Capítulo 5
Bella despertó ojerosa, casi no durmió por estar pensando en el hombre que descansaba en una hermosa habitación al lado opuesto que la suya. En fin… Ese día tenía muchas cosas que hacer, la universidad para ella era muy fácil, pero el pequeño negocio que llevaba a cabo a veces le quitaba mucho tiempo, sin embargo, no podía quejarse, era muy bien remunerado y gracias a ello tenía casi cinco meses que no agarraba ni un peso de lo que Sebastián le daba en aquella tarjeta.
Bajó las escaleras a toda prisa, desayunó lo establecido y salió como un rayo de la casa, apenas si tenía tiempo de llegar a la primera clase, así que no se dio cuenta de que Sebastián la observaba por una de las ventanas de la gran casa con el rostro tenso y expresión de nostalgia.
La iba a extrañar, incluso al verla salir abrigada con su cabello suelto y corriendo de la casa pensó, tan solo por un momento, pensó en quedarse, pero enseguida se deshizo de esa idea, tomó su maleta, le comunicó a Ciro de su viaje y se fue con la ansiedad a flor de piel.
Toda la tarde estuvo absorta en el ordenador. Conforme fue acercándose la hora de la cena sintió como el nerviosismo se apoderaban de su cuerpo, pronto volvería a verlo y tenía miedo de no saber cómo comportarse después de lo recién descubierto la noche anterior, no quería hacerlo sentir incómodo así que iba a tener que esforzarse en parecer ella misma en todo momento. Pero tenía que concentrarse muy bien, porque su olor era irresistible, su contacto le provocaba pequeños electrochoques, su mirada era… simplemente perfecta, tenía una manera de decir las cosas tan peculiar, de pronto tan sereno y agradable, pero de un momento a otro, parecía inflexible y apasionado y su cuerpo… su cuerpo era ¡Dios! alto, fuerte, con manos grandes y… tan perfectas como todo lo demás.
Escuchó que alguien tocaba la puerta.
—Adelante —contestó ansiosa.
—Isa ¿Deseas que te suba la cena? —Le preguntó el mayordomo en tono cálido y amigable. Esa joven le caí muy bien; siempre dispuesta, sonriendo y agradable.
—Y Sebastián, ¿no va poder llegar a cenar? El hombre frunció el ceño.
–¿No te dijo ayer que salía hoy de viaje? —El talante de Isabella le dio la respuesta–. Lo siento, creí que lo sabías, pero salió hoy temprano, me parece que esta vez será largo —Bella estaba completamente desconcertada y desilusionada.
—¿Largo? —Ciro posó una mano sobre su hombro a manera de consuelo
–Probablemente fue de último minuto. En realidad eso es lo común en él y últimamente no había salido, así que seguro se le juntaron los asuntos de la empresa —a Isabella no la convenció esa respuesta, algo le decía que lo que pasó la noche anterior lo incomodó y tuvo que salir huyendo de su propia casa para no topársela.
–Seguramente. Pero no me gustaría cenar sola ¿Te molestaría si ceno contigo y los demás?
—Claro que no jovencita, ya sabes que todos los que trabajan aquí te estiman y les va a encantar la idea de que compartas con ellos. Te espero abajo en media hora.
—Gracias Ciro, ahí los veo.
Una vez sola se sintió desconcertada, algo le decía que ella era la causa de que él se hubiera ido. Aunque no podía ser tan presuntuosa, podría ser verdad que tenía que salir de viaje y no le mencionó nada gracias a la escena que montó al hablar de su pasado. Al recordarlo sintió el ya familiar nudo en la garganta. Decidió que esa era la respuesta, después de todo ¿Quién era ella para que él le tuviera que dar cuentas de todo lo que hacía? Convencida de esa reflexión fue cenar, después salió un momento con Luna y Miel, jugueteó con ellas y más tarde se fue directo a la cama.
