Capítulo 10

 

Isabella estaba por terminar el quinto semestre de su carrera. Continuaba haciendo trabajos y ya había juntado una buena cantidad. Con Sebastián las cosas no podían ir mejor, después de la pequeña discusión no volvieron a hablar del tema y tampoco existieron sorpresas. Sus encuentros, después de aquella maravillosa primera vez, cada vez eran más intensos y placenteros, con él podía ser ella misma, sin limitarse ni frenarse, se dejaba fluir, le daba todo y lo recibía todo. Sebastián era un amante exigente y experimentado, eso era evidente, sin embargo, con ella empleaba toda la ternura y devoción que jamás llegó a imaginar, aprendía con facilidad y adoraba proporcionarle el mismo placer que él le brindaba.

Su vida era perfecta, pensaba recostada en su cama. Vivía en una casa que ya sentía suya, sus hermanos eran felices y sus padres se desvivían por ellos. Su novio o mejor dicho; su prometido era un sueño hecho realidad. La boda estaba prácticamente lista, Sebastián contrató a un planeador pues tenían muy poco tiempo y no quería verla agobiada, entre él y Carmen hicieron la mayoría. Sólo faltaba un mes para que fueran esposos, tachaba los días para poder vivir de nuevo junto a él, pero ahora en condiciones muy distintas. En las revistas y periódicos de vez en cuando seguían saliendo fotos de ella y Sebastián captadas sin que se percataran, pero como le prometió, no se decía nada de que la incomodara.

—Isa, ya llegó Sebastián —escuchó que Carmen le gritaba.

—Voy —se levantó de inmediato, se miró en el espejo y bajó corriendo como siempre.

 

Él la esperaba en el recibidor conversando con su casi madre. Al verla aproximarse, Carmen inventó algún pretexto y desapareció, ese par parecían tener un mundo ajeno al de los demás, así que les daba su espacio.

–Hola, mi Bella —sonrió Sebastián, acercándose a ella como una abeja a la miel.

–Hola —murmuró la joven mientras le rodeaba el cuello y lo besaba dándole la bienvenida. Esa parte del día, siempre la esperaba ansioso. En cuanto lo veía, saltaba a sus brazos y asaltaba sus labios con deseo.

—¿Cómo fue todo? —Le preguntó mientras le quitaba un rizo del rostro acariciándola. Dios, era perfecta.

—Bien, ¿y el tuyo? —Ese hombre era su vida, su todo.

—Largo, moría por verte —le confesó al tiempo que la agarraba por la cintura y la elevaba para que quedase un poco más alta que él. Ella rio divertida besando de nuevo sus labios gruesos y duros.

—Vamos, ven, quiero proponerte algo —declaró Isabella después de que la hubiera bajado, tomó su mano y lo arrastró hasta la pequeña sala que se encontraba a un lado del recibidor. Una vez sentados lo miró emocionada, prácticamente saltando sobre el sillón–. Sebastián quiero pagar, aunque sea una parte de la boda —él la observó confuso, así que ella siguió–. Sí, no soy rica ni mucho menos, pero… he juntado una buena cantidad y me gustaría usarla en eso —negó tiernamente acariciando su mejilla con el dorso de la mano—. ¿Por qué no? —Deseó saber desilusionada. A veces era como una niña, sus ojos, sus labios, todo en conjunto la hacía ver más joven e ingenua, la vida la había curtido duramente en ciertas cosas, pero en otras… era evidente que no la había ni siquiera tocado, esa mezcla de inocencia y madurez lo volvía loco.

—Porque no hace falta, Bella. Ese dinero es tuyo y aunque no me encanta saber que sigues matándote haciendo trabajos extras, ha sido tu decisión y es resultado de mucho esfuerzo, así que no puedo permitir que lo gastes en algo que no se necesita —le explicó conmovido y admirado por su iniciativa.

—Pero Sebastián, yo quiero hacerlo —expreso haciendo un adorable puchero.

–No me lo tomes a mal Bella, pero úsalo en algo importante, tú decide en qué… es más, ni siquiera me digas si no quieres, sé que encontraras mejores maneras de emplearlo —la retó enarcando una ceja. Isabella pensó unos minutos mientras él leía en su rostro como se iba formando otra idea en esa cabeza que trabajaba a mil por hora.

—De acuerdo —aceptó de repente con un nuevo brillo en los ojos.

–Y me imagino que no me vas a decir… —conjeturó divertido.

