CAPITULO 11
Sue Chou y Tommy Ling, ayudaron a sentarse a la aeromoza lastimada, en un asiento del frente, de la cabina de clase turista. La sangre de la herida de su brazo, casi había cesado de manar. Había sido trabajoso meterla al elevador y subirla al nivel de pasajeros. Sólo cabía una persona en el elevador, así que Tommy Ling había mandado arriba a Sue, primero, y luego había acomodado cuidadosamente a Andrea en el elevador, y la había enviado arriba.
Desde su asiento, Duncan Manning, los observó sentar a la joven, suavemente. Quería levantarse y ayudar, pero sabía que estorbaría, más que otra cosa. Observándolos, se dio cuenta que la primera aeromoza, Evie Campbell, llevaba mucho rato en la cabina de mando. Beemish, a estas horas, ya debía haber hecho alguna clase de anuncio. ¿Qué demonios esperaba? Evie y su tripulación, especialmente con una aeromoza de menos, necesitarían todo el tiempo posible para preparar a los pasajeros para un panzazo.
Manning observó a Sharon Wojick, la joven que había vomitado sobre uno de los asientos, traerle a la joven negra algo de beber. Parecía haberse recobrado del susto y actuaba bien. Qué demonios, pensó él, todo el mundo tiene derecho a devolver una vez, durante su carrera.
Miró a Eileen, que estaba próxima a él. Escribía afanosamente en su maldito cuaderno de notas. Trató de descifrar algo, pero parecían garabatos de patas de pollo. Ella le miró, brevemente, y sonrió, luego regresó a su escritura.
El le había explicado la situación, cuando regresó a su asiento. Ella sólo había sabido lo que todo el mundo en el avión sabía, que el motor había explotado, y que iban a aterrizar en un aeropuerto sustituto.
—¿Vamos a aterrizar en el océano?
—Así es, —dijo Manning, ¡y por amor de Dios, baja la voz!
Miró a su alrededor, a ver si alguien la había oído.
—¡Pero, Duncan! ¡Qué historia! Tengo que mantener listos a los muchachos. Empezó a levantarse.
El la tomó por la muñeca y la hizo volver a sentarse.
—¡Espera un minuto! ¿Dónde demonios vas?
—A reunir el equipo, a avisarle a Rob, para poder empezar a hacer entrevistas, reacciones a la situación. —Ella vio el gesto de enojo. — ¡Duncan! Son noticias, todo el viaje lo es, y las noticias son mi trabajo. No puedo dejar pasar algo como esto, sin televisarlo.
El la seguía sosteniendo por la muñeca.
—¿Y acerca de responsabilidad*?
—¿Qué hay acerca de eso?
—¡Maldita sea, Eileen, nadie en el avión excepto tú y yo, aparte de la tripulación, sabe todavía lo que va a suceder! Piensa en el pánico que ocasionarás, si empiezas a arrastrarte por toda la cabina, metiendo micrófonos por las narices de la gente. ¡Sería como gritar "fuego" en un teatro atestado de gente! —Le soltó la muñeca y encendió un cigarrillo, maldiciéndose a sí mismo por necesitar uno. —Me gustas mucho, Eileen. Tal vez sea más que eso. ¡Pero, demonio, tú y tu gente son como chacales, cuando se trata de aviones y aerolíneas! Se estrella un avión y allí están todos ustedes para mostrar la sangre y los cuerpos. Un secuestro, y allí están las cámaras, esperando la tragedia. ¡Nunca se dan por vencidos! ¡No veo que transmitan los accidentes de tránsito diarios, pero, Dios mío, que uno de nosotros se equivoque, y todos están listos a contar las muertes, mientras el avión está quemándose! A veces son como una bandada de buitres.
El ardía por dentro, y no sabía por qué.
Eileen Morgan se sorprendió de su apasionamiento, y curiosamente, él estaba diciendo muchas de las cosas que ella había sentido a veces.
—Nunca te he visto así, Duncan.
Manning sabía que él sólo se estaba desahogando, que la verdadera razón para su vehemencia era su propia frustración por no poder hacer algo.