—¿Cómo va todo, Ciro? —Sebastián llevaba fuera varias semanas, las cosas no estaban saliendo como las había pensado.
—Todo en orden y ¿a ti muchacho?
—Todo bien, Isabella ¿cómo está? —No la podía sacar de su mente.
—Perfectamente; va, viene, juega con los cachorros que por cierto ya han hecho demasiados destrozos, hace su deberes, come muy bien…
—Está bien, está bien —lo interrumpió molesto, sentía que el coraje hervía a través de su sangre al saberla bien y él sintiendo que no podía más. Definitivamente lo tenía embrujado ¿Cómo podía estar tan tranquila?—. Sólo deseaba saber si todo iba bien, llamo otro día —así eran sus llamadas, eso hacía reír al mayordomo. Era más que evidente que algo estaba pasando y estaba seguro que tenía que ver con la beldad de hermosos ojos aceitunados que vivía también en esa casa y por la cual, estaba convencido, había cambiado tanto.
Ya había pasado casi un mes y Bella no sabía nada de él, hablaba poco por teléfono y si lo hacía era en la mañanas, cuando no estaba. Los días se le pasaban lentos y le sabían aburridos, ni siquiera la pequeña reunión de cumpleaños que Carmen y Raúl le estaban organizando le daba emoción, pronto cumpliría veintidós y a veces se sentía como de ochenta. Tumbada, ahí en el jardín, con el frío de noviembre pegándole en el rostro y los dos canes a su lado echadas, calentándola, recordaba lo que solía ser su vid hacía no tanto tiempo.
Su cumpleaños de hacía apenas un año no lo festejó, al igual que los otros años. Se acababan de escapar del hospicio y deambulaban por las calles, ella tuvo que renunciar a la universidad por la necesidad de huir de ese lugar espantoso. Las parejas que se querían llevar a Marco y a Dana no le daban confianza, no estaba dispuesta a alejarse de ellos sin saber que sería de sus vidas. Así que un día desesperada tomó a sus hermanos y escaparon. Tuvieron que permanecer escondidos casi dos semanas ya que la policía los buscaba, prácticamente ya no tenían comida ni agua. Las noches eran un infierno, ella tenía que permanecer despierta por miedo a que alguien se les acercara y sus hermanos morían de frío, cuando no tuvieron otro remedio que salir para comer, un hombre les prometió alimento y techo a cambio de que trabajaran para él, ella no le creyó pero los ojos suplicantes de Marco y Dana no le dejaron otra opción, así que aceptó. Ahí permanecieron poco menos de un mes, él los ponía a hacer los quehaceres más asqueroso de la casa donde vivían limosneros y vagabundos, o por lo menos eso creía, a cambio de comida miserable y un techo que apenas tapaba del exterior. Un día se dio cuenta de que los tenían ahí para después venderlos, el hombre, en una borrachera en la que intentó propasarse con ella se lo dijo, Isabella le propinó un buen golpe, con ayuda de otros que ahí residían y que gracias al cielo les tomaron cariño, pudieron escapar. Vagaron otra vez por las calles y a los pocos días sucedió el accidente o mejor dicho; la bendición, donde conoció a ese ángel de ojos maravilloso; Sebastián.
Qué lejos parecía todo eso, sin embargo, solo de recordarlo volvía a sentir las náuseas miedo que se apoderaron de su ser en aquellas épocas.
Ahora estaba en esa hermosa casa, recostada en un lugar perfecto, segura de que sus hermanos eran felices y estaban sanos. Y ella estudiaba, tenía buena salud, comodidades y vivía en el mismo lugar que el hombre del que se encontraba enamorada, aunque ese sentimiento fuera imposible y comprendía que lo mejor sería intentar olvidarlo ya que solo le iba a causar dolor, de eso estaba segura.
—Soy Carmen, Sebastián.
—Hola, Carmen ¡Qué gusto!
