Capítulo 1

 

—Lo siento Isabella, pero es lo mejor, yo no me puedo hacer cargo de los tres, tus hermanos aún necesitan cuidados y educación, yo nunca estoy aquí, no puedo asumir una responsabilidad de ese tamaño. Realmente lo siento, no haría esto si no estuviera convencido de que es lo mejor para ustedes.

Isabella no lo miró. Estaba muy desilusionada y herida, las personas siempre los abandonaron, pero separarlos ¡Jamás!

—¿Sabes, Sebastián? Nunca me decepcionó alguien tanto como tú lo estás haciendo hoy. Esto nunca te lo voy a perdonar, creí que eras diferente y confié… ese fue mi error —a Sebastián le dolieron aquellas palabras y sabía que de verdad las sentía.

Él no quería lastimarlos a ninguno de los tres, pero Marco tenía quince años y Dana apenas diez e Isabella… ella tan solo veintiuno, muy joven aún. Merecían una vida mejor de la que él les pudiera dar. Las empresas lo absorbían por completo, no estaba casado ni tenía interés en estarlo, iba y venía sin más ¿Cómo podría educar a ese par de chicos y darles todo lo que necesitaban, si el mismo no era un buen ejemplo de cordura y estabilidad?

Salió sofocado de la pequeña recámara de servicio que ocupaba la joven. Estaba exhausto, ese día se estaba haciendo más largo de lo que supuso. Pasó por la cocina, se sentó en el sofá de gamuza negra que se encontraba en la sala, respiró hondo, cerró los ojos y se perdió en los recuerdos.

¿Cómo era posible que su vida hubiera cambiado tanto en los últimos trece días?

Todavía podía verlos cruzando aquella calle, él en su BM W, arrancó en alto distraído y de pronto, un golpe seco le avisó que algo había sucedido. Se frenó y bajó sudando del auto, en menos de un segundo dos personitas estaban llorando y gritando horrorizadas frente al bulto inmóvil que yacía frente al carro. Había atropellado a alguien ¿lo mató?

Al mirar mejor se dio cuenta de que era una niña, delgada y pequeñita, tenía sangre en el rostro, se le revolvió él estómago. Se agachó para fijarse mejor, sin hacer caso de los reclamos que escuchaba enfrente de él. La movió un poco y la niña abrió los ojos. De repente las dos voces se silenciaron y alzo el rostro para observarlos.

Ahí fue cuando la vio.

Eran los ojos más hermoso que hubiera visto jamás; grandes como dos lunas, limpios como ningunos otros, tenía lagrimas adornándolos y lo veían con súplica y temor.

No supo cómo pasó todo, pero tomó a la niña en brazos y la metió al auto, sabía que aquellos pozos se subirían también, al igual que el tercer acompañante. En el camino llamó a Paco, su mejor amigo, era médico, le explicó lo que había ocurrido y le rogó que lo alcanzara cuanto antes en su casa.

La niña, Dana, sólo se lastimó el hombro además de algunos raspones en diferentes partes del cuerpo y la cara. Esos ojos que lo hipnotizaron no se volvieron a alejar de la pequeña herida, hasta que Paco dictaminó que todo estaba bien y que sanaría en unos tres días.

—Salgamos de la habitación para que pueda descansar —no fue hasta en ese momento que se dio cuenta de lo que había hecho; metió a tres extraños jovencitos en su casa, dos de ellos lo observaban detenidamente, callados. Estaban mal vestidos, se leía hambre en sus ojos y parecía que no se habían topado con un baño por lo menos en una semana—. ¿Qué vas a hacer con ellos Sebastián? —La voz de Paco le sonó muy lejana y a la vez lo ayudó a salir del sopor, los muchachos estaban esperando la misma respuesta.

—No lo sé –admitió turbado, sin embargo, no tenía corazón para dejarlos a su suerte—. Pero me parece que por ahora les puedo pedir algo de comer ¿No tienen hambre? Y si desean, pueden pasar aquí la noche, me imagino que no tiene otro sitio a dónde ir —y giró para verlos, los chicos eran muy atractivos, pero la mayor tenía algo fuera de lo común, no era principalmente su belleza lo que llamaba la atención, era el hecho de que parecía como un ser que no pertenecía a este planeta, sus ojos no cesaban de mandar diferentes mensajes todo el tiempo.

–Sí, la verdad yo si tengo hambre señor, ¡Auch! —La joven le dio un codazo a su hermano reprendiéndolo.

–No Marco, no podemos quedarnos aquí, Dana va a estar bien, este doctor ya lo dijo, así que nos vamos —al decir esto se dirigió a la recámara. Sebastián se colocó en medio de ella y la puerta para evitar que siguiera avanzando.

–No, no voy permitir que te la lleves, ella debe descansar, cometí un error y sólo te pido que me permitas enmendarlo —ese par de ojos se levantaron hasta él y lo observaron lo que pareció un año, buscaban algo en ellos.

–Este señor tiene razón, además ya es de noche y afuera hace frío, no podemos llevarnos así a Dany, yo estoy cansado y tengo hambre. Por favor Isabella… —esa fue la primera vez que escuchó su nombre y estaba seguro que jamás lo olvidaría.