—No… no ahora, pero tienes razón, creo que ya sé que haré —acunó su barbilla y la besó delicadamente. Cada día la amaba más, era una mujer poco convencional y haría todo lo que estuviera en sus manos para hacerla la más feliz, para que a su lado borrara de su memoria todo aquello que la lastimó e hirió, llenaría su vida de recuerdos hermosos en los que sólo estuviera él y su necesidad avasalladora de tenerla siempre cerca. Los días junto a su lado eran siempre diferentes, constantemente se le ocurría algo, parecía disfrutar la vida sin tapujos ni problemas, tenía un carácter fuerte y defendía lo que creía con fervor, sin embargo, cuando no tenía la razón lo aceptaba humildemente. Estar con Isabella era fácil, podía ser él y ella lo amaba así, estaba seguro de que nadie lo conocía mejor.

—Todo está listo —afirmó Abigail mientras se encontraba en el rincón de un exclusivo restaurante con cinco de los seis accionistas del conglomerado del que Sebastián era el dueño de la mayor parte, además de ser el Director General. Todos la observaron tranquilos y esperaron que se sentara. Traía un sobre color manila en la mano y se lo tendió al que le quedaba más cerca. Este lo abrió y sacó su contenido mirando atentamente.

–Muy bien, parece que hiciste un excelente trabajo, Abigail.

—No dejé ni un cabo suelto, el lunes por la mañana se lo entregaré a Sebastián y por fin esa trepadora saldrá de su vida —expresó orgullosa.

—Eso esperamos todos, por tu bien y por el de la empresa, esa mujer no puede casarse con él por ningún motivo, no pertenece a nuestra clase, sería una vergüenza y nuestra reputación quedaría seriamente afectada —zanjó el hombre canoso que se encontraba a su lado.

—Y… ¿Estás segura que no habrá forma de que descubran nada? —Preguntó nervioso otro de los accionistas. Abigail sonrió con suficiencia.

—Imposible. Este trabajo se hizo en los mejor lugares y con la mejor gente, confíen en mí, por eso tardó tanto y costó lo que costó. Todo está listo para comenzar la función, no existirá forma de que descubra la verdad, todos los involucrados están más que listos para cuando esto salga a la luz. Cuidé muy bien quienes participarían en esto, no habrá falla.

—Eso esperamos, porque Sebastián nos puede hundir con un solo dedo si se da cuenta de algo —le recordó otro amenazando con la mirada a la mujer.

—Bueno, bueno —tranquilizó el más viejo de ellos–. El lunes le das el sobre a él y a esos periodistas ¿Está bien? Y si todo sale como esperamos, pronto te daremos la cantidad que prometimos.

—Muy bien, verán que así será. Llevo planeando esto cuidadosamente tres meses, todo va a salir a la perfección —soltó confiada. Por ningún motivo fallaría, además del dinero, quería tener a Sebastián y no iba a permitir que la tal “Bella” se quedara con él y con todo. No tenía ni un ápice de lastima por su odiada contrincante, incluso tenía otra sorpresita para ella que no venía en el informe, que usaría para arruinarla para siempre y que regresara a la calle de nuevo, de donde jamás debió salir.

—Entonces mañana… puedes irte —la despidió con desdén otro. Ella se levantó educadamente y desapareció.

—Sebastián, buenos días.

—Buenos días, Abigail —la saludó afectuoso. La mujer moría de rabia, porque desde que estaba con esa mujer parecía que solo vivía para ella y no se percataba de nadie a su alrededor. Pero sus horas estaban contadas, pronto esa sonrisa que últimamente no lo abandonaba se esfumaría y ella lo consolaría, vaya que lo haría—. Entra, vamos a ver que hay para hoy —ordenó su jefe mientras ingresaba a su gran despacho y colgaba su saco oscuro. Se sirvió un poco de café recién hecho y se sentó esperando. Ella entro rápidamente tras él y le tendió todos los documentos que había que firmar. Él los leyó serio, cuando terminó de ojearlos la volvió a ver–. ¿Qué más?

—Sebastián… hoy llegó esto —y le tendió un sobre grueso. Lo agarró despreocupado mientras leía algunas noticias de la Bolsa en la tableta.

—¿Qué es? —su asistente se removió nerviosa en su silla ruborizada.

–Creo que debes verlo por ti mismo —él arrugó la frente confuso y sacó su contenido, esa mujer era un tempano de hielo, no se ponía así por nada. Comenzó a leer con suma atención mientas ella disfrutaba como su rostro pasaba de la intriga, a la palidez y al enojo en un tiempo recordó. De pronto se levantó violentamente con la furia desbordada—. ¡¿Qué mierdas es esto?! —Gritó rabioso. Abigail fingió palidez e inocencia.

–Hoy cuando llegué estaba en tu correspondencia.

—¡¿Cómo carajos llegó aquí?! ¡¿Quién lo trajo?! —Exigió saber exasperado sintiendo ganas de asesinar al o la responsable.

—No lo sé de verdad, Sebastián —le contestó fingiendo consternación–. Pero hay más, en el fondo del sobre hay unas fotos muy… Dios, lo siento mucho —expresó afligida. Buscó dentro y las sacó, comenzó a verlas una por una con una vena en la base de la cabeza, ya bien saltada. La secretaria lo observaba en silencio sin poder adivinar lo que pensaba, su cara estaba transformada, era otra, de pronto parecía un monstruo.

—Sal de aquí ahora —pero no se movió presa del pánico–. Dije ¡Ahora! —Exigió dándole un golpe al escritorio que retumbó en todo el lugar. Salió del sopor y se marchó de inmediato. Una vez afuera sonrió para sí. Estaba hecho, ya nada la salvaría de la inmundicia.

Unos minutos después él salió despavorido de la empresa.

Sebastián hizo unas llamadas en el camino. Cuando llegó a su destino bajó como alma que llevaba el diablo y entró al lugar. No se apresuraría, todo podía ser una treta, algo orquestado, la conocía, la conocía muy bien, o por lo menos eso creía.

–Vengo con Mario —anunció impaciente a la recepcionista.

–Lo está esperando, lo llevo —le coqueteó la machucha. Pero no la esperó y entró importándole una mierda nada.

—Sebastián ¡Que milagro! —anuncio el joven sonriente. Le tendió en el escritorio todas las fotos con semblante mortal.

–Revísalas —le exigió. El hombre las tomó y al verlas no comprendió.

–¿Qué quieres exactamente? —preguntó confuso.

–Que me digas si no son un fotomontaje, quiero que me digas si son reales. Es de vital importancia ¿Entiendes?, te pagaré bien —le dijo mientras se sentaba en una de las sillas agachando la cabeza y pasándose desesperado las manos por el cabello.

El hombre comprendió que no debía hacer más preguntas. Era de toda su confianza, experto en gráficos e imágenes, lo conocía desde hacía un buen tiempo y era un mago en lo que hacía, de los mejores que existía.

–Enseguida, solo espera, debo checarlas con el escáner. M e llevará unos minutos —

Sebastián asintió sin verlo desaparecer. M ientras esperaba decidió que debía estar seguro de todo, que no podía hacer nada hasta que no hubiera dudas, debía ser una equivocación, ella no sería capaz de algo así, Isabella era suya, sólo suya. Tomó el móvil y marcó a su asistente con tono lúgubre.

–Abigail.

—Sebastián —contestó fingiendo preocupación la mujer.

–Encuentra al hijo de perra que llevó esto a la empresa y haz que lo vea. No quiero escusas ¿Comprendes?

—Ya lo hice, y está dispuesto a hablar contigo.

—Perfecto, también verifica que esto no se haya colado a la prensa ¡Haz lo que tengas que hacer! —la amenazó sintiendo que su mundo se desmoronaba, que todo lo que creía estaba pendiendo de un hilo, incluso respirar se le dificultaba por lo que aflojó el nudo de la corbata.

—Sebastián —habló afligida–. Lo siento, esto ya salió en varios periódicos y en internet, no hay forma de detenerlo, de hecho el periodista fue quien lo mando. Todo el mundo está al tanto —al escucharla sintió ganas de devolver el estómago del asco que le hacía sentir la situación, colgó casi hiperventilando. ¡No podía ser, no podía ser! Deseo romper algo, golpear algo, matar a alguien. Eso no podía estar ocurriendo, simplemente no. Al poco tiempo apareció Mario con el rostro tenso.

–Son reales, no hay duda —le informó decidido.

–¿Estás completamente seguro? —quiso saber albergando una pequeña esperanza.

–Sí Sebastián, no tengo dudas. Sabes que tenemos los mejores equipos, esas cosas se detectan en un segundo, esto es real —Se puso de pie rápidamente, le arrancó las fotos de la mano y salió de ahí decir más. Mierda, maldición. Eso era un puto infierno, su puto infierno en realidad.

Apagó su móvil sintiendo como si se ahogara. M anejó sin rumbo por varias horas sintiéndose completamente perdido. Después se estacionó frente a un parque y sin bajarse del auto, sacó todo lo del sobre y comenzó a leer con las palmas sudorosas, con el alma apretada, con la ira contenida y la desilusión desbordada. Alguien se había tomado demasiadas molestias, pero eso ya que importaba… Isabella lo traicionó, le mintió todo este tiempo. Él hubiera podido meter las manos al fuego por ella y… se hubiera quemado. Era una prostituta, jamás hizo esos trabajos, el informe decía claramente con bases, fotos y nombres que haca otra especie de favores a cambio de dinero. Además, aparecía en varias imágenes muy cariñosa con una mujer que por lo que leía era su madre. ¡Se veían, mantenían contacto!

Sentía que los pulmones se le paralizaban, Apenas si el día anterior en su apartamento hablaron de que él era su ángel, su todo ¿Cómo era posible que le hubiese mentido así? ¿Qué lo hubiese utilizado de aquella forma tan maquiavélica?

Todo ese tiempo lo engañó, lo usó. Recordar la forma tan arrebatada e intensa en que compartieron sus cuerpos el día anterior sólo logró excitarlo de nuevo y llenarlo de odio, esa mujer lo volvía loco. No habían ni atravesado la puerta del apartamento cuando ella se le abalanzó deseosa.

–Te necesito… ahora —le rogó sacándole la camisa del pantalón con ansiedad. No tenía que pedirlo de nuevo, él siempre estaba desesperado por hundirse en ella. En la barra de la cocina la sentó sin dejar de besarla, le subió la pequeña falda, le quitó las bragas y la penetró sin titubear. El grito de bienvenida que soltó solamente logró excitarlo aún más. El encuentro fue arrebatado, sin preámbulos, sin caricias ni ternura, sólo excitación y pasión, mucha pasión. Estar en su interior era maravilloso, celestial. La hizo suya frenéticamente, mientras Isabella se aferraba a su cuello gimiendo al borde del placer, su abandono era absoluto, total. Cuando llegaron al clímax la joven hundió las uñas en su espalda. Él tardó en reaccionar, pero cuando lo hizo, le preocupó haberle hecho daño. Se separaron un poco y buscó su mirada. Ella estaba ruborizada, lo miraba lánguida y sonriente.

—¿Estás bien?... No debí dejarme llevar de esa forma —se disculpó asombrado de su falta auto control. Su prometida en respuesta acarició su rostro con las yemas de sus dedos.

—¿Lo dices en serio?... Esto fue… Dios, ni siquiera encuentro las palabras —él sonrió. La levantó de la barra y la llevó a la habitación. Ahí ambos se desnudaron con lentitud e hicieron de nuevo el amor de forma más tranquila y decadente.

—No creí que se pudiera ser tan feliz —le confesó recostada frente a él. Sebastián acomodó un rizo detrás de su oreja y le dio un beso fugaz.

—Ni yo Bella, eres mi mundo.

—Y tu mi ángel…

—¿Tu ángel?... —el nombramiento le pareció demasiado.

—Sí, mi ángel. Me diste una familia, nos diste seguridad, certezas y… a mí me diste amor, tu cuerpo, tu ser… No sé qué hice para merecerte, siento que a tu lado nada malo puede suceder —aferró su cintura y la acercó más a su cuerpo.

—No si puedo evitarlo, lo único que quiero es verte siempre sonreír… y si soy yo la razón y el motivo, mucho mejor —lo miraba con aquello enormes ojos que dejaban al descubierto todo su ser, perderse en ellos era tan fácil, tan sencillo. Isabella era su mujer y jamás permitiría que eso cambiara.

—Lo eres, siempre lo eres.

—Eso espero, porque tú lo eres para mí, mi Bella —ella lo besó tiernamente.

—¿Sabes?... Aún creo que es un sueño —admitió recargando su frente en la de él.

Sebastián la subió sobre su pecho sin dificultada.

—Pues deberías de saber ya que es perpetuo.

—Tuve mucha suerte… —murmuró dándole pequeños besos en el rostro.

—¿Tú crees? —logró preguntar sintiéndose de nuevo excitado.

—Sí, no todos corren con la suerte de conocer un hombre tan bueno, tan guapo, tan inteligente…

—Sigue… sigue mi pequeña aduladora —ella sonrió sin dejar de derramar su aliento por todo su rostro.

—Tan fuerte, tan perfecto y que además… mejore su vida de esta manera.

—Pues no todos corren con la suerte de tener entre sus brazos una criatura tan provocativa e insaciable como tú —Isabella soltó la carcajada, eso era verdad, pero no era la única en esa relación, él jamás dejaba de desearla, lo sabía muy bien.

Sintió como él tomaba sus caderas y se enterraba otra vez sin previo aviso. Soltó un suspiro de placer arqueándose para recibirlo mejor. Sebastián se deleitó con el panorama, apreso entre sus manos ese par de montículos que lo alucinaban.

Isabella era perfecta y embonaba en él de una forma asombrosa.

—¿Con que yo insaciable? —logró decir mientras él se movía en su interior y se daba cuenta como la observaba.

—Sí, y mi obligación es que siempre estés satisfecha.

De nuevo en la realidad, arrugó los papeles sintiendo que la sangre le hervía. Todas la mujeres era iguales, todas iban detrás de lo mismo. Podía haber jurado hacía apenas unas horas que era diferente, que lo amaba realmente. No podía ser que fuera tan buena actriz. Cuando hacían el amor era como si fuera el ser más maravilloso sobre la tierra. ¿Cómo creyó en ella?,¿Cómo le abrió las puertas de su casa, de su vida, de… su alma? Hervía de coraje, de impotencia, de dolor. Pero las cosas no se iban a quedar así, nadie más iba a volver a jugar con él. Sentía que conforme pasaban los segundos algo se iba secando en su interior, jamás volvería a ser el mismo. Nunca.

Volvió a la empresa y entró directo a su oficina, todavía quedaba una esperanza. Abigail lo siguió.

—Sebastián.

—¿Qué quieres? —Contestó mirando por la ventana sin lograr apartar de su mente las imágenes de ella con otros.

–El hombre ya está aquí —le informó.

—Que pase —ordenó. Pero ella no salió—. Todo es verdad, ya rectifiqué direcciones, personas y lugares y… todo es cierto, si quieres aquí te dejo los datos. Lo siento —él la observó furioso.

–Dile a ese hombre que entre de una maldita vez, Abigail.

Un segundo después un tipo de baja estatura, de buen estilo y muy sereno, cruzó la puerta. Al verlo lo invitó a sentarse con la mano conteniendo las ganas de romperle la cara de una puta vez.

–Saltemos las formalidades. Usted ha destruido con toda esta mierda mi vida y la reputación de mi prometida. Dígame de dónde carajos salió toda esa información — le exigió sin rodeos.

—Señor, yo me dedico a esto y créame que me apena haber hecho público algo tan vergonzoso, pero todo es verdad. Este es el resultado de una investigación exhaustiva de varios compañeros míos durante meses. Siento que se haya tenido que enterar así. De hecho su secretaria ya tiene todos los datos de la madre de la muchacha y de algunos hombres que tuvieron que ver con… su prometida — Sebastián rodeó el escritorio como una fiera dispuesta a matar, lo agarró del saco y lo pegó a su rostro con odio abrumador y clara amenaza.

–Más le vale que todo lo que dice sea cierto, porque de no ser así, dé por terminada su carrera ¿Entendió?

El hombre se soltó de él molesto e indignando.

–Mire señor Molinaro, usted me puede amenazar todo lo que desee… pero no miento, todo es verídico y existen millones maneras de comprobarlo, simplemente descuelgue el teléfono y hable con los involucrados, las direcciones y teléfonos están ahí, siento ser el portador de tan malas noticias, pero es así —lo desafió con seguridad apabullante—. Y ahora ¿Si me disculpa? Su secretaria tiene mis datos y yo muchas cosas que hacer… Si tiene alguna duda puede llamarme.

—¿Por qué se tomó tantas molestias? ¿Por qué lo público? Sabe de sobra que yo le hubiese podido dar mucho dinero, incluso contactos… —rugió Sebastián viendo atravesó de la ventana. El hombre se detuvo y lo observó, sin sentir nada.

—Porque mi trabajo es este y aunque sé que le parece retorcido, me encanta. Toda la gente tiene un pasado y a mí… me gusta averiguarlo y… mostrarlo. Buenos días señor Molinaro.

—Lárguese de una maldita vez —le ordenó Sebastián sabiendo que en cualquier momento le arrancaría el cuello con sus propias manos. El hombre no esperó a ver su reacción, salió de ahí rápidamente. Sabía muy bien quién era ese periodista, ya había destruido varias reputaciones y tenía fama de ser incorruptible. Recargó su frente en el frio cristal—. ¿Por qué?... ¿Por qué? Te di todo, te hubiera dado mi vida… ¿Por qué no fue suficiente, por qué?

No había duda, todo la inculpaba no podía cegarse por mucho que la amara.

Isabella era producto de una vida dura, terrible, en la que ese tipo de acciones eran lo normal; estafar, engañar, mentir. Pero él hubiera jurado que ella no, que era limpia a pesar de todo, inocente, ingenua. Sin embargo, la misma Abigail se lo acaba de corroborar, esa mujer podía ser algo extraña, pero no podía dudar de su eficiencia y lealtad, era brillante y tenaz, jamás se le iba una. Prendió su móvil y marcó sintiendo acido recorrer sus venas.

–Carmen, me urge hablar con ustedes, voy para allá.