CAPITULO 18
Duncan se hallaba relajado, sintiéndose bien y calentado por el sol y el tercer vodka con jugo de pina. Apuntó con el dedo, a través de la playa, a un catamarán que se acercaba a la orilla.
—¡Sólo míralos!
Eileen se volvió y vio a Tommy Ling y a Candy Watlington en el velero, muy juntos el uno del otro. Ella gritó de felicidad cuando los levantó una gran ola.
Manning dijo:
—Todavía no sé cómo logró escaparse del padre.
—Le tiene envuelto en el dedo meñique. En realidad, así son todas las hijas. Y bien sabe Dios que con lo que tiene la niña podía lograr que nuestro estimado embajador en China accediera a cualquier cosa.
Se hallaban sentados en la terraza del Hotel Royal Hawaiian, en Honolulú. El Valiant había navegado toda la noche hacia Midway y habían llegado un poco después del amanecer. Los pasajeros habían descansado allí todo el día, y esa noche, antes de volar en un DC—10 de la Century, a Honolulú.
Carson Trewes había cumplido su palabra. Había reservado suites en el Royal Hawaiian, diez de las mejores, para la tripulación del Vuelo 101. A todos se les dio una semana de vacaciones, con paga, para relajarse y divertirse.
Otro DC—10, con una tripulación regular, se dirigió a Pekín esa misma noche, llevando a la mayoría de los pasajeros que se habían embarcado para ese vuelo, tres días antes.
Manning había ido al aeropuerto a verlos partir. Carson Trewes, había dicho:
—¿Está seguro que no quiere venir, Duncan?
—Estoy seguro, Carson. Voy a aprovecharme de su hospitalidad y a disfrutar un tiempo.
—Ya veo, —dijo Trewes. Se estrecharon las manos, entonces. —Duncan, no sé cómo darle las gracias por lo que hizo. Yo... —vaciló, sin estar seguro de cómo proseguir. —Podríamos usar un cerebro como el suyo, creo yo. Tal vez sobre una base de consulta o algo parecido. ¿Quiere ir a verme cuando regrese al continente?
—Seguro, Carson. Acerca del trabajo que acaba de ofrecerme... pensaré en ello. No sé todavía lo que quiero hacer.
Los dos hombres se habían vuelto a estrechar las manos otra vez; entonces Trewes y su esposa, habían abordado el avión.
Evie Campbell y Will Albertson se hallaban sentados al otro lado de la mesa de Duncan y Eileen. Las dos mujeres se habían hecho amigas, aunque Evie estaba todavía un poco abrumada por la relación. El magnetismo de Eileen la ayudaba a sobreponerse al problema de estar con alguien tan conocido, en cierto modo, pero, en público, Evie no se sentía completamente a gusto, sabiendo que las cabezas en la terraza se volvían en dirección a su mesa.
—Todavía no entiendo por qué no fuiste a Pekín, Eileen.
La reportera hizo una pausa, mirando a Duncan.
—Oh, qué demonios, Evie... sólo era otro trabajo. La cadena tiene bastante gente que enviar y yo alegué estar exhausta. —Se sonrió y tomó la mano de Manning. —Creo que haré un capítulo sobre el Vuelo 101, a mi regreso. Los camarógrafos tomaron vistas magníficas, y las entrevistas que hice servirán de intermedios. Creo que será un magnífico especial de una hora.
Albertson levantó un periódico y lo dejó caer sobre la mesa. El título decía: ¡Un DC—10 aterriza en un portaaviones! Abajo venía un retrato del avión sobre la cubierta del Valiant. El se rió.
—Vaya trabajo que les va a costar quitar esa cosa del portaaviones.
—Hablé con Beemish esta mañana. Dijo que el Valiant se dirigía a Pearl Harbor. Es la única instalación con el equipo lo suficientemente grande para quitar ese avión de la cubierta.
Manning estaba absorto en sus pensamientos y dijo:
—Ya encontrarán la forma.
—Oye, Manning, ¿por qué crees que Frank se oponía tanto a la idea del aterrizaje?
—¿Qué quieres decir?, —preguntó Manning, a su vez.
—Bien, se opuso todo el camino... quiero decir, ¡resultó!
Manning le miró.
—Yo, probablemente, hubiera hecho lo mismo, Will, si hubiera estado en su lugar.
Albertson mostró su incredulidad.
—Oh, vamos, Duncan.
—No. Realmente, cuando pienso en ello, creo que tenía razón en resistirse. Si yo hubiera sido el capitán, creo que hubiera dado el panzazo.