Ella no dejaba de estudiar los ojos de su anfitrión.

–No me parece lo correcto abusar, M arco. Debemos irnos.

—¡Discúlpame Isabella pero creo que estás mal!, tan solo comamos algo —suplicó Marco. Se veía tan inocente con esos rizos enmarcándole la cara y esos ojos tan grandes como los de ella. Debían de ser hermanos, concluyó Sebastián, aquellos rostros eran demasiado similares. Isabella agachó la mirada, pensó un momento y asintió.

Sebastián pidió pizza y cenaron los cuatro ahí. M ás tarde le mostró a Marco un cuarto en la parte trasera del apartamento, junto a la cocina, era el que estaba destinado para la servidumbre y se acababa de desocupar. En él, sólo había una pequeña cama individual, por lo que lo dejó dormir ahí. A Isabella ya le había dicho que lo mejor era que durmiera con su hermana en la recámara donde Dana se encontraba, la joven le dio un “gracias por todo” con la boca y con los ojos casi una alabanza mezclada con demasiada gratitud.

Después de ese día, todo sucedió demasiado rápido. Isabella comenzó a asumir los quehaceres de la casa, dándose cuenta de que no había quien los hiciera mientras sus hermanos le ayudaban.

Cuando mencionaban que tenían que irse, Sebastián ponía como pretexto a Dany para que no lo hicieran. Por primera vez en su vida no se sentía solo y consideraba que estaba ayudando sin pedir nada a cambio. No hablaba mucho con Isabella, pero Marco y Dana eran un par de soles, siempre estaban sonrientes y lo seguían para todos lados.

El sexto día Dana y M arco acompañaron a Sebastián a comprar víveres para la despensa. En el camino comenzaron a platicar y bromear.

–Sebastián, ¿tú nos adoptarías? ¡Creo que serías un papá genial! —comentó de repente Dana.

—¡Sí! ¡Adóptanos!!! Tú eres genial —Sebastián sintió que se ahogaba, no había pensado en eso y los chicos tenían razón en algo, necesitaban una familia para que terminara de educarlos, los quisiera y se hiciera cargo de eso, debían ir a la escuela, salir de vacaciones y vivir una vida como cualquier niño normal.

—¿Yo?, ¿su papá?, no lo había pensado. Díganme algo… ¿En dónde estuvieron este tiempo? —Los dos se miraron entre sí sopesando si sería lo mejor decirlo–. Vamos ¿No confían en mí?

–En un hospicio, ahí se han hecho cargo de nosotros los últimos nueve años –le confesó Marco en voz baja.

—Oh, y ¿Por qué ya no están ahí?

—Porque… nos escapamos —contestó el adolescente apenado–. Una familia quería adoptar a Dana y otra a mí.

—Y ¿Por eso decidieron escapar?

—Sí, Isabella se iba a quedar sola y jamás hemos estado alejados, nosotros somos tres hermanos, no venimos separados —el hombre sintió un nudo en la garganta además de una infinita ternura al escuchar esas palabras tan llenas de lealtad y amor.

–Entiendo, pero es muy difícil que alguien adopte a su hermana, ella ya es mayor.

—Lo sabemos, pero ella sólo quiere tiempo para terminar su carrera y poder hacerse cargo completamente de nosotros ¿Sabes? le quedan tres años, está estudiando Finanzas y es muy buena —lo último lo dijo con un entusiasmo que dejaba ver el lazo que los unía y el orgullo que sentía por esa chica.

—Veré que puedo hacer —Sebastián no lograba entender cómo es que la vida lo colocó en esa situación, pero sí sabía que debía hacer algo y ayudarlos.

Ese día llegó a su casa, hizo varias llamadas telefónicas haciendo uso de todas sus influencias. Y lo consiguió, el plan no era ese originalmente, pero sonaba muy bien.

Marco y Dana los adoptaría un matrimonio que conocía de toda la vida, ellos ya estaban un poco mayores, pero podían y querían darles todo lo que necesitaban, además de amor. El único problema era Isabella, Sebastián le prometió al juez que la emplearía y no permitiría que interfiriera esta vez en la adopción de sus hermanos, la mantendría controlada y la ayudaría en todo lo que pudiera.

—Isabella tengo que hablar contigo —ella lo miró con sorpresa y expectativa.

—Dígame…

—Háblame de “tú” por favor, ven siéntate —la joven le hizo caso y se acomodó en el moderno comedor justo a su lado.

—No sé cómo empezar… —la chica lo observó y esperó—. Verás… me he encariñado mucho con ustedes en estos días, así que decidí hacer algo para ayudarlos —Isabella lo miró con emoción, sabía de la conversación que sus hermanos sostuvieron con él hacía unos días y estaba segura de que se quedaría con ellos–. Tú te has dado cuenta de que soy un hombre con una vida complicada… por así decirlo, tengo negocios y muchos compromisos, pero gracias a eso también cuento con muchas influencias. Hablé con conocidos, con la responsable del hospicio donde vivían y con el juez que se estaba haciendo cargo de la adopción de tus hermanos y después de muchas llamadas y abogados logré lo que buscaba… — Isabella no esperó ni un minuto más y lo abrazó. Sebastián no podía quitársela de encima o mejor dicho, no quería. Su cálido aroma lo mareaba, así que hizo acopio de toda su voluntad y la alejó cariñosamente al tiempo que trataba de corregir la reacción, ya que algo le decía que cuando entendiera las cosas, su actitud iba a ser muy diferente–. Espera, todavía no termino. Mmm… M ira, conseguí que a tus hermanos los adoptaran juntos una pareja que conozco de toda mi vida. Es un matrimonio hermoso, sus hijos murieron en un accidente hace años, después de eso se quedaron muy solos y deprimidos, así que se me ocurrió llamarles, y proponerles esto, ellos estuvieron de acuerdo enseguida y bueno… los trámites de adopción ya son un hecho —Isabella se irguió, cambió de color rápidamente y sus ojos ni se diga, ahora lo miraban con odio y rencor, con desilusión y mucho dolor.

—¡¿Qué?! ¿Cómo pudiste hacernos esto? Ellos te dijeron cuáles eran mis planes, y yo pensé… ¡Que estúpida! Cómo se me ocurrió, no lo puedo creer. Nos vamos ahora mismo de aquí y gracias por…. ¡Esto! —le grito levantándose rápidamente de la silla furiosa. Sebastián maldijo interiormente y la alcanzó enseguida tomándola con fuerza del brazo.

–Tú no vas con ellos a ningún lado, no seas egoísta… les estoy ofreciendo un futuro mejor, tu podrás verlos todos los días que quieras, trabajaras aquí conmigo. Terminarás tu carrera, como debe de ser.

—¡Suéltame! —rugió.

—¡No! —la voz de Sebastián sonó más fuerte y molesta de lo que esperaba.

—¿Por qué lo hiciste?, ¿a ti que más te damos? —Él aflojó el apretón con el que la sujetaba.

–Porque es lo correcto, ni a ti ni a ellos nunca más les va volver a faltar nada, te lo juro —afirmó con vehemencia intentando que se convenciera de que eso era lo mejor.

—Tú no sabes nada, no entiendes nada y es normal… naciste rodeado de lujos, rodeado de seguridades, tienes ¡Todo! No tienes idea de lo que hemos vivido ellos y yo, todo lo que hemos tenido que pasar —espetó Isabella con la voz quebrada de la desesperación.

–Tienes razón, no sé nada de lo que ustedes han vivido, pero tú tampoco tienes ni idea de mi vida. Lo único que quiero, y voy a hacer, es ayudarlos, incluso a pesar de ti misma. Dime una cosa ¿Qué futuro quieres para tus hermanos? ¿Quieres que un día de estos se enferme uno de ellos, no tengas ni como curarlo y puedan morir, o que sean unos niños sin educación y por lo tanto, sin oportunidades? —Isabella palideció ante esta perspectiva.

—Yo estoy dispuesta a hacerme cargo, solo debo encontrar un trabajo —murmuró.

—No, tú no vas a dejar de estudiar, vas a trabajar aquí conmigo ayudándome por ahora con el aseo de la casa en lo que encuentras algo más, como lo hiciste estos días, irás a tus clases, vas a terminar tu carrera y te graduarás, y tus hermanos harán lo mismo. Los podrás ver todos los días que quieras. Yo te pagaré, podrás ahorrar y a lo mejor, después, cuando seas mayor y veas que lo que digo tiene sentido, me lo agradezcas —gruñó Sebastián —¡Jamás! esto es un golpe muy bajo, te juro que nunca te voy a perdonar —su voz ahora estaba cargada de ira y resentimiento.

—Está bien, di lo que quieras, pero así va a ser te guste o no, porque si no me haces caso y haces las cosas como te digo, te juro que voy a conseguir una orden del juez para que no te puedas acercar a tus hermanos en mucho tiempo y si te los llegas a llevar, te van a buscar hasta por debajo de la piedras e irás a prisión y ellos estarán solos… solos de verdad —los ojos de Isabella eran enormes por la impresión, no podía creer lo que acababa de escuchar, le había cerrado, al parecer, cualquier salida.

Respiró hondo y mirándolo con odio.

–Tú ganas, haré lo que quieres porque no me dejas otra alternativa, pero tú no me puedes tener aquí a la fuerza, yo me voy —Sebastián se inclinó acercándose tanto que podía sentir su delicioso aliento acariciándole la cara.

–Si te vas de aquí, llevaré a cabo lo de la orden de restricción y no serás libre para verlos… Así que decide, ahora —la joven lo desafió con los ojos clavados en los de él.

–Algún día vas a entender lo que me estás haciendo. Acabas de romper la poca confianza que me quedaba en la gente, pero de nuevo tú ganas. Haré todo lo que tú quieres que haga —y como una felina herida desapareció.

Sebastián soltó un suspiro profundo y pensó que eso iba a ser lo peor, pero todo indicaba que estaba mal, lo peor apenas venia.