Capítulo 21
Londres era un sueño, las calles, la gente, todo era mejor de lo que soñó. Llevaba casi cuatro meses ahí, diciembre no tardaba en llegar ella ya terminaría en una semana el semestre y en cuatro semanas más su familia estaría ahí.
Las clases le costaron trabajo al principio porque aunque manejaba el inglés de una forma muy decente, su acento era diferente. Sin embargo, ya había pasado esa difícil bienvenida y ahora lo hablaba con fluidez. La universidad le quedaba a unas cuadras de su piso, así que un auto no era necesario. Con los meses logró hacer algunas amigas, salía con ellas a cafés, a pubs o estudiar. Llovía todo el tiempo y aunque al principio eso le desesperó, con el paso de las semanas aprendió a vivir con un paraguas en el bolso y gabardinas abrigadoras.
Ya había recorrido todos los museos y los fines de semana que no tenía planes viajaba a las pequeñas ciudades de Inglaterra. Cada vez se sentía más ella, pero la sensación de que algo le faltaba jamás la dejaba ser feliz por completo. Su sonrisa, sus ojos, la seguían todo el tiempo, incluso había momentos que creía verlo caminar por la calle o saliendo feliz de la mano de una mujer de algún restaurante. Pero siempre era parte de lo mismo, era parte de sus fantasías.
Por la noches las pesadillas ya eran cada vez más esporádicas, sin embargo, todavía no se iban del todo y ya comenzaba a acostumbrarse a vivir con ellas, incluso llegaba a pensar que esa era la única manera que lograría mantener vivo el recuerdo de la bebé que perdió y de aquel tormentoso pasado que ahora parecía jamás haber ocurrido.
Cada cosa que conocía la tenía que ver por todos los ángulos, tomaba fotografías miles de veces de lo mismo y luego las imprimía. Ya tenía más imágenes de Londres que de toda su vida, bueno, eso no era tan complicado, no obstante, se sentía orgullosa al verlas cada que podía. En ellas siempre salía sonriendo o haciendo alguna locura, pero al observarlas no podía evitar pensar que cada cosa le hubiera encantado conocerla a su lado, que él le hubiera mostrado y explicado cada paisaje o construcción como lo hacía cuando le narraba por horas sobre los lugares que conocía y ella lo escuchaba sin siquiera pestañear.
Cada día se sentía más fuerte en todos los sentidos, pero esa sensación de que algo le faltaba se intensificaba, al igual que la certeza de que había cometido un error crecía en su interior. Cada día lo extrañaba más y más… y ya no pasaba segundo que no pensara en él, en que lo ocurrido fue un error, algo por lo que no lo podía sacrificar toda la vida, una situación que… se salió de sus manos y que lo amaba así, imperfecto, maravilloso y de gran corazón.
La última semana pasó casi sin que se diera cuenta, logró un promedio envidiable, por lo que la Universidad le extendió la beca a un semestre más, si ella estaba de acuerdo. Cuando telefoneó a sus padres como cada tercer día, les contó y ellos la alentaron a aceptar. Se sentía un poco confundida, todo era perfecto, sus sueños estaban realizados, pero ya no podía negarse más el hecho de que lo amaba, nada valía la pena sin él, lo necesitaba, quería que el supiera todo de ella, quería compartir sus alegría, su ilusión y también los momentos de ansiedad y de tristeza. Era él, siempre sería sólo él.
—Isabella, ¿escuchaste? —Le preguntó Ann, una de las chicas que conoció durante el curso. Sus cuatro amigas la veían atentas dándose cuenta de que no oyó nada sobre lo que hablaban. La conocían y sabían que era algo extraña de vez en cuando, pero en general era divertida y ocurrente, así que esa situación era lo de menos…
—Perdón… sí las escuché, quieren que celebremos este fin de semana el fin de cursos ¿No es cierto? —Repitió apenada. Había estado pensando en él y cuando lo hacía, nada era más importante.
—Sí, nos gustaría ir a Manchester, recuerda que ahí tengo amigos y dicen que es muy divertido… —continuó Rory, una inglesa que era de un pueblo casi pegado a Irlanda, con la cual había hecho la mayoría de las salidas fuera de Londres.
—Lo siento… esta vez no voy a poder… —todas la miraron desconcertadas.
–¿Por qué, Isabella? Tus padres no llegan hasta dentro de dos semanas… —Charlotte era de Francia y estaba, igual que ella ahí, gracias a un beca.
—Porque… tengo algo más que hacer… de verdad lo siento… —no quería decepcionarlas pero mientras las escuchaba una idea se fue formando en su cabeza y ahora ya la había convertido en un hecho.
—M mm de verdad que a veces eres rara y ya sabemos que no tiene caso que insistamos en que nos lo digas… No dirás nada ¿Verdad? —Isabella sonrió negando, ellas la conocían bien, les narró una parte de su historia sin embargo, no toda y todas estaban de acuerdo en darle tiempo para que pudiera abrirse con ellas.
–Pero les aseguro que si todo sale bien, pronto lo sabrán ¿De acuerdo? —Les prometió.
—De acuerdo, de todas formas nos quedan aquí casi dos semanas así que… ya habrá tiempo ¿No es así? ¡Además el próximo semestre todas nos quedamos! — Anunció brindando Lilly, la más despreocupada de las cinco, de inmediato levantó su copa de vino para que todas la siguieran las chocaron sonriendo.
Al llegar a su piso metió algunas cosas en una mochila y le habló a Paco sintiendo como le sudaban las palmas. Por la mañana ya estaba el aeropuerto comprando un boleto para su destino. Llegaría por la tarde. Así que subió al avión, tomó su asiento e intentó leer un rato para hacer el viaje menos pesado, pero miles de hormigas caminaban dentro su cuerpo y cada hora que pasaba se sentía más ansiosa. Guardó el libro rendida y se perdió las nubes, un millón de recuerdos se agolpaban en su mente. La vida era una montaña rusa, ahora lo entendía y ya estaba segura de querer jugar en ella y esta vez; ganaría.
Cuando por fin llegó no pudo ni siquiera fijarse en la ciudad. Tomó un taxi y le dio la dirección que tenía anotada en un papel, el hombre casi no le entendía pues no parecía comprender el español, ni tampoco el inglés, pero al ver el papelito asintió seguro y comenzó a conducir.
Cuarenta minutos después el chofer se estacionaba frente a una casa realmente impactante, más parecida a un palacio de cuento que a un lugar donde alguien normal vive. Isabella lo observó con la boca abierta sin poder bajarse del auto.
Estaba situado en una especie de colina rodeada de jardines realmente impresionantes y de un gusto excelente y majestuoso. Había un pequeño camino de grava con árboles delimitándolo a los lados que guiaban directo a la puerta principal de aquel palacio.
La boca se le secó y su corazón se detuvo por unos segundos, él no podía vivir ahí. Debía haber una equivocación. Miró al taxista interrogante, pero este asintió regresándole el papel.
Él hombre estaba igual de impactado que ella, como pudo le pagó y descendió del auto. Una pequeña caseta de seguridad con un guardia adentro uniformado y armado cuidaba la entrada. Ella le tendió otra hoja nerviosa, no había imaginado por qué Paco le insistió que siguiera todas sus indicaciones, pero ahora que se hallaba ante esa imponente lugar entendía mucho mejor al hombre que amaba. Sus latidos podía escucharlos y su respiración iba a toda velocidad. El vigilante lo leyó con atención, le pidió una identificación, hizo una llamada y la dejó pasara sin decir más.
Anduvo hasta la puerta. Si de lejos era imponente, estando parada justo delante, la hacía sentir insignificante. De pronto unas ganas de salir corriendo de ahí la invadieron, pero respiró profundo y recordó a qué venía; iba a recuperar su vida y esta vez nada la detendría, mucho menos esa apabullante entrada.
La enorme puerta de madera se abrió sin que ella pudiera tocar. Un señor ya grande, con la finta de mayordomo de película, la saludó en un perfecto inglés, de inmediato le recordó a Ciro, sonrió.
–La estábamos esperando, señorita Isabella —al escucharlo ya no cupo de la impresión, de pronto la angustia de pensar que él sabía que estaba ahí la puso más nerviosa. El hombre cerró la puerta tras ella y tomó su equipaje con gesto elegante– . El señor está en el jardín… Esto… será una sorpresa muy grata para él —le anunció muy formal al tiempo que le guiñaba un ojo en símbolo de complicidad.
Ella le devolvió una gran sonrisa de alivio y lo siguió observándolo todo sin poder articular palabra. Ahí solo podía vivir alguien multimillonario.
Por dentro la casa era la combinación perfecta entre la elegancia de lo clásico con tintes contemporáneos que la hacían ver actual. Estaba muy iluminada y cada espacio parecía decorado por un especialista en interiores. De pronto el hombre se detuvo y le indicó una puerta corrediza de cristales que no permitían ver al exterior.
–Por aquí, cuando esté lista, abra —se alejó dándole tiempo para que juntara el coraje necesario. Inhalando y exhalando más veces de lo saludable, escuchó su voz a lo lejos, hablaba con alguien. Sus sentidos se agudizaron y su piel se erizó.
Abrió la puerta juntando todo el valor que tenía y caminó despacio sin fijarse en nada más. Siguió el tono de su voz tan gruesa y varonil, tan increíblemente mejor de lo que la recordaba. El jardín era enorme y de pronto, doblando una esquina, lo vio. Estaba dándole la espalda hablando por su móvil con alguien al tiempo que aventaba piedras distraído a un pequeño estanque que tenía frente a él. Se detuvo en seco y lo observó deleitada. Estaba impresionante, parecía más relajado, más joven de la última vez que lo vio. Llevaba un suéter de cuello alto café obscuro que se le adhería al cuerpo de manera impactante junto con un jean que lo hacían ver mucho más alto. Su cabello castaño caía en capas hasta sus cuello libre de todo fijador. Estaba sencillamente espectacular y ella se sintió por un instante insignificante. Ese era el hombre que amaba, por el que estaba ahí, por el que daría todo si fuera preciso, y no lograba comprender como era que él había sentido lo mismo por ella, pero rogaba que aún continuara sintiéndolo.
De repente se detuvo ese cuerpo perfecto, dejó de aventar piedras, ella se quedó ahí clavada sin poder moverse. Él giró con el móvil pegado a su oreja sintiendo la presencia de alguien que lo observaba. Y la vio…
No se movió por varios segundos. Sus deseos de verla nuevamente ya habían llegado demasiado lejos. Era ella, en su jardín, de pie a unos metros y más hermosa que nunca, no podía ser cierto.
De pronto se dio cuenta de que alguien continuaba al otro lado de la línea y colgó sin más. Arrugó la frente pestañeando contrariado. Estaba loco, debía internarse en un psiquiátrico cuanto antes, no obstante, caminó lentamente todavía desconfiando de su cordura.
Era ella, sí lo era. No podía ser…
Cuando quedó a unos metros, se detuvo respirando con dificultad y sintiendo que las extremidades le fallarían de un momento a otro, ambos se vieron a los ojos fijamente, sin titubear.
–¿Isabella? —Murmuró con la boca seca. Ahora ella anduvo la distancia que los separaba.
–No… Soy Bella —él comprendió muy bien todo con tan solo esa corrección y percibió como todo, en cuestión de segundos, volvía a acomodarse en su interior, a llenarse. La joven elevó lentamente las manos hasta su cabello midiendo su reacción, él parecía creer que ella desaparecería en cualquier momento, poco a poco fue enredando sus dedos en esa mata castaña clara; llevaba meses soñando con hacer eso.
—¿Sebastián, llegué a tiempo? —Preguntó a unos centímetros de sus labios.
Él emitió un rugido ahogado, no pudo más, la sujetó por la cintura y lentamente mirando su boca y sus ojos uno a la vez descendió hasta su boca. Isabella se pegó sin dudar. Se sentía en casa a su lado, era como si nada hubiera sucedido, como si todo estuviera despareciendo sin dejar rastro. Sebastián la besaba delicadamente como saboreando algo que no sabía si volvería a tener. Pero ella lo incitó a más abriendo su boca e invitándolo a entrar, él enseguida aceptó y la besó como nunca antes lo había hecho. Sus respiraciones comenzaron a hacerse más rápidas, más ansiosas.
Se separó recordando dónde estaban, pero él se resistió a soltarla, sin embargo, al final desconcertado y agitado, la dejó. Isabella tomó su rostro entre las manos y lo acercó a su frente delicadamente, el miedo que vio en su mirada le dolió.
–Bella… —logro decir suspirando y con voz temblorosa. No podía creer que eso estuviera ocurriendo, que ella se encontrara ahí, frente a él, así.
—Sí, Bella y quiero saber si puedo ser de nuevo tu Bella –imitando la manera en la que lo pronunciaba—. Para siempre, Sebastián ¿Todavía estoy a tiempo? —Tenía cierto temor. Él la miró arrugando la frente.
–¿De verdad?… Dios… no sabes cuánto soñé con esto…
—No es un sueño… vine por ti, te amo… —los ojos de ambos se rasaron. De pronto él sonrió feliz comprendiendo que esa era su realidad, la más hermosa de todas y la cargó dando vueltas con ella aferrada a su cuello.
–¡Dios mío! Es increíble, Bella. Te amo, estás aquí —gritaba lleno de alegría. Al verlo así, cualquier duda que pudiera haber tenido quedo olvidada. La dejó sobre el césped y fue él ahora quien acunó su rostro y con todo el amor contenido después de meses de dolor y de sentir que el sentimiento por ella lo quemaba cada día, pronunció de nuevo esas palabras que a ella la enloquecían–. Bienvenida, mi Bella —ella sonrió de inmediato y lo besó arrebatadamente como solía hacer.
Así pasaron varios minutos. Sin que nada ni nadie les importara. Sólo necesitaba reconocerse, sentirse cerca e ir sanando con cada caricia, con cada beso, todas aquellas heridas que la vida les había provocado.
Más tarde ambos veían el crepúsculo tumbados, uno al lado del otro, en uno de los divanes que el jardín tenía por todos lados estratégicamente puestos.
—¿Cómo fue que llegaste hasta aquí? ¿Cómo fue que entraste sin que yo supiera? — Indagó intrigado mientras la tenía pegada a su pecho. Ella rio como solía hacerlo; despreocupada, como una castañuela llena de paz –Paco me ayudó y creo que tu… mayordomo también fue su cómplice —contestó divertida.
–Por supuesto, Paco tenía que ser… pero ¿Benito?, de él sí me extraña, es demasiado… formal —rio mientras lo decía. La besaba una y otra vez en la cabeza, absorbiendo su olor, sintiendo su respiración. Aún no daba crédito a lo que estaba ocurriendo.
—Sí, ya lo conocí y sí, es muy… serio. Quién sabe que le habrá dicho Paco… — meditó intrigada. De pronto recordó la casa donde estaba, se dio la vuelta y recargó su barbilla sobre sus manos en el pecho de Sebastián para poder verlo de frente. Él frunció el ceño al verla cambiar de posición y reconocer esa mirada algo turbia, no había cambiado nada, si acaso estaba más hermosa que antes, pero seguía siendo su Bella, su mujer–. Este lugar es… impresionante, Sebastián —señaló mirándolo desconcertada e impactada. La atrajo acercándola más a él para que quedara a un par de centímetros de su rostro.
–Era de mi madre, Bella. Esta casa ha sido de mi familia por siglos —le explicó entornando los ojos, esta vez no omitiría, le diría todo, quien era en realidad..
–Pero… es un palacio… Digo… es hermoso, pero… es demasiado… Yo no lo sabía — besó su nariz cerrando los ojos unos segundos.
–Bella… esto soy yo, este es mi pasado y esta es la vida que puedo ofrecerte, juro que nunca te he mentido, simplemente esto no es importante para mí —la observó atento evaluando su reacción. Ella bajó la mirada hasta sus manos.
–Lo sé… —pero enseguida una chispa volvió a brotar de esos enormes ojos verdes–. Te amo y quiero que sepas que nunca me ha interesado otra cosa de ti más que tus sentimientos por mí, y por eso estoy aquí, yo voy a luchar por ti si tengo que hacerlo —declaró Isabella con firmeza. Ver su determinación no pudo más que lograr que la amase más, si eso fuera posible. Acarició su mejilla sonriendo con ternura, notando su inocencia en cada rasgo, en cada expresión a pesar de todo lo que había pasado.
—Tú, jovencita, no tienes nada por qué luchar, porque tú a mí siempre me has tenido mi Bella, eso no ha cambiado ni un solo día desde que te vi por primera vez y créeme que si no supiera que es solo a mí quien quieres jamás te pediría que te casaras conmigo de nuevo —la joven abrió los ojos asombrada y se sentó frente a él al instante.
—Sebastián… —logró decir sin poder creer lo que acababa de oír. El hombre también se acomodó para poder verla mejor, sujetó una de sus manos y la besó sensualmente sin dejar de verla. Dios, la adoraba.
–Sí Bella, quiero que te cases conmigo, no quiero tenerte lejos de mí más tiempo, esto fue… demasiado —las lágrimas de felicidad comenzaron a brotar de sus enorme ojos y sin darle tiempo de nada se abalanzó sobre él efusivamente provocando que cayeran nuevamente sobre el diván.
–¡Te amo! Yo tampoco quiero estar de nuevo lejos de ti Sebastián, yo también quiero casarme contigo —declaró llena de emoción y llorando de alegría.
Al tenerla de nuevo así, después de tantos meses de dolor, de angustia, sintió que todo había valido la pena, que ya no importaba nada más salvo la vida que tenían frente a ellos. Ella comenzó a buscar sus labios con ansiedad y él respondió de la misma manera. De pronto sin que se diera cuenta, la levantó logrando que rodeara su cintura con las piernas y caminó con ella a cuestas sin dejar de besarla con frenesí. Entraron a la casa, y sin importarle que lo vieran con la joven en brazos, subió unas escaleras inmensas sin esfuerzo.
Abrió una puerta con facilidad y con un pie la cerró tras él. Unos segundos después la depositó delicadamente en una colosal cama de madera tallada. Se separó observándola con deseo y comenzó a quitarse el suéter.
Isabella sintió la boca seca al verlo de nuevo después de tanto tiempo.
–Si me sigues viendo así te voy a saltar encima, Bella —su voz sonaba ronca, excitada. La muchacha enarcó una ceja retadora, se hincó sobre la superficie y comenzó a quitarse también la ropa con desafío. Sebastián dejó de desvestirse ante la antelación de volver a verla. En cuanto quedó con tan solo su ropa interior, no pudo contenerse más y se le fue encima desesperado logrando que ella soltara una risita y le siguiera el paso encantada.
Ese cuerpo lo volvía loco, necesitaba estar dentro de ella con urgencia, era como volver a casa después de una larga ausencia. Por fin la tenía ahí, con él, podía amarla como soñó durante todos esos meses de infierno. Besó cada rincón de su cuerpo, saboreándolo, torturándola. Le arrancó gemidos y gritos de placer.
–Dios… Cómo te extrañaba… —dijo mientras la recorrió con los labios logrando que ella se arqueara y jalara su cabello ansiosa.
–Por favor, Sebastián —suplicó ya desesperada, ella también lo deseaba de una manera arrebatada, urgente. Bien sujeta de su pelo, lo acercó hasta su boca y sin cerrar ninguno de los dos los ojos, se acomodó entre sus piernas y sintió como entraba suavemente, la sensación fue incomparable, la llenaba, la colmaba.
–Te amo, mi Bella —ella sonrió al tiempo que otro gemido se le escapaba de sus labios sin poder evitarlo, se arqueó exigiendo más por lo que la levantó diestramente de manera que quedara sentado en medio de la cama con ella a cuestas para así dejarla llevar el encuentro. Los dos sentían que explotarían en cualquier momento, cada vez más rápido, cada vez más frenético, se besaban y tocaban ansiosos. Hasta que los dos no pudieron más y mil partículas detonaron en su interior… Ambos se miraron justo en ese momento y se besaron absorbiendo cada uno las expresiones de placer del otro.
Cuando todo terminó ella recargo la cabeza en su hombro tratando de que entrara de nuevo aire a sus pulmones. Sebastián la mantuvo ahí disfrutando del contacto de su piel, de su olor, de la sensación de aún en su interior aunque todo hubiera terminado.
—Te amo, Sebastián —susurró agotada recobrando poco a poco el aliento. Ya había anochecido, llevaban toda la tarde juntos. Él la levantó con cuidado y la depositó sobre la cama acomodándose a su lado.
—Y yo a ti… como un loco —declaró contemplando su rostro aún sonrosado. Ella pasó las yemas de sus dedos por su mejilla, por sus labios.
–Esto fue… mágico —expresó lánguida, mirándolo extasiada. Sebastián la veía y solo podía contemplarla, era tan hermosa con los labios hinchados de placer, su cabello alborotado y un rubor en las mejillas que evidenciaba lo que acababan de compartir. La amaba, pero de pronto el recordar que no había ingerido nada desde que llegó lo alertó.
–Debes tener hambre, mi Bella —soltó apoyado en un codo quitándole con la mano libre un cabello rebelde que cruzaba su rostro.
—De ti… nada más —admitió acercándose a él provocadora. No pudo salvo soltar una carcajada de alegría. Sí que era ella.
—Me pasa igual y lo sabes, nunca ha sido de otra forma… —y la apresó entre sus brazos besándola despacio, con veneración cada centímetro, olvidando por fin la angustia y tristeza de tantos meses, dejando a un lado la culpa y la desesperación de pensar que ya jamás la volvería a tener, así, junto a él. Con ella a lado se volvía a sentir completo, capaz de todo, era como si su fuente de poder hubiera regresado y se volviera a sentir invencible. La haría feliz, dedicaría cada segundo de su vida para que así fuera y nunca se permitiría que arrepintiera de la decisión que acababa de tomar.
Le hizo el amor de forma pausada, lenta, agónica. Isabella estaba segura que moriría, que no podría volver a recuperar sus sentidos ya que en ese momento Sebastián los había secuestrado y los torturaba de miles de formas que no debían ser legales. Cuando se volvió a enterrar en su ser no pudo evitar gritar presa de un arrebatador deseo, ese era Sebastián, y esa era ella a su lado, pasara lo que pasara nunca podría ser diferente. Completamente agotados, asombrados y plenos, se quedaron dormidos sin darse cuenta.
Más tarde él despertó, llamó de inmediato para que les subieran algo de cenar y en lo que esperaba a que lo hicieran, se sentó en la cama mirándola dormir. M edio enrollada en las sabanas, boca abajo, con su cabello regado alrededor de su cuerpo y de las almohadas. Observó que ya no tenía rastro de ojeras, su cuerpo estaba más hermoso que nunca, se veía sana y llena de vida. Y ahora era suya de nuevo y esta vez sabría cómo mantenerla en su vida y en su cama para siempre.