—¡Y qué milagro! te fuiste sin despedirte y hace casi un mes que no sabemos nada de ti.
—Tuve que salir de improviso, ya sabes cómo es esto del conglomerado, pero… ¿Pasa algo? —Carmen lo escuchaba y sabía que algo ocurría, Sebastián comenzaba a comportarse como el ser esnob y frío hombre de hacía un tiempo.
—No nada, bueno, nada grave, es sólo que… en unos días es cumpleaños de Isabella pensé que… estarías aquí para celebrarlo.
—¿Su cumpleaños? No lo sabía Carmen, pero no podré asistir, ahora estoy en Italia y debo todavía ir a Nueva York, no me desocuparé —aún no estaba listo para regresar y enfrentar esos ojos aceitunados que lo perseguían todo el día.
—Sebastián, ¿pasa algo?, ¿ocurrió algo con Isabella?
—No, Carmen, en lo absoluto, es solo que no puedo descuidar tanto la empresa y un cumpleaños pues… no considero que es un motivo para regresar, lo siento —su voz sonó más fría de lo que pretendía.
—Bien, no te preocupes, de todas formas te aviso que le haré una pequeña reunión aquí en la casa en un par de sábados, invitamos algunos de sus compañeros de la universidad y vamos a estar los niños, Raúl y yo —al escuchar lo de los compañeros de la Universidad, Sebastián sintió que iba romper el celular en pedacitos de la furia, entonces, después de todo, ella sí estaba logrando hacer amistades y… no quiso ni imaginarse y que más.
–Que la disfruten. Un saludo a Raúl y a los niños, nos vemos —colgó aventando la copa de wiski que traía en las manos.
Carmen permaneció mirando el teléfono, dudando de con quién exactamente había hablado, ese no era Sebastián, cualquiera hubiera pensado que algo lo puso furioso de repente ¿Qué tenía de malo festejarle a esa muchacha?... pensó un rato todavía con el aparato en la mano ¡Pero claro, si esta celoso! Se carcajeó sola, ya intuía que eso pasaría.
La casa de Carmen estaba llena de globos, refrigerios, refrescos y demás adornos dignos de un agradable festejo. Había velas prendidas por doquier y música muy agradable de fondo. El ambiente era tenue y cálido, nada pomposo ni intimidador, sino al contrario, atractivo y acogedor. Isabella lo contemplaba sin poder creer que fuera a ser el primer cumpleaños que festejaría en su vida, sentirse el centro de atracción era algo con lo que ni siquiera se atrevió a soñar y ahora toda esa gente estaba ahí por ella, porque querían compartir una fecha que nunca significó nada.
Dana y Marco iban de un lado sin dejarla hacer nada, acomodaban aquí y allá, recibían a los amigos que invitó y que aunque no eran muchos, les tenía estima debido al tiempo que llevaba de conocerlos en la universidad.
Diego, un muchacho que acudió a la pequeña reunión, se sentía atraído por ella, sin embargo, por más esfuerzos que hacía apenas si lo notaba, pero él era obstinado y no se daría por vencido. Desde el primer momento que la vio caminar por el campus, hacía casi dos años, no pudo dejar de pensar en ella. Era guapo e inteligente y lo sabía, así que algún día caería, definitivamente lo lograría, pero mientras tanto, se conformaba con formar parte de las personas importantes para ella.
La reunión fluyo tranquila. Todos reían y disfrutaba. Unos jugaban con Raúl y Marco futbol de mesa, otros platicaban animadamente mientras tanto Isabella y Diego permanecían sentados juntos conversando sobre temas de la carrera que tanto les gustaba.
Sebastián entró a la casa aun dudando que estar ahí fuera buena idea, pero desde que Carmen le informó del festejo y de que irían “otros chicos”, no logró hacer nada bien. ¡Nadie se le acercaría! No podía siquiera soportarlo. Una de las mujeres que ahí laboraban lo condujo hasta el festejo. Se encontraba exhausto, varias semanas de viaje, noches sin dormir pensando en ese ser que traía su mundo de cabeza y un largo camino de regreso, sin embargo, la antelación que sentía al saber que la vería, lo hacía sentir fresco y ansioso.