—Pero, yo no lo era. Yo no tenía nada que perder, Will... Tal vez fue un último gesto... Beemish tenía todo que perder, y me temo que hubiera perdido algo.
—¿Qué quieres decir, Duncan? —Era Evie Campbell.
—Oh, no lo sé. Tal vez el respeto a sí mismo. —Movió la cabeza.— Tuvimos suerte. Una suerte increíble, de lograrlo.
Eileen Morgan tocó su mano. En el vuelo de Midway a Honolulú, él le había relatado lo que había sucedido en la cabina de mando del Vuelo 101, y acerca de Beemish.
—¿Qué le sucederá a él, Duncan?
—¿Quieres decir a Beemish? Probablemente, nada. Hace bien su trabajo. —Cuando Albertson enarcó las cejas, Manning continuó: —Yo siempre he pensado eso, Will. No siempre he actuado así, pero él ha mantenido los vuelos sin interrupción, durante casi cinco años. Tú sabes eso.
—Yo creo, sin embargo, que cesará de volar en activo, y que no tratará de permanecer calificado en los DC—10. Debía ocuparse de ser vicepresidente de operaciones de vuelo, y sólo eso.
El grupo guardó silencio por un rato, observando a Tommy Ling y a la guapetona joven, enfrentarse a las olas, saliendo a velear una vez más. Un camarero se acercó.
—Perdone, señora Morgan, hay una llamada para usted.
Ella abandonó la mesa. Manning la observó alejarse, admirando la gracia, la elasticidad de su andar.
Ordenaron otra ronda de copas, disfrutando del silencio y la belleza de la tarde, que había caído. Podía escucharse el ruido de la ciudad, vagamente, del lado de tierra adentro del hotel.
Mientras observaban, los dos jóvenes hicieron virar el catamarán una vez más y navegaron hacia la playa, incrementando su velocidad con una quilla fuera del agua. Se abalanzaron locamente hacia la candente arena, dando gritos de alegría al recorrer los últimos cincuenta metros. Tommy saltó por la borda cuando el catamarán llegó a la playa, y sin esfuerzo, se puso entre las quillas, y colocó el bote en la arena.
Caminaron hacia la terraza, con los brazos alrededor de sus cinturas, sus cuerpos juntos. Se detuvieron ante la mesa, sonriendo aún. El sobrecargo hawaiiano llevaba puesto un calzón de baño de alegres colores. Su ancho pecho se arqueaba al respirar.
—Vamos a cambiarnos de ropa para la cena, —anunció él.
Albertson se rio.
—¡La cena! Yo pensé que no comeríamos por...— consultó su reloj— lo menos en dos horas.
Candy Watlington, viéndose madura y ligeramente rolliza en su bikini de cintas, puso su mano sobre el lampiño pecho de Tommy, como si reafirmara su posesión de ese territorio. Se rio sin motivo, con una risa de niña—mujer.
—Nos toma mucho tiempo arreglarnos. Se apretó contra el costado de él, su piel blanca contrastando eróticamente, con su color dorado.
No se requería respuesta. Manning se sonrió cuando la pareja se dirigió al hotel.
Eileen Morgan pasó al lado de ellos de regreso a la mesa. Se sentó, acercando su silla a la de Manning.
—Era la cadena. Dicen que la vacuna ya está siendo distribuida en la provincia de Shansi. —Se notaba entusiasmada por ello.
La vacuna había sido transferida a tres helicópteros SH—3, tan pronto como el Valiant estuvo al alcance de la costa de Midway. Allí, fue transferida a un avión C—141 de la Fuerza Aérea, y enviada directamente a Pekín.
La República Popular de China había recibido el regalo con gratitud y declaraban que esperaban trabajar muy a gusto con los inmunólogos que les estaba enviando el Presidente Bradley.
Will Albertson, preguntó:
—¿Qué es todo eso, Eileen? Usted está más enterada de esas cosas que nosotros.
Manning observó, fascinado, cómo ella cambiaba su tono al de una profesional.
—Bien... creo que lo que hizo Bradley fue una cosa sabia. Ayudará mucho a reducir las tensiones que se han estado creando en los dos últimos años.
Ella se rio.
—Claro que el huevo le salpicó un poco la cara a Bradley, cuando anunció la existencia de la vacuna, al tratar de justificar haberla enviado en nuestro vuelo, pero, a fin de cuentas, salió oliendo a rosas.