—¿No lo ves? Ya habrá tiempo para reportajes después que suceda. Ahora esta gente tiene bastante qué hacer con su propio miedo y cómo salir del avión. Déjalos hacer su trabajo, ¿okey?
Ella se arrepintió y le preguntó acerca de los panzazos. El le explicó lo más que pudo, pintando un cuadro más optimista que el que había pintado para Carson Trewes. Guardaron silencio entonces, una vez que ella estuvo satisfecha con sus respuestas. Accedió a esperar hasta que Beemish hiciera un anuncio y se terminaran todos los preparativos. Si había tiempo, ella y el hombre del sonido tratarían de grabar algunas entrevistas. Era casi como una tregua entre ellos.
T. J. O'Brien se inclinó sobre el asiento de Manning. —¿Capitán?— Casi jadeaba de excitación. —El Presidente quiere hablar con usted.
—¿Qué?
—El Presidente. Por la radio; ¡el Presidente Bradley!— O'Brien indicó, excitado, el frente de la cabina.
—Muy bien, T. J. Iré en seguida.
El sobrecargo se alejó unos pasos y luego se detuvo, expectante, a que Manning le siguiera. El miró a Eileen.
—Me pregunto de qué demonios se trata todo esto.
Ella tenía dibujada en la cara una sonrisa melancólica y burlona.
—¿Querrá invitarte a una de esas famosas cenas en la Casa Blanca?
—¡Oh, vamos!
El se levantó y caminó un poco hacia delante
Ella gritó tras él.
—Dile que yo quiero ir, y pregúntale si el paté realmente sabe a mierda de búfalo.
El se rio y le hizo un gesto de despedida con la mano, al alejarse. Se detuvo en el asiento de Andrea.
—¿Está bien?
Ella sonrió.
—Sí, Duncan. Estaré bien. ¿Qué pasa?
El le palmeó el hombro.
—Será la primera en saberlo.
Se volvió hacia el sobrecargo, que esperaba.
—T. J., yo puedo encontrar la radio. Si realmente quiere ayudar, llévele a la señora Morgan otro Bloody Mary. Mejor dos. ¿O. K.?
La bien parecida y joven cara se movió en señal de asentimiento, y O'Brien se dirigió al carrito de bebidas que estaba preparado para la sección turística.
Manning se detuvo en su camino al centro de comunicaciones, junto a los asientos del Vicepresidente y su esposa. Dobson levantó la vista.
—¿Señor Vicepresidente, de qué se trata todo esto?
—En realidad no lo sé, capitán Manning. Me pidió hablar con usted. —Dobson indicó con el dedo. —Sólo dígale al agente del Servicio Secreto que está allí... él llamará a la Casa Blanca por radio.
Manning penetró a la tranquila área del centro de comunicaciones. Miró las filas de radios. Era la electrónica más avanzada que él jamás había visto. El hombre del Servicio Secreto mantenía la cortina a un lado, mientras Manning se sentaba.
—Es el teléfono, señor. Sólo levántelo y apriete el botón de la manilla del auricular, cuando quiera hablar.
Él asintió con un movimiento de cabeza y el hombre salió, asegurándose de que las cortinas estuvieran corridas. Manning miró el negro receptor telefónico por un largo momento, sucumbiendo, como les pasaba a todos, al aura de poder que representaba el pequeño cubículo. Levantó el auricular y oprimió el botón.
—¿Hola?
—¿Habla el capitán Manning?
—Sí.
—Un momento, señor.
Se oyó la voz del Presidente, fuerte y autoritaria.
—¡Manning! Ha pasado mucho tiempo. Demasiado.
Duncan se quedó un poco desconcertado.
—Señor Presidente, quisiera que pudiéramos hablar bajo otras circunstancias. Quería darle las gracias, sin embargo, por su invitación.
Esto es ridículo, pensó. Dentro de una hora voy a estar nadando en el Pacífico y estamos intercambiando cumplidos.
El Presidente pensaba lo mismo.
—Duncan, pasemos al asunto. ¿Está al tanto de lo que ha estado sucediendo en el avión? Sé que va como pasajero, pero debe tener alguna idea de lo que pasa.