Lo primero que notó al entrar al sótano donde se encontraban todos, fue a Isabella hablando con un muchacho. La rabia lo invadió y por primera vez sintió que descuartizaría a alguien. La joven sintió su mirada y como resorte giró el rostro dejando a Diego con la palabra en la boca. Se observaron unos segundos que parecieron una eternidad. Sebastián parecía un toro en plena faena y ella, una mujer que acaba de ser pillada con un amante.
—¡Sebastián! Si pudiste llegar ¡Qué gusto! —Lo distrajo Raúl acercándose y arrastrándolo hacia donde se servían las bebidas. Dana y M arco al ver su rostro se corrieron hasta él e hicieron lo propio –Sebastián hace mucho que no te veíamos ¿A dónde fuiste?
Carmen observó la confusión de Isabella y con la mirada la alentó para que fuera a saludarlo al tiempo que distraía a su amigo invitándolo a comer los bocadillos que ahí se encontraban.
—Hola, Sebastián —al escuchar su voz tan cerca sintió como la furia bajaba y la remplazaba un sentimiento de serenidad. Giró para verla de frente, era tan hermosa… en especial en ese momento, su cabello caía como una cascada provocativa a través de su cuerpo llegando casi hasta la cintura y enroscándose en lugares donde él moriría por pasar tan siquiera un dedo, una sencilla banda rodeaba su cabeza amansado sus preciosos rizos, moría por tocarlos. Su maquillaje era tan sencillo como el de cualquier otro día, pero sus ojos eran diferentes, su mirada era diferente.
—Hola Bella, feliz cumpleaños —los dos se mantuvieron en su lugar entendiendo que un abrazo ya no era aceptable para ninguno. Ella bajó la vista, parecía que buscaba alguna arruga en su suéter—. Parece que te la estás pasando muy bien — en seguida lo volvió a observar pestañeando contrariada, tratando de entender por qué él lo hacía sonar más que como un simple comentario, como una acusación.
—Sí, me la estoy pasado muy bien, Carmen y Raúl lo organizaron todo y yo se los gradezco mucho —soltó retadora.
Como extrañó su voz, sus ojos, su carácter. Se sentía complacido de tenerla ahí, frente a él, aunque fuese así.
—Isa, ¿puedes ir por un cuchillo arriba, por favor? Estos no tienen filo —los interrumpió Carmen que se encontraba intentando cortar unos pedazos de pan sin existo y por ser un instrumento de peligro prefirió pedírselo a ella. A veces era demasiado protectora–. Hola Sebastián —gritó casi enseguida la mujer levantando el utensilio sin servir a forma de saludo.
–Hola —contestó sonriendo. Al ver que Isabella iba hacia arriba decidió de inmediato seguirla. Carmen y Raúl se miraron mutuamente entendiendo lo que acaban de propiciar.
Abrió varios cajones, cuando por fin encontró lo que buscaba giró y se le escapó un gemido.
—M e asustas, pensé que estaba sola —le dijo sonriendo y ruborizada.
—Lo siento, no fue mi intención —se disculpó mirándola como si fuera la primera vez que lo hacía. Él la desconcertaba, no habló con ella en más de un mes, ni siquiera se despidió, ahora llegaba y la observaba como si fuera algo de mucho valor.
—Lo sé —respondió estudiándolo como si quisiera encontrar respuestas a sus preguntas–. ¿Necesitas algo? O ¿Carmen se le ofreció otra cosa? —Preguntó indagando y tratando de diluir la espesura que comenzaba a surgir en el ambiente.