—Hubo otra sorpresa. Parece que Dobson ha anunciado su intención de postularse para Presidente, cuando expire el período de Bradley.
Evie dijo:
—¿Cuál es la sorpresa?
—Habían rumores de que él y su esposa tenían problemas. Nada específico, sólo rumores. Rob me dijo que él cubrió la partida de ellos. Dobson pronunció un pequeño discurso, diciendo que había tratado el asunto con el Presidente, y Bradley lo anunció en Washington al mismo tiempo.
—Aparentemente, Beverly Dobson, se hallaba a su lado, sonriente y rezumando ser una feliz esposa. Cuando se le preguntó qué pensaba del asunto de Dobson, ella dijo que era algo que ambos deseaban.
Manning dijo:
—Te oyes un poco cínica.
—No... sólo confundida. Como ya dije, los rumores eran de que ellos tenían problemas. —Se retiró el cabello de la cara. —Tal vez sí soy cínica. Dobson es uno de los mejores Vicepresidentes que hemos tenido en veinte años. Ojalá que las cosas le vayan bien.
Manning recordó a Dobson y a su esposa en la cena a bordo del Valiant. Durante toda la comida, ellos parecieron estar en un mundo aparte, uno lleno de calor y comprensión.
—Tengo la idea de que él ganará las elecciones. Esa noche, durante la cena, tuve la impresión que Beverly ya había empezado una campaña en favor de él.
Todos levantaron la vista al llegar Tad Elliot y Andrea Morris. El brazo de la aeromoza estaba vendado, y lo llevaba en cabestrillo. Llevaba puesto un muumuu de alegres colores, y se veía increíblemente hermosa. Tad Elliot llevaba una camisa de la misma tela y pantalones blancos de algodón.
Evie Campbell, dijo a toda la mesa en general.
—Raro... no se ve hawaiiano.
Tad se echó a reír con los demás, con la cara tranquila y afectuosa.
Manning dijo:
—¿Cómo está el brazo, Andrea?
—Muy bien, Duncan. Tengo que ir mañana al hospital a cambiarme el vendaje. El doctor dice que apenas quedará cicatriz.
Albertson dijo:
—¿Por qué no se sientan y toman una copa a cuenta de Aerolíneas Century?
El ingeniero de vuelo replicó.
—No, gracias, Will. Queríamos revisar los arreglos de la cena. Sería agradable estar todos juntos.
Albertson miró a Evie, la que asintió.
—Magnífica idea... podremos criticar las aptitudes de aterrizaje en portaaviones de Duncan... ¿Qué te parece, Duncan?
Cuando él miró a Eileen, ella dijo suavemente.
—Me voy en la mañana, Duncan.
El estómago le dio un vuelco. La felicidad y el buen humor se desvanecieron.
—No, Tad. Gracias. Ustedes vayan... creo que Eileen y yo quisiéramos estar un rato a solas.
—Oh, vamos, Duncan.
Eileen dijo:
—No... gracias. Creo que Duncan tiene razón. —El la miró. —Bueno, qué demonios, Manning. No es ningún secreto que estamos juntos y que yo tengo que partir. Hizo un movimiento con su mano alrededor de la nesa. —Todas estas personas son adultas... ellos comprenden, ¡No te veas tan vergonzoso!
El se sonrió entonces. Elliot y Andrea se les unieron a tomar una copa antes de cenar.
El suave murmullo de las olas del Pacífico, golpeando, interminablemente, la arena de la playa Waikiki, llenaba la habitación. Ellos habían dejado abiertas las ventanas, dejando pasar la brisa tropical, y desconectando el aire acondicionado, los sonidos de un luau, para los turistas, en el Hotel Surfrider, apenas llegaban a la habitación.
Estaba oscuro. Un suave reflejo iluminaba el techo. Eileen yacía junto a él; apenas tocándose. Los dedos de ella, perezosamente, trazaban las líneas de su hombro, mientras él contemplaba las cambiantes formas luminosas, sobre su cabeza. Habían estado callados un largo rato, disfrutando de la exquisita satisfacción que viene después de hacer el amor.
—Hablé con el Presidente.
Ella levantó la cabeza.
—¿Cuándo?
El había cambiado a unos largos y delgados puros. Dio una fumada y contempló la brasa color rosa, en la oscuridad de la habitación.
—El me llamó mientras estabas en la ducha, preparándote para la cena.
Eileen, ahora, estaba alerta.
—¿Por qué no me lo dijiste, Duncan?