—Sí, señor Presidente. De hecho, he estado en la cabina de mando. Supongo que sé tanto como cualquiera.
—Déjeme decirle esto, Duncan. Hay un portaaviones con diez barcos, en camino hacia ustedes, ahora mismo... están a unas cuatrocientas millas, navegando a una velocidad de cuarenta y cinco nudos, ha dicho el Almirante Piermont. No habrá problemas por falta de barcos en el área. Quiero su opinión de lo que sucederá cuando el avión dé el panzazo.
Manning se rascó la cabeza. Notó que había estado apretando el auricular contra su oreja, de tal modo, que éste estaba mojado de sudor.
—Bueno, señor... es difícil predecir. Riesgoso como el demonio, en realidad. Por lo que yo sé, nadie ha dado jamás un panzazo en un jet de este tamaño. No sabemos qué sucederá.
—¿Podrán salvar a la gente?
Manning hizo una pausa, mayor de la que deseaba, y luego dijo:
—No lo sé. Se supone que el maldito avión flotará un tiempo. Yo diría que los heridos —pensó en Andrea, la herida número uno y en su cara asustada— dependerán, mayormente de la suerte.
—¡Suerte!— El Presidente se oía incrédulo. —¿Qué quiere usted decir con suerte?
—Este avión es una máquina estupenda, señor Presidente. Creo que es el mejor avión que jamás fue construido. Pero fue hecho para aterrizar en una pista, no en el mar. ¡A las velocidades que aterrizamos, la pared del agua será como un muro de ladrillo! Si golpea el mar con suerte, bien. La gente se lastimará un poco, pero básicamente es una situación de supervivencia. ¿Y si golpea mal? ¡Plaf! ¿Quién sabe qué sucederá?
Manning se frotó su cicatriz.
—Me espanta como el demonio, señor. ¿Y sabe qué es gracioso? La mayoría de la gente que va en este avión ni siquiera sabe qué va a suceder. Están tranquilamente sentados, después de un poco de pánico inicial, esperando que los llevemos a algún aeropuerto.
El Presidente cambió de tema, bruscamente.
—Dígame lo que piensa de Beemish.
—¿Perdón? —dijo Manning sorprendido.
—Beemish. ¿Qué clase de piloto es? Hay una razón para mi pregunta, Manning.
—Bueno, es competente, ciertamente calificado o no estaría volando. Esto puede parecerle extraño, señor, pero nunca he volado con él. Por lo menos en más años de los que quiero acordarme, así que realmente no sé qué clase de profesional es. Dijo usted que había una razón para su pregunta.
El Presidente replicó.
—La hay. Le hice a Dobson la misma pregunta. Creo que describió a Beemish como un hombre de reglamentos, de poca imaginación. ¿Estaría usted de acuerdo con esa descripción?
Manning se rio para sus adentros. La descripción era perfecta.
—Sí, señor Presidente, estaría de acuerdo.
El Presidente se rio fuerte, luego dijo: —Creo recordar un lugar en Wisconsin... una cosa llamada... ¿RVR?
Manning recordó. Wisconsin, un pequeño aeropuerto, y el candidato Bradley, con prisa como siempre. Una niebla helada había borrado completamente una parte del campo. Era una de esas mañanas raras, cuando la torre y parte de la terminal se veían con brillante luz de sol, pero la pista principal, la única que podía utilizar el avión del candidato, estaba cubierta de una espesa niebla helada, de sólo cien pies de espesor.
Bradley estaba en la cabina de mando, sentado en el asiento plegadizo, refunfuñando por la demora mientras esperaban que levantara la niebla.
—¿Cuánto más, Manning? ¿Cuánto más tendremos qué esperar aquí?
Manning le explicó que necesitaban una lectura de RVR de mil seiscientos, sobre esa pista en particular, para poder despegar, y ya que la lectura era sólo de ochocientos, era ilegal que ellos despegaran.
—Pero, ¡por amor de Dios, Manning! Es un día muy claro.
Esto era cierto. El avión se hallaba a plena luz del sol, cerca de la pista que yacía bajo el banco de niebla.
—¿Qué demonios es RVR?