—No, es sólo que me gustaría saber cómo has estado este tiempo —cada vez entendía menos. Sebastián parecía extraño—. Bueno… quiero decir… ¿Todo ha marchado bien? —Corrigió al siguiente segundo.
—Sí, igual que siempre y ¿a ti? —se sentía algo turbada y muy nerviosa.
—Perdón por irme sin despedirme, Bella —se excusó acercándose a ella–. No tuve tiempo de avisarte —y se acercó aún más–. Todo ocurrió muy rápido y bueno… pues tuve que salir así.
—No te disculpes, después de todo tú no tienes que darme cuentas a mí, soy yo la que las da a ti ¿Recuerdas? Esa es tu casa —percibió el reproche y cinismo detrás de lo que decía, pero le importó un comino, en ese momento solo podía pensar en todo el tiempo que había pasado sin verla, como extrañó su olor, su mirada, sí, sobre todo su mirada… Poseía unos ojos por los que sería capaz de matar, ahora lo sabía.
—Te equivocas, no se trata de darle cuentas a nadie Bella, es solo cuestión de respeto y cortesía —la joven le dedicó una linda sonrisa y enseguida continuó su camino hacia la reunión, pero él no pudo aguantar la curiosidad y la detuvo sujetando delicadamente su ante brazo–. Ese muchacho con el que estabas… ¿Es tu novio? —intentó que sonara de lo más casual.
—¿M i novio? ¿Diego? Claro que no, es solo un amigo, es más… vamos para que te los presente —sintiéndose un imbécil celoso bajó junto con ella para conocer a sus amistades. Le creía a Isabella, pero no estaba seguro de que ese muchacho, Diego, no quisiera algo más con ella, se la comía con los ojos, pero por su bien esperaba que ni intentase propasarse, porque aunque fuera menor, él no dudaría ni un minuto en dejarlo sentado de un buen golpe. ¡Mierda! ¿En qué estaba pensando? ¿Por qué le había preguntado eso? De verdad esa mujer lo estaba volviendo desequilibrado.
Isabella se sentía feliz al percibir los celos de Sebastián. Cuando le presentó a todos sus amigos, los saludo con cortesía y elegantes modales. No la dejó sola ni un segundo a partir de ese momento y si por algo se separaban, no le perdía de vista.
Se incluyó a todas las conversaciones sin esfuerzo, demostrando el gran hombre culto e inteligente que era, sin alardear, sólo fluyendo y adaptándose. Y en otros momentos disfruto de la compañía de Dana y Marco que babeaban por él.
Unas horas después partieron el pastel al coro de las “mañanitas”, lucía nerviosa, parecía como si nunca nadie se las hubiera cantado. Sebastián se encontraba justo delante de ella, del otro lado de la mesa y con la mirada trató de infundirle serenidad, aunque lo que en realidad quería era rodear la mesa y abrazarla hasta que volviera a sentirse segura, pero eso sería un error, así que se conformaba con lo que en ese momento hacía.
Raúl tomó muchas fotografías para perpetuar el momento, muy típico en él. De pronto, les pidió a los dos que posaran para una. Ambos se acercaron claramente nerviosos, sin saber muy bien cómo, él la rodeó acartonadamente por los hombros, mientras ella no se movía.
—No ¡Así no! Esta foto va a salir muy tiesa muchachos —les dijo Raúl sonriendo inocentemente–. Sebastián, rodéala por la cintura y tú, Isabella, acércate más a él, por Dios chicos, parece que no se conocen —y así lo hicieron, pero al sentirse tan cerca se miraron mutuamente con sorpresa, intentando descifrar por qué sentían que embonaban tan bien uno en los brazos del otro y por qué ese calor tan delicioso estaba fluyendo por sus cuerpos de esa forma tan vertiginosa.
—Gracias muchachos salió perfecta —les informó Raúl contento y continuó con su recorrido. Ellos se separaron al instante, como quien se aleja de algo hirviendo, se sonrieron desconcertados y caminaron opuestamente en busca de alguna distracción.
