Capítulo 8

-¿Estás completamente seguro? – insistió Patrick con el auricular pegado a su oído al tiempo que se rascaba una ceja.

-Completamente… - la voz de John Parker por el otro lado de la línea era de una total calma –los informes dicen que Lora Wagner está limpia. No tiene ninguna infracción de tránsito ni detención, igual que esa tal Emma Watson.

-Confío en ti, John… - resopló el hombre apretándose los labios no muy convencido – si sabes algo, llámame.

-Como siempre muchacho.

Nada más colgar, Patrick considero que este era quizás un buen momento para desaparecer.

Marcus Morán no era alguien a quien pudiera tomar a la ligera. Se podía valerse de cualquiera para llegar hasta él.

Tratando de no sentirse paranoico, tomó un vaso de ron que tenía sobre el aparador de la cocina, y bebiéndoselo de un trago, pensó nuevamente en Lora Wagner, su nueva vecina.
Habían pasado cuatro o cinco días desde su llegada, y lo cierto, es que no había dejado de tomarse juntos un par de tragos o salido juntos a algún bar.

Lora, era indudablemente, una mujer divertida y risueña, y completamente una mujer de todo su gusto.

Alta… de piernas largas… ojos almendrados y claros… labios grandes y sonrosados… dueña de una cintura estrecha y un busto que deseaba ser acariciado…

Arrugando la nariz, resopló algo contrariado. En contra de voluntad, sólo podía llegar a primera base. No deseaba involucrarse más de lo deseado con ella, o mejor dicho, con cualquiera, y aunque su campanita de advertencia no había sonado en ningún momento, de igual forma considero que no podía bajar la guardia.

Con un ronco suspiro, no estaba muy seguro hasta cuanto le iba a durar esa posición.

Mordiéndose el dorso de la mano, lo cierto es que desde que vio a esa mujer sus hormonas respondieron con rapidez. Y como no, si cada vez que se le parecía, Lora vestía esos irresistibles modelitos pegados al cuerpo mientras lucía esa sonrisa coqueta que templaba su sangre a grados bastante elevados.

Resoplando, se maldecía por tener que reprimirse.

Lo más seguro que a este paso después tuviera un problema en la próstata por la tanta necesidad que esa mujer le inspiraba.

Mirando como por descuido el vaso que sostenía, un par de hielos aparecieron pegados uno contra el otro y, como si fuera un pensamiento inmediato, su mente recordó aquel rostro aniñado de la muchacha que ayudó a Gilbert con lo de su pierna.

Diana le había dicho que su nombre era Emma Watson.

Entrecerrando sus ojos verdes, aquella muchacha, según su concepto, no debía de tener más de 22 años, aunque su mirada calma no era usual en una joven de su edad. Por lo general, las chicas universitarias que había conocido en ese centro eran todas de una mirada atrevida y desvergonzada, y aunque le parecía divertido poder gozar de los intentos que hacían por flirtear con él, al mismo tiempo pensaba con desdén en el poco cerebro que tenían.

Resoplando, y aunque esa tal Emma no había hecho nada malo, de todos modos él tenía las antenas alertas. Por alguna razón que desconocía, sus sentidos respondieron con demasiado brío al tocar la piel desnuda de los hombros de esa chica.

Aún, a pesar de los días, podía sentir la tibieza de su piel pegada a sus palmas…

Resintiendo de esos pensamientos tan estúpidos, Patrick meneó la cabeza negando aquella sensación.

Para nada aquella muchachita correspondía al tipo de mujer que le gustaba.

Aún cuando no tenía ningún color de cabello u ojos que le gustará en particular, definitivamente esa expresión delicada y sensible no era algo que él pudiera tolerar muy bien si la tuviera en su cama.

Debo estar desvariando… resopló Patrick contrariado… ¡qué te pasa,hombre! ¡es sólo una muchachita! ¡con suerte sólo la verás el sábado y ya está!

Resoplando volvió a concentrarse en lo que en verdad le importaba: mantenerse con vida.

Y para ello no podía ser inconsciente.

Además, estaba Diana y todos los muchachos del centro.

Todos ellos también corrían peligro si él continuaba frecuentándolos.

Por ello era mejor desaparecer.

Con suerte, quizás en un tiempo, cuando todo se calmara, pudiera volver a retomar su vida donde la había dejado.

Mientras trazaba en su mente el itinerario de su largo peregrinar, el sonido de un par de golpes en su puerta lo sacó momentáneamente de sus pensamientos.

-Hola – saludó Lora nada más él abriera la puerta. Eran recién las 9 de la mañana, y aquella mujer ya llevaba una polera apegada y de un escote suelto que caía sobre sus pechos, remarcando la forma redondeada de ellos - ¿te molesto?

-Estaba por salir – mintió Patrick con diplomacia mostrando una amable sonrisa.
Para él era básico que nadie supiera realmente lo que iba hacer.

-¿En serio? – exclamó Lora abriendo los ojos con alegría - ¿sabes? Mi auto tiene una avería y me preguntaba si podrías acercarme al edificio Thompson.

-Claro… - Patrick alzó los hombros como quien no le queda de otra, después de todo podía acercarse a hablar con Diana – no hay problema.

Saliendo sin más, ambos se enfilaron por la autopista rumbo a al centro de la ciudad.

-¿Tienes planes para esta noche? – preguntó Lora luego de unos minutos en que Patrick sólo cambiaba la señal de radio y observaba ensimismado el camino.

-No lo sé… - resopló este con distracción moviendo la palanca de cambio – no lo he pensado.

-Pues a mí se me ocurren muchas cosas para hoy… - murmuró la mujer colocando su mano sobre el muslo del hombre, muy cerca de la entrepierna, y mientras lo acariciaba, añadió – y creo, sin temor a equivocarme, que lo que tengo pensado podría agradarte.

-Ya lo creo… - jadeó Patrick tragando saliva, y atrapando su mano, indico – pero creo que esta noche tengo entrenamiento.

-¿Y más tarde? – preguntó ella con esperanza.

-No te prometo nada… - y maniobrando el volante, estaciono limpiamente en doble fila, delante de la entrada de un elegante edificio – ya llegamos.

-Tendré la luz prendida… - musitó Lora con voz queda, y acercándose a él, le dio un beso de pleno en los labios – toda la noche.

Estirando los labios, Patrick sólo asintió y espero pacientemente a que ella bajará de su vehículo.

Luego de ello, el hombre levantó la mano en señal de saludo, y emprendió rumbo hacia la casa de Diana.

Había manejado un par de cuadras cuando notó que el asiento del copiloto había un pañuelo blanco de gaza. Lora lo traía puesto cuando se había subido en al auto.

Enarcando una ceja con fastidio, el hombre decidió volver a regresarlo.

Un precepto que respetaba dentro de su propio código de conducta era sobre no tener nada que le perteneciera a una mujer. Aquello podría traerle malos entendidos.

Teniendo que dar algunas vueltas para quedar nuevamente frente al edificio Thompson, bajó con rapidez al tiempo que le silbaba al conserje y le hacía gestos con las manos para indicarle que sólo estaría en doble fila por un par de minutos.

Acercándose con rapidez a la puerta giratoria, un rostro conocido quedó frente a él al tiempo que salía de ese lugar.

-¿Y tú? – preguntó mirando intensamente a Emma - ¿qué haces aquí?

 

Viviendo al limite
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