—Es una medida electrónica de visibilidad, usando una fuerza de luz para medir la densidad de la niebla o nieve, según se relaciona a qué tan bien pasa la luz por ella. La fuente de luz y el receptor se localizaban junto a la pista. Lo siento, señor, pero...
Manning había estado observando por el parabrisas y podía apenas distinguir la base del transmisómetro, uno de los componentes del sistema RVR. Manning se soltó su cinturón de seguridad.
—Tengo una idea, Jefe. Puede aumentar un poco sus gastos de campaña, pero nos sacará de aquí.
—No me importa maldita la cosa, Manning. Sólo quiero estar en Cleveland dentro de dos horas.
Cuando Manning salía de la cabina de mando le gritó:
—¿Es legal?
Manning descendió por la rampa y se acercó a un coche que se hallaba cerca. Era un coche de la prensa, y circundándolo, había varios reporteros, esperando el despegue. Habló con ellos por unos pocos minutos. Estos estuvieron de acuerdo y entraron al coche. Manning regresó a la cabina de mando y sintonizó 121.9 en la radio, la frecuencia del control de tierra. Encendió su micrófono.
—Tierra, desde Century Uno.
"Century Uno" era la designación oficial para el avión de Bradley, por la duración de la campaña.
—Adelante, Century Uno.
—Sí, mire... ya que tenemos que estar aquí parados, ¿estaría bien que el coche de prensa caminara frente al avión para tomar fotos?
Era un aeropuerto pequeño y sus procedimientos no eran tan rígidos como los de las grandes terminales.
—Seguro, replicó el controlador de tierra. De cualquier manera no esperamos a nadie.
—Century Uno, gracias. —Manning dejó el micrófono sonriendo.
Era una petición perfectamente normal, y la excitación de tener al candidato en el aeropuerto tenía a todo el mundo sintiéndose importante, hasta los controladores.
Los reporteros hicieron su papel a la perfección. Hasta habían sacado las cámaras, como si realmente fueran a tomar fotos. Uno de los reporteros esperó mientras el coche daba la vuelta. Se paró enfrente, alineó su cámara, y luego movió negativamente la cabeza.
Se volvió hacia el conductor y le hizo señas que retrocediera. El conductor del coche de prensa hizo lo que le pedían, haciendo retroceder el coche sobre una de las torres del transmisómetro. No fue un golpe fuerte, sólo lo suficiente para sacar el delicado instrumento fuera de balance.
Manning encendió las luces de aterrizaje. Los reporteros subieron a su coche y regresaron al avión. Dos de ellos subieron a bordo, y el resto siguió, para salir por las puertas del aeropuerto.
Bradley observó todo esto con interés, pero no dijo nada. Manning encendió nuevamente su micrófono.
—¿Tierra desde el Century Uno?
—Gracias por el permiso para la prensa. A propósito... ¿cuál es la lectura del RVR?
Hubo una pausa. —Uh,... parece estar fuera de servicio. Déjeme revisar.
Manning replicó inmediatamente.
—¿Cuál es la visibilidad de la torre?
—Dos millas.— Esto era cierto, para todas partes del aeropuerto, con la excepción del banco de niebla en el lado oeste.
Manning se volvió en su asiento. Gritó por la abierta puerta de la cabina de mando. —¡Cierren! Estamos en camino.
Bradley estaba confuso,
—¿Cómo es posible?
Manning dijo:
—Muy sencillo, Si no hay lectura de RVR, nos controlamos por la visibilidad de la torre, y como usted puede ver —señaló el exterior por la ventanilla lateral— es perfecta. —Mientras él y el copiloto echaban a andar los motores del 727, le dijo a Bradley. —A propósito, Jefe, esto le costará una ronda de copas para los cinco y una entrevista exclusiva con Harris y Frankler del Plain Dealer. Les dije que podían viajar con nosotros a Cleveland, si nos ayudaban. Están ahí atrás esperando. —Se sonrió. —Puede ser que también le llegue una cuenta del aeropuerto por la compostura del sistema RVR.
William Bradley le palmeó el hombro a Manning y regresó a la sección de primera clase del avión de la campaña, donde saludó cariñosamente a los dos reporteros del Plain Dealer. Llegaron al aeropuerto Hopkins, de Cleveland, con tiempo de sobra para el discurso del candidato.
