Epílogo

 

—Queremos darles una noticia —anunció Isabella riendo mientras levantaba su vaso con agua simulando un brindis. Los presentes sonrieron intrigados–. Sebastián y yo… ¡Vamos a ser papás! —Soltó dando pequeños brinquitos. Marco sintió como los ojos se le rasaban, al tiempo que los demás gritaban de felicidad. Esa sí que era una noticia, una preciosa sorpresa.

–Vamos a ser tíos, Dany —comprendió el hermano de la joven aún sin dar crédito.

—Vas a ser tío, Marco –avaló Isabella acercándose hasta él para abrazarlo mientras este rodeaba su cuerpo aturdido. Sentir, pensar, entender que la vida se entretejía de cierta manera solo para que grandes momentos como ese le hicieran comprender que todo tenía un motivo, una razón y que esa era ver a su hermana así, brillando con luz propia, enfrentando con entereza lo que viniera y recibiendo la felicidad de esa forma tan suya. Con sus casi veinte años sabía qué era luchar, sufrir, vivir y soñar, todo lo tuvo dentro del mismo envoltorio y gracias a esa mujer que era su madre, su hermana y la persona a la que siempre apoyaría y cuidaría, sabía lo que era la felicidad y una familia de verdad.

—Te amo, hermana —susurró contra su oído. La joven se separó y tomó su rostro con la ternura desbordada.

—Y yo a ti…

—¿A mí no? –Preguntó Dana a un lado sintiéndose excluida. Los dos mayores rieron y le hicieron un hueco entre sus brazos para que la chica, ahora de casi quince, se colgara de ambos.

—Claro que te amamos, Dany –sonrieron los tres.

El resto solo los pudo observar el cuadro y es que era increíble ver lo que ahora eran. Hacía unos años fueron tres chicos que no tenían la menor posibilidad, aun así lograron sortear gracias a las agallas y valentía de esa joven impresionante, las cosas más duras, más difíciles, más tristes. Todo por la idea fija que siempre tuvieron; estar juntos, no separados y pese a que todo indicaba que por mucho que hicieran su suerte no podría cambiar ese horrible destino, esas almas puras e inocentes pudieron conocer la verdadera felicidad así; unidos.

En cuanto se separaron, Dana se acercó a su cuñado y se le colgó como solía hacer.

Era una chica divertida, extrovertida y asombrosamente inteligente al igual que el otro par.

Marco chocó con fuerza su mano y se dieron un abrazo lleno de fuerza.

—Cuento contigo para mantenerla quieta –murmuró en su oreja Sebastián. El chico negó sonriendo.

—Sabes que siempre contarás conmigo, cuñado –ambos rieron mientras Isabella entornaba los ojos curiosa y amenazante. Siempre, desde que volvieron a verse en el viaje por Europa, notó una complicidad entre ambos, algo no dicho pero que no había manera de ignorar.

—¿Qué cuchichean? –Preguntó acercándose después de abrazar a sus padrastros. Sebastián la recibió de inmediato rodeando su cintura y oliendo su suave aroma.

—Nada, mi Bella –su esposa se pegó más a él e hizo que bajara hasta ella enredando una mano tras su cuello.

—Más le vale, señor. Eso si desea dormir en la habitación conmigo –todos se carcajearon abiertamente. Así solían ser. Isabella consentida y Sebastián, el más complaciente y dócil.

—Se hará lo que usted diga, como siempre, señora mía, pero dormir sin usted, jamás… –y la besó importándole poco la presencia de su familia. Con el ambiente más relajado, después de un brindis lleno de sonrisas y felicidad, Sebastián pidió su atención algo serio.

—Aunque este momento es el más feliz de nuestra vida –sujetó la mano de su mujer notando como su mirada cambiaba—. Hay algo que deben saber… —quiso agregar después de haber decidido junto con su esposa que enterarlos era lo mejor–.

Conocemos la enfermedad de Bella, por lo mismo las cosas van a ser un tanto… difíciles por así decirlo…

—No se alarmen –intervino Isabella con suavidad al ver los rostros descompuestos de todos—. Pero tendré que seguir al pie de la letras las instrucciones de Paco y es importante que lo sepan para que puedan comprender esta nueva situación, el embarazo no va a ser fácil y voy a necesitar ciertos cuidados —concluyó sin asomo de tristeza, o temor. Sebastián la miró sintiéndose más orgulloso que nunca.