La reunión estuvo llena de sorpresas, pero ya estaba prácticamente terminando.
–Bella ¿nos vamos? Te ves agotada —le sugirió Sebastián acercándose al sillón donde se encontraba.
–Yo voy a llevar a Isabella —lo interrumpió Diego con posesividad. Sebastián enarcó una ceja furioso, sintió que perdería el control en cualquier instante ¿Qué se creía ese niñato? Nadie le pondría una mano encima, nadie se acercaría a ella, no mientras él estuviera ahí, no mientras sintiera que mataría si alguien lo hacía. Ya iba a contestarle cuando Isabella habló con ternura y paciencia.
–Diego, muchas gracias, pero Sebastián y yo vivimos en el mismo… lugar —y ruborizada continuó–. Así que no vale la pena que te desvíes ¿Está bien? —le regaló una sonrisa demasiado dulce para el gusto del hombre mayor que observaba todo el cuadro con la quijada tensa. El chico la miró embelesado. Sebastián estuvo punto de quitarle con sus propias manos esa mirada del rostro, sin embargo, se contuvo, era un adulto, no un adolescente.
–Claro Isabella, si es eso es lo que quieres, está bien.
Sebastián río dentro de sí, burlándose de lo dócil que se puso ese muchacho con tan solo unas palabras de la mujer que tenía enfrente. En su lugar, por ningún motivo hubiera permitido que ella se fuera con alguien que no fuera él, era cierto que por esa mirada se arrancaría la piel a carne viva, pero jamás cedería antes ese tipo de cosas.
Isabella agradeció a los padres adoptivos de sus hermanos y se despidió de sus hermanos logrando así que todos al mismo tiempo desaparecieran de la reunión.
Sebastián subió todos los regalos a la camioneta de lujo, abrió la puerta a Bella y puso en marcha el motor.
—¿Por qué no me habías dicho cuando cumplías años, Bella? —Refunfuñó Sebastián dolido. Pero ella no respondió, miraba atenta por la ventana—. ¿Bella?
—Porque no es una fecha que haya tenido importancia en mi vida, Sebastián — Refutó distraída–. Esta es la primera vez que… los festejo, antes había otras prioridades —y giró su rostro de nuevo, intentando perderse en el paisaje. Él se arrepintió enseguida de lo que acababa de preguntar, y aunque quería saber más sobre ella, sobre el pasado que tanto le dolía, no era el día adecuado para hacerlo, si era su primera celebración de cumpleaños, debía hacer que terminara feliz.
—Fue un gran festejo ¿No crees? Carmen y Raúl se esforzaron mucho, es una lástima que no haya podido haber llegado antes para poder ayudarles —la joven sonrió agradecida por el cambio de tema. De inmediato notó que la tormenta se había disipado.
–No te preocupes, la verdad es que difícilmente les hubieras podido ayudar, entre ellos y mi hermanos no me dejaron hacer nada —bufó fingiendo indignación. Sonrió divertido ante su ingenuidad, esa mujer se estaba clavando en algún lugar muy profundo de su ser.
–De eso se trata un festejo, pero te aseguro que a mí sí me hubieran dejado colaborar —le contestó guiñándole un ojo. La chica arrugó la frente no muy convencida.
–Si tú lo dices… Oye, mejor dime, ¿a dónde fuiste tanto tiempo?, ¿dime que países visitaste? ¿Sí? —Se lo pidió de una forma que hubiera podido desmontar hasta el ejército más armado y agresivo, aunque no por eso pasó por alto el hecho de que lo hacía para evitar hablar de cualquier cosa referente a su anterior vida. Algún día lograría que se abriera por completo a él y le narrara todo lo que ocurrió antes de que se conocieran.