Manning se sonrió.
—Sí, señor Presidente... lo recuerdo.
En cierto modo, los vuelos de la campaña fueron los últimos en que me divertí un poco. Había habido otros casos también, cuando las cosas se habían puesto difíciles. Manning no había pensado en ellos recientemente, y ahora, al hacerlo, se preguntó cómo había logrado salir adelante con algunos de ellos.
Recordó Fort Lauderdale, donde había habido una confusión con los suministros de combustible, y él había utilizado su propia tarjeta de crédito Exxon, para cargar seis mil cien galones de combustible para jet. Toda la operación de la campaña había requerido de una destreza jamás imaginada en un servicio aéreo regular.
La voz del Presidente volvió a Manning del pasado.
—Yo también lo recuerdo, Manning. Por eso quería hablarle. Esperaba que tuviera alguna solución en la que no hubiera pensado Beemish.
Manning se sintió halagado. El Presidente de la Nación estaba implicando que él tenía capacidades desconocidas, que eran únicas. Desgraciadamente, no había ninguna respuesta a mano,
—Siento desilusionarle, señor, pero no la tengo. La situación a que nos enfrentamos es muy definida. Tenemos tantos galones de combustible y eso significa tantas millas de vuelo. Cuando usted eliminó a Rusia, sólo dejó el mar.
Bradley recogió la pregunta, no formulada, en la voz de Manning.
—Espere un momento. —Se volvió a Chuck Mellis. —¿Se lo digo?
—¿Por qué? —Mellis tomó un sorbo de coñac.
—Porque confío en él y porque me siento culpable.
Mellis se encogió de hombros, sentado en su silla favorita, frente al escritorio del Presidente.
—Es cosa suya.
Bradley quitó la mano de la bocina y habló.
—Capitán... Duncan, quiero decir, hay buenas razones por las que no puedo permitirles aterrizar en suelo ruso. Me gustaría decirle una de ellas.
—No necesita hacerlo, señor Presidente.
—Quiero hacerlo. ¿Ha oído hablar alguna vez del Virus Shansi?
Duncan buscó en su memoria.
—Sí, señor. Leí algo en el Times, creo.
—Bien, el avión en que viaja lleva suficiente vacuna para inocular a ciento noventa mil personas. Iba a ser un regalo de nuestro gobierno al pueblo chino.
El Presidente le explicó todo el asunto a Manning, reservándose solamente la presencia de la CÍA a bordo. Le explicó la necesidad del secreto y las razones; le explicó cómo el virus había brotado en la provincia de Shansi y sus temores de que los rusos habían tenido algo que ver con su expansión. Cuando terminó, Bradley dijo:
—Mi Vicepresidente me acusa de "payasear" con esto. Tal vez tiene razón. Si yo no hubiera escogido mandarla en el primer vuelo comercial a Pekín, podían haber volado a Rusia y aterrizado seguros.
Manning calló por unos momentos cuando terminó de hablar el Presidente. Luego:
—Es un desperdicio tan grande, señor.
No había reproche en su voz. Lo había dicho pensando más en la gente que en la vacuna.
Por la bocina, pudo oír suspirar al Presidente.
—Bien, esperaba contra todo razonamiento, que algo pudiera pasarle por esa cabeza suya, que nos sacara de este lío, Manning. Creo que esperé demasiado.
—Lo siento, señor Presidente. Quisiera tener alguna idea; pero los hechos son los hechos, y no hay alternativa.
Bradley iba a dar por terminada la conversación, cuando el Almirante Gabriel Piermont entró a la Oficina Oval. Iba de uniforme. Era un hombre como un toro, y los gruesos galones de almirante parecían estrechos en su manga. Tenía un puro a medio fumar entre los dientes, y parecía que venía de Hollywood en vez de venir de una Junta de Jefes de Operaciones. El Presidente le dijo otra vez a Manning, que se esperara, y se volvió a Piermont.
—¿Qué tienes, Gabe?
El Almirante abrió una carpeta y leyó de una forma de radiograma.