—Pero… no es nada malo, ¿verdad? –Preguntó Dana claramente asustada.

—No, nada. Solo será algo fastidioso, por así decirlo –respondió su hermana sonriendo.

—Cuentan con todo nuestro apoyo y ayuda muchachos. Es de nuestro nieto del quien estamos hablando… y de nuestra hija mayor —expresó Raúl observándola de esa forma que solo un padre puede hacer. Isabella le sonrió como solía, de una manera en la que le demostraba toda la confianza y amor que le tenía.

—Gracias… próximos abuelos –apuntó guiñándole un ojo.

Minutos después Isabella comenzó a palidecer y las náuseas retornaron. De inmediato su familia notó a qué se refería. Tuvo que despedirse con pesar, no obstante, se sentía exhausta. Sebastián la acompañó hasta la recámara, la joven se abrazó a él en cuanto se encontraron solos.

—¿Qué pasa, mi Bella? –Deseo saber cobijándola con sus fuertes brazos.

—Fuiste un bálsamo ¿Sabes? –El hombre pestañeó sin comprender—. Has curado todas mi heridas, has sanado mi alma y me has dado lo mejor de mi vida –aún no creía posible que eso fuera tal cual. Olvidar lo ocurrido hacía un par de años seguía siendo uno de sus retos. Sin embargo, sus palabras calaron hondo, más hondo que nunca.

–Y tú me has dado todo. En ti está lo único que deseo, lo único que anhelo y lo que más amo de esta vida, mi Bella –la joven sonrió pegándose más a él para llenarse de ese olor que extrañamente la hacía sentir mejor. Las náuseas fueron cediendo lentamente.

—Tu olor me ayuda –admitió separándose un poco para mirarlo. Su marido la besó de inmediato con dulzura. Se veía tan hermosa, tan ella y saberla embarazada lo llenaba de una sensación que no era equiparable con nada en el mundo. Posó un dedo bajo su barbilla sonriendo.

—Entonces cuenta con el… es tuyo –le guiñó un ojo relajado.

—Creo que estar embarazada me gustara más de lo que pensé… —murmuró perdida en su mirada.

—Haré que así sea, por ti hago lo que sea –posó sus labios sobre su frente dejando ahí su estela de aliento cálido—. Lo vamos a lograr, mi Bella. Esta vez todo será diferente.

—Lo sé, sé que así será —sonrió laxa teniendo la certeza dentro de su ser que así sería, no tenía duda.

Los meses pasaron a veces lentos, a veces, demasiado rápidos. Isabella logró, no sin esfuerzo y muchos cuidados, mantenerse dentro de los límites recomendables.

Una enfermera durante el día contrató Sebastián pues aunque sabía mejor que nadie cómo estar a su lado y lograr que todo fuera bien, el trabajo no lo podía eludir todo el tiempo. Así que entre ambos decidieron que eso era lo mejor. Además con Ciro en la casa al pendiente de que todo fuera a la perfección, él podía dedicarle el tiempo que necesitaba su trabajo, eso sin contar con el apoyo de los chicos y sus padres.

Por las noches llegaba siempre temprano, despedían a la mujer que la atendía y se hacía cargo de su esposa. No era fácil verla así, sin embargo, siempre parecía sonriente y aceptar su nuevo estado sin remilgos. Isabella era feliz, cosa que lo alentaba a también estarlo, no obstante, cuando devolvía el estómago hasta casi desfallecer, o sin previo aviso palidecía y sus piernas le fallaban, o cuando dormía días enteros despertando minutos para después sumirse en la inconsciencia, sentía un dolor agudo que le oprimía cada arteria del cuerpo. Su vulnerabilidad lo aniquilaba y entonces deseaba permanecer a su lado como un león cuidando de su familia, porque ella eso era para él; su familia, su vida, su razón.

El embarazo llegó a término sin que ella tuviera mucho peso encima, pero sí con el suficiente, lo cual eran magnificas noticas en su caso. Estaba sana y lista para conocer al chiquitín que pateaba casi las veinticuatro horas en su vientre provocando a veces dolor y otras veces carcajadas que compartía alegre con su marido que no podía dejar de contemplarla embelesado y es que para él no existía nada más hermoso e impresionante que su mujer así, con el vientre abultado y preciosa, simplemente era perfecta.

