Capítulo 39
En el comedor parecía reinar un silencio absoluto.
Ninguno de los comensales se digno a decir un comentario. Todos parecían estar concentrados en lo que estaban comiendo.
Todos, excepto Patrick y Amy
Él, mientras hincaba un diente en una patata, sus pensamientos y su mirada estaban concentrados en la mujer que estaba su lado. Nada de lo que hiciera se escapaba de su vista. Si levantaba la mano… si esbozaba una sonrisa… y como si hubiese estado ciego por mucho tiempo, el hombre torció un labio al tiempo que sentía como si su corazón se regocijaba con sólo verla.
Estaba enamorado.
No estaba claro cómo diablos había permitido que eso sucedería, y aunque se había adiestrado en la forma de no privarse de los placeres que las mujeres pudieran ofrecerle, al mismo tiempo le pareció que no tuvo defensa alguna contra la mirada clama y suave de esa muchachita que, con sólo sonreír, derritió a Diana y a Gilbert, y que sin su intervención en aquel funesto día, lo más probable, es que estuviera saludando a sus padres.
Ya no quería seguir luchando con todas esas pesadas reglas que se había auto impuesto. En este instante, sólo le apetecía ser libre de poder mostrarle a Emma quien realmente era.
Amy, en tanto, ni siquiera levantó la mirada del plato. Sabía que él la estaba mirando, y ese sofoco traidor parecía habérsele subido al rostro y a la raíz del pelo. Estaba segura que si levantaba la vista todo el mundo se daría cuenta de lo hinchado de sus labios y ese brillo de deseo que ardía en el fondo de sus ojos por el hombre que estaba a su lado.
Envidiaba la tranquilidad con que él parecía desenvolverse, esbozando de vez en vez una sonrisa amistosa a la señora Weizz, quien los observaba con amabilidad.
-¿Puedo ir mañana a las caballerizas? – inquirió, de pronto, Gilbert rompiendo el mutismo que se había instalado en la mesa, y sonriendo expreso – dice Gabriel que me va a enseñar a montar en el caballo más manso que tiene.
Aquel era uno de los mozos de la cuadra con el cual él había hecho grandes migas, seguro por su juventud, pues aquel no tenía más de 18 años.
-Primero esperaremos a que aparezca nuestro anfitrión - señaló Patrick mirando al muchacho con un gesto de disculpa.
-El señor Brown llegará a medio día… llamó hace un momento y me pidió que le diera ese recado… - expresó inmediatamente la señora Weizz – así que no se haga problema.
No quiso decir que su patrón había pedido hablar con él, y que cuando se aproximo a sus habitaciones, lo sorprendió besando a su esposa en pleno pasillo.
-¿Por qué? – preguntó Patrick. Necesitaba entablar una conversación que le permitiera distraer su atención de Emma.
-Tuvo que ir a la ciudad… - la ama de llaves alzo los hombros – no me dijo realmente porque.
*******
Cuidando de ver para todos lados, Suset asomo la cabeza por el pasillo.
Tenía el cabello despeinado, y la blusa estaba entremetida en los pantalones como si hubiera emprendido una loca carrea. Detrás de ella, Jesse tenía sus manos en las caderas de la mujer peligrosamente ladeadas hacia sus nalgas, y en la boca, la sensación de que nunca podría hartarse de ella.
-Apartarte… - refunfuño Suset en voz baja entrecerrando la puerta al ver a algunas personas pasar por ahí, y observando la actitud de Jesse, le dio un manotazo retirando sus manos de ella - ¡no me toques!
Aún cuando había disfrutado entre sus brazos, lo cierto es que él no había dicho ni media palabra sobre ellos. Para Suset estaba clara que el hombre seguía interesada en ella, y hasta le gustaba llevársela a la cama, pero de ahí a tener algo más profundo, podría distar de lo que deseaba.
Jesse, sin poder decir nada, se contento con sobarse la mano y mirar concienzudamente a la mujer que, reclinada, espiaba el exterior.
No existía en el universo una mujer que amará y deseará tanto de una vez, y es que Suset siempre tuvo ese poder sobre él. Sólo tenía que mirarlo con esos ojos claros y esa expresión dulce en el rostro.
-Vamos… - resopló Suset tironeándole su mano para sacarlo de ahí – no hay nadie.
Intentando caminar con normalidad, la mujer miró su reloj para darse cuenta que hacía más de una hora que se había realizado el cambio de turno. A estas alturas Paul debía estarse preguntando dónde diablos estaba. Había quedado en ir a comer con él y su hermano.
-La señora Wagner te está esperando en la salita de interrogatorios… - resopló Suset deteniendo sus pasos y, sin mirar a Jesse, añadió – quiere hablar contigo.
-¡Espera! – exclamó este apresándole un brazo. Por ningún motivo quería que se fuera así, no con esa expresión angustiada como si él le hubiera sido infiel. Acercándola a él, expresó en voz baja cerca de su oído – ya te dije que no es lo que crees… ella es una sospechosa del caso en que estoy con Amy… no pienses mal de mí, por favor…
-¿Mal de ti? – inquirió la mujer sosteniéndole la mirada con un ademán altivo – quiero recordarte que tú y yo no somos nada… no tienes que darme ninguna explicación.
-Quiero dártela Suset… ¡maldita sea! – farfulló con la boca apretada - ¡tú eres la única mujer en este mundo que me importa!
Pestañeando muchas veces, Suset no estaba segura si lo que había escuchado decir era real.
-No te enfades tanto con él, Jensen… - indico Parker pasando por su lado apenas dirigiéndoles la mirada – y tú, Fletcher, deja comportarte como un enamorado idiota y llévatela a casa… aquí ya no hay más que hacer hasta mañana.
-La sospechosa quiere hablar contigo – señaló Jesse con voz desinflada sin dejar de ver a Suset.
-Ya hable con ella… - y abriendo la puerta, John Parker señaló con voz tajante con los ojos puestos en el interior de su oficina – ve a tu casa y duerme con tu mujer… ¡es una orden Fletcher!
-¡Sí, señor! – respondió este como si fuera un saludo militar mientras esbozaba una amplia sonrisa clavando sus ojos oscuros en el rostro de Suset.
Resoplando, Parker cerró la puerta con fuerza, y caminando hacia el interior se permitió dibujar una sonrisa.
No seas idiota, Jesse… resopló para sí meneando la cabeza con un brillo de tristeza en sus ojos verdes al contemplar un pequeño retrato de una joven y hermosa mujer de pelo largo y claro, la cual había dejado de ver hacía 20 años… no seas como yo… no la dejes ir… si lo haces, te arrepentirás todos los días de tu vida…
*******
Con la sensación de que tenía un nudo en el estomago, Amy camino con paso lento por el ancho pasillo.
Había ido a costar a Gilbert y, como siempre, le pidió que le leyera un cuento e, intencionadamente, se había demorado más de la cuenta.
Estar a solas con Patrick era algo que le aterraba, pero al mismo deseaba con ansías.
En sus 28 años nunca había experimentado una sensación tan ambivalente como la que ahora vivía. En su vida había besado a varios chicos, y estuvo a punto de acostarse con uno, pero no conocía absolutamente nada sobre el terreno que pisaba.
Frotándose las manos, presa de los nervios, se permitió burlarse de sí misma. Ella, que era una de las mejores agentes de la central, experta en uso de armas de fuego, cinturón negro en Tae kondo y la primera de su clase aprobado en éxito los exámenes finales de la academia, tenía miedo de hacer el amor con el hombre más atractivo con que se había cruzado y hacer el ridículo frente a él.
Con la idea de relajarse y no dejarse llevar más por la aprensión, Amy se encamino hacia el jardín. La luna desde ahí se veía fantástica, con ese azulado que remarcaba aún más su forma redondeada y el brillo que emitía.
Sentándose en el primer banco que encontró, Amy respiro profundamente y contemplo a su astro favorito.
-¿Mirando la luna?
Volviéndose de pronto, el rostro de Patrick apareció completamente iluminado sentado en la banca aledaña. Sus ojos verdes parecían dos brillantes, mientras que su aspecto se veía peligrosamente atractivo.
-Es una costumbre que tengo - se apresuró contestar Amy intentando, de esa forma, disfrazar su turbación.
-A mí también me agrada… de hecho, tengo un telescopio para observarla mejor…- indico Patrick y al ver como la mujer enarcaba una ceja, balbuceó un poco antes de decir - … a la luna… a eso me refiero.
Esbozando una sonrisa, Amy se mordió un labio con suavidad ante la idea de que ese hombre estuviera tan perturbado como ella.
Luego de un segundo en que este se cambio de asiento, Amy se atrevió a alargar una mano y rozar el borde de su mano.
Era una tontería, pero a pesar de que hacía unas horas atrás él la había abrazado necesitaba sentir su cercanía y el calor de su piel.
Nada más sentir su contacto, Patrick apresó con firmeza esa delgada mano, y dibujando una sonrisa más confiada, jaló un poco su brazo para acercarla a él.
-Hoy la luna esta asombrosamente iluminada… - dijo señalando aquel astro azulado - ¿sabías que esa particularidad sólo se encuentra en este lado del país?
-¿A sí? – inquirió Amy interesada al tiempo que dejaba descansar su cabeza en el amplio pecho de Patrick – algo me habían dicho… quizás lo que más me agrada de la luna son las formas que adquiere gracias a la posición del sol… cuando la luz solar la recorta dejando ver sólo un fragmento de su forma… - volviéndose alarmada, inquirió con prisa – lo siento si te estoy aburriendo…
-Para nada… - la tranquilizó él oprimiendo con ternura la mano que le sostenía – a mí también me gustan las estrellas… esa, por ejemplo… - y levantando el dedo, indicó una estrella de brillo blanquecino – es una estrella de escasa luminosidad… alguien podría confundirla con una enana blanca, sin embargo, su masa y su luminosidad es más baja ¿lo ves?
-Claro… - humedeciéndose los labios, Amy sabía muy bien a lo que se refería – como esa de allá… - y moviendo apenas un dedo, señaló una estrella más alejada de color anaranjado – esa estrella es más fría que nuestro sol… algunas de ellas son gigantes e incluso super gigantes, como la estrella Antares… - Amy hizo un suspiro antes de continuar mientras Patrick volvió su mirada hacia ella. Por alguna razón, su antigua afición a la astronomía le estaba pareciendo de lo más sexy – tú sabes, la estrella que compite con Marte en el firmamento por su color rojizo.
-Antares es una de mis estrellas favoritas… - resopló este con voz endulzada, mientras acariciaba el cabello de la mujer con el borde de su nariz – es la más brillante de la constelación de scorpio… de hecho, dicen los árabes que se encuentra en el mismo corazón de scorpio.
-Antares tiene mucha historia… los egipcios dijeron de ella algo al respecto… - y alzando un dedo, Amy recordó lo que había leído de un libro hacia un tiempo atrás – Antares representó a la diosa Serket anunciando la salida del sol por sus templos en el equinoccio otoñal… los persas habían dicho que eran un de las cuatro estrellas reales, y que, probablemente, el guardián del cielo, llamada también Satevis.
-Antares es toda una guardiana… - resopló Patrick próximo a su oído, apretándola más a él – ella y todas las estrellas cumplen un rol… una función… un para qué, que puede diferir mucho de lo que realmente son.
-Tienes razón… - susurró Amy sintiéndose arropada en el abrazo cálido de Patrick, y ladeando la cabeza, se permitió disfrutar de la tibieza que desprendía su piel a través de aquella delgada camisa – a veces, las apariencias o lo que parece proyectar nos muestran sólo una idea de lo que son… pero ¿puede sólo eso decir la verdadera vocación de esa estrella que esta a miles de millones de años luz?
-Así somos, muchas veces, los seres humanos… - reflexiono Patrick con una vehemente sensación en el pecho – dejamos que los demás crean lo que quieren creer… después de todo, ¿dejarán de ser lo que son porque otros piensen lo contrario?
Pestañeando impresionada, Amy levantó el rostro. Nunca hubiera imaginado que ese hombre pudiera tener ese tipo de pensamientos, y sin más, presiono sobre su mejilla un beso.
Patrick, con sorpresa, descubrió que no sólo esa mujer era bonita y cálida, sino que también dulce y tremendamente sugestiva.
-Todavía tengo una duda… - murmuró este con la voz queda a lo que Amy estiro los labios con algo de azoro - ¿te gustan los uniformados o sólo los policías?
Emitiendo una sonrisita, Amy ladeo un poco al rostro. Estaba segura que disfrutaba descolocándola.
-Me encantan los policías… - susurro con voz melosa y los ojos clavados en la mirada verde de ese hombre – como lucen con sus uniformes… sobre sus motocicletas…- deslizó con timidez un dedo por sobre el hombro trazando el ancho de su espalda para luego recorrer el arco de su garganta – como hablan…
Mientras la escuchaba
hablar, Patrick apartó del rostro de Emma unas finas hebras de
cabello en tanto la observaba completamente embobado y se mordía un
labio con sutileza.
Nunca le había parecido que una mujer
pudiera provocarle tantas emociones juntas y todas tan
poderosas.
Levantando una mano, la estaciono en el arco de la garganta de la mujer, y con lentitud la arrimó a él. Sin dejar de verla, aprisiono con lentitud sus labios, uno y luego el otro, ahogando las palabras de Emma.
Con el corazón encabritado, Amy apreció con deleite como él la sujetaba con firmeza sin dejar de acariciarla, y por una vez en la vida, se dejó embargar por la seguridad y protección que este hombre le prodigaba.