—La Fuerza Bravo, señor Presidente, el portaaviones nuclear Valiant, con un crucero de proyectiles teledirigidos, el Wakefield, dos submarinos y seis destructores.
La vista del uniforme de Piermont y la mención del portaaviones Valiant, dispararon la mente de Bradley. Las ruedas giraron rápidamente. El Valiant era el barco más nuevo de la Armada, terminado de construir el año anterior. Un portaaviones nuclear, el navio era el más grande del mundo a flote.
Habló por el teléfono, excitado.
—¡Manning!
—¿Sí, señor?
—El Jefe de Operaciones Navales acaba de entrar. Dice que ustedes se encontrarán con el portaaviones Valiant.
—Bien, señor Presidente, eso es consolador. Por lo menos tendremos bastante ayuda cuando golpeemos el agua. Se lo diré a Beemish,
El Presidente preguntó.
—Manning, ¿podría ese avión aterrizar en el portaaviones?
Duncan reprimió una risa.
—Señor Presidente, este es un DC—10, no un caza de la Marina. Con todo respeto, señor, la idea es risible.
Bradley había visto elevarse las cejas del Almirante, reflejando lo que Manning acababa de decir. Tuvo una aguda desilusión.
—Quiero decir, usted es un gran piloto, Manning. El portaaviones es el mayor del mundo.
Se frotó la frente.
—Olvídelo. Supongo que yo probaría cualquier cosa, si pensara que funcionaría. Ustedes son los expertos.
Manning se dio cuenta de la desilusión del Presidente.
—Lo siento, señor —dijo suavemente—, fue una idea. ¿Hay alguna otra cosa?
Bradley conferenció con los dos hombres en la Oficina Oval, luego dijo:
—El almirante Pierson quiere hablar con el navegante, para trazar un curso de intercepción hasta que la fuerza naval los contacte por radar.
—No llevamos navegante, señor. Sin embargo, llamaré a uno de los tripulantes.
—Bien. Déjeme preguntarle algo, Manning. Si usted fuera el comandante del Vuelo 101, ¿intentaría un aterrizaje en el portaaviones?
Otra vez le chocó la locura de la idea.
—Señor Presidente, está fuera de toda consideración. No podría hacerse. Además, Beemish es el capitán de este vuelo, y yo ni siquiera intentaría hablarle de eso. Está fuera de toda consideración.
—Bien, como usted dijo, fue una idea.
—Lo siento, señor, —dijo Manning. —Llamaré a un tripulante. Probablemente será Will Albertson. Es un buen hombre; puede decirle eso al Almirante.
Manning puso el auricular en su sitio y se levantó lentamente. Descorrió las pesadas cortinas y le dijo al agente del Servicio Secreto:
—Uno de los pilotos regresará aquí a hablar con Washington.
El hombre asintió, y Manning se dirigió a la cabina de mando. Al llegar a la puerta, ésta se abrió, y emergió Evie Campbell. Ella se veía sobresaltada. El capitán retirado le hizo señas que le esperase, y luego asomó la cabeza por la puerta abierta.
—¿Frank? —Cuando Beemish se dio vuelta, Manning dijo: —El Jefe de Operaciones Navales está en la oficina del Presidente. Quiere hablar con uno de ustedes. Pensé que podría ser Will Albertson.
Beemish asintió con la cabeza y dijo:
—Adelante, Will. Hal, puedes tomar su puesto un rato.
Los pilotos cambiaron de asiento y Albertson salió de la cabina. Cerró la puerta y miró de frente a Manning.
—¿Cómo van las cosas, Will?
—Tan bien como puede esperarse. Creo que Frank servirá. —Hizo una pausa y luego dijo: —¿Eso es lo que estabas preguntando, no es cierto?
—Sí. Supongo que regresaré a tomar una copa. No es asunto mío.
—Espera, Duncan —dijo Albertson—. Todavía podemos necesitarte.
Evie Campbell había escuchado sin hacer ningún comentario, Cuando Albertson se hubo alejado, dijo:
—Tengo miedo, Duncan,
El podía verlo en sus ojos.