—Sebastián… —su marido dormía a su lado, como siempre, rodeando su barriga para sostener un poco del peso sobre sus manos. El hombre de inmediato abrió los ojos, desde que esa nueva aventura comenzó se mantenía en alerta constante. Se incorporó de un brinco quedando frente a ella despeinado y somnoliento. Isabella rio y sacudió su cabello con la mano divertida ante su reacción.

—¿Qué sucede, mi amor? –La joven bajó sus manos hasta el vientre con gesto entre pícaro y ansioso— ¿Te duele?

—No, pero… creo que ya pronto lo conoceremos –miró su abdomen y luego sus ojos una y otra vez.

—¡¿Qué?! –Ella volvió a reír al ver su rostro. Se hizo hacia atrás acomodándose sobre las almohadas. Últimamente se había sentido muy pesada, pero extrañamente mejor que en todo el embarazo.

—Recuerda conservar la calma, aún falta. Suelta el aire, Sebastián –le recordó con ternura. Este lo hizo dándose cuenta de su estado y se acomodó a su lado echándose hacia atrás el cabello en un gesto muy suyo. En los cursos que les impartieron en casa, ya que a veces era imposible que ella fuera, les enseñaron cómo manejar la situación y sí, la calma era vital. Ese era el momento de Isabella y Marcel, su hijo que ya no quedaba mucho tiempo para poder acunar en sus brazos.

—Le hablaré al ginecólogo y a Paco… —ella asintió haciendo una mueca de molestia. Sebastián sujetó su mano comprendiendo que era una leve contracción— ¿Duele mucho? –Isabella negó relajándose de inmediato.

—No, por ahora son cólicos nada más… —admitió al tiempo que su marido besaba sus labios con dulzura.

—Eres el ser más valiente que conozco, Isabella. Todo irá bien, eres capaz de esto y mucho más.

—Gracias… eso espero –murmuró pestañeando. No tenía miedo, sin embargo, se sentía nerviosa. Por mucho que se hubiera preparado para ese momento, lo cierto era que rezaba para sus adentros que todo saliera a la perfección y pudiera disfrutar de ser madre por segunda vez, pero ahora con todo a favor.

Nueve horas después ella reía sudorosa con el nuevo integrante sobre su regazo y Sebastián a su lado derramando lágrimas de felicidad. Todo salió a la perfección.

Isabella, con una templanza inigualable, llevó todo la labor a lado de su marido de forma ecuánime y serena. De esa manera el proceso fue más sencillo y Marcel, su hijo, nació de forma natural y muy sano. Simplemente no lo podían creer. Ese era el milagro materializado y era de ambos, producto de su amor, de ese fiel sentimiento que surgió años atrás, de esa asombrosa atracción que se da cuando dos polos opuestos se encuentran. Lecciones muy duras tuvieron que sortear y comprender que ese era el por qué no tuvo comparación con nada. La felicidad tenía rostro y manitas, también boquita y unos ojos igual de asombrosos que la madre. Su futuro acababa de cambiar y al fin pudieron dejar atrás lo que un error causó y miles de heridas generó, sustituyéndolo con amor y devoción.

Pudieron tener dos hijos más sin complicaciones. Marco se graduó de Ingeniero en sistemas y logró formar su propia empresa. Dana se convirtió en abogada y tenía un puesto importante en un bufete reconocido. Carmen y Raúl vieron crecer a sus tres hijos y hacerse exitosos, pero sobre todo verlos felices. En cuanto a Isabella y Sebastián; ellos supieron llevar un matrimonio donde el respeto, el amor y la confianza reinaron, pues después de lo vivido, sabían que ya nada los lograría separar. Ella colaboró sin cobrar con varias instituciones para chicos de la calle logrando cosas asombrosas siempre con el apoyo e impulso de su marido que la respaldaba sin dudar. Sin importar qué fuera de su alrededor, ambos aprendieron a cuidar y fortalecer ese vínculo que surgió de un absurdo accidente, mucho tiempo atrás y que cambió la suerte de todos sin poderlo planear.

 

Editado por Valeria Esqueda 12 de Agosto de 2015