El sonrió,
—Quería guardarlo para ahora.
Ella esperó con impaciencia, luego:
—¿Y bien?
—El nos invitó a cenar en la Casa Blanca.
—¿Nos?
—Bueno, .. me invitó a mí. Yo le dije que quería llevarte.
—Mmm. —Ella volvió a reclinar la cabeza en la almohada.
—Puso una condición, sin embargo. —El tiró la ceniza en el cenicero. —Bradley quiere la cena social... por lo que a ti respecta, como reportera, no se publicará. Yo dije que sí.
—Está bien.
—Yo creo que fue idea de Dobson. El y su esposa estarán presentes.
Ella se rio suavemente.
—Nada dije que no pueda usarlo más adelante, como fondo.
El le dio otra fumada al delgado puro.
—Ese es otro problema.
—¿Cuál?
—Más adelante...
Eileen no le contestó. En cambio, se sentó en la enorme cama, luego tomó su copa de vino, de una mesita cercana a ella, y caminó hasta la ventana.
Duncan la miró un largo rato. Su cuerpo era una sombra en el cuarto oscuro, sólo los contornos pálidos y borrosos, se adivinaban. Ella estaba de frente al mar, apoyada en una pierna, con un brazo cruzado sobre la cintura. El podía ver el oscuro contorno de su espina dorsal, curvándose a la izquierda, para perderse entre las nalgas. Su oscuro cabello se movía al dar sorbos al vino.
El dijo finalmente:
—¿Eileen?
Habían estado evitándolo durante toda la cena, como si la palabra mañana fuera algo sucio. En una ocasión, mientras comían, él casi le había contado lo de su tumor, lo de la operación; pero ahora no parecía tener importancia, y lo calló. Pensó que podía ser una mala decisión.
No, decidió. Era arriesgar demasiado para obtener una respuesta basada en lástima, y esa era la última cosa que él quería de ella.
—El T'ang Horse estará listo para navegar en un mes. Quiero que vengas conmigo.
Ella bajó la cabeza, pero no replicó.
El prosiguió:
—Es buen tiempo para dirigirse al sur. Primero, Key West, luego, Andros o Nassau. Podrías escribir algo, o...
— ¡Oh, mierda, Manning! —Se volvió de repente, y le miró. —¿No crees que he pensado en ello? ¡Maldición! —Se pasó una mano por el cabello. —¡He pensado en ello desde que abordamos el avión en San Francisco! Todo lo que revuelves en mí... cosas en las que no he pensado desde... bueno, desde la campaña.
Regresó a la cama y se sentó lejos de él.
—Ahora soy una persona distinta, Duncan. —Su voz era más suave. —Tengo en marcha una gran carrera, una que me da mucho dinero y... me hace sentir bien. ¡Me siento importante! Frecuento reyes y capitanes. ¡Literalmente! —Se rio de su propio chiste. —Y tú quieres que me vaya, que lo abandone todo por una aventura romántica en el T'ang Horse.
El trató de detenerla. —Eileen. Yo...
—¡No! —Ella se levantó, extendiendo la mano, tratando de detener sus palabras. —Tengo que decir esto, Duncan, así que por favor... déjame hacerlo. —Dio la vuelta a la cama y se arrodilló a su lado. —No sé lo que quiero hacer. Es tentador —dejó su copa de vino en la mesita de noche y le tocó suavemente el brazo desnudo— muy tentador. No he olvidado nuestros días en el barco. Podría amarte. Fácilmente. Puede que te ame ahora, sin saberlo. Necesito tiempo, Duncan. Tú ya planeaste tu vida. Todo esto es... bueno, es nuevo. Es inesperado. Y ello —movió la cabeza al sonreír—, ello me asusta.
El se estiró a tocarla. La piel de su muslo se sentía fresca. Ella se resistió, ligeramente.
—Tiempo, —dijo, —necesito tiempo. ¿O.K?
El podía ver su sonrisa, en la luz reflejada. Tiró de ella y ella se dejó acercar, voluntariamente. Cuando enterró la cara en su pelo, que olía a perfume y mujer, dijo:
—Bien, hablaremos de ello en la cena. En la Casa Blanca.
Los brazos de ella le apretaron.
—¡No cedas!, dijo. —¿O.K?
Esta obra se terminó de imprimir
el día 11 de agosto de 1986
en los talleres de
Tipográfica Barsa, S.A.
Pino 343 local 71—72 México 4, D.F.
La edición consta de 1 000 ejemplares