veces, reconoció en Patrick la expresión más dulce que jamás había visto en alguien.

Aquello bastó para que algo comenzará emerger desde el fondo de su corazón, calentando su pecho y su rostro, avivando una abrumadora sensación que se presentaba cuando ese hombre y ella estaban en la misma habitación.

Nunca un hombre le había parecido más perturbador e interesante y, sintiendo como el corazón le galopaba, Amy colocó una mano en su pecho en tanto arrastraba un diente por sobre el labio.

Patrick Stevenson le estaba importando demasiado… y con él, todo lo que lo rodeaba.

-Lleva a Gilbert a tomar un té… - indicó Patrick a Diana con suavidad – quiero hablar con Emma un minuto.

-No vayas a ser grosero… - le advirtió la mujer clavando en su rostro sus ojos castaños. A veces ese chico tenía el don de arruinarlo todo y exclamó – ¡te lo advierto!

Así mismo, Gilbert le dirigió una mirada a su amigo y, frunciendo las cejas, le dedicó un respingo claramente retador.

Asintiendo en silencio, Patrick sólo estiró los labios, y espero pacientemente a lo que lo dejarán solo con Emma.

Luego de que aquello ocurriera, el hombre volvió su vista hacia ella. Entrecerrando los ojos, Patrick la observó largamente antes de decir algo.

Sin poder definir qué era lo que le atraía de esa mujer, indiscutiblemente, esos ojos calmos, como si tuvieran dos imanes, lo hacían fijar su vista sobre ellos.

-Gracias – dijo finalmente con voz ronca.

-¿Por qué? – inquirió ella como si no entendiera el porqué. Desde su punto de vista, no había hecho nada extraordinario.

-Por traernos a Gilbert… - Patrick metió las manos en los bolsillos en tanto inspiraba aire – estábamos muy preocupados… pensábamos que le había ocurrido algo grave… no es normal que él desaparezca como lo hizo.

-Gilbert está muy triste… - y pasándose una mano por el cabello, Amy recalcó – no quiere volver a su casa.

-Eso no lo decide él.

Volviéndose con rapidez, Amy apreció la expresión adusta de una joven mujer que la miraba ceñuda.

Aquella no debía de tener más menos su misma edad, aunque era más alta y más robusta. Claramente podía observar el parecido que madre e hijo poseían, pues Gilbert había heredado la expresión de sus ojos, el color de su piel y la forma de su rostro.

-¿Dónde está mi hijo? – inquirió la mujer pasando de Amy clavando sus ojos acusadoramente sobre Patrick.

Entrecerrando los ojos, Amy se mordió la lengua. Mirándola de arriba abajo, consideró por la forma de moverse de aquella mujercita condecía con la expresión molesta que decía tener. Ella más bien parecía estar a la defensiva, cuidándose de que nadie le dijera o llamará la atención por algo.

-Esta con…

-¿Y eso en verdad le importa? – preguntó de pronto Amy interrumpiendo a Patrick.

-¿Y eso qué te importa? – exclamó Nora, la madre de Gilbert, con las cejas fruncidas.

-Digamos que sí… - Amy la enfrentó, acercándose a la mujer con lentitud. Sabía que estaba en desigualdad de condiciones pero eso no iba a ser un problema. Curvando los labios en un gesto retador, reafirmó – sí me importa Gilbert… y mucho.

-Métase en sus asuntos… - expresó Nora con insolencia, y señaló agotando el dedo – ese niño es mi hijo ¡mío, entiende! ¡vaya a ser de misionera de la caridad con otro niño! ¡Gilbert me tiene a mí!

-¿Está segura? – resopló Amy con los ojos grandes sin dejarse impresionar, y aproximándose más, sentenció – a mí no me lo parece… - y cuando la mujer iba a decir algo, la cortó diciendo – por que el que me diga que es su madre no la hace necesariamente una… además, ¿a quién engaña? ¡a la legua se le nota que Gilbert no le importa más que el pantalón que lleva puesto!

Poniéndose roja de golpe, Nora endureció el mentón y empuño las manos.

-¿Quién diablos piensa que es? – prorrumpió la mujer con la voz gruesa - ¿a caso cree conocer mi vida o la vida de mi hijo? – e hizo un gesto con desdén - ¡no sea ridícula!

-Ridícula es usted haciendo a creer a los demás que le interesa la vida de Gilbert interpretando ese papel de víctima… - y alzando el mentón, gruñó con la mirada clavada en los ojos de la mujer – no tiene idea del daño tan grande que le está haciendo a ese chico… un chico listo y bueno, que cualquier madre daría la mitad de su vida y la otra también por tener un hijo así.

-Yo sé bien que hijo tengo…

-No señora… - y estando a un par de pasos de Nora, Amy señaló – no sabe lo que tiene, de otro modo, lo protegería con su vida.

Notando como se rigidizaba la mujer, se dio perfecta cuenta el momento en que esta alzó la mano para abofetearla.

Levantando ambos brazos con la idea de hacerle una llave, no percibió que la mano de la mujer estaba suspendida en el aire.

Una mano de dedos largos la sujetaba con firmeza.

-Creo que es suficiente… - Patrick miró a ambas mujeres, y luego de soltar de sopetón la mano de Nora, le indicó – Gilbert se quedará conmigo… - la madre del muchacho iba a replicar, pero este la atajó diciendo – no me haga pedir una orden del tribunal… sabe que puedo hacerlo y en menos de dos segundos tendría aquí a servicios sociales.

-Quiero verlo – exigió Nora no dejándose amedrentar. Sabía cómo jugaban esta gente del centro, y aunque no conocía mucho a este recién llegado, no podía demostrar temor.

-Mañana, cuando este más calmada.

Refunfuñando, la mujer se volvió hacia la salida. Tendría que afrontar la cólera de Marcus al ver que volvía sin el niño, pero no se fue sin antes dirigirle a esa mujer una mirada despreciativa.

Esta, en tanto, esbozo una sonrisa mordaz mientras se cruzaba los brazos con satisfacción.

-Nunca más vuelvas a provocar a esa mujer… - indicó Patrick una vez que la madre de Gilbert saliera del centro – este barrio es muy peligroso… nunca se sabe lo que la gente es capaz de hacer cuando se siente amenazada.

-¿Yo la amenacé? – inquirió ella con ademán inocente.

Sabía que se había arriesgado más de la cuenta, pero ya no podía tolerar más. Alguien tenía que poner en su sitio a esa mujer, y lamentaba que Patrick hubiera intervenido. Habría disfrutado de haberle dado la que se merecía a esa hipócrita.

-Claro… - Patrick se acercó a ella mientras tragaba saliva, y observándola a los ojos, musito con voz queda – yo también me sentiría amenazado si una mujer me mirará con esos ojos.

Creyendo que la respiración se le desvanecería, Amy se apretó los labios con un ademán azorado.

-¡Muchachos! ¿Vienen?

Como si la voz alegre de Diana le devolviera la respiración, Amy le dedicó un gesto de disculpa y, pasando de Patrick, se enfiló directamente hacia donde la esperaba Diana con una sonrisa en los labios.

 

 

Viviendo al limite
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