Llegaron a la casa después de las once de la noche, el cumpleaños de Bella estaba por terminar, pero eso a parecía no importarle, toda la conversación que mantuvo en el trayecto la dejó alucinada ¡Tantos lugares que conocer, tantas maravillas que ver! Eso era una de las cosas con las que había soñado y recordaba, así, haber logrado fugarse de la realidad que le atormentaba en aquellos momentos. ¡Pero ahora ya no parecía tan imposible! Si terminaba su carrera, conseguía un buen trabajo y ahorraba, podría realizar ese sueño…
—Te quedaste muy pensativa, Bella —expresó mientras bajaba las cosas de la camioneta.
–No, bueno… sí…bueno, lo que pasa es que me parecen tan increíbles todos esos lugares que describes, que estoy segura nunca me alcanzara la vida ni los medios para verlos todos —le confesó sonriendo de manera inocente, soñadora.
Él nunca se cuestionó su existencia, sí sabía que era privilegiado, pero desde el día en que la conoció se comenzó a despertar una conciencia que ya no podía ignorar, el dinero tenía un propósito y teniendo a Bella frente a él sabía muy bien cuál era.
—Vas a conocerlos todos, ya verás. Yo voy a hacer que vayas, te lo prometo —la joven sintió que el alma se le quemaba al escucharlo, no pudo evitar acercar una a mano hasta su mejilla y acariciarlo delicadamente, ese hombre no era bueno, era su ángel, su todo.
–Gracias Sebastián, pero me parece que ya te has excedido en tu ayuda hacia mí, créeme que ya me has dado más de lo que pude siquiera haber soñado, jamás tendré cómo pagarte —Pero lo que ignoraba era que él le daría el mundo entero si pudiera, le daría todo.
Al sentir su contacto cálido fue automática su reacción, dejó caer las bolsas con los regalos al suelo permitiendo que se desplomaran justo a un lado de la camioneta, la tomó por la cintura sintiendo como su palma encajaba perfectamente en ese lugar que moría por tocar, acercó su rostro al de ella lentamente, la miró a los ojos, atento, esperando alguna señal para que se alejara, pero al ver que esta no llegaba, desvió su atención hacia su boca delicada, húmeda, su aliento lo acariciaba de forma decadente, sinigual, perfecto. Cerró los ojos maravillado, disfrutando de lo que su cuerpo experimentaba, lentamente se fue acercando hasta que por fin la sintió ahí, donde deseaba, pegada a sus labios, probando su esencia, robando su respiración. Celestial. Mejor que eso; ¡Increíble! Su boca era suave como la seda, lo recibía sin temor ni duda. Depositó pequeños besos sin separarse del todo de cada uno de sus dulces labios. De pronto sintió como la mano que hacía un momento acariciaba su mejilla, viajaba hasta su cabello enredándose ahí, y como con la otra se aferraba a su hombro para poder sujetarse. No pudo más e incrementó el ritmo, abrió aún más los labios y con su lengua invadió su inocente boca arrancando ligeros gemido de placer de ese ser delicado que lo hacía sentir poderoso, y a la vez…
¡¿Qué estaba haciendo?! ¿Cómo pudo dejado llevar de esa forma? Paró de besarla abruptamente. Isabella casi se tambaleó confundida, buscó su mirada y al ver que la evadía, lo dejó libre de sus brazos.
–Lo siento —susurró Sebastián sin encararla–. Esto nunca debió suceder –ella le quería decir que ¡Sí!, que eso tenía que suceder, que moría de ganas, pero al ver que él no la miraba, pensó que a lo mejor solo siguió un instinto y no un sentimiento. En el siguiente segundo ya Sebastián tenía de nuevo los regalos en las manos y subía las escaleras sin siquiera voltear.
La joven se quedó plantada en la cochera, él la había besado y ahora se arrepentía de la experiencia más maravillosa que le regaló. ¿Pero por qué?, fue muy revelador y algo que jamás borraría, aunque quisiera, de sus recuerdos. No era su primer beso, pero definitivamente era el primero con el que soñó, el primero con el que no se sintió ultrajada, al contrario, la hizo sentir única, más deseada de lo que jamás pensó, la había hecho ser consciente de sí misma, de cada rincón de su cuerpo.
Enseguida reflexionó, dándose cuenta que eso sentía ella, pero para Sebastián era lógico que no significó lo mismo. Él seguramente estaba acostumbrado a tener y estar con muchas mujeres y ella no podía compararse con ninguna.
No subía, ¡que estúpido! ¿Cómo puso hacer eso? Ella confiaba en él, se suponía que la debía cuidar, ayudarla a salir adelante, no estaba ahí para satisfacer sus deseos.
¿Qué hacía?, ¿Qué le decía? Esa era su casa, no permitiría que se fuera y menos por su culpa, por su poco control. Escuchó sus pasos y la esperó en el recibidor decidido a dejar muy claro que eso fue un error, algo que jamás debía haber sucedido y que nunca volvería a pasar.
—Sebastián… —intentó argumentar. Sin embargo, él no la dejó continuar silenciándola con un ademan que la acalló enseguida, estaba serio y parecía molesto.
–Isabella, antes que nada, quiero decirte que esto no va a volver a pasar, lo siento, no debí tomarme esa libertad —se acercó a ella juntando todas su fuerzas para no poseerla ahí mismo–. No quiero que te sientas incomoda aquí ¿Está bien?, esta es tu casa y yo no tenía ningún derecho, fue… un impulso, no significa nada de verdad —la joven sintió que le caía un balde de agua fría, cualquier esperanza se había esfumado, aun así intentó replicar.
–Pero Sebastián, no… yo también…
—¡No, Bella! tú nada, y yo tampoco ¿Comprendes? —Se lo dijo más duro de lo que en realidad pretendía, no quería lastimarla y era por eso que debía de ser tan tajante, no era hombre para ella, estaba agradecida con él y sobre todo, no jugaría con lo que esa joven llamaba hogar por un simple deseo. La decepción en su rostro le dolió más de lo creyó, porque eso significaba que creía que sentía también algo por él. Bajó la mirada ruborizada.
–Lo comprendo… pero… ¿Puedo pedirte algo? —asintió apretando los puños.
—No huyas de nuevo, acabas de regresar y nos es justo para ti —¿Qué? ¿Cómo sabía que era eso precisamente lo que estaba planeando volver a hacer?—. Sí, Sebastián, creo que lo mejor es que yo me vaya en ese caso.
—¡Por supuesto que no! Esta es tu casa y ninguno de los dos se va de aquí, ¿Quedó claro?
—Pero… —él sentía la impotencia y frustración corriendo por todo su cuerpo.
–¡Que no! En primer lugar no sé de dónde sacas que huyo. Y en segundo; esto no se va a volver a repetir, así que no hay nada que hacer al respecto ¿Estamos? —Bella nunca lo había visto así, tan fuera de sí, parecía un ser duro y frio incluso, su mirada logró ponerle la piel de gallina.
—Está bien, entonces… buenas noches —murmuró confundida y abatida. Al ver que se iba, la hizo girar tocándole el hombro apenas si un poco –Tu regalo está arriba Bella, espero te guste —ella parecía asustada, decepcionada.
Cerró los ojos intentando mantener sus sentidos a raya, alejarla era lo mejor.
—Gracias, no era necesario —musitó con voz apagada. La había lastimado y se sentía un miserable, pero en el fondo era por su bien.
–No es molestia y lo sabes. Disfrútalo —la joven asintió desganada y subió sin girar una sola vez.
En cuanto la escuchó encerrarse en su recámara sintió que el aire de la casa lo asfixiaba, sentía que en cualquier momento subiría corriendo y le haría el amor como jamás nadie podría hacérselo. Así que junto valor, bajó como un demonio por las escaleras y salió a toda prisa de ahí. Todo se estaba saliendo de control.