—Yo también, Evie... pero no hay mucho que podamos hacer, ¿no es cierto? —Le tocó el brazo con un ademán cariñoso, de amistad y apoyo. —Excepto, realizar el trabajo que nos pagan por hacer. —El sonrió. —O el que nos pagaban por hacer.
—¿Qué quisiste decirle a Will?
Manning dijo:
—Nada. Estaba preocupado por Beemish. Vaya un apuro en que está metido. Me preocupaba. Eso es todo.
Ella movió la cabeza y frunció el ceño.
—No tienes por qué. —¿Sabes? Beemish es un tipo raro... siempre ha sido bueno con las tripulaciones de la cabina de pasajeros. Ahora mismo acaba de tomarse tiempo para calmarme y explicarme exactamente lo que sucederá, y lo que espera de mí y mis compañeros.
Puso su pequeña mano sobre la de él.
—Es distinto a ti, Duncan, pero sólido, igual que tú. Por lo menos ahora, parece estar bien.
Quitó su mano y empezó a irse, luego, regresó a él.
—Dijo que no había otro camino. ¿Tenía razón?
Manning asintió.
—La tenía.
—Bien, entonces el único problema que tengo es Sharon Wojick. No sé cómo reaccionará. Tengo que prepararlos ahora. Frank dijo que haría un anuncio en quince minutos, para darme tiempo de hablar con mi gente, y luego colocarlos por la cabina, por si son necesarios para calmar las cosas.
El hablar parecía ayudarla. Ahora tenía un propósito; la indecisión, el miedo, o lo que fuera, habían desaparecido.
—Eres fuerte, Evie. Si me necesitas... si yo puedo ayudar, házmelo saber.
—Gracias, Duncan.
Ella se alejó y Manning atravesó lentamente la cabina de primera clase, de regreso a su asiento.
Eileen Morgan se alegró cuando se sentó junto a ella.
—¿Qué quería, Duncan?
El parecía distraído, lejos. Cuando no respondió ella le tocó.
—¿Duncan...? ¿Qué quería el Presidente?
—Oh... sólo quería hablar.
Ella casi se rio.
—¡Tienes que estar bromeando!
—Lo siento —dijo él—, no sólo hablar. Quería mi estimación de lo que sucedería en el panzazo, de lo que le sucedería a los pasajeros. Cosas así.
—¿Eso es todo?
El la miró. Había estado pensando en el panzazo, la evacuación y el rescate por la Marina. Tendría que haber heridos, y hasta muertos.
—Sí, me temo que es todo. —La tomó de la mano. —Siento haberte regañado antes. Siempre me olvido que tienes una labor que cumplir, supongo. Y ya sé, al observarte, que la cumples muy bien. Y que eres muy imparcial en la forma en que tratas a las personas y los sucesos. Lo siento... ¿okey?
Ella sonrió.
—Seguro. Disculpa aceptada y archivada. Sabes, lo que dijiste no está del todo equivocado. El Presidente me desilusionó un poco, sin embargo, continuó ella. —Yo estaba esperando que tuviera alguna idea descabellada para sacarnos de este lío. Otro de los grandes alardes de Bradley.
Manning la miró.
—Es gracioso. Esa es la palabra que usó él.
—¿En relación con qué?
El comprendió que ella no sabía lo de la vacuna y que no debía decírselo.
—Oh... sí que tenía un plan. Por lo menos, una idea. Me preguntó si podríamos aterrizar en un portaaviones.
Manning se sonrió al recordarlo.
Eileen dijo:
—Y bien, ¿por qué no? ¡Creo que es una gran idea!
—No funcionaría. —El encendió un cigarrillo. —No hay tiempo para darte una lección en aerodinámica y tecnología de vuelo, pero es sencillamente imposible.
—Oh... escucha. Tengo que hablar un momento con mis operadores. Ten, detén éstos. —Ella le pasó los dos vasos, uno medio lleno y el otro lleno. —Déjame pasar. Regresaré en seguida.
Se escurrió por su lado al pasillo y se dirigió a la parte posterior de la cabina. Manning, inconscientemente, se corrió al asiento de ella y miró por la ventanilla.
Ya no había blancos chorros de kerosén saliendo del ala. El tanque estaba vacío.