Capítulo 3
Patrick llegó jadeante al recinto deportivo.
Apretando la correa de su mochila cruzada, intentó observar con optimismo las decoloradas paredes de aquel lugar al tiempo que se apretaba un ojo. Tenía que admitir que Diana en verdad tenía alma de mártir.
Bueno eso siempre
había sido así. Diana demostró ser una incansable de la causa
social.
Así se habían conocido.
En aquella época él apenas era un mocoso de 7 años. Diana, con su habitual cabello claro cortado casi como si fuera casco militar, había llegado a su casa con tan sólo 20 años a convertirse no tan sólo en quien debía cuidarlo cuando sus padres se ausentaban, si no en algo más parecido a la hermana mayor que su madre jamás pudo darle.
Luego de que ingresará al cuerpo estuvo mucho tiempo alejado de los demás. Incluso, luego de la muerte de su madre.
Pero todo cambió cuando le ocurrió aquello.
Respirando con fuerza, Patrick detuvo su marcha al ver frente a él, en medio de la cancha, un grupo de entusiastas jovencitos gritando eufóricos detrás un balón. Ninguno de ellos tendría más de 14 años, y más de cinco de ellos ya habían conocido la cárcel.
Arqueando una ceja, el hombre camino con tiento por alrededor de la línea amarilla mostrando una sonrisa de beneplácito.
Diana estaba logrando grandes cosas con esos chicos.
Sentándose en a la orilla de una escuálida gradería, notó como en esta oportunidad había más compañía de la acostumbrada. Un grupo de estudiantes le hacían barra a los muchachos alzando algunos pompones y haciendo sonar algunos pitos. Entre medio de ellos, el rostro apacible y ajado de su querida Diana extendía los brazos con euforia.
Colocándose un audífono en un oído, el hombre se aprestó a escuchar algún tipo de música relajante. En ese minuto, como en cualquier otro, Ludovico siempre era una buena opción.
Mientras buscaba en su archivo de música la canción Alexandría, el sonido inequívoco de un mensaje de texto desvió su atención.
Era de John.
Estaré al pendiente pero de todas formas deberías tomar tus precauciones. Tú sabes bien como juegan.
Entonces, lo más seguro que pudiera tratarse de esos mafiosos… se dijo para sí mismo el hombre mordiéndose un labio.
Y con lo guapa que estaba… pensó para sí el hombre mostrando una espléndida sonrisa al pensar en lo deseable que era su nueva vecina.
-¡Menos mal que te dignaste aparecer! ¡por poco pensé que no vendrías! – escuchó decir de pronto cerca de él una conocida voz.
-Lo siento… - musitó el hombre con expresión compungida levantándose de un salto. Alargando los brazos, abrazó el generoso cuerpo de Diana susurrando – se me hizo tarde.
-¡Cómo si te fuera a creer! – exclamó la buena mujer, y es que conociendo a Patrick podía apostar su cabeza a que debió haberse distraído con un par de largas piernas.
-Créeme… - señaló el hombre besando su frente y apartándose de ella le sonrió con expresión inocente – es verdad.
-No voy a discutir contigo… - indicó la mujer, y agarrándolo del brazo lo jaló en dirección al grupo de jóvenes – hoy tengo mucho trabajo y necesito que me ayudes.
En tanto, en un rincón de las graderías, cuidando de no ser vista, los ojos oscuros y calmos de una mujer se entrecerraron con precaución.
El capitán Parker la previno sobre alguien que estaba rondando a Stevenson.
Lora Wagner… se repitió así misma al leer el mensaje, y entrecerrando los ojos siguió con la mirada a ese hombre y a la mujer que lo acompañaba.
Por lo que había averiguado, Diana Carson era una mujer viuda de 47 años y sin hijos. Su relación con Stevenson era de amistad.
Arrastrando un diente por su labio, Amy se dijo que era necesario comenzar